¿Dónde está Dios

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¿Quién ha secuestrado a Dios?
Domingo de la Santísima Trinidad a
P. Clemente Sobrado C.P.
19 de junio de 2011.
Me llegó, no sé de dónde esta bella anécdota.
Un matrimonio tenía dos hijos pequeños,
ambos a cual más traviesos. No podían vivir
sin meterse en líos y conflictos. Cualquier
cosa que sucediese en el pueblo, ya se sabía
quiénes eran los autores.
La mamá oyó decir que el Sacerdote de la
Parroquia tenía mucha experiencia para
manejar a los niños y le pidió si podría hacer
algo. El sacerdote aceptó gustoso. Era un
hombrachón y de voz muy profunda. Pero
exigió hablar primero con cada uno de ellos.
La mamá le llevó primero al más pequeño.
Ya delante del sacerdote éste le pregunta sin
mayores preámbulos:
¿Dónde está Dios?
El niño
Hoy, día de la Santísima Trinidad,
sorprendido no respondió.
he recordado esta anécdota y
De nuevo vuelve a hacerle la
felicito al que la creó, porque se
misma pregunta:
presta a toda una serie de
¿Dónde está Dios? El pequeño
cuestionamientos.
seguía mudo.
Hoy nadie pregunta ¿quién es
Por tercera vez y con mayor
Dios? De eso se preocupan los
insistencia vuelve a decirle:
teólogos que dicen un montón de
¿Dónde está Dios? El chiquito
cosas para dejarnos más confusos
asustado echó a correr y no paró
que antes, porque a Dios no
hasta llegar a su casa. Subió al
podemos meterlo entre las paredes
piso de arriba y se metió en el
de nuestra cabeza. Nunca
closet. Su hermano mayor que lo
sabremos, al menos aquí abajo,
vio le pregunta ¿qué pasa,
quién es Dios. A lo más podremos
hermano?
reconocer sus huellas, que es lo
El chiquito le dice casi sin aliento:
único
que
Dios nos ha
“Hermano tenemos un grave
manifestado de sí mismo.
problema. Han secuestrado a
Dios, y creen que hemos sido
El hombre de hoy, más bien
nosotros”.
pregunta: “¿Dónde está Dios?”
No le preocupa tanto quién es o
cómo es sino “¿dónde está?” Y
nos lo pregunta a nosotros los
creyentes. Quiere saber dónde
encontrarlo. Y es posible que
nosotros sigamos impasibles y no
nos llevemos el susto del niño. Y
tal vez, lo peor, es que no nos
demos
por
aludidos
cuestionándonos de que hemos
sido nosotros los que lo hemos
secuestrado.
El ateo pregunta: ¿dónde está
Dios para que crea en él?
El que sufre pregunta:
¿dónde está Dios que me
hace sufrir?
El que no tiene trabajo
pregunta: ¿dónde está ese
vuestro Dios que no me
consigue trabajo?
El que quiere creer pregunta
a los creyentes: ¿dónde está
ese Dios en quien decís
creer?
¿Sentiremos también nosotros
que, de alguna manera, hemos
secuestrado a Dios porque no lo
manifestamos a los demás y nos lo
guardamos para nosotros o
simplemente lo ocultamos u
oscurecemos con una vida poco
iluminada por El?
De Dios sólo conocemos a través
de las rendijillas de la vida donde
él deja sus huellas.
El único que conoció por dentro
quién es Dios fue Jesús.
Pero nos dijo poco de ese
misterio. Sencillamente lo reveló
y manifestó en su vida.
El se presentó como la visibilidad
del Dios invisible.
Y nos dejó las huellas a través de
las cuales podamos encontrarnos
con El.
Nos dejó sus huellas diciéndonos
que “tanto amó Dios al mundo
que entregó a su hijo para que
todos se salven por él”.
Nos dejó sus huellas en la
parábola del hijo perdido que
regresa a casa entre besos y
abrazos y fiesta.
Nos dejó sus huellas en la oveja
perdida buscada en el monte.
Nos dejó sus huellas en el misterio
de la Eucaristía, sacramento
pascual de su amor.
Nos dejó sus huellas en su Pasión
y Muerte como crucificado en la
Cruz.
Pero esas huellas parecen quedar
lejanas y casi borradas por el
tiempo.
Y el hombre de hoy necesita
huellas más frescas que indiquen
“por aquí pasó, las huellas aún
están recientes”.
Dios no se revela en el cielo, sino
en la tierra, en los caminos de los
hombres.
Y es ahí donde nosotros podemos
mostrar las huellas del paso de
Dios y de la presencia de Dios.
Cada vez que borramos esas
huellas “somos culpables del
secuestro de Dios”.
Cada vez que no vivimos en
coherencia con nuestra fe, “somos
culpables del secuestro de Dios”.
Cada vez que no nos preocupamos
del hermano necesitado, “somos
los responsables del secuestro de
Dios”.
Cada vez que no amamos como El
nos amó, “somos responsables del
secuestro de Dios”.
Todos podemos ser responsables
del “secuestro” de Dios. La
Iglesia, los creyentes, el Pueblo de
Dios,
las
comunidades
parroquiales.
Señor, hoy en tu día, en el día de
tu Santo, la Santísima Trinidad,
los hombres no nos preguntan
cómo eres, nos preguntan dónde
estás, dónde te hemos metido,
porque ellos no pueden verte. Y
ese fue el último mensaje que nos
dejaste: “Y vosotros seréis mis
testigos”. Haz de nuestras vidas
“huellas frescas donde los
hombres puedan decir: por aquí
acaba de pasar, por aquí tiene que
estar”.
Clemente Sobrado C.P.
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