Pregón Moros y Cristianos 2006

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Pregón Moros y Cristianos 2006
José Ballesta Germán
PREGÓN MOROS Y CRISTIANOS 2006
¡Noble y honrada, risueña y pintoresca, qué hermosa estaba
Murcia cuando el monarca de Castilla, Alfonso el Sabio, tomaba
de ella posesión ya para siempre! Murcia, ciudad clara de
colores calientes, de piedras tostadas y notas deliciosas de luz.
Las calles estrechas, “vereditas del cielo” como las llamaba
Pedro salinas. Cielos, nubes, montañas, colores, vientos,
claridades. Toda la belleza intacta del paisaje murciano. Murcia
erguida en hermosura.
Sr Presidente de la Federación de Moros y Cristianos de Murcia,
Reyes, abanderadas, embajadores
Kábilas y mesnadas
Festeras y festeros
La ciudad de Murcia, cuando el Rey Sabio hace su entrada
triunfal, conquista el corazón de éste, hasta el punto de que su
corazón ha quedado con nosotros para siempre. La imagen de
Murcia, que contempla Alfonso X ya no la podrá olvidar:
Reclinada en el margen del Segura, que le sirve de espejo donde
mira su graciosa imagen; cercada de fuentes e incomparables
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muros, a trechos guarnecidos de salientes y cuadradas torres, a
guisa de vigías; con el confuso y apiñado grupo del desigual
caserío, de blancas azoteas, asomando virtuoso y regocijado por
entre la almenada crestería del cinturón de piedras que la ciñe;
con las gallardas torres del Alcazar-Kibir, hasta entonces fastuosa
morada de sus reyes, y del Alkazar-Saguir de sus gobernadores,
descollando sobre la quebrada línea del resistente adarve, cómo
descuellan las cúpulas doradas de sus mezquitas. Entre los domos
de los altos y rojizos minaretes, solitarios y silenciosos ahora, los
penachos de las esbeltas palmeras y el desbordamiento, en fin,
lujoso y exuberante, de los frondosos huertos y de los plácidos
jardines que amenizan y embellecen la población con mágicas
entonaciones y espléndidos matices, se alza, en efecto, ufanosa y
rica, provocativa y encantadora, llena de sin igual señorío,
Murcia. La contempla el colosal castillo de Monteagudo, que la
ha visto nacer arrullada por los vientos de la discordia surgida
entre yemeníes y maaditas en el siglo III de la Hegira (IX d. J.C.)
como la mejor de las obras del Abdal-Rahman II que funda la
ciudad de Murcia el domingo 25 de junio del año 825, con objeto
de establecer en ella un baluarte desde el cual controlar y, en caso
necesario, cortar las luchas que se producían entre los grupos
rivales musulmanes yemeníes y mudaríes que poblaban la región,
llegando a convertirse en la capital de la provincia de Todmir. Su
protagonismo es indiscutible desde el momento de su fundación
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al ser designada como centro de residencia del gobernador
musulmán, que le llevará a ser la primera ciudad del Reino, sin
discusión, desde el siglo XIII.
Fueron aquellos habitantes árabes los que abrieron las venas al
Segura haciendo serpentear el agua por acequias, brazales y
partidores; fueron ellos quienes en memoria de Palmira y
enamorados de su lejana patria plantaron aquí las erguidas
palmeras que entonan el paisaje de nuestra huerta; ellos quienes
transformaron en vergel las tierras maltratadas por los
desbordamientos del Segura, del Sangonera y del Guadalentín.
Compararon los poetas musulmanes el suelo de Murcia con el de
Egipto; el río Tader o Segura con el Nilo; las terribles
inundaciones de nuestra tierra con las benéficas del río sagrado.
Fueron aquellos agricultores de Egipto y Arabia, habitantes del
Yemen, los que hicieron de ti, Murcia, el jardín oriental de AlAndalus.
El mejor lugar para pasar el invierno, entre cañas, cúpulas
y casas.
Para pasar la primavera, lugares por donde se desliza el
agua sobre praderías, llanuras y colinas.
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Y para el otoño, lugares de aguas, o alhamas, entre árboles,
castillos y caseríos.
En Murcia se reflejan los árboles en las aguas cristalinas
del río, dejando rodar palabras bellas, como piedras preciosas,
en noches de luna llena.
Embriagándonos con el aroma de los árboles y flores,
mientras el alba despertaba.
En 1243, el Reino musulmán de Murcia es incorporado a la
corona de Castilla, fruto de los pactos de Alcaraz, suscritos por el
infante D. Alfonso e Ibn Hud.
Algunos musulmanes murcianos abandonan la tierra que les
vió nacer. Y la tradición describe la tristeza grande y profunda
que se retrata en el tostado semblante de los moradores islamitas,
gente valerosa, llena de ánimo franco y liberal. El poeta árabemurciano Hazim Al-Qartayanní, nacido en el Reino de Murcia en
1211 y muerto en el exilio tunecino, describe así su melancolía:
Por el paraíso de la tierra vagué, amigo mío, y ahora, lejos
de allí, tengo el corazón entre tinieblas.
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Ese paraíso, lugar donde todas las alegrías hacen alto, es
Murcia, patria de mi solaz y morada de mis gozos.
¡Oh Murcia, cuánta gente dulce y dichosa hay entre tus
arrayanes! ¡Y cuánto sosiego!
¡Cómo recuerdo la corriente de tu río alejándose de ti; o el
puente de Waddad, que contemplaba desde la orilla elevada,
aguas arriba!
Canta Hazim a su tierra murciana y canta a España entera, desde
su exilio de la corte tunecina, recordando su tierra natal
Pero ahí no acaba la historia. Cuentan las crónicas y
describen los historiadores que muchos regresaron desde las
tierras lejanas a las que habían sido deportados.
En la segunda parte del Quijote, Sancho se encuentra a un
morisco que regresa a su pueblo, disfrazado con un hábito de
romero, después de haber sido expulsado de los reinos de España
él y todos los de su nación. Son, sin duda, dos de las páginas más
conmovedoras de nuestra literatura, regadas por las lágrimas de
ese morisco que relata la pena de verse alejado de su patria. "Lo
más terrible que nos podía dar", dice, y añade "Doquiera que
estamos lloramos por España; que en fin, nacimos en ella y es
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nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento
que nuestra desventura desea".
Pues bien, no sé si alguno de ustedes recuerda el
nombre que tiene este personaje en la obra más importante de la
literatura universal como es el Quijote. Miguel de Cervantes
utiliza para ese morisco un nombre que a todos nos es familiar,
Ricote. Probablemente porque fue este Valle murciano uno de los
principales focos de repoblación mudejar de estos españoles del
exilio.
Y, sin embargo, nada tienen que recelar los islamitasmurcianos del monarca de Castilla, quien, como blasón y
emblema de la grandeza de Murcia, borda en el pendón concedido
a la ciudad cinco reales corazones, con los que alude a los cinco
principados que constituyen el Reino. El Rey Sabio acude solícito
y generoso a preservar los restos de la cultura mahometana,
respetando propiedades, amparando los derechos y mostrándose
con largueza protector de los mudéjares. Conserva a los
murcianos su administración propia con su rey de la estirpe de los
Beni-Hud, su aljama o concejo y su justicia mayor; otorga el
beneficio del mercado semanal y atiende al embellecimiento y
mejora de la población con muchas y muy estimadas exenciones
que alcanzan por igual a musulmanes, cristianos y judíos.
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Hablar de las costumbres de los murcianos es hacerlo de las
singularidades de un pueblo que, a lo largo de los siglos ha sido
cruce de caminos, encrucijada de civilizaciones y tierra de
fronteras. Las costumbres de los murcianos son innumerables y
difíciles de describir: nuestro lenguaje, nuestras tradiciones y
creencias, leyendas y cuentos, labores y objetos, recuerdos y
juegos, cantos, músicas y danzas constituyen un patrimonio
singular que hace que muchas veces adoptemos actitudes basadas
en la costumbre. Se ha llegado a decir que el murciano piensa y
discurre por costumbre; que estas costumbres son suyas, y, casi
todas, indefinibles, inexplicables.
A la hora de pretender definir en que consiste eso que
llamamos “identidad murciana” se acude a respuestas difusas.
“Somos distintos” se dice. Se apuntan definiciones por exclusión:
“No somos andaluces, ni manchegos, ni, por supuesto,
valencianos”. Caro Baroja, en sus “Apuntes murcianos”, señala en
1950: Murcia es una encrucijada de las más típicas que hay en
España, donde se cruzan lo castellano-manchego, lo aragonés, lo
valenciano, lo alicantino y lo andaluz de un modo matizado y
gradual.
Murcia ha sido a lo largo de la historia tierra de fronteras. Es
posible
que
la
personalidad
del
murciano
surja
como
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consecuencia de la amalgama de los pueblos circundantes y que la
Región de Murcia tenga sus señas de identidad en la síntesis, en el
mestizaje. Efectivamente, este territorio arrinconado en el mapa
de España, ha estado emplazado, desde sus orígenes, entre
cartagineses y romanos, entre visigodos y bizantinos, entre
castellanos y aragoneses, entre cristianos y nazaríes, entre
españoles y berberiscos, a orillas del Mediterráneo. Lo propio del
genio murciano ha sido ensamblar, de manera singular, todas
estas culturas, fecundarlas recíprocamente, para generar, en el
presente, una síntesis histórica y una personalidad cultural
irrepetible.
Somos, los murcianos, habitantes de un lugar de España, a
caballo entre culturas y formas de ser distintas, todo lo cual
contribuye a configurar nuestra natural y privativa forma de ser.
Siempre será poco cuanto hagamos, los que nos sentimos
arraigados en el solar de este viejo Reino de Murcia para hacer
compatible y complementaria nuestra pertenencia a ese cuerpo
superior que llamamos España con nuestro legítimo patriotismo
local; por mantener vivas unas formas de convivencia y de
civilización, ese peculiar humanismo murciano en el cual
convergen todos nuestros particularismos, y que tan característico
es de la auténtica identidad murciana.
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Como ejemplo vivo y real de todo lo dicho, nuestras Fiestas de
Moros y Cristianos, en las que se integran de forma armoniosa
tradiciones y costumbres de diversa procedencia, en las que
recordamos el origen medieval de la ciudad y la fusión de razas,
ideologías y religiones que se produjo en el siglo XIII. La
herencia árabe, que transmitió a los murcianos sensibilidad,
comunicación, diálogo, ejercicio mental, cultivo de las artes,
buenas maneras y un punto de tolerancia, todo lo cual contribuye
a configurar nuestra personalidad como pueblo. La herencia
cristiana, que se manifiesta en la fe recibida de nuestros mayores,
en la austeridad de vida, en la inquietud por conocer nuevos
horizontes, en la capacidad de trabajo y en nuestro permanente
estado de búsqueda de un futuro mejor para nuestros hijos. El
murciano ha sabido aceptar, tamizar y asimilar costumbres,
prácticas artísticas y actividades lúdicas de otros pueblos, que a lo
largo de los tiempos han ido creando unas líneas propias de ser y
actuar,
las
cuales
han
dado
como
resultado
nuestro
comportamiento actual.
La Fiesta de Moros y Cristianos, lugar común en el que
queda reflejada, sin palabras, esa manera de ser, esa personalidad
tan única de todos nosotros, los murcianos.
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A todos vosotros representantes de las Kábilas del bando moro:
Abul
l-
Abbas,
Aban
Mardenox,
Mudéjares,
Abeniyad,
Abderraman II, Moros almohades de Murcia, Ibn Arabi,
Almorávides de Munsiya. A vosotros, que vestís con orgullo los
ropajes moros, recordaros las palabras del insigne erudito Merino
Alvarez:
“hoy como ayer, todo es obra de moros: todo es moro: moro es
el traje, en que el turbante se convirtió en pañuelo y montera, la
chilaba en capote, el calzón berberisco en los zaragüeles y las
babuchas en alpargate; moros en la huerta, los naranjales, los
almíbares y mil otras confituras, mora la barraca construida con
adobes; mora la alquería; mora, en fin, la música de las
malagueñas murcianas, de las parrandas y de las torrás, en las
que al son de una bandurria o de una guitarra, nuevas
reminiscencias del cour árabe, vibra el corazón y el alma de un
pueblo”.
A todos vosotros Damas y Caballeros de las mesnadas del bando
cristiano:
S Juan de Jerusalem, Caballeros y damas de santa Maria de la
Arrixaca, Huestes de Fernando III, cuartel de los caballeros del
Temple, Orden de Santiago, Caballeros y Damas del Infante D
Juan Manuel, Caballeros y Damas del Rey Jaime I el
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conquistador. A vosotros que sumais en soberbio espectáculo, la
elegancia de los ropajes femeninos con la nobleza de los
masculinos consiguiendo en el desfile que vuestras policromías
sean como una prolongación del color y la luz de la ciudad
huertana, como una escenificación barroca que parece estar hecha
a imagen y semejanza del temperamento apasionado y vital de los
murcianos. Vosotros cristianos, defendisteis a lo largo de los
siglos este territorio situado en una auténtica situación de
encrucijada. Nuestro rincón suresteño ha sido siempre una
frontera animada, como testimonia la orla de Castros Torres y
castillos que circundan el antiguo Reino de Murcia y que tan
pródigamente han proyectado su imagen y sus símbolos en
nuestros escudos. Vosotros cristianos, levantaisteis sobre las
ruinas de la mezquita, el mas grande prodigio que vieron los
tiempos, nuestra Catedral, cuya fachada, resume en piedra la
historia vida y milagros de esta ciudad.
La ciudad de Murcia, presidida por la Torre de la Catedral,
ornada, graciosa, entre la ligereza y la robustez, con un color
suave, admirable. La torre que es lo primero que buscamos
ansiosos con la mirada los murcianos cuando regresamos de viaje
para que nuestro corazón encuentre la tranquilidad. Torre de la
Catedral, admirada por artistas y poetas, como Gerardo Diego:
“Aprende, amigo, goza del Segura.
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Sube a la reina torre a distenderte
En círculos de lumbre y de verdura”.
“La torre como un vigía…” cantamos los murcianos en el himno
a nuestra madre y patrona, la Virgen de la Fuensanta. La torre
como un vigía, la torre como un poema de piedra que se eleva en
forma de símbolo, que perpetúa el amor de los hijos por su madre
del cielo.
Moros y Cristianos, murcianos todos, sintamos en sano orgullo de
haber nacido en una tierra que nada tiene que envidiar a otras.
En el fondo, escribe el prof. Jover Zamora, somos uno de los
pueblos más viejos de España, con sus raíces a orillas del
Mediterráneo, entre las colinas y las calas de Cartagena, Mazarrón
y Águilas, a través de los cuales penetró en nuestra tierra la
civilización y la lengua de Roma, el cristianismo, las corrientes
liberales y democráticas de los últimos siglos e incluso el mismo
principio federativo que actualmente ha constituido el fundamento
de la nueva Europa. Somos uno de los pueblos más viejos de
España; pero hoy somos uno de los más jóvenes, con una de las
tasas de natalidad más altas de la nación y con una capacidad de
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iniciativa dentro y fuera de nuestra tierra que ha venido a hacer
realidad viva, la bella y fuerte definición que de nuestro pueblo
nos legó Miguel Hernández: “Murcianos de dinamita –
frutalmente propagada-.”
En esta noche de Septiembre, Murcia nos habla y nos dice:
Soy Murcia, la de las sequías tórridas y las de las contumaces
avenidas de río, la hija de la luz como la bautizara nuestro místico
Ibn Arabí, la de la dulzura del clima y la claridad en el aire, la de
los escudos en sus caserones, la de los colores en tonos calientes,
sepias, ocres, canelas y la gama infinita del rosa al amarillo en
esos mismos colores según las horas. La de las plazas con
hechizo, apacibles, silenciosas. La de la gente acogedora. La del
canto ancestral de los auroros, con voces varoniles de la huerta al
compás de la campana. La de sus barrios porque hay una Murcia
más o menos grande, formada por varias murcias pequeñas que
son sus barrios. S Nicolás, S Pedro, S Antolín, S Juan, S Lorenzo,
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el Cármen y Santo Eulalia. Soy Murcia, la de las caras alegres de
los niños, esos que en semana santa forman un enjambre de
aprendices penitentes, con sus túnicas de fuertes colores, sus
medias bordadas por las abuelas, obsequiando caramelos en
genial desconcierto a todo el que se acerca. Murcia, la que lleva
en sus aires, sones de parrandas, fragancia de huertos, leyendas
árabes, retazos levantinos, señorío castellano y monumentalidad
barroca. Soy Murcia, ese lugar como escribe Ramón Gaya, al que
regresamos permanentemente los murcianos, para recordar esa
especie de hálito suyo, único inconfundible, ese leve espesor del
aire, esa sutil carnalidad del aire…. Esa preciosa y enigmática
sustancia última ( o mejor primera) de lo murciano. Ese pueblo
que mantiene la “humanidad murciana” y que caracterizado los su
proyección afectiva hacia lo pequeño y débil utiliza el diminutivo
en “ico”
que dice más que muchos libros acerca de la
idiosincrasia de un pueblo que lo aplica en su vida cotidiana.
Este pregonero llega ya al final de su camino, y quiere concluir
recordando unas palabras de un querido compañero en la
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Universidad de Murcia, el profesor Flores Arroyuelo, en las que
define, a través de los sentimientos ese concepto de identidad
murciana que hoy he querido compartir con ustedes.
“Se dice con demasiada frecuencia que se ama lo que se conoce,
pero también es cierto que se conoce porque se ama. Con
Murcia, posiblemente suceda lo segundo, se la ama de antemano
y con ello parece que ya hemos llegado a donde nos guía nuestro
deseo. Por eso se puede decir que hay tantas Murcias como
tantos murcianos la pueblan, e incluso más; que hay tantas
Murcias como tantos extraños curiosean en ella, pero no es así.
Murcia sólo hay una, llena de contrastes, compleja, diferenciada,
oculta, golpeada por el sol de pobres ríos, de fértiles vegas, de
cielo azulón, de montañas enormes en cuyas cimas la vegetación
se hace pobre, de horizontes en los que la mirada reverbera…
Todo ello, al final, es Murcia, un país llamado Murcia”.
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