JOSÉ DANIEL ESPEJO

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Paul Krugman y vos. (La Opinión, 8/11/08)
JOSÉ DANIEL ESPEJO
Paul Krugman se ha llevado el Nobel de Economía. Los izquierdistas de salón se han puesto
muy contentos, pues es sabido que este señor, articulista de The New York Times y profesor
en Princeton, es la bestia negra del gabinete económico de George Bush junior. También es
sabida su filiación neokeynesiana, cosa muy provechosa si eres economista con la crisis que
está cayendo, pues a más de un neoliberal lo están corriendo a gorrazos últimamente por
repetir sus mantras clásicos: "el mercado se autorregula" entre ellos. Busquen el nombre en el
gúguel y lean las notas que han ido apareciendo en los diarios: no se enterarán por ellas de
mucho más que esto.
En realidad, Paul Krugman, como recuerda en su nota el muy informado aprendiz de
economista Félix Díez Romero, no se ha llevado el Nobel por todo eso, sino por ser uno de los
principales promotores de una teoría económica llamada "Ciencia regional" o "Ciencia
geográfica". Esta disciplina supera los viejos modelos micro y macroeconómicos,
expandiéndose hacia terrenos de la sociología, el urbanismo, la arquitectura o la ecología, y
tiene como objetivo la ordenación económica del territorio bajo criterios de sostenibilidad.
Aunque el propio Krugman se ha manifestado a favor del libre mercado y repetidamente se ha
desmarcado de líneas de pensamiento altermundista, es evidente que su modelo pone en
cuestión una de las premisas de la globalización económica, en concreto el alargamiento
impune de las cadenas de aprovisionamiento: la extracción de minerales en África para
procesarlos en Bangladesh, ensamblarlos en Hong Kong o en Ciudad Juárez y vender el
producto por todo Occidente, por poner un ejemplo. Ya en los años 70, Krugman demostró que
este modelo era inoperante a la hora de crear riqueza y apostó por la relocalización. Treinta
años después, y tras un aumento de precio del barril de petróleo cercano al 400%, es fácil darle
la razón, pero en la época sus argumentos se las traían.
Este modelo es capaz de predecir fenómenos que de otra manera entrarían en el catálogo de
lo "fortuito" o lo "imponderable", cajón que ya sabemos que los economistas tienen siempre
lleno. Veamos un par de ejemplos. El primero lo conocemos a través de Las baladas del ajo, la
novela de Mo Yan: el gobierno chino se ha propuesto reordenar la producción agraria para
maximizar la rentabilidad, y "anima" a los campesinos a cambiar sus cultivos por el del ajo. Un
par de cosechas después, los precios del ajo se hunden debido a la sobreproducción,
arrastrando a la miseria (miseria sobre miseria) a millones de chinos. Al orientar la producción
propia hacia una demanda externa sobre la que no se tiene un control efectivo, el riesgo se
dispara y se vuelve inasumible. Es curioso que Krugman haya puesto en duda el crecimiento
sostenible de China, precisamente. El fenómeno es similar al que protagonizó el FMI durante
los años 90 en varios países africanos, "recomendándoles" sustituir sus cultivos tradicionales
por el del cacahuete para exportación, producto que arruinó a millones de granjeros debido a
sus continuas depreciaciones y a la imposibilidad de competir en igualdad de condiciones con
la producción subvencionada de los estados sureños de E.E.U.U.
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Paul Krugman y vos. (La Opinión, 8/11/08)
El otro ejemplo que les voy a poner es mucho más cercano. Bueno, más cercano si son
ustedes murcianos como yo, porque en caso contrario les puede parecer economía marciana.
A finales de los 90 y principios de esta década (por cierto, ¿cómo se llama esta década? ¿los
cero cero?), la potencia de la libra esterlina provocó un aumento importante en la demanda de
segundas residencias en la región por parte de compradores británicos. Este fenómeno
monopolizó la política económica (y no solo la económica) regional y su capacidad financiera.
Bajo la presión de los promotores, los ayuntamientos no solo costeros reordenaron sus
territorios para abrirlos a la urbanización "californiana" o de baja densidad, la preferida por los
británicos. Para eliminar barreras medioambientales, la asamblea regional aprobó una Ley del
Suelo, la de 2001, que daba la puntilla a las últimas franjas costeras no invadidas (Cabo Cope,
por ejemplo, será sustituido en breve por una nueva Marina D'Or), y proliferaron puertos
deportivos y campos de golf. Al margen de los innumerables casos de corrupción
sobrecogedora, la tendencia a bordear la ley a toda costa para facilitar las promociones se
extendió, como la figura del convenio urbanístico, que pasó de medida excepcional a norma
general, o la costumbre de aprobar éstos sin el informe favorable de la Confederación
Hidrográfica asegurando el suministro de agua (ahora objeto de una investigación por parte de
la Comisión Europea: de 250 casos en toda España, 121 se han producido en Murcia).
Además, la administración regional decidió apostar en infraestructuras al servicio de este
negocio, como la infame autovía AP-7, entre Cartagena y Vera, que atraviesa la última franja
costera virgen del Mediterráneo hispano con salidas abiertas hacia los futuros desarrollos (el
jefe del ejecutivo regional no se atrevió a aparecer en su inauguración), o el proyectado
aeropuerto internacional de Corvera, que competirá con el de San Javier en tráfico de
británicos, o el macropuerto deportivo de Puerto Mayor, en La Manga, abortado in extremis por
el anterior Ministerio de Medio Ambiente.
Una vez reordenada la economía regional para aprovechar la demanda residencial británica,
los riesgos incontrolables que comenté al hablar de Las baladas del ajo hacen su aparición, y
una crisis financiera internacional destruye la potencia de la libra esterlina y mina la capacidad
adquisitiva de los británicos, mientras el alza especulativa del precio del crudo hace temblar las
aerolíneas de bajo coste, obligándolas a subir sus precios. La demanda desaparece. De
repente, la supuesta rentabilidad infinita de nuestra producción entra en cuestión: primero lo de
infinita, a continuación lo de rentabilidad y por último lo de producción, porque al fin y al cabo
nuestro proyecto no estaba basado en la producción sino en la venta directa de unos recursos
finitos por definición: nuestro territorio. Y en cuanto a sostenibilidad, bueno, ¿quién habló nunca
de sostenibilidad? Eso eran cosas del loco de Krugman, que probablemente estaba drogado,
como todos los hippies en los setenta. En fin. Ahora dice Antonio Cerdá (nuevo consejero de
Medio Ambiente, Agua y Agricultura) que hay que volver a reordenar la economía regional.
Hacia la agricultura de calidad. Suena bien, señor Cerdá. Solo que espero que no esté usted
pensando en el ajo. Ni en los cacahuetes.
José Daniel Espejo. Miembro de Foro Ciudadano de la Región de Murcia.
josedanielespejo.blogspot.com
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