Javier Sánchez Serna

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Su crisis, nuestro exilio
Javier Sánchez Serna
Dice un chiste -que viene circulando estos días por la Red- que en España, una vez acabada
la carrera, tienes tres salidas: por tierra, mar y aire. Y es que la emigración ha dejado de ser un
recuerdo pretérito de padres y abuelos, para convertirse en una realidad cada vez más
presente en nuestras vidas: bien por la marcha de un familiar o amigo, o porque nosotros
mismos nos la planteamos como opción.
Según datos del Censo Electoral de Españoles Residentes en el Extranjero, casi 400.000
españoles han emigrado en busca de trabajo desde el inicio de la crisis. Se trata, en su
mayoría, de jóvenes con estudios superiores que eligen como destino Europa y Latinoamérica.
Aunque algunos pretendan justificar estas cifras invocando al 'espíritu aventurero' de la
juventud, lo cierto es que la generación mejor preparada de la historia de este país se va
porque no le queda otra, porque no tiene la posibilidad de progresar aquí.
Hasta ahora, la nueva emigración ha crecido silenciosamente en forma de ilusiones rotas,
despedidas en el aeropuerto y familias separadas. Pero, al igual que ha sucedido con otras
manifestaciones de esta crisis, tales como los desahucios y los recortes sociales, quizá vaya
siendo hora de visibilizar el problema y, sobre todo, de 'desnaturalizarlo'. Porque el exilio
laboral no es una mera decisión personal, sino una salida casi obligada para cada vez más
jóvenes que no pueden encontrar un empleo digno. Y, más importante aún, porque este exilio
es resultado de unas determinadas políticas que están arruinando el país y robándonos el
futuro.
En un contexto marcado por un 57% de paro juvenil y una tasa de temporalidad del 61%, las
sucesivas reformas laborales no han hecho más que empeorar nuestra situación. Desde
agosto de 2010 -como es sabido-, es posible encadenar contratos temporales
consecutivamente. Y desde el pasado 19 de noviembre --día en que entró en vigor el 'contrato'
de aprendiz- los menores de 25 años pueden trabajar a jornada completa por 423 euros.
Además, el abaratamiento del despido, el fortalecimiento del poder empresarial y el chantaje
del paro, nos obliga a aceptar condiciones de trabajo claramente abusivas y sueldos de
subsistencia (y a veces ni eso).
Por otra parte, las políticas de austeridad, auspiciadas por la Troika comunitaria y aplicadas a
pies juntillas por los sucesivos Gobiernos, están deteriorando gravemente nuestro sistema
educativo y sanitario, empeorando no sólo nuestras condiciones de vida, sino también las
expectativas laborales de los jóvenes investigadores, médicos y profesores. Lo que, dicho sea
de paso, supone un evidente desperdicio de la inversión educativa realizada en los miles de
profesionales que ahora se ven obligados a emigrar, así como un 'golpe de suerte' para
terceros países, como reconocía hace unas semanas la ministra alemana de Trabajo.
El problema, sin embargo, no se acaba con la decisión de abandonar el país, porque esta
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Europa de la austeridad no es precisamente un paraíso de los derechos laborales. La
precariedad se da de igual forma en Alemania, Inglaterra o Bélgica, que en España. Algunos
analistas nos advierten, incluso, de que se está aprovechando la llegada masiva de mano de
obra del sur y el este de Europa para bajar los salarios en los países receptores.
Deberíamos desmitificar, por tanto, algunos aspectos de la nueva emigración. Todos tenemos
amigos y conocidos que se han marchado, y que nos cuentan que las condiciones de trabajo
no son siempre las mejores. Generalmente, estos jóvenes emigrantes se encuentran con
jornadas laborales maratonianas y sueldos muy bajos, que tampoco les permiten construir un
proyecto de vida digno. Además, llegar a un país con un idioma diferente, buscar un trabajo,
dejar atrás a la pareja o los amigos, no es nada fácil y no responde a un 'espíritu de aventura'.
Pero el drama derivado del exilio no sólo atañe al individuo empujado a irse fuera, sino que
también afecta a las familias y al conjunto del país. Sin duda, resulta injusto que el gran
esfuerzo hecho por las familias para que estudiemos y tengamos un trabajo digno, se tire, de
la noche a la mañana, a la basura. Y resulta injusto que la sociedad tenga que perder a sus
jóvenes trabajadores, médicos, científicos o profesores, mientras se le obliga a salvar a los
banqueros y hacerse cargo de su deuda privada.
Paro, precariedad y exilio aparecen, pues, como las tres únicas opciones de toda una
generación. No era eso, sin embargo, lo que nos prometieron, ni para lo que estudiamos, ni
para lo que la sociedad y nuestras familias nos prepararon. Y es, precisamente, esa distancia
entre las expectativas generales de futuro (trabajo, bienestar, derechos) y un presente sin
oportunidades, la que explica fenómenos como el 15-M y, en general, las movilizaciones de la
juventud por todo el Mediterráneo, desde Túnez a Atenas.
Un régimen político y económico que no puede responder a las más esenciales demandas de
su población (dación en pago, paralización de los recortes, creación de empleo), y que nos
empuja al exilio, es un régimen crecientemente agotado. Así, puestos a irnos nosotros, tal vez
haya llegado el momento de echarlos a ellos. Quizá no estemos condenados a ser la
'generación perdida', quizá todavía podamos ser la generación que reconquistó su futuro y
recuperó su país.
(Artículo publicado en Diario La Opinión de Murcia el 6/4/2013:
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/04/06/crisis-exilio/462039.html)
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