LOLA LÓPEZ MONDÉJAR

Anuncio
Efectos secundarios del individualismo (La Opinión de Murcia 02/05/09)
LOLA LÓPEZ MONDÉJAR
Para el psiquismo humano la capacidad de adaptación es un recurso evolutivo. Tanto es así,
que un conocido psiquiatra definió la salud mental como “la adaptación activa a la realidad”.
Quienes no se adaptan sufren las consecuencias de múltiples formas, en las que el malestar
psicológico está siempre presente.
Sin embargo, en esa definición, el psicoanalista subrayó el adjetivo ACTIVA como
imprescindible, hasta tal punto que, otra encomiable psicoanalista, consideró la adaptación
pasiva a la realidad como patológica, acuñando un término que ya es de dominio común:
normopatía, es decir, la enfermedad de los sobreadaptados, la complacencia sumisa a la
mayoría. Los normópatas son quienes, lejos de avanzar en el camino de su propia subjetividad,
elaborando sus criterios a partir de la crítica de los imperativos sociales, para asumirlos,
rechazarlos o modificarlos, se amoldan pasivamente a ellos, y se convierten en un éxito de la
adaptación, pero en un fracaso clamoroso de la subjetividad. Son legión.
Desde la revolución francesa, las sociedades modernas se han caracterizado por un
incremento progresivo del individualismo: la cadena de producción industrial fraccionada (que
Bauman toma como modelo del nazismo y Sennet de la corrosión del carácter, la
fragmentación de las responsabilidades y la laxitud moral) se ha introducido en el psiquismo,
arrasando con lo grupal. Hoy, la participación ciudadana es escasa y la contestación social
prácticamente inexistente; todos escribimos entre los renglones marcados, para disgusto de
Juan Ramón (“si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”, aconsejaba el poeta).
Los ideales individualistas (que ni siquiera la crisis económica actual parece capaz de
interrogar), nos empujan a elevar por encima de cualquier otro valor el bienestar personal, un
bienestar que es sólo sinónimo de confort, desarrollando una auténtica ceguera para lo que no
seamos nosotros mismos.Sin embargo, este autismo existencial, que se nos propone como
1/3
Efectos secundarios del individualismo (La Opinión de Murcia 02/05/09)
modelo por su afinidad con los principios económicos del tardocapitalismo, tiene peligrosos
efectos secundarios, que contribuyen a la caída de los ideales y de las normas éticas que
ayudan a la convivencia entre los seres humanos. Veamos cuáles son.
El primero de estos efectos secundarios tiene que ver con la percepción de los males ajenos
como irreales. Encerrados en nuestras cómodas casas, cualquier situación que no nos afecte
cobra tal viso de irrealidad que movilizarnos (lo que sería la adaptación activa a la realidad),
requiere una lucha encarnizada contra nuestra propia pasividad contemporizadora, y contra
nuestro pragmatismo conformista. Podemos tocar el sofá con las manos tanto como nuestro
sueldo o nuestra casa, pero la solidaridad, la mentira, la libertad o el dolor ajeno son
intangibles.
Junto a esta irrealidad, otro efecto secundario del individualismo es la ceguera selectiva. El
pragmático individualista no ve la realidad si no está referida a él. Por poner un ejemplo -podría
pensarse que menor-, la suciedad de nuestros montes, repletos de escombros, es
consecuencia de una visión miope e individualista de lo que es mío y lo que no lo es. El
individualista (suelen ser maleducados como un efecto secundario más) arroja al espacio
público la botella de agua vacía o los escombros de las reformas de su casa, porque no ve más
allá de los límites de su patrimonio. Le resulta completamente ajeno pensar que otros sufrirán
las consecuencias de su gesto irresponsable.
El campo de lo social queda así inadvertido, forcluido que diría Lacan; esta ceguera permite al
individualista la connivencia con prácticas políticas como la corrupción, la mala gestión, la
explotación del más débil, la censura, así como una belle indifférence, que hace al
individualista –apoltronado en la atalaya de su sofá-, crítico con quienes no son como él,
sospechando que se encuentran poseídos por otros inconfesables intereses, tan individualistas
como los suyos.
Por último, pero sólo por necesidades de extensión, mostremos el más rotundo y peligroso de
los efectos secundarios: la pasividad. Para movilizarse por otra cosa que no sean nuestros
propios intereses es necesaria la presencia en nuestro mundo interno de los demás, así como
la capacidad de simpatizar con sus circunstancias, su malestar o su dolor, por más que nos
sean ajenos. En el interior del individualista sólo está él mismo. Los otros no existen, ni dentro
ni fuera de él, luego no les ve; pues, como hemos señalado, percibe los principios que apelan a
algo relacionado con los demás como irreales, y la acción no individualista es considerada, por
tanto, incompetente, innecesaria o inútil.
2/3
Efectos secundarios del individualismo (La Opinión de Murcia 02/05/09)
La inutilidad de la acción social es una racionalización tranquilizadora, que comporta el
beneficio de colocar la propia pasividad en los sistemas sociales, considerados tan inamovibles
como él mismo, y alejarle definitivamente así del compromiso de hacer algo por cambiarlos.
Hay una relación directa entre la enfermedad individualista y la aparición y el grado de estos
efectos secundarios. Podemos hacernos directamente el diagnóstico.
Lola López Mondéjar, escritora y psicoanalista. Miembro del Foro Ciudadano
3/3
Descargar