¿Dónde nació Israel P ¿En el norte ara

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Procedencia de los primeros israelitas
J. TREBOLLE, RñB 15 (1997) 15-24.
En este artículo, observar cómo la manifestación de Dios se va haciendo lentamente a lo largo de la historia,
incluso a través de la influencia de otras religiones. La Revelación no es mágica, sino que Dios se muestra a
través de la realidad, de la historia y parte de la respuesta a su iniciativa es descubrir su presencia. Tener
a la vista un mapa e ir dibujando los movimientos de tribus hacia la tierra de Canaán.
¿Dónde nació Israel? ¿En el norte arameo o en el sur madianita, como una población nómada
inmigrada posteriormente a Canaán o como un grupo de hapiru liberados de Egipto y asentados en
Canaán, o surgió más bien como una población agrícola autóctona en la región Canaán que más tarde
sería el territorio de los reinos de Israel y Juda?
Este artículo sitúa esta cuestión en una perspectiva amplia, que incluye la geografía cultural del
Antiguo Oriente en la que nació Israel. Esta perspectiva permite reconocer el cruce incesante de
poblaciones y de culturas que se daban cita en esta zona de tránsito obligado que constituye el sur de
Canaán, que vino a ser la “tierra de Israel”, éretz Yisrael o Palestina.
1. Los orígenes de Israel en relación con la cultura de Canaán y del Antiguo Oriente.
El historiador de los orígenes de Israel se encuentra ante una situación paradójica. Israel nace a la historia
en la segunda mitad del segundo milenio a.C., pero la historiografía escrita por los propios israelitas corresponde
al primer milenio y es, por tanto, muy posterior a los hechos a los que hace referencia. Los relatos de los
orígenes aparecen engrandecidos, adaptados a nuevas situaciones, utilizados en función de ideas y situaciones
de épocas posteriores. Por todo ello, los investigadores acuden a las fuentes extrabíblicas, no israelitas, del
segundo milenio a.C. en busca de datos que contribuyan a verificar lo conocido por las fuentes bíblicas de época
posterior. Pero las fuentes extrabíblicas no hablan para nada del pequeño pueblo de hebreos que nacía a la
historia en la montaña de Efraín en los tiempos turbulentos de la transición de la Edad del Bronce a la del Hierro.
No es menos cierto, sin embargo, que estas fuentes extrabíblicas del segundo milenio a.C. contribuyen de modo
decisivo a conocer las raíces de la lengua, de la literatura, de las instituciones sociales y políticas y de religión y
cultura de Israel, que arrancan en cualquier caso del segundo milenio a.C., aunque no tuvieron cumplido
desarrollo hasta los inicios del primer milenio.
a. Por lo que respecta a la lengua hebrea, la inscripción más antigua conocida en lengua hebrea
es la del llamado Calendario de Gezer, del s. X, así como la descubierta recientemente en Tell Dan. Pero el
hebreo, como los otros dialectos cananeos del primer milenio, el fenicio y el moabita, y probablemente también el
edomita y el amonita, tiene raíces más antiguas entroncadas con el cananeo del segundo milenio a.C., conocido
a través de transcripciones en jeroglíficos egipcios o de la escritura cuneiforme de las tablillas de Tell–el–Amarna.
Así pues, por razones de lengua, los israelitas formaban parte de la geografía lingüística y cultural cananea.
b. Por lo que se refiere a la literatura, los paralelos cananeos, egipcios, hititas y mesopotámicos
contribuyen a comprender mejor el carácter de la historiografía israelita. Muchos motivos literarios y religiosos así
como instituciones de carácter político y social encuentran antecedentes y paralelos en el mundo egipcio, aunque
transmitidos a Israel no por vía directa sino a través del cauce cananeo y posteriormente del fenicio. Así, algunos
textos relativos al acceso al trono de Israel (2Sm 7; 1Re 3 y 8) son adaptaciones de las Königsnovelle egipcias
(relatos sobre reyes). La historia del “ascenso de David al trono” ha sido comparada con la apología de Hattusilis
de los textos hititas. El relato de 1 Samuel sobre el retorno del Arca capturada por los filisteos (1Sm 6) reproduce
modelos mesopotámicos que hacen referencia al retorno de las imágenes de los dioses capturadas en la guerra.
c. En lo tocante a la religión de Israel, representaciones de Yahveh, como la del “Yahveh guerrero”,
están tomadas de la religión cananea conocida por los textos de Ugarit. Si el yahvismo tiende a rechazar los
trazos de la divinidad ligados al dios cananeo Ba‘al, incorpora, por el contrario, sin mayor dificultad aspectos del
dios supremo del panteón cananeo, el dios ’el. Los himnos y lamentaciones de la liturgia hebrea encuentran
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paralelos nada menos que en textos sumerios (Hallo, Kramer, Kutscher). Es bien conocida la relación entre los
textos bíblicos sobre la creación del universo y del hombre y los mitos mesopotámicos. El mito de Atrahasis, al
igual que la Biblia, establece una secuencia entre la creación de la humanidad y su destrucción por un diluvio.
Como en otras muchas ocasiones, los comparativistas de la literatura se dividen en este caso en dos
tendencias: unos ven las semejanzas entre ambos relatos y otros insisten en las diferencias.
d. En el campo del derecho, tan importante en relación con la Tora, los edictos misharum babilónicos
han suministrado paralelos a instituciones israelitas, como el año sabático y el año jubilar. Se ha demostrado
además que el tipo de ley apodíctica [mandatos que prohiben, sin dar ninguna razón, p.e., ‘no matar’] (Alt)
no es exclusivo de Israel ni tiene necesariamente carácter cultual. Se ha escrito mucho sobre los pactos hititas
de vasallaje, que se han relacionado con las fórmulas de la alianza en Israel.
Otros campos en los que la literatura y la religión comparadas han cosechado éxitos llamativos son los que
se refieren a la Sabiduría (listas enciclopédicas, Job y el problema del sufrimiento individual, colecciones de
proverbios, etc.), la poesía amorosa (el Cantar de los Cantares), la iconografía, etc.
Así pues, a pesar de la falta de datos y de lo tardío de la redacción de los escritos bíblicos y gracias a las
numerosas fuentes extrabíblicas de las que hoy se dispone, la historia de Israel no comienza en el vacío, sino que
encuentra en las grandes culturas vecinas y dentro de la propia geografía y cultura cananea a la que pertenece,
los paradigmas simbólicos y literarios y las estructuras sociales, políticas y religiosas a partir de las cuales Israel
construyó su identidad específica y su destino propio.
2. El Israel venido de fuera
Israel es el producto de factores indígenas y alienígenas, endógenos y exógenos. Se formó a partir de dos
componentes básicos de población: uno venido de fuera por inmigración y otro .autóctono de la propia geografía
palestina.
El elemento nómada inmigrado era fundamentalmente de origen arameo y procedía de más allá del
Jordán, de las estepas sirias. Un grupo venido también de fuera, no muy numeroso tal vez pero decisivo en la
conformación del primitivo Israel, fue el de los seguidores de Moisés, que se habían establecido en un
determinado momento en Egipto y se instalaron en Canaán tras su liberación de la esclavitud egipcia.
El segundo componente, autóctono o establecido desde antiguo en la zona de Canaán que más tarde sería
el territorio de Israel y Judá, era fundamentalmente sedentario y agrícola. Vivía en las aldeas diseminadas por las
llanuras costeras y la montaña central en relación de dependencia respecto a las ciudades-estado situadas
predominantemente en la llanura.
Esta distinción entre nómadas y sedentarios, entre un Israel de fuera y uno de dentro, no ha de ser
exagerada. Se tiende fácilmente a oponer nómadas y sedentarios como dos mundos antagónicos, uno dedicado
al pastoreo y otro a la agricultura. En los tiempos en los que Israel comenzaba su andadura histórica en la
geografía de Palestina, la sociedad estaba compuesta a la vez de pastores y de agricultores. Una misma tribu
podía contar con miembros dedicados al pastoreo en una zona más o menos amplia y otros plenamente
sedentarizados en aldeas próximas. A partir de estudios sobre el nomadismo en Mari se suele hablar de un tipo
de “sociedad dimórfica”, un régimen de vida a caballo entre el desierto y la tierra cultivable, entre la vida nómada
y la vida agrícola.
Las tradiciones del Génesis ofrecen una imagen de la vida patriarcal que no deja de presentar ciertas
incongruencias. Los patriarcas aparecen rodeados de rebaños de ovejas y de mulos de carga, pero las
condiciones de vida en las que se mueven corresponden en mayor medida a las de una población sedentarizada.
Las tradiciones patriarcales no hacen referencia a la trashumancia ni a ritos nómadas como el de la pascua.
Abrahán aparece también como un habitante de la ciudad de Hebrón habituado al género de vida urbano. En la
plaza pública situada en la puerta de la ciudad, Abrahán compra un terreno para enterrar a Sara, su esposa,
como corresponde a quien desea perpetuar su memoria en el lugar en el que reside.
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Los tres géneros de vida, nómada, agrícola y urbano, son constitutivos de la sociedad cananea en la que
nació Israel. Cabe representar los orígenes de Israel como un proceso evolutivo que arranca de unos orígenes
nómadas en la época patriarcal, pasa por una fase de sedentarización agrícola en la época de los Jueces, y
culmina en la fase de urbanización en el período de la monarquía. Pero se puede pensar también en términos de
una correlación de estas tres fuerzas desde los primeros momentos de la historia de Israel: la población de Israel
era fundamentalmente agrícola en relación estrecha, en ocasiones tensa y por lo general pacífica, con las
poblaciones nómada y la urbana, de las que también formaba parte.
a. Los Bené-Yacob, nómadas procedentes de más allá del Jordán
Aunque las tradiciones patriarcales recibieron forma en una época posterior, Israel, como sus vecinos de
los reinos arameos y de Transjordania, cuenta con antecedentes nómadas, a los que se refieren aquellas
tradiciones patriarcales.
Este pasado nómada aporta a la religión de Israel un tipo de religiosidad particular, caracterizado por la
relación personal que une al patriarca con el dios protector de la tribu.
Entre los elementos que la religión de Israel incorporó de la religiosidad nómada figura la circuncisión,
practicada en los reinos vecinos de Ammón, Moab y Edom, y también en Egipto entre los sacerdotes, pero
desconocida entre los asirios y filisteos y tal vez también entre los cananeos. Figuran también determinadas
prácticas funerarias, tabúes como los de no comer carne de cerdo y de otros animales, no ingerir sangre (Lev
17,14), y abstenerse de contacto sexual en determinadas circunstancias, así como el uso mágico del vestido, del
manto o del bastón (Moisés, Elias), el mal de ojo (2 Re 5,11), y toda suerte de bendiciones y de maldiciones. El
herem (exterminio de todo lo capturado en la guerra) era también una institución de origen nómada; el botín de
guerra venía considerado como pertenencia de dioses extraños hasta tanto no fuera debidamente purificado; el
herem hacía del botín de guerra una propiedad de YHWH; de este modo, la aplicación de las duras leyes del
derecho de guerra quedaba muy suavizada, a pesar de que la institución del herem siga apareciendo, desde una
perspectiva evangélica o moderna, como algo éticamente reprobable.
La religión nómada constituye el antecedente de la religiosidad patriarcal de la Biblia. Las tradiciones del
Génesis hacen referencia a pequeños grupos nómadas, caracterizados por un tipo de religiosidad familiar. Hasta
los inicios del período premonárquico (ca. 1000 a.C.), la familia era la base de un tipo de religiosidad cuyo
horizonte no desbordaba las necesidades y condiciones de vida familiares.
En contraste con la religiosidad yahvista de las tribus en la época de los Jueces, la religiosidad patriarcal y
familiar llama la atención por la ausencia de elementos guerreros. El dios familiar acompaña y “está con” el
patriarca en los momentos de peligro, pero la intervención del dios no reviste nunca formas militares y guerreras.
Surge un conflicto entre las familias de Jacob y de Labán y los dioses familiares no cumplen más función que la
de garantizar el pacto establecido entre los dos grupos (31,53).
El culto familiar se ajusta al ritmo de la vida del grupo, sin llegar a constituir una actividad específica que
precise personal especializado. El patriarca es quien ejerce las funciones sacerdotales. El culto no suele estar
ligado a un lugar preciso ni tampoco a un tiempo determinado. Entre los ritos practicados destaca la ofrenda de
animales. La familia guarda en su poder imágenes de sus dioses.
b. El grupo mosaico procedente del sur y el “YHWH del Sinaí”
Una idea muy corriente hace del yahvismo una religión nómada, conforme a lo dicho hasta ahora. Sin
embargo, el nombre de Yahveh era todavía desconocido en la época patriarcal, hasta tanto no fue dado a
conocer a Moisés en la teofanía del Sinaí, tal como reconoce el pasaje de Éxodo 6 de origen “sacerdotal”. Por
ello, otro pasaje bíblico, Éxodo 3, advierte que el dios “Yahveh”, conocido tras la teofanía del Sinaí, era el mismo
dios “Elohim” al que los patriarcas habían rendido culto anteriormente. La religión de los patriarcas, que no
conocía a YHWH ni al yahvismo, constituye el sustrato profundo de la religión yahvista.
El yahvismo tuvo origen a partir de una experiencia histórica concreta. Los detalles de esta historia se han
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perdido por completo. Fue la experiencia vivida por un grupo de seguidores de Moisés, que se vieron liberados
de la esclavitud a la que habían estado sometidos en la región del Delta del Nilo. Este grupo no pertenecía ya al
mundo nómada. Su marcha por el desierto desde Egipto hasta Canaán no responde al género de vida nómada.
Los seguidores de Moisés no parecen adaptarse a las condiciones de vida del desierto, añoran la estabilidad
mínima que tenían en Egipto y precisan la ayuda de los auténticos nómadas que encuentran en su camino.
El origen de la religión yahvista se relaciona con este grupo de hapiru, formado básicamente por
prisioneros de guerra de origen étnico muy diverso, condenados a trabajos forzosos en la región de Pi y Ramsés.
La fe yahvista fue el elemento que integró y dio cohesión a este grupo de marginados, carente de cualquier otro
vínculo de solidaridad. El yahvismo fue el catalizador que precipitó el movimiento de liberación de este grupo de
esclavos, que siguió a un líder carismático, Moisés, movido por la fe en el dios YHWH. Alentado por la esperanza
de liberación, el grupo mosaico adquirió el grado de solidaridad necesario para emprender una acción común
conducente a la liberación de la esclavitud. Al igual que al hablar de las “guerras de YHWH (más abajo), cabe
hablar también aquí de una synergeia o acción conjunta de YHWH y de los hombres: YHWH que libera y el grupo
mosaico que se libera de la esclavitud gracias a la esperanza en el YHWH liberador.
El estrato literario más antiguo de los relatos del Éxodo contiene ya el dato básico de la tradición y de la fe
yahvista: YHWH tomó la iniciativa de liberación e intervino en el momento en el que la revuelta estaba a punto de
fracasar. Sobre este dato fundamental, la tradición posterior acumuló motivos y desarrollos de todo tipo, como el
del número de plagas que cayeron sobre los egipcios con objeto de doblegar la voluntad del faraón egipcio; el
grupo mosaico pretendía rendir culto en la montaña sagrada del Sinaí y el faraón se negaba tozudamente a
permitir su salida de Egipto.
El mundo simbólico expresado en las tradiciones del Éxodo estaba basado en una experiencia histórica de
liberación social y política, ligada a una vivencia o revelación religiosa. Todo ello confería al grupo de los
primeros yahvistas y a la religión yahvista un marcado acento histórico y socio–político. Si las religiones estatales
del Antiguo Oriente se remontaban a mitos de tiempos primordiales (los tiempos del origen del cosmos y de la
vida), la religión de Israel partía de una experiencia enraizada en la historia, cuya función no era la de legitimar el
poder y el orden social establecidos, sino, muy al contrario, la de promover un movimiento de liberación de la
esclavitud egipcia.
El universo simbólico y religioso del yahvismo era el de un grupo marginado que hubo de luchar por sus
derechos sociales. Su primera función fue promover un movimiento de solidaridad dentro del grupo mosaico, al
tiempo que marcaba una distancia radical respecto a un orden externo considerado injusto. Establecía también
las bases para una integración social que hiciera posible en el futuro la convivencia libre y pacífica entre los
miembros del grupo. Este enraizamiento en la experiencia histórica del Éxodo generó entre los israelitas y en el
yahvismo una tendencia permanente a tomar distancias respecto al poder constituido, no sólo de las potencias
opresoras extranjeras sino también dentro de la propia sociedad israelita.
Existe una cierta línea de continuidad entre la “religión de los padres” y la “religión yahvista”, tal como
supone la misma tradición bíblica, pero de una a otra se produce un salto cualitativo. Los mismos textos bíblicos
ponen de relieve la “novedad” religiosa que ello implica. El grupo mosaico vivió la experiencia de una relación
con su dios, plenamente enraizada en la historia, que produjo un cambio radical en la vida del grupo. Nada
semejante cabe encontrar en la religiosidad patriarcal. La religión yahvista abre un nuevo espacio a la acción
humana en el mano de la relación con la divinidad. Es significativo el hecho de que los estudios actuales
reconozcan un mayor peso específico a la figura de Moisés de lo que era habitual a comienzos del s. XX o hace
tan sólo unas décadas. En el pasado se pretendió hacer de Moisés el “fundador” de la religión de Israel,
sirviéndose de un modelo abstracto y teórico, cuya aplicación no es válida tampoco en los casos de Zaratrusta o
Mahoma. Sin un “Moisés histórico”, por muy borrosos que puedan ser sus contornos históricos, es difícil explicar
la historia de los orígenes de la religión de Israel (ALBERTZ).
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c. El dios YHWH y el yahvismo, procedentes del sur y del Sinaí
Las primeras referencias al dios YHWH lo sitúan en la zona geográfica del sur de Palestina (Ex 3,1-6; Jue
5,4s.; Sal 68,8s; Dt 33,2; Hab 3,3; 1Re 19). No cabe pensar que fueron los israelitas de una época posterior los
que localizaran al dios YHWH en un territorio extranjero y alejado del espacio geográfico de Israel, sin que ello
respondiera a un recuerdo histórico. La tradición que sitúa los orígenes del culto a YHWH en la región del sur de
Palestina parece tener por ello visos de historicidad.
Moisés mantuvo relaciones con la población madianita de la región situada al Este del golfo de Aqaba (Ex
2,15ss; 3,1; 18). Es muy improbable que los israelitas pudieran inventar el origen madianita del dios YHWH, dada
la hostilidad que los israelitas mantuvieron permanentemente con los madianitas en épocas posteriores. Los
madianitas o los kenitas rendían culto al dios YHWH mucho antes de que los primeros israelitas comenzaran a
hacerlo y antes también de que el grupo mosaico llegara a formarse. Moisés conoció al dios YHWH seguramente
a través de su suegro madianita, Jetró. El hecho de que YHWH fuera una divinidad de unas tribus nómadas,
madianitas y kenitas, ofrecía un punto de entronque entre la religión nómada de los patriarcas bíblicos y el
yahvismo mosaico.
El dios YHWH es, por tanto, más antiguo que la misma religión de Israel. Era la divinidad de una montaña
sagrada situada en el sur de Palestina. Era, en definitiva, un dios venido de fuera, un dios extranjero. Como
divinidad de una montaña situada en una región apartada y desértica, cuya población nómada carecía de
organización política, no era una figura adecuada para representar la legitimidad del poder de un Estado
monárquico. Era, por el contrario, un gran símbolo de liberación para el grupo de oprimidos como el que, bajo la
guía de Moisés, emprendió la lucha por la liberación de la esclavitud egipcia y logró llegar a la montaña sagrada
de YHWH, el “Dios de los Hebreos”, un dios de marginados y desheredados (Ex 3,18; 5,3; 7,16; 9,1.13; 10,3).
YHWH era al mismo tiempo un dios del tipo “Hadad”, dios de la tormenta, con caracteres similares a los del
dios Ba‘al conocido por los textos ugaríticos (“que cabalga sobre las nubes”, Sal 68,5; Is 19,1). Estos trazos de la
figura de YHWH pueden remontarse muy bien a época preisraelita, pero lo característico de la religión yahvista es
que hace intervenir desde el primer momento a este antiguo dios de la tormenta en el marco de la historia política
y social del grupo de sus seguidores.
La tradición del Sinaí recoge experiencias históricas vividas por el grupo del Éxodo, pero no es fácil
conocer el alcance histórico de tales experiencias. Las referencias al “Sinaí” apuntan seguramente a un santuario
situado en una montaña en la región fronteriza entre Edom y Madián. Las tribus nómadas de la zona, madianitas
en su mayoría, acudían con regularidad a este santuario. Moisés y el grupo que había conocido la experiencia
del Éxodo tuvieron allí conocimiento del culto al dios YHWH.
La teofanía de YHWH en la montaña del Sinaí fundó el culto al dios YHWH practicado por el grupo mosaico y
más tarde por los israelitas. La identificación del dios YHWH como el dios libertador de la esclavitud egipcia sólo
pudo producirse gracias al contacto con la montaña de YHWH en el Sinaí de los madianitas. La importancia de los
acontecimientos del Sinaí radica en que constituyen el punto de enlace necesario para la identificación de YHWH
como el Dios del Éxodo.
El culto de YHWH en el desierto carecía todavía de la complejidad que adquirió más tarde. Contenía ya de
alguna manera algunos de los elementos básicos del culto y de las instituciones religiosas que tuvieron más tarde
amplio desarrollo.
El relato de la teofanía en el Sinaí supone que el dios YHWH transmitió a Moisés diversos mandamientos y
leyes, pero es difícil determinar el contenido ético y legal de la alianza del Sinaí. El grupo del Éxodo se dio sin
duda unas normas éticas y jurídicas básicas, un derecho tribal o un derecho de costumbres al menos. El
decálogo (Ex 20,1-17), el libro de la alianza (Ex 20,22-23,19), el decálogo cultual (34,11-26) y el material legal de
origen sacerdotal constituyen cuerpos legales que aparecen relacionados con los acontecimientos sucedidos en
el Sinaí. Sin embargo, ninguno de ellos se remonta a una época tan antigua como es la mosaica.
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3. La constitución de la federación de tribus israelitas
La federación de tribus israelitas estaba integrada por población agrícola y nómada de Palestina, que logró
independizarse de los poderes aristocráticos de las ciudades cananeas. El grupo del Éxodo llega a tierras de
Canaán en una época de cambios y de movimientos de independencia social y política. Este grupo portaba
consigo las tradiciones relativas a la liberación de Egipto, que estimularon el proceso de liberación de las tribus
asentadas en Canaán, haciendo posible la constitución de un orden social nuevo entre la población de la región
montañosa y el mantenimiento de su libertad durante los dos siglos de la época de los Jueces de Israel.
Las tribus israelitas constituyeron una federación conforme a un modelo organizativo opuesto al de tipo
monárquico de la ciudades cananeas. En una sociedad tribal, las relaciones sociales se basan en el parentesco
real o ficticio entre los miembros de las tribus. Entre los miembros de la familia exógama (bet ’ab) y del clan
endógamo (mispajá) el parentesco es real. En el marco de una tribu numerosa (sebeth, matté) y más todavía de
una confederación de tribus como la de Israel, el parentesco es en gran medida ficticio o “político”. La tribu era un
conjunto de clanes que habitaban una determinada región y se unían ocasionalmente para acciones políticas
concertadas. La pertenencia a una tribu era algo flexible, pues los diferentes clanes podían adscribirse según las
circunstancias a una tribu o a otra; una tribu podía también dividirse en dos o más (la tribu de Manasés dividida al
este y al oeste del Jordán) o fusionarse con otra para formar una sola (la tribu de Simeón absorbida por la de
Judá). Las tribus se movían por lo general en una zona geográfica determinada, por lo que solían recibir el
nombre de la región correspondiente (p. ej., la tribu de Efraín, que habitaba en la montaña de Efraín).
Las instituciones de la sociedad tribal estaban integradas por “los ancianos” y por “los hombres de la
ciudad”, dos gremios independientes que actuaban sin coordinación alguna establecida. En algún sentido cabe
hablar de una forma primitiva de democracia, basada en el consenso entre los estamentos concernidos por
cualquier acción colectiva concertada. El ámbito de actuación de estas instituciones políticas se limitaba al
territorio de una o de pocas tribus. Hasta la instauración de la monarquía, no llegó a constituirse institución
alguna de ámbito “nacional” que alcanzara a la totalidad de las tribus federadas.
Se han ensayado diversos modelos de explicación de la sociedad de las tribus. Noth propuso la tesis de la
llamada “anfictionía” israelita. Al modo de las anfictionías greco-latinas, la anfictionía israelita estaría formada por
las doce tribus, unidas por un pacto o alianza.
Crüsemann ha propuesto como modelo de análisis el de la “sociedad segmentarizada”, conocido en
sociedades tribales africanas. Rogerson habla de una asociación de chiefdoms. La dificultad es siempre la falta
de datos que permitan suponer la existencia de una dirección central de la sociedad de las tribus. En Israel, el
tipo de organización tribal parece haber estado caracterizado por la ausencia de una instancia superior o de un
poder centralizado, así como por el desarrollo, en sentido contrario, de mecanismos sociales que impedían la
acumulación de poder político y económico. Era, por tanto, una sociedad de carácter acéfalo e igualitarista.
El tipo de sociedad tribal israelita respondía a una opción decididamente contraria al modelo de relaciones
basadas en el dominio político. Se oponía resueltamente al modelo social de las monarquías establecidas en las
ciudades–estado cananeas. Permitía la institucionalización del poder político en la medida estrictamente
necesaria para garantizar la seguridad y la supervivencia de las familias y de los clanes, preservando al máximo
su libertad e independencia. Es significativo el hecho de que, al parecer, los israelitas establecieron tratados de
paz únicamente con las ciudades regidas por sistemas oligárquicos o “democráticos”, como era el caso de
Gabaón y de Siquén. Por el contrario, las ciudades que, según los textos bíblicos, fueron conquistadas por los
israelitas, eran ciudades regidas por auténticas monarquías, como Heshbon, Taanach y Jerusalén (SCHÄFERLICHTENBERGER). La forma y el régimen de gobierno eran, por tanto, el elemento determinante para una
convivencia pacífica entre las tribus de Israel y las ciudades cananeas. La unidad de la confederación de las
tribus de Israel estaba basada en el ideal común de autonomía y de libertad, y no tanto en las instituciones a
través de las que se pretendía hacer realidad este ideal.
El propio nombre de la confederación de las tribus de Isra–’el (“’el domina”, “’el se muestre dominador”)
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constituye una confesión de fe religiosa y un programa social y político: ningún hombre ni autoridad humana ha
de dominar a otro hombre. “Israel” optaba decididamente por una forma de religión y de política opuesta a toda
forma de dominio ajeno al de YHWH.
La presencia del elemento ’el en el nombre Isra’el se remonta a un estadio de la historia de la religión en el
que el dios de la federación de las tribus israelitas era todavía ’el y no YHWH. La estela del faraón Mernepta de
ca. 1220 a.C. prueba la existencia de una entidad denominada Isra’el ya en esta época. Existió un Israel
preyahvista, constituido por un grupo social asentado en la zona nororiental de Siquén. La población agrícola que
formaba los estratos inferiores de la sociedad cananea se emancipó bajo el santo y seña del dios ’el, cuyo
nombre integra el propio de Isra–’el. En un momento posterior hizo su aparición el grupo del Éxodo venido de
Egipto, que entró en Canaán por el este ocupando la región de la montaña central. Este grupo mosaico, portador
de la fe yahvista tras su paso por la región de Madián, fue el que transmitió e infundió la identidad religiosa ligada
al yahvismo a las tribus que habían iniciado su proceso de liberación y de constitución de una federación
autónoma. Las tribus de Manasés, Efraín y Benjamín, asignadas más tarde a la descendencia de Raquel, eran
las que se consideraban descendientes del grupo del Éxodo. Las tribus asignadas a Lea descendían, por el
contrario, de los estratos más antiguos de la federación de tribus. La integración de estos dos grupos de tribus
vino favorecida por la coincidencia de intereses entre los antiguos hapiru huidos de Egipto y los grupos más
antiguos de marginados de la propia sociedad cananea.
El dios supremo del panteón cananeo, ’el, constituía una instancia dominadora, que legitimaba desde
arriba el poder de los Estados y reyes cananeos. El dios YHWH, por el contrario, era el dios propio de una región
del desierto del sur que no aparecía integrado en ningún panteón politeísta. Era un dios que había mostrado su
eficacia en la liberación de los rescatados de Egipto y que aparecía ligado en exclusividad a un grupo social de un
status inferior. El dios YHWH parecía predestinado para ser el dios de unas tribus que, bajo su protección,
trataban de alcanzar y de asegurarse la libertad frente a las ciudades–estado cananeas. Cabe suponer, por
tanto, que YHWH fue muy pronto aceptado en el mundo simbólico religioso de la federación de las tribus e
integrado al mismo tiempo con la figura del dios ’el. En la época monárquica esta relación entre la religión de
YHWH y la de ’el era un dato ya adquirido.
Así pues, el yahvismo constituye la base de los lazos de solidaridad entre los miembros de la federación
israelita y, a la vez, el ideal de libertad frente al dominio de propios o extraños. La designación y la figura del nasi’,
“representante” o dirigente de una tribu o grupo de tribus, como es el caso de Gedeón (Jue 8,22s), expresan bien
el modelo de sociedad que la federación de tribus pretendía instaurar, bajo el principio de que YHWH es el único y
verdadero Señor de Israel. La designación de nasi’ reaparecerá en tiempos de Ezequiel en un intento de sustituir
el modelo monárquico por otro más cercano al antiguo ideal de la sociedad yahvista.
Como dios de Isra-’el, que ejerce el dominio e impide el de cualquier otro poder o autoridad humana, YHWH
se convierte en el símbolo máximo de la primera sociedad de las tribus israelitas. La relación con YHWH crea un
tipo de solidaridad que no se basa en lazos institucionales establecidos desde arriba, sino sobre una libertad
ganada en una dura lucha desde abajo. YHWH es también el único y verdadero propietario de la tierra. El relato
de Nabot, ajusticiado para poder confiscar su herencia familiar que no era sino “herencia de YHWH”, pone de
relieve el ideal igualitarista y el carácter de la sociedad de las tribus. En el momento de máximo esplendor de la
monarquía de Israel bajo Acab, este ideal tenía todavía suficiente fuerza como para que surgieran figuras y
movimientos de enfrentamiento al poder regio, como las representadas por Nabot y el profeta Elías.
Es significativo también el hecho de que, al contrarío de lo que sucedió en los reinos vecinos de Moab y
Ammón, Israel tardara un par de siglos en dar el paso desde la estructura acéfala de la sociedad de las tribus a
una sociedad monárquica centralizada. Influyó en ello el talante igualitario opuesto a toda relación de poder y
dominio, que caracterizaba a la religión yahvista y a la sociedad tribal nacida del yahvismo.
El yahvismo constituye un sistema socio–religioso que engloba la religión yahvista y el modelo de sociedad
yahvista intentado por la federación de tribus israelitas.
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