1/6 ASIGNATURA: PSICOLOGIA SOCIAL PROFESOR: Gabriel Vergara Lara Semestre: II Colección Psicoanálisis, Sujeto y Sociedad. Aporías de la cultura contemporánea Mario Elkin Ortiz RamírezLAS BANDAS DE SICARIOS Luego de plantear algunas consideraciones sobre la particular relación de estrago de los sicarios con sus madres, se puede avanzar sobre otras formas de socialización de estos jóvenes, en las cuales inciden otros imaginarios. El primero es el vínculo con los jefes y con los pares en las bandas, vínculos construidos sobre ideales mortíferos y regulados por códigos implacables. El fondo de esa relación se halla tanto bajo otra versión del complejo de Edipo, como del complejo de intrusión, vivido inicialmente con sus hermanos y aquí reactivado e integrado a una lógica del desenfreno que los hace perecer. El segundo imaginario revela una dimensión distinta a la violencia contra lo sagrado, de la que no se dirige ya contra el icono de la Virgen y sus reliquias en que se apoya su complejo de destete sino que permite lo que se puede definir como un destello de totemismo, donde interviene un dios oscuro: el goce, el cual les exige tributos de muerte. En consecuencia, no se trata de un imaginario aislado sino íntimamente anudado a una dimensión simbólica tanto en lo sagrado como en sus códigos de lealtades y anudado también a lo real de la muerte siempre presente. Bandas y hordas Sicarius es una palabra que aparece en la Roma antigua para designar a jóvenes asesinos a sueldo, que mataban con una daga o un cuchillo (sica, punta). Ésta es, entonces, una antigua "profesión" que no depende de un tiempo o de un espacio. El sicario es una figura conocida también con otros nombres, mercenario, por ejemplo, por tanto, no designa un fenómeno exclusivamente colombiano o romano. Es una sombra siniestra que atraviesa la historia, encarnada en una u otra figura, lo que no hace posible hacer una psicología del sicario y ni siquiera un perfil o un tipo psicológico generalizable; pero sí permite reflexionar sobre diversas características psicológicas que podemos inferir a partir del análisis del discurso de estos personajes, presentado por investigaciones periodísticas y sociológicas realizadas en Medellín. En su texto Psicología de las masas y análisis del yo (1920), Sigmund Freud postula los principios que explican la constitución y estructura psicológica de toda masa artificial duradera. Dichos principios revelan un fenómeno de estructura, la filiación vertical al líder a su vez sostiene otro vínculo: el de los pares, caracterizado por la horizontalidad. Estas direcciones de la libido se articulan u organizan de tal modo que dan cuenta de una estructura compleja, donde el ideal del yo de cada miembro se ve reemplazado por la figura del líder: esa es la condición de una estabilidad relativa del grupo. La hipótesis de este capítulo sostiene que esos principios freudianos son igualmente válidos para comprender el fenómeno de las bandas de sicarios. Aunque las descripciones no corresponden en rigor a la inferencia psicoanalítica de una masa artificial duradera, sino a masas espontáneas de duración coyuntural, no obstante los rasgos de estructura descritos por Freud iluminan en algunos aspectos las bandas de sicarios de Medellín en los años noventa. La banda es, entonces, no solamente un agrupamiento de jóvenes a partir de un interés criminal común, sino también un mecanismo de socialización, alternativo a la familia y a la escuela, de la que generalmente han desertado. En la banda se establecen códigos de comunicación (argot), de comportamiento y de valores que explican sus conductas. En su texto, Freud da cuenta de cómo por influencia de la masa un individuo experimenta una alteración psíquica: su rendimiento intelectual se disminuye, y en proporción inversa, su afectividad aumenta. Esto se explica por la tendencia de cada sujeto a ser aceptado en el grupo, para lo cual se requiere de una cierta homogeneización, en la que los rendimientos intelectuales que los diferenciarían entre sí son rechazados porque abren el camino a la heterogeneidad, a la mesura, a la culpabilidad o a la norma. El sujeto renuncia entonces a una parte de su individualidad y se suma a la tendencia dominante del grupo a la unidad que encuentra en sus manifestaciones emocionales, en sus afectos desmesurados de amor u odio, de furor o de alegría. Con relación a este punto, en investigaciones sociológicas sobre el fenómeno del sicariato en la ciudad de Medellín, se afirma que: 2/6 La dinámica de grupo le impone a sus miembros nuevos desafíos cada día. Este proceso conlleva cambios notorios de personalidad. Así un joven, como varios que conocimos en nuestro trabajo de campo, puede pasar en corto tiempo de tímido y temeroso a aventado y valiente.1 Cuando están solos son buenos —dice una madre—, es cuando se juntan que se vuelven maldadosos.2 Cuando uno se mete dentro de la capucha—dice uno de ellos— es como si asumiera otra personalidad. Deja de ser uno el que es, sólo piensa en el terror, en sembrarle miedo al enemigo.3 Esto nos habla de ciertos rasgos estructurales de la banda: en primer lugar hay un código que da un sentido de pertenencia al grupo; ese código es lo que en psicoanálisis se llama el Otro, es decir, el lugar donde se encuentra el tesoro de los significantes; pero es también el lugar de comunicación donde, a partir de unos significantes, los sujetos se reconocen por su uso y comprensión, como pertenecientes a esa colectividad. Existe un Otro parroquial, un espacio de comunidad y de entendimiento concreto, a partir del uso de términos argóticos, recogidos de canciones populares, en particular del tango, la salsa y el rap, en los cuales se encuentran expresiones propias de grupos marginales o de sectores económicamente deprimidos de otros países, y que son idealizados como modelos de conducta: el malevo, "Pedro navajas", "juanito alimaña". El uso del código común de lenguaje, de acciones, de sentimientos y de valores es lo que funda el sentimiento de pertenencia a la banda. En segundo lugar, al "ponerse la capucha" se ocultan las cualidades particulares; se hacen homogéneos, iguales al otro también encapuchado, hay un apoyo mutuo en sus "nuevos desafíos", es decir en sus acciones tendientes a franquear límites. Si se retoma la comparación de Freud de la libido narcisista con una ameba unicelular, se entenderá por analogía que cuando la ameba estira sus seudópodos pierde masa alrededor del núcleo para alargarla y, por ejemplo, envolver un objeto exterior. Igualmente, la libido narcisista al invertirse en el amor a los otros se transforma en libido de objeto, y en ese paso aparece en el sujeto una nueva economía psíquica: el joven altera su personalidad y distribuye mayor libido hacia los demás: en ese movimiento se funde con el grupo, asume los intereses y valores colectivos y renuncia a una parte de los propios. En psicoanálisis, se llama libido a una cualidad que sirve de sustrato de las transformaciones de la pulsión sexual; en rigor, se trata de uno de los nombres del deseo. Freud señala que la ecuación: debilitamiento de la actividad intelectual y desinhibición de los afectos, instala en los sujetos una incapacidad de moderarse; por lo que en grupo sólo pueden tender a transgredir todas las barreras, tramitando así sus afectos en la acción.4 El único límite viene de las órdenes del líder, siempre y cuando la estructura del grupo sea piramidal, y en su cúspide se coloque al líder. Esa distribución de la libido es lo que da la morfología a la masa artificial. Las bandas de sicarios no se caracterizan por una morfología psicológica compleja o duradera. Su constitución es espontánea y efímera, de ello dan cuenta testimonios de sicarios como éste: "Lo que dice la brigada de las bandas es un televideo. Eso no funciona así, con una estructura regular".5 En la masa artificial la libido se distribuye en dos vertientes: la una hacia el líder, la otra hacia los compañeros. Si la banda, a diferencia de una masa artificial, no perdura es por la falta de una jerarquía y de una ideología fuerte en el lugar del líder; es decir, en el ideal del yo de cada uno como idea rectora. La combinación de estas vertientes produce una estructura libidinal individual, no obstante, ésta se encuentra también en la banda y explica su cohesión; por esto, para sus miembros no es indispensable una ideología que los mantenga unidos durante mucho tiempo, pues los unen sus intereses personales y los afectos que eventualmente puedan desplegar en el grupo. Existe otra particularidad en las bandas: en la mayoría de ellas prima la desconfianza entre sus miembros, de allí sus códigos draconianos contra el delator o contra la traición; es un grupo donde, por lo general, cada uno cuida sus intereses particulares y sólo comparten lo necesario para mantener la cohesión del grupo; esto también los predispone a disgregarse y su alianza muchas veces es reforzada por los ataques externos que los obliga a mantenerse unidos para sobrevivir. Pero, en el fondo, en ellos prima una tendencia pulsional mortífera, pues son a fin de cuentas asociaciones creadas para matar, y ese umbral siempre ambiguo entre amar al otro o matarlo, vuelve frágiles sus vínculos libidinales y da prioridad al goce que todos o cada uno pueden, de modo coyuntural, sacar como partido de sus acciones o de sus pactos. Los lazos libidinales entre los pares que reconocen un mismo líder los coloca en un plano de igualdad casi fraterno o, en el caso de algunas bandas, son literalmente hermanos: 3/6 Los Lalos son un clan familiar, trece de los hijos son hombres, todos ellos tropeleros [...] Van juntos para todo, no se desamparan. El que se mete con ellos, tiene que tropelear con todo el batallón [...] Entre nosotros también nos apoyamos mucho, que usted no tiene de esto y yo tengo, entonces le regalo.6 Es una solidaridad de la cual nace un código y unas normas inflexibles: tener lealtad, ser solidario y no serdelator. "Eso sí, el día que nos llegue a faltonear, que sea lengüilargo, que se alce con alguna cosa, ese día se muere. Eso lo sabe todo el mundo; esa es la ley... nadie se puede falsiar."7 En ese lazo libidinal se produce la identificación, es decir, el proceso psíquico inconsciente que constituye la personalidad de todo sujeto; esto es, el cúmulo de identificaciones imaginarias y simbólicas que ha tomado de los otros y con las cuales se presenta en una síntesis singular. La identificación consiste en tomar un rasgo del otro y transformarse con relación a ese modelo; en ella se funda el sentido de pertenencia a una colectividad. En este aspecto, el lenguaje, en la medida en que posibilita el entendimiento recíproco, es esencial, pues sobre él descansa en buena parte la identificación de los individuos, unos con otros;8 es algo que se confirma en la utilización del argot como código "cerrado" para ellos, código que aunque significante, a veces no es articulado: "Él y yo nos entendemos casi sin hablar, una parcería tremenda".9 Ese código está referido a la comunidad que nace en ellos en virtud de la mutua admiración por el líder, por sus insignias, sus colores, su nombre, su apodo: La banda del loco Uribe, Los Nachos, Los Caliches, Los Calvos, Los Priscos. Esos lazos libidinales entre compañeros se extienden más allá de la ganancia, más allá de las grandes necesidades: No todos tienen necesidad, algunos entucan por la familia, pero otros es por mantenerse a lo bien, con lujo [...] Cuando coronábamos un negocio montábamos la francachela [...] Conseguíamos guaro, perico y hembritas [...] comprábamos un chanchito, cajas de cerveza, instalábamos el equipo de sonido en la calle y armábamos parche hasta la madrugada [...] rumbiábamos hasta que se nos acababa el billete, quedábamos líchigos y a esperar otro camello [...] Salíamos para la costa quince días a tirar locha como jeques árabes, hasta gastarnos el último centavo.10 El narcisismo es la investidura de amor propio que cada sujeto posee. En los miembros de cada grupo ese amor se restringe como condición para instalar la figura del líder en un lugar que corresponde al ideal del yo de cada integrante; y sobre el que se inviste el narcisismo bajo la forma de amor al otro, esto es, libido de objeto, en este caso, investidura de amor al líder; dicha restricción se ve, no obstante, compensada por el narcisismo de la banda, por el reconocimiento social en su territorio. "Hay manes que quieren seguir toda la vida con cartel de pistoleros. Tener fama de matones, que donde los vean se les arrodillen o les corran. El poder del dinero y del arma es para lucirlo."11 En la medida en que estas bandas se han convertido en un dispositivo de socialización para algunos sectores de la juventud colombiana —porque han desertado de la escuela—, la familia ha perdido influencia sobre sus hijos y las bandas se les ofrecen como nuevos mecanismos de hacerse a un lugar en el mundo, donde encuentran sus figuras de identificación, de las que toman, a veces conscientemente, pero la mayoría de modo inconsciente, rasgos para constituir su subjetividad. Lo que explica que también sea el deseo de reconocimiento aquello que los motiva. Un joven de doce años dice: A mí me gustaría ser un matón pero que le tengan respeto y que le respeten la familia. Como Ratón, que ya lo mataron, pero era callado y mataba al que le faltaba. Se mantenía por ahí parchado, con una 9 mm. y si lo miraban él preguntaba: vos qué mirás?, y si le reviraban él los mataba y les tiraba una escupa y se iba riendo. A mí me gustaría ser así.12 También está en juego, en este deseo de reconocimiento, la lucha por la territorialidad, sobre la que se desarrolla un sentido de pertenencia al barrio, a la cuadra, al sector, que da cohesión al grupo, de allí que muchas bandas tomen su nombre del territorio: La banda de la Caseta, la de La Ramada, la de San Blas, la de Los Álamos, la de La Colina, la de Florencia. Las calles del barrio ese es mi territorio [...] [allí] han existido muchas bandas [...] y como dice la canción: no hay cama pa’ tanta gente. Nos tenemos que mantener activos porque en un descuido las otras bandas nos sacan y llegan a faltonear la gente. Uno tiene que cuidar el corte para eso se la juega toda.13 4/6 La ubicación de sus barrios en las partes más altas de las montañas que rodean la ciudad explica otra territorialidad: "Quieren atraparnos pero estamos altos y tan lejanos como una nube. Estamos en las alturas donde todo se mueve bajo nuestra mirada, somos inalcanzables, somos los reyes de este mundo".14 La vertiente libidinal que se dirige al líder es particular en estas bandas, no hay sustitución del líder por una idea rectora, tal vez por la figura del héroe sacado del cine de acción norteamericano, pero son ideales tiránicos a los que el líder y sus seguidores tratan de acomodarse. Hay que saber coger el arma, saber disparar al punto y saberse retirar. Con las películas también aprendemos mucho. Nosotros vemos cintas de pistoleros, Chuck Norris, Cobra Negra, Comando, Stallone, y miramos coger las armas, cómo hacer coberturas, cómo retirarse.15 El cine ha construido un imaginario de la guerra, un espacio compartido, una especie de realidad paralela a través de la cual se escudriña la realidad convencional en la que nos movemos; se trata de un imaginario de superhéroes, de lo espectacular, que ha sido incorporado por estos jóvenes como ideal y que influye también en su actitud suicida. Algunos investigadores compararon los sicarios con los kamikazes japoneses de la Segunda Guerra Mundial,16 puesto que aceptaban misiones de las que difícilmente saldrían vivos: "con tal que yo me lleve el muñeco primero, no importa si me voy detrás", dijo uno de ellos cuando explicaba el riesgo de una acción.17 Hay, no obstante, una gran diferencia, y es que en los kamikazes se trataba de un acto ritualizado y que incluía una ideología fuerte, mientras que aquí no hay otra ideología que la de lograr un usufructo económico para las madres, quienes nunca los olvidarán. En su lenguaje se manifiesta una cultura visual: vivir a lo película, montar videos, engordar pupila, en vivo y en directo. Otros investigadores observan que estos sicarios son adictos a los programas de los dibujos animados de la televisión, donde los personajes estallan dinamita, se disparan, se cortan en pedazos, caen de precipicios y salen ilesos. Esto es algo que puede fomentar su idea de ser de algún modo inmortales —lo cual es una actitud característica de los hombres contemporáneos frente a la muerte— pero que en los sicarios se convierte es algo más que una actitud, puesto que su modo de vivir implica un desafío permanente de la muerte, y en algunos produce esa idea de que la vida es corta y hay que gozarla, y sólo aspiran a sobrevivir en el recuerdo de sus madres o de su gallada. De otra parte, el psicoanálisis explica por qué en todos los agrupamientos hay un jefe a quien los otros reconocen como tal, envidian y veneran y cada uno lo pone inconscientemente en el lugar de su propio ideal del yo; esto sucede mediante el proceso de la identificación, el cual es la manera más originaria del vínculo afectivo con el otro y cuyo papel es esencial en el complejo de Edipo y se establece "mediante la introyección del objeto (el otro) en el yo".18 La identificación es un concepto clave del psicoanálisis para explicar la manera como se constituye el sujeto, quien, al modo de la cebolla de huevo, se crea a partir de capas superpuestas de identificaciones; es decir, rasgos, significantes, huellas del otro, de sus padres y de los sujetos que lo rodearon en sus primeros años, y conforme a esos trazos el sujeto se modela inconscientemente. Esto quiere decir, siguiendo el símil de la cebolla, que no hay esencia, núcleo o semilla, sino capas de identificaciones, una síntesis singular de las mentalidades, formas de pensamiento, palabras, sentimientos y formas de actuar, que, de modo contingente, se han agrupado, la mayor de las veces de modo contradictorio, en un sujeto. En el caso de los sicarios sucede que, de una forma análoga, toman inconscientemente rasgos de los otros, del Otro social, y se constituyen a partir de allí, adoptando convicciones muy particulares, valores guerreros, valoraciones del capitalismo, de la vida y de la muerte. Para el psicoanálisis el ideal del yo es una instancia psíquica a la que se le atribuye la conciencia moral, la crítica del yo; instancia que es sustituida por la figura del líder. Freud llama la atención sobre la coincidencia entre el estado de enamoramiento, la hipnosis y la sumisión al líder. Se trata de identificaciones en las que se reedita la identificación infantil con el padre. Frente al líder hay una sumisión humildad del sujeto, obediente y carente de crítica. Freud dice que "la conciencia moral no se aplica a nada de lo que acontece en favor del objeto (el padre, el líder, el hipnotizador) en la ceguera del amor uno se convierte en criminal sin remordimientos".19 En las personas del conjunto social, en general, el ideal del yo, como superyó o como conciencia moral, los conduce a la interiorización de ciertas normas de convivencia, aceptadas bajo la restricción dolorosa de sus pulsiones; la educación, en cierto modo, se encarga de hacer renunciar al niño a su agresividad y a la satisfacción de sus tendencias sexuales y de poderío sobre las cosas y sobre los otros. Pero en la particularidad de cómo sucede esto hay tanta variedad como sujetos; por ejemplo, si en lugar de una 5/6 imposición de la renuncia pulsional, el superyó viene a exigirla, encontramos los casos de criminales por sentimiento de culpabilidad o, sencillamente, sujetos a quienes el superyó los empuja de manera feroz y obscena a matar, violar, destruir a sus semejantes. ¿Cómo llega esto a suceder? Es una pregunta cuya respuesta escapa a la generalidad de las descripciones sociológicas; por eso la pretensión de este ensayo no puede ser la de hacer un psicoanálisis del sicario, sino arriesgar explicaciones que señalan una vía para la comprensión del fenómeno, pero que ignoran el detalle de la vida de cada uno de ellos, para dar cuenta de sus contingencias. La sumisión humillada al líder se realiza cuando cada miembro de la banda ha reemplazado la conciencia moral por la ligazón al líder; esto explica por qué sus órdenes, aun las más absurdas, tienen que cumplirse a la letra: A dos pelados muy amigos se los llevaron una noche por la carretera Las Palmas, en un sitio solitario los bajaron del carro y a uno de ellos, que le dicen El Tigre, le entregaron un arma para que matara al otro. Para probar finura como dicen en su lenguaje y ese muchacho mató a su mejor amigo para ganar puntos y cotizarse en la banda.20 Pero para que un sujeto sea erigido como líder es necesario que cumpla ciertas condiciones. "Las masas humanas, dice Freud, vuelven a mostrarnos la imagen familiar del individuo hiperfuerte en medio de una cuadrilla de compañeros iguales".21 Esta es la manera como Freud retoma el mito darwiniano de la horda primitiva; allí, la manada era dominada por un macho hiperfuerte que tenía el monopolio de las mujeres y los bienes, y que sometía a sus hijos y a los otros hombres a su dominio mediante la castración, la muerte o el destierro; esta hipótesis fue desarrollada ampliamente en su texto Tótem y tabú. El hecho de que en muchos individuos la separación entre el yo y el ideal del yo no sea muy definida, es una circunstancia que favorece elegir como líder a aquel que se destaca en el grupo por instalarse en la convicción de estar más cerca del ideal que los otros, quienes requieren de un jefe fuerte que dé la impresión de gozar de una libertad libidinal mayor, y a quien luego los sujetos por una vía sugestiva (identificación) revisten con un superpoder. Es lo que sucede en estas bandas, el líder es aquel que se ha destacado en los campos que ellos más admiran: Esos líderes se hacen a punta de plomo, de fuerza, de actos heroicos. El que mejor maneja la moto, el que tiene más puntería y mata más gente termina siendo el jefe [...] maneja la plata, los contactos y los otros lo veneran [...] El jefe era un serio, tenía como aureola y nos controlaba a todos [...] se mantenía impecable en el vestir, hablaba sólo lo necesario y cotizaba con las mujeres. Lunar—un jefe de banda— era un gozón tremendo, repetía todo el día que estábamos en el tiempo extra y gozando se murió.22 Por esto, las bandas tienen por ideal a los capos de los carteles de la droga a quienes se les supone una gran capacidad de despilfarro y de goce sin límites. "Hablan de los mafiosos como de unos ídolos, aspiran a trabajar con ellos y ascender".23 Pero la relación con el líder no está exenta de ambivalencia afectiva; como en toda relación humana, íntima y prolongada, emergen al mismo tiempo que la admiración y el amor, los sentimientos de odio y de desautorización. Estos últimos permanecen inconscientes a causa de la represión psíquica, mientras que los primeros dominan la consciencia; pero en determinadas circunstancias aparece el odio para desalojar la estima y la admiración. Estos sentimientos de hostilidad, dice Freud, están "menos encubiertos en las cofradías, donde cada miembro disputa con los otros y cada subordinado murmura de su superior".24 "A Papucho lo tumbó la gente de arriba [...] eso lo hizo una amistad que se le torció por plata".25 Los miembros del grupo ambicionan el lugar del líder por el reconocimiento y los privilegios que allí se obtienen. Pero el psicoanálisis también demuestra que en estos grupos, después de la muerte del líder, el pánico se apodera de la masa: ésta no presta oídos a quien se quiera imponer como nuevo jefe y cada uno cuida de sí sin pensar en los otros; no es una masa artificial donde hay una jerarquía determinada, pues las bandas solo se sostienen por el vínculo con el líder. Una vez desaparece, el ideal del sujeto —encarnado en el líder— vuelve al yo, quien entonces se ocupa más por su autoconservación que por el ideal caído, porque con el líder se ha quebrado el vínculo afectivo que los protegía del sentimiento de peligro y se libera la angustia. Es una regla de la psicología de las masas que cuando desaparece el caudillo del grupo desaparecen también los vínculos entre sus integrantes. "Los Nachos empezaron a ir de pa’ tras desde que la policía les tumbó el jefe. Nos tumbaron el jefe [...] hasta ahí fue que duró el combo. Cada uno quería mandar y eso así no funciona. A la final cada uno cogió por su lado."26 6/6 [...] ------------1. Alonso Salazar y Ana María Jaramillo, Las subculturas del narcotráfico, Cinep, Bogotá, 1992, p. 135. 2. Laura Restrepo, "Los muchachos desechables", En qué momento se jodió Medellín, Oveja Negra, Bogotá, 1991, p. 66. 3. Alonso Salazar, No nacimos pa’ semilla, Medellín, Cinep, Corporación Región, p. 84. 4. Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, Tomo XVIII, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, pp. 111-112. 5. A. Salazar, Op. cit., p.110. 6. Ibíd., p. 148. 7. Ibíd., p. 28. 8. S. Freud, Op. cit., p. 122. 9. A. Salazar, Op. cit. 10. Ibíd., pp. 27, 33, 105, 116. 11. Ibíd., pp. 115, 205. 12. Ibíd., p. 209. 13. Ibíd., p. 47. 14. Ibíd., p. 57. 15. Ibíd., p. 29. 16. Alonso Salazar y Ana María Jaramillo, Las subculturas del narcotráfico, Bogotá, Cinep, 1992. 17. A. Salazar, No nacimos pa’ semilla, p. 201. 18. S. Freud, Psicología de las masas, p.101. 19. Ibíd., p. 107. 20. A. Salazar, Op. cit., pp. 177-178. 21. S. Freud, Op. cit., p. 116. 22. A. Salazar, Op. cit., pp. 27, 103, 171. 23 Ibíd., p. 177. 24. S. Freud, Op. cit., p. 96. 25. A. Salazar, Op. cit., p. 26. 26. Ibíd., p. 48