Alejandro Ros, atrapado en el universo de las tapas de discos

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Alejandro Ros. El chico de las tapas
Diseñó la tapa de algunos de los discos más importantes del rock local. Semana tras semana,
desarrolla sus ideas en las portadas de los suplementos Radar y Soy, de Página12. En esta
entrevista, repasa sus inicios y comparte su mirada sobre los cambios que está sufriendo la
industria musical.
Muchos de los adolescentes que hoy empiezan a relacionarse con la música tal vez no
imaginen lo que significaba comprar un disco algunos años atrás. Para ellos puede resultar
extraño que, antes de que se extendiese el hábito de descargar música de internet, conseguir
un álbum era, en determinados casos, un acontecimiento muy satisfactorio. El nuevo disco
giraba en el equipo de música, sin freno, durante semanas y las canciones se oían en el orden
establecido por el artista. En nuestras manos, un pedazo de papel o de cartón ofrecía un
correlato visual que se fijaba para siempre en la memoria.
Tanto en la época del vinilo como en la del CD, el arte de tapa de los discos era una puerta de
acceso al universo de los artistas. A través de esa puerta, la gente se relacionaba con las
imágenes, conocía los nombres de los músicos y hasta se sumergía en los agradecimientos
tratando de adivinar qué rol habían cumplido en la creación del disco las personas que
figuraban ahí. La música entraba no sólo por los oídos sino también por los ojos.
De hecho, la historia del rock argentino podría contarse a través de las tapas de sus discos.
Muy sumariamente, el recorrido empezaría destacando el trabajo de Juan Gatti –el creador del
vinilo de Artaud, por ejemplo–, continuaría con las piezas realizadas por Rocambole en los ‘80
–las imágenes de Oktubre, entre otras– y luego debería resaltar la figura de Alejandro Ros,
quien en los últimos 20 años trabajó para artistas como Fito Páez, Luis Alberto Spinetta, Juana
Molina, Soda Stereo, Divididos, Vicentico, Miranda! o Babasónicos.
Desde el primer momento, Ros comprendió que “menos es más” y buscó el modo de borrarse
de escena para funcionar como mediador entre el artista y el público. A pesar del retroceso del
formato disco, sigue haciendo su trabajo con el mismo entusiasmo que, hace ya mucho tiempo,
lo hizo viajar desde Tucumán para inscribirse en la incipiente carrera de Diseño Gráfico de la
Universidad de Buenos Aires.
¿Cómo recordás tu llegada a Buenos Aires?
Le había pedido a mi papá que me mandase a Buenos Aires porque quería estudiar publicidad.
Aún no sabía qué era el diseño grafico, no tenía demasiada información al respecto. En
principio, él me dijo que no porque pensaba que quería venir de joda. Entonces, cursé dos
años de Arquitectura en Tucumán. Cuando se creó la carrera de Diseño Gráfico en Buenos
Aires, pude convencerlo de que me dejara venir. En realidad, quería descontrol, venía por la
joda, mi padre estaba en lo cierto. Cuando llegué, buscaba en el diario avisos de discotecas
que estuvieran cerca de la facultad.
¿Ahí ya sabías de qué se trataba el diseño gráfico?
Quería diseñar tapas de discos. Era una fantasía estúpida; no sabía que lo iba a lograr. De
chico, me encantaban las tapas de los discos. Copiaba cassettes y dibujaba diferentes tapas
con birome.
¿Qué música escuchabas?
No llegaban muchos discos a Tucumán. Obviamente, me gustaban Charly García y Serú Girán,
pero pertenecía a una familia de clase media “grasa”. Entonces, no escuchaba rock, sino la
música grasa que sonaba en la radio. Donna Summer, por ejemplo. Ésa era la información que
me llegaba. Escuchaba a Alan Parsons y no a Pink Floyd.
De todos modos, supiste hacerte un lugar en la escena musical porteña.
Sí. De a poco empecé a conocer gente en las discotecas y los recitales a los que iba. Me
conecté con personas que frecuentaban Cemento, Age of Communication, El Dorado… En esa
época –principios de los ‘90–, la información todavía circulaba en cuentagotas; éramos pocos
los que accedíamos a cierta data. No había internet y el underground estaba formado por 300
personas. Empecé diseñando flyers de discotecas. A través de una compañera, llegué al
estudio de Sergio Pérez Fernández, que hacía las tapas de los discos de Fito Páez.
¿Sabías quiénes diseñaban el arte de tapa de los discos en esa época?
Sabía que, en los ‘80, Horacio Gallo, que hoy es mi amigo, y Nebur [Rubén Vázquez] hacían
las tapas del sello Interdisc. Trabajaban para artistas como Celeste Carballo, Viuda e Hijas de
Roque Enroll, Los Twist o Los Abuelos de la Nada.
¿Cuál fue la primera tapa que hiciste?
Cuando trabajaba en el estudio de Pérez Fernández, tuve que hacer la tapa de Grito en el
cielo, un disco de Leda Valladares en el que ella había compilado bagualas cantadas por
rockeros como Federico Moura o Fito Páez. Fue increíble. En un mismo trabajo, pude conjugar
el bagaje que traía de Tucumán y el mundo que estaba descubriendo en Buenos Aires.
¿Cambió mucho el método de trabajo de los diseñadores en los últimos años?
Cuando empecé, todo era más rudimentario. Los diseñadores cortábamos el material, lo
pegábamos y hacíamos fotocopias. De todos modos, mi manera de pensar el diseño sigue
siendo la misma, sólo cambiaron las herramientas que uso. Mis diseños podrían realizarse sin
usar una computadora. Las máquinas facilitan la concreción de ideas, pero mi trabajo no está
basado en las posibilidades que ofrecen las computadoras. Te diría que casi no sé usar
programas de diseño.
¿Existe un “método Ros” para diseñar portadas de discos?
El método de trabajo varía de según el disco y según el músico. Cada artista es distinto. Yo
opero como un intermediario. No puedo diseñar la tapa de un disco de manera caprichosa.
Para hacer mi trabajo, tengo que analizar qué precisa el músico, qué tipo de personaje
encarna, cuál es su público… Tengo que combinar distintos elementos. Por eso, trato de hablar
con el músico y escuchar el disco muchas veces. Esa etapa del proceso es como una
ceremonia. En un punto, siento que hago música, que mi papel es tan importante como el del
bajista de la banda.
¿Qué información les pedís a los músicos?
En general, les hago una serie de preguntas y les planteo situaciones a partir de las cuales
puede decantar una idea. Después de esas conversaciones y con las experiencias que vivimos
juntos, les presento material y ellos hacen devoluciones. Es un ida y vuelta. Nada en mis
trabajos es gratuito ni fruto de un capricho.
Debe haber músicos que se involucran más que otros.
Claro. Spinetta, por ejemplo, se involucra un montón. Fito también. Los procesos creativos con
Juana Molina son interesantes porque tenemos una forma de trabajar muy parecida. Ella
trabaja sola, como yo; los demás músicos suelen rodearse de mucha gente.
¿Qué pasa cuando un músico no colabora en el diseño de la portada de su disco?
Si el artista no se involucra, el resultado no es bueno. Cuando no logro establecer un diálogo
con el músico, es difícil que tenga una buena idea. Después de tantos años de trabajo, no voy
a hacer un mal diseño, pero va a salir algo frío, sin chispa.
¿Qué debe tener una buena portada?
La tapa de un disco tiene que ser sintética. Es como una marca. A veces, gran parte del trabajo
consiste en restar elementos. Para que el público recuerde un diseño con facilidad, tiene que
tener pocos elementos y pocos colores. El resto depende del perfil del músico con el que uno
trabaja.
EL MÉDIUM
No es una tarea sencilla lograr que Alejandro Ros analice su obra en profundidad. En algún
punto, resulta entendible que un artista dedicado a la síntesis visual no se divierta mucho al
explicar su trabajo. Para eso, está lo que hace: las portadas de discos, las tapas de los
suplementos de Página/12 y el libro Tapa (2006), que compila sus mejores diseños.
Sin embargo, el diseñador no les escapa a las discusiones sobre el uso y abuso de las nuevas
tecnologías, la tendencia a priorizar el trabajo de ilustradores antes que el diseño gráfico y la
necesidad de adaptarse, en su rol de comunicador, a los cambios que propone la industria.
Para cada tema, Ros tiene una opinión escueta, pero firme, que evita la nostalgia y la mirada
apocalíptica del futuro. El hombre que le puso la tapa a buena parte del rock argentino en las
últimas décadas y que redefinió lo que se podía hacer visualmente en un diario de circulación
nacional repasa con autoridad los caminos del diseño gráfico hoy.
En los últimos tiempos, algunos músicos invitaron a artistas plásticos a hacer una obra para la
tapa de sus discos. ¿Qué opinás de esa tendencia?
Da la impresión de que, en algunos casos, dejan que el artista haga lo que quiera en la tapa del
disco. Mi trabajo es muy diferente; no hago lo que quiero. De hecho, a veces siento que lo
correcto es hacer algo que no me gusta. Trato de que mi gusto no intervenga. Mi trabajo es
para el músico y para el público. Uno es un médium.
¿Sentís que es un error?
Es otra forma de encarar el trabajo. Uno puede incluir una ilustración cuando diseña, pero no
siempre. La ilustración es como la fotografía o la tipografía. Se trata de elementos que podés
usar en una composición. Es válido que un músico quiera poner una ilustración en la tapa de
su disco, no es un error. Este trabajo no tiene leyes. Si uno diseña las señales de un hospital,
tiene que seguir ciertas reglas, no tiene mucho margen para crear. En este trabajo, en cambio,
tenemos todo el margen que queramos.
Ante el avance de los formatos digitales y la piratería, se dice que las compañías usan el arte
de tapa como un incentivo para las ventas. ¿Lo ves así?
Antes, las compañías no querían gastar plata de más en el diseño de las portadas porque
vendían discos sin problemas. Después, se dieron cuenta de que tenían que ofrecer un plus
para vender un poco más. Hoy saben que la cajita de plástico con la lámina de 12 por 12
centímetros no genera nada en el consumidor. Por eso, trabajo mucho en las texturas de mis
diseños. Al abrir un disco, la gente hace un recorrido que no es sólo visual. Resulta importante
que el disco se pueda tocar. El objeto debe tener vida.
¿Creés que les queda poca vida a los discos?
Las nuevas generaciones ya no tienen la costumbre de comprar discos. El concepto de álbum
está desapareciendo. Hoy por hoy, se les da más importancia a los shows en vivo y a la
descarga de canciones. En un momento, pensé que me iba a quedar sin trabajo, pero por
ahora sigo haciendo tapas como siempre. Igual, sé que la industria para la que trabajo está en
retirada. De hecho, ya no me pagan como antes. Sin embargo, como esto es lo que me gusta
hacer, sigo adelante.
¿Por qué no se desarrolla un correlato visual para la música en formato digital?
No sé. En un momento, pensé que eso iba a ocurrir. Se hicieron animaciones para
determinados discos, pero después no pasó nada. No se piensa en lo que se ve en las
pantallas de los iPods, por ejemplo. En los reproductores de mp3, la tapa del disco es una
estampilla de un centímetro y medio; no hay data y eso no me gusta. La tapa de un disco es
información importante.
¿No hay gente interesada en cambiar las cosas?
Algunos artistas están volviendo a editar vinilos. En los últimos tiempos, tuve que diseñar
algunos para artistas como Juana Molina, Miranda!, Julieta Venegas o Divididos, pero se trata
de ediciones limitadas.
Si en algún momento desaparecen los discos, tendrías que refugiarte en tu trabajo en el diario.
¿Cómo te llevás con los tiempos de una redacción?
En Página 12 tengo que trabajar rápido porque diseño dos tapas cada semana y necesito
meterme en los artículos. Como muchas veces no están terminados cuando empiezo a
trabajar, los periodistas me cuentan de qué se trata. En algunos casos, hago tapas que
finalmente no tienen nada que ver con el texto y tengo que cambiarlas a último momento.
Las tapas de Radar tuvieron una identidad muy fuerte desde el comienzo.
Cuando empecé a trabajar ahí, Juan Forn, que era el editor, me pedía que le diera al
suplemento un estilo juvenil, moderno, distinto. De a poco, Radar formó su personalidad. Hoy
trabajo en equipo con Juan Boido, el editor del suplemento. Hacemos juntos una especie de
brainstorming. A veces, yo pongo el titular y él pone la imagen.
¿Cómo afectó tu vida y tu trabajo el vínculo con un diario?
Llegué a Página 12 hace 13 años, a través de Horacio Verbitsky. Cuando entré por primera vez
en la redacción, sentí que era un lugar imposible. Era un palo totalmente distinto al mío. Sin
embargo, me enriqueció estar en un entorno que yo suponía ajeno. Me encontré con un
montón de cosas que jamás hubiese conocido de otro modo. Aprendí sobre asuntos que nunca
hubiese investigado por mi cuenta. De alguna manera, amplió mi consumo cultural.
¿Qué harías si, como algunos dicen, también desaparecieran los diarios en papel?
Cuando llegue el momento, veremos qué se hace. Mientras tanto, sigo adelante. No siento
ninguna urgencia. Para mí, es siempre lo mismo: recortar y pegar.
Artículo de Revista G7.com
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