“El dinero no es sólo un depósito de riqueza”

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“El dinero no es sólo un depósito de riqueza”
Por Bárbara Schijman De paso por la Argentina, Bill Maurer, especialista en
antropología de las finanzas, ofrece su visión sobre el capitalismo filantrópico, los
nuevos sistemas de pago y las diferencias entre la Gran Depresión y la actual crisis.
Profesor del Departamento de Antropología y director del Institute for Money,
Technology and Financial Inclusion (IMTFI) en la Universidad de California, Irvine,
Bill Maurer es ante todo un antropólogo cultural. Sus trabajos se centran en el mundo de
las finanzas globales, las nuevas prácticas monetarias y financieras, la teoría
antropológica del dinero y el impacto de las tecnologías en su uso, y la interacción entre
los sistemas financieros y los usos sociales y culturales del dinero. Invitado por el
Centro de Estudios Sociales de la Economía (CESE-IDAES), Maurer conversó con
Debate sobre la concepción social del dinero, el ecosistema del dinero móvil como
forma de pago alternativo en sociedades contemporáneas, y el déficit de un capitalismo
filantrópico que se centra exclusivamente en las necesidades y hace oídos sordos a los
deseos de quienes menos tienen.
¿En qué consiste la antropología del dinero y las finanzas?
La antropología tiene una larga tradición en el estudio del dinero. En el pasado, los
antropólogos visitaban sitios en los que la gente apenas comenzaba a utilizar el dinero
occidental. De hecho, en el registro antropológico hay una gran cantidad de
evidencia que versa sobre su unicidad. En el occidente capitalista, la gente tendía
a utilizar una forma de dinero para cumplir diversas funciones a la vez. El dólar de
Estados Unidos representa tanto un depósito de riqueza, un medio para ahorrar y
acumular valor, un medio de intercambio, como así también una forma de pago; se trata
de una unidad de cuenta. En la historia de la antropología podemos encontrar todo
un archivo de estas diversas prácticas del dinero. En los últimos 20 años, el trabajo de
los antropólogos y los sociólogos ha demostrado que la historia que teníamos sobre el
dinero del capitalismo moderno y occidental tiene en realidad mucho de ficción.
¿En qué sentido?
Porque, en realidad, el dinero capitalista moderno y occidental no unifica todas estas
funciones. La gente suele utilizar o poner en circulación una especie de paramoneda, diferentes medios que sirven en paralelo al dinero normal, como cupones o
tickets, entre otros. Por ejemplo, en la cárcel los cigarrillos podrían servir como
dinero en ciertas ocasiones, pero no siempre. O en las comunidades rurales, en
el campo en Europa o América del Norte, en el mundo desarrollado, la tierra constituye
una reserva de riqueza; hay quienes compran tierras para mantener, preservar y
transmitir valor. Empezamos por ver esta diversidad del dinero fuera del mundo
occidental, y a notar luego que, incluso allí, aparece esta pluralidad y diversidad
que hemos tratado de destapar. Por eso, desde la antropología y la sociología estamos
atentos cada vez más a este tipo de prácticas. Muchos toman al dinero como un
equivalente universal, que supuestamente puede convertir todo en un tipo de valor,
cuando en realidad la cosa es bastante más complicada y conlleva significados y valores
sociales. Tendíamos a pensar que el dinero moderno unificaba todas sus funciones, y
que allanaba las relaciones sociales y homogenizaba las diferencias, haciendo que
todo pudiera ser medido en una escala (monetaria) de valor.
¿De qué depende, desde una visión antropológica, la concepción social del dinero?
Conviven componentes y elementos culturales, religiosos y sociales. En muchos casos,
la gente utiliza la representación o concepción que tiene del dinero para delimitar o
sellar cuestiones dentro o fuera de un grupo, o para marcar prácticas religiosas. De ahí
que los antropólogos y sociólogos del dinero hayan sido muy abiertos a la idea de que el
dinero puede ser muchas cosas diferentes al mismo tiempo y que nunca se trata tan sólo
de un depósito de riqueza, sino que hay siempre un elemento muy fuerte que tiene que
ver con las relaciones sociales y la confianza. Tan es así que en la crisis
financiera actual una de las cosas que hemos visto es una especie de disminución de la
confianza en la moneda, la confianza en el dinero mismo, la confianza en la
institución, y la confianza en las finanzas como motor de la economía. Tanto académica
como políticamente, se ve que la gente empieza a cuestionar la ética de las finanzas y el
dinero.
¿Cree que esta pérdida de confianza tuvo que ver con la crisis?
La falta de confianza vino después de la crisis. El problema principal que condujo a la
crisis actual tiene que ver con el fracaso de los mecanismos básicos de las finanzas para
trabajar de acuerdo con la forma en que se supone que deben hacerlo. El juego se armó,
desde un inicio, a favor de quienes controlan las finanzas, pero se llegó a un punto en el
cual había demasiados jugadores, demasiados juegos que implicaban deudas
y créditos… Por otro lado, creo que es parte de una larga historia de aislamiento entre el
poder del Estado y el poder del mercado. Muchas de las protecciones establecidas para
oponerse a la crisis de equidad, que fueran creadas durante la Gran Depresión, se
han reducido en los albores de los años 2000.
¿Puede ampliar esta suerte de paralelismo entre los años 30 y el escenario actual?
Después de la Gran Depresión, estaba claro que el Estado necesitaba establecer
límites al mercado, para nivelar el terreno de juego y proporcionar infraestructuras en
pos de mercados seguros y bien regulados. En la actualidad, la gente habla sobre un
Estado capturado por el mercado, y en la medida en que se trata de elites con
muchos vínculos transversales, por ejemplo, con el gobierno y la banca o las
finanzas, esto es cierto. Aun así, sin embargo, en otras épocas de crisis, los líderes
políticos fueron capaces de movilizar los recursos del Estado para frenar
el mercado. Estas medidas de seguridad respaldadas por el Estado comenzaron a
resquebrajarse en los años 1980 y 1990. La informática hizo posible que se hicieran
operaciones más complejas, fuera de la infraestructura reguladora, y los cambios
legislativos también eliminaron algunas de las regulaciones de la época de la
Depresión. Esto fue un proyecto político, también. Hoy nos enfrentamos, en múltiples
aspectos, con una falta de voluntad política para actuar, por respeto al mercado, aun
cuando algunos actores dentro del mercado buscan la acción del gobierno. También
en los años treinta tuvimos una situación en la que los actores del mercado estaban
operando fuera de los límites de los sistemas y estructuras de regulación. La principal
diferencia, sin embargo, es que entonces teníamos un liderazgo político dispuesto a
hacer movimientos audaces; en cambio hoy el liderazgo está limitado
por treinta años de una ideología neoliberal que sostiene, entre otras cosas, que los
Estados son siempre ineficientes o que deben permanecer fuera del mercado. Y en
muchos países esta idea conquistó a la opinión popular. Pero es el Estado, hay que
recordar, el que en última instancia garantiza el dinero mismo -el dinero es un medio de
pago e intercambio con base en el Estado, emitido por él.
Sus últimos trabajos giran en torno al ecosistema del dinero móvil, ¿en qué
consiste?
Justamente, es muy interesante que el dinero móvil surgiera en escena al mismo tiempo
que la crisis financiera. La idea del dinero móvil apareció porque los operadores de las
redes móviles comenzaron a notar algo bien atractivo. Observaron que en los lugares
donde era posible instalar tiempo de aire o créditos de tiempo en los celulares, y
transferirlos a otra persona, parte de esos minutos se perdían en el pasaje, es decir, se
terminaban desechando. Se preguntaron, entonces, qué ocurría con todo ese tiempo
transferido de unos a otros y qué se podía hacer con ese tiempo que permanecía en el
aire, sin uso. Los minutos se empezaron a utilizar, entre unos y otros, como una especie
de medio de pago informal; como una cuasi moneda de cambio. Algunas empresas
comenzaron a estudiar el modo de brindar un servicio que permitiera enviar dinero a
través del mensaje de texto, como una propuesta de negocio. La razón por la cual este
sistema atrae a las empresas es, sobre todo, que el llamado de voz consume un ancho de
banda considerable, mientras que el texto es muy económico. Por otro lado, en gran
parte del mundo, a excepción de Estados Unidos o Canadá, la gente cambia de
compañía de teléfono con mucha frecuencia. Un cliente de una empresa determinada
hace sus llamadas con diferentes chips, cambia la tarjeta SIM de su celular, y llama a
través de otra red para ahorrar dinero. Frente a esta situación, algunas compañías vieron
la necesidad de ofrecer algún sistema que no requiriera cambiar de compañía pero que
el cliente, aun sin hacerlo, ahorrara dinero. Así surgió esta idea del dinero móvil, que
permite enviar dinero a través de mensajes de texto entre conocidos de una misma red.
Más allá de que se trata de un sistema ofrecido por empresas de telecomunicación, sus
reguladores son parte del Estado.
¿Cómo se convierten estos minutos en efectivo?
Estos servicios generalmente trabajan a través de una pequeña aplicación, un pequeño
programa, que está en la tarjeta SIM. Si una persona recibe dinero a través de un
mensaje de texto, va a su agente, muestra el mensaje de texto, recibe un pin y luego el
dinero en efectivo. Esto convierte a estos quioscos/agentes que venden créditos de
tiempo, básicamente, en una especie de cajero automático humano para el envío
de dinero en todo un país.
¿Qué beneficios otorga al consumidor?
Tiene el potencial de ser una maravillosa manera de brindar acceso a los servicios
financieros a las personas con pocos recursos, quienes por lo general tienen acceso
a celulares y a redes móviles, pero no al sector financiero formal. En su mayoría, están
fuera del sistema bancario; son comerciantes informales de dinero. A través de este
sistema no tienen que tratar con prestamistas o depender de que alguien los ayude con
dinero. Si uno puede convertir su crédito de tiempo en dinero, entonces tiene una forma
de transferir dinero: me pueden enviar y puedo recibir minutos de tiempo en el aire
y convertirlos en dinero. Una vez que este tiempo se transforma en efectivo, se
transforma en una forma de almacenamiento de valor y un medio de transferencia de
valor a otra persona. Lo que algunos operadores de telefonía móvil hicieron fue permitir
a sus clientes comprar dinero electrónico, un vale electrónico de dinero, que se envía
luego a través de la red móvil de cliente a cliente y que se paga en
quioscos especiales administrados por el servicio de dinero móvil. Si bien todos
deberíamos estar escribiendo acerca de las finanzas, los dispositivos complejos del
mercado que llevaron al mundo a la ruina, la deuda y el crédito, y el capitalismo
milenario, lo cierto es que los instrumentos de prepago están ocupando una parte cada
vez mayor de la industria de pagos, sobre todo, a raíz de la crisis financiera
mundial, y dado que la computación móvil y en línea transforman la naturaleza de
la compra y el pago en el mundo entero.
¿Dónde comenzó a utilizarse este sis-
tema?
El sistema del dinero móvil comenzó en las Filipinas y Kenia, lo que representó toda
una innovación en el mundo en desarrollo. Una de las cuestiones fascinantes acerca del
dinero móvil es que ha despertado nuevas conversaciones entre los reguladores estatales
de los países del Sur global sobre el surgimiento de nuevos productos financieros y
sistemas tecnológicos, independientes de los del Norte. Ha creado nuevas
colaboraciones y comunidades de conocimientos en materia regulatoria y tecnológica en
el Sur. En algunos lugares del mundo ha sido increíblemente exitoso. En Kenia, por
ejemplo, tiene gran notoriedad y una inmensa cantidad de adeptos, utilizado por más de
un tercio de la población que circula dinero de esta manera. Y tiene efectos positivos.
¿Cuáles, por ejemplo?
Evita que la gente deba soportar las pesadas cargas tarifarias de los prestamistas. Allí,
este sistema fue decisivo justo después de las elecciones de 2009; aquéllos eran tiempos
de mucha violencia en Kenia. Este método fue absolutamente crucial para la
supervivencia de la economía porque la gente se encerraba, no salía de sus casas a causa
de la situación, pero aun así pudo enviar dinero a quienes tuviera que hacerlo. Muy
probablemente, este tipo de servicios no funcione en los Estados Unidos. En primer
lugar, porque casi toda la población tiene una suscripción telefónica, por lo que no se
compra tiempo, sino que se paga una suscripción mensual, y también porque
hay disponibilidad de servicios financieros para los pobres. Es fácil, hay cajeros
automáticos en todas partes, y están los bancos que otorgan créditos cooperativos. El
interés por este sistema está creciendo muy rápidamente y hay una gran cantidad
de experimentos en curso, no sólo con dinero móvil, sino también con divisas en línea
y medios virtuales. Por tomar un par de ejemplos solamente: Facebook ha puesto en
marcha su Facebook Credits (Créditos Facebook) y Google tiene su Google Wallet
(Billetera Google), que puede utilizarse en línea desde una computadora o un celular.
¿Qué relación existe entre este sistema con aquello que se da por llamar
capitalismo filantrópico?
Hay un punto interesante en esto. La empresa filantrópica y las microfinanzas quieren,
en esencia, ser capaces de extender el crédito a la gente con menores recursos para que
puedan satisfacer sus necesidades. Se trata de financiamiento productivo para
microempresarios y, por lo general, también dirigido a educación, salud, situaciones de
emergencia; es decir, lo que podríamos llamar inversiones sociales. Y una y otra
vez seguimos viendo que el crédito, incluso si está destinado a usos productivos o usos
sociales, tiende a orientarse hacia el consumo, por cuestiones de marke-
ting o la
existencia de funestas corporaciones. Con frecuencia, solemos asumir que nosotros
tenemos deseos pero que “ellos” tienen necesidades. Los profesionales del desarrollo
suelen ver necesidades y pobreza, y a menudo pasan por alto el hecho de que no se trata
sólo de pobreza, la pobreza existe, pero existe en un mundo muy complicado en el
que la gente tiene deseos, aspiraciones y sueños.
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