Milagros-Signos de Jesúsx

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A. MILAGROS DE JESÚS
Los milagros de Jesús pueden dividirse en cinco grupos:
1 -Sobre la naturaleza,
2-De curación física,
3-De liberación demoníaca,
4-Victorias sobre voluntades hostiles y
5- Resurrecciones
Milagros sobre la naturaleza: 9
Cambia el agua en vino en Caná (Jn 2).
Primera pesca milagrosa (Lc 5).
Calma la Tempestad (Mt 8; Mc 4; Lc 8).
Primera multiplicación de panes (Mt 14; Mc 6; Lc 9; Jn 6).
Camina sobre las aguas (Mt 14; Mc 6; Jn 6).
Segunda multiplicación de panes (Mt 15; Mc 8).
La moneda aparece en el pez (Mt 17:27).
Maldición de la higuera (Mt 21; Mc 1l).
Segunda pesca milagrosa (Jn 21).
Milagros de curación física
Jesús hizo muchísimas curaciones milagrosas en su vida pública. Hay referencias
en los Evangelios a muchas curaciones que no son relatadas en detalle (Mt 4; Lc 4,
6; Mc 6), pero si se relatan 20 curaciones:
El hijo de un funcionario real (Jn 4).
La suegra de Pedro (Mt 8; Mc 1; Lc 4).
El leproso (Mt 8; Mc 1; Lc 5).
El paralítico (Mt 9; Mc 2; Lc 5).
El paralítico de Betesda (Jn 5).
Hombre de la mano paralizada (Mt 12; Mc 3; Lc 6).
El sirviente del Centurión (Mt 8; Lc 7).
El ciego (Mt 12; Lc 11).
La Hemorroísa (Mt 9; Mc 5; Lc 8).
Dos ciegos (Mt 9).
Endemoniado mudo (Mt 9).
El sordomudo (Mc 7).
Ciego de Betesda (Mc 8).
Niño lunático (Mt 17; Mc 9; Lc 9).
Ciego de nacimiento (Jn 9).
Mujer encorvada por espíritu inmundo (Lc 13:10-13).
Hombre hidrópico (Lc 14:1-4).
Diez leprosos (Lc 17).
Ciego de Jericó (Mt 20; Mc 10; Lc 18).
El siervo que perdió la oreja (Lc 22:51).
Milagros de liberación de endemoniados (exorcismos con manifestaciones
físicas).
Las formulas generales para exorcizar (Mc 1) y el pasaje de Mt 8: 16 -"le trajeron
muchos endemoniados"- demuestran que endemoniados eran numerosos en la
vida pública de Jesús. Algunos casos fueron contados con detalle. Algunos de
estos incluyen también curación física y por eso aparecen en la lista de arriba.
Endemoniado en Capernaum (Mc 1; Lc 4).
Sordomudo (Mt 12; Lc 1 l).
Geraseno (Mt 8; Mc 5; Lc 5).
Endemoniado mudo (Mt 9).
Hija de la mujer Syro-Fenicia (Mt 15; Mc 7).
Niña lunática (Mt 17; Mc 9; Lc 9).
Mujer encorvada por espíritu inmundo (Lc 13:10-13).
Victoria de Jesús sobre voluntades hostiles
En algunos casos en los que Jesucristo ejerció poder extraordinario sobre sus
enemigos no está claro si fue por intervención de poder divino o por los efectos
naturales de la ascendencia de su extraordinaria voluntad humana sobre la de
aquellos hombres. En Jn7:30, 44; 8:20 los judíos no lo arrestan porque la hora no
había llegado. En Jn 8:59, no lo arrestan porque se escondió. Hay dos casos en que
parece que se trata del ejercicio de su poder:
1. Cuando saca los vendedores del Templo (Jn 2; Mt 21; Mc 11; Lc 19);
2. El episodio de su escape de la turba hostil en Nazaret (Lc 4).
Resurrecciones
Jesús respondió a los enviados de Juan Bautista: «Id y contad a Juan lo que oís y
veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Mt 11; Lc
7). La forma general en que habla de resurrecciones hace pensar que Jesús resucitó
a muchos más de los tres que no aparecen en el Evangelio:
Hija de Jairo (Mt 9; Mc 5; Lc 5).
Hijo de la viuda de Naim (Lc 7).
Lázaro (Jn 11).
B. MILAGROS DE JESÚS
Catholic.net.
Los milagros de Jesús son los hechos sobrenaturales que se cree fueron realizados
por Jesucristo en el curso de su vida terrenal y que han sido recogidos en los
Evangelios canónicos. Estos milagros se pueden clasificar en cuatro grupos: las
curaciones, exorcismos, la resurrección de los muertos y el control sobre la
naturaleza. El número exacto de los milagros depende de cómo se cuentan los
milagros, por ejemplo, en el milagro de la hija de Jairo, donde una mujer se cura y
una niña es resucitada, pero los dos acontecimientos son narrados en los mismos
párrafos de los Evangelios, y por lo general de forma conjunta, y el hecho de que la
niña tenía 12 años y la mujer había estado enferma durante 12 años ha sido objeto
de diversas interpretaciones.
Estos milagros causaban la indignación de los escribas y los maestros de la ley.[1]
En esos tiempos, los escribas, fariseos y otros, atribuyeron a una confabulación con
Belcebú este poder de expulsar a los demonios. Jesús se defendió enérgicamente de
estas acusaciones.[2] Según los relatos evangélicos, Jesús no sólo tenía el poder de
expulsar demonios, sino que transmitió ese poder a sus seguidores[3] Incluso se
menciona el caso de un hombre que, sin ser seguidor de Jesús, expulsaba con éxito
demonios en su nombre.[4]
Según lo escrito en Mateo 11: 20-24, Corazín, Betsaida y Cafarnaún —también
llamada Capernaúm—, son la ciudades donde Jesús realizó la mayor parte de sus
milagros, debido a que estos todavía no se arrepentían de sus pecados.
Jesús les pide a los apóstoles que crean por esas obras, y establece que quien cree
en Él, podrá hacer las obras que Él hace y que todo lo que pidan al Padre en su
nombre Él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.[5]
Veinticuatro milagros sobre curaciones
Siete curaciones de espíritus inmundos
En estos pasajes se puede observar que incluso los demonios se postran ante Jesús,
lo obedecen y lo reconocen como el Santo Hijo de Dios.
El de la región de Gerasa (Mt. 8:28-34, Mc. 5:1-20, Lc. 8:26-29): Era poseído por
muchos espíritus inmundos que se hacían llamar Legión, que fueron expulsados y
entraron en un hato de cerdos, que luego murieron.
El mudo (Mt. 9:32-34): La gente estaba asombrada y los fariseos afirmaban que
gracias al príncipe de los demonios Jesús realizaba sus exorcismos.
El endemoniado ciego y mudo (Mt. 12:22-23, Lc. 11:14-15)
La hija de la cananea (Mt. 15:21-28, Mc. 7:24-30): Fue un milagro llevado a cabo en
la región de Tiro y de Sidón, por petición y gracia a la fe de la madre de la víctima.
El niño epiléptico (Mt. 17:14-21, Mc. 9:14-29, Lc. 9:37-43): Los discípulos que
acompañaban a Jesús no pudieron curar al niño porque tenían falta de fe.
El de la sinagoga en Cafarnaúm (Mc. 1:21-28, Lc. 4:31-37): Fue sanado en los días
de reposo,
María Magdalena (Lc. 8:1-3): De la cual salieron 7 demonios. También sanó a otras
muchachas, entre ellas: Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana.
Cinco curaciones de paralíticos
El criado del centurión en Cafarnaún (Mt. 8:5-13, Lc. 7:1-10): Fue curado distancia
por petición y gracias a la fe del centurión.
No está claro si el relatado en el Evangelio de Juan es el mismo milagro, ya que el
beneficiario es en este caso el hijo de un cortesano, aunque los detalles de la
narración son idénticos.
Un paralítico de Cafarnaún (Mt. 9:1-18, Mr. 2:1-12, Lc. 5:17-26): quien estaba
postrado, y también le fueron perdonados sus pecados. Los escribas acusaron a
Jesús de blasfemo.
El hombre de la mano seca (Mt. 12:9-14, Mc. 3:1-6, Lc. 6:6-11): debido a este milagro
los fariseos se enfurecieron y murmuraban planeando la destrucción de Jesús.
La mujer en la sinagoga que estaba encorvada y no podía enderezarse (Lc. 13:1017): esta curación tuvo lugar también en sábado y en una sinagoga, por lo cual
Jesús fue criticado.
El de Jerusalén (Jn. 5:1-18): este hombre llevaba 38 años enfermo y fue sanado un
sábado en un estanque llamado Betesda en hebreo.
Cuatro curaciones de ciegos
Los dos ciegos de Cafarnaúm (Mt.9:27-31).
Bartimeo, el de Jericó (Mt. 20:29-34, Mc. 10:46-52, Lc. 18:35-43, también encontrado
en el Corán): Él le suplicó misericordia y Jesús le dijo que fue salvado gracias a su
fe.
El de Betsaida (Mc. 8:22-26): A quien sanó poniéndole saliva en los ojos e
imponiéndole las manos
El de nacimiento (Jn. 9:1-41): Jesús lo sanó restregando lodo hecho con su propia
saliva, en los ojos del ciego, quien luego se lavó en la piscina de Siloe (enviado).
Dos curaciones de leprosos
De un leproso de Galilea (Mt. 8:1-4, Mc. 1:40-45, Lc. 5:12-16, también encontrado en
el Evangelio Egerton y en el Corán): fue curado al ser tocado por la mano de Jesús.
De diez leprosos (Lc. 17:11-19): iban camino a Jerusalén y Jesús los curó con el
poder de su palabra.
Otras seis curaciones
La fiebre de la suegra de Pedro (Mt. 8:14-15, Mc. 1:29-31, Lc. 4:38-39): fue sanada en
su casa en Cafarnaúm, al ser tomada por la mano de Jesús.
La mujer con flujo de sangre (Mt. 9:20-22, Mc. 5:25-34, Lc. 8:41-48): quien se sanó al
tocar el manto de Jesús.
Un sordomudo en la Decápolis (Mc. 7:31-37): a quien sanó metiéndole los dedos en
los oídos, escupiendo, tocándole la lengua y diciendo: "Effatá", que significa
"ábrete".
El hidrópico (Lc. 14:1-6): Esta curación fue hecha un sábado en la casa de uno de
los principales fariseos.
La oreja de Malco (Lc. 22:50-51): quien fue herido por un discípulo de Jesús, a
quien Jesús reprendió por ello.
El hijo del alto oficial del rey (Jn. 4:46-54): Jesús y el oficial se encontraban en Caná,
y el niño que moría se encontraba en Cafarnaún.
Curaciones hechas de modo genérico
Además de las ya mencionadas curaciones, hay pasajes que hacen referencia a
ocasiones en que Jesús curó de modo genérico diversas enfermedades. Se
mencionan cinco a continuación:
Recorriendo Galilea (Mt. 4:23-25, Lc. 16:17-19).
Al ponerse el sol (Mt. 8:16-17, Mr. 1:32-34, Lc. 4:40-41).
Junto al mar de Galilea (Mt. 15:29-31).
En el Templo (Mt. 21:14-15).
Cuando se retira al mar con sus discípulos (Mc 3:7-12).
Diez milagros sobre la naturaleza
Jesús obró también, según los evangelios, diez prodigios de tipo natural, en los que
se pone de manifiesto la obediencia de las fuerzas naturales a su autoridad.
La tempestad calmada (Mt. 8:23-27, Mr. 4:35-41, Lc 8:22-25): Sucede en el Mar de
Galilea. Jesús les dice a sus discípulos hombres de poca fe, ya que estos se
atemorizan y piensan que perecerán.
Caminar sobre el agua (Mt. 14:22-27, Mr.6:45-52, Jn. 6:16-21): Los discípulos
creyeron ver un fantasma y dieron voces de miedo. Se dirigían en una barca a
Cafarnaún.
La primera multiplicación de los panes y los peces (Mt. 14:13-21, Mr. 6:30-44, Lc.
9:10-17, Jn. 6:1-14): Este es el único milagro que se encuentra en los cuatro
evangelios canónicos. Fue realizado en un monte de Galilea, localizado en el
desierto cerca del lago de Tiberiades.
La moneda en la boca del pez (Mt. 17:24-27): Jesús mandó a Pedro a traer dinero de
la boca del pez para pagar impuestos.
Cuando secó la higuera (Mt. 21:18-22): Seco la higuera ordenándole que nunca más
tuviera fruto. Este milagro muestra la importancia y el poder de la fe. Jesús afirma
que con fe se pueden mover montañas.
La segunda multiplicación de los panes y los peces (Mr. 8:1-10): Fue realizado en el
desierto.
La pesca milagrosa (Lc. 5:1-11): Sucedió en el Lago Genesaret. Luego de este,
Simón Pedro, Jacobo y Juan se convirtieron en discípulos de Jesús.
La Transfiguración de Jesús (Mt. 17:1-13, Mr. 9:2-13, Lc. 9:28-36).
La Transubstanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo (Mt.
26:26-29, Mr. 14:22-25, Lc. 22:19-20, 1ª de Corintios 11:23-26, 1ª de Pedro 1:16-18).
Las Bodas de Caná (Jn. 2:1-12): Donde convirtió el agua en vino. De acuerdo al
Evangelio según San Juan, fue el primer signo realizado por Jesús al inicio de su
ministerio público, y fue efectuado a pedido de la Virgen María, su madre.
Cuatro milagros sobre resurrección
Una niña de doce años de edad, hija de Jairo (Mr. 5:38-43, Lc. 8:49-56): Jesús afirmó
que la niña no estaba muerta, sino sólo dormida.
Lázaro, el de Betania (Jn. 11:38-44, también encontrado en el Corán): quien ya
llevaba cuatro días de estar muerto y estaba sepultado en una cueva.
El hijo de la viuda de la ciudad de Naín (Lc. 7:11.17): Jesús se compadeció de la
viuda al verla llorar, tocó el féretro en el que llevaban al muchacho y le ordenó que
se levantará.
La Resurrección de Jesús (Mt. 28:1-10, Mr. 16:1-8, Lc. 14:1-12).
Los restantes milagros denominados vulgarmente "resurrecciones" son en verdad
"reanimaciones", es decir, un retorno a la vida anterior (la hija de Jairo, el hijo de la
viuda de Naín, y Lázaro). La resurrección de Jesús representa el triunfo definitivo
sobre la muerte, pues "una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más;
desde ahora la muerte ya no tiene poder sobre él" (Romanos 6:9). Para los
cristianos, la resurrección de Jesús es la que define su divinidad.
Milagros en los evangelios apócrifos
Resurrección del joven rico (fragmento del Evangelio secreto de Marcos): Jesús le
enseñó al joven los secretos del Reino de Dios.
Evangelio de la infancia de Tomás:
Gorriones hechos con barro (parte II): Se lee que Jesús a los cinco años de edad dio
vida a doce gorriones hechos con barro un día sábado.
Resurrección del niño caído en una terraza (parte IX): Acusan a Jesús de haber
hecho caer al niño y Jesús lo resucita.
Resurrección del joven que cortaba leña (parte X): Murió desangrado al cortase la
planta del pie con el hacha, Jesús lo resucitó y las multitudes se asombraron y le
admiraban.
Jesús en la fuente (parte XI): Jesús tenía seis años de edad.
Multiplicación del grano de trigo (parte XII): Jesús tenía ocho años de edad y
alimentó a todos los pobres de la aldea al recolectar y moler la siembra de un grano
de trigo.
Milagro de las dos piezas de un lecho (parte XIII): Jesús ayuda a su padre José con
el encargo de hacer un lecho.
Jesús enferma y cura a su segundo maestro (partes XIV-XV): José le llevó a este
maestro, al que Jesús maldijo porque este le pegó en la cabeza. Luego lo curó al oír
el buen testimonio que decía su tercer maestro sobre Él.
Cura a Jacobo de la mordedura de una víbora (parte XVI): La víbora lo mordió en
la mano, Jesús sopló sobre la herida y la víbora quedó muerta.
Resurrección de un niño (parte XVII): Jesús le tomó del pecho y le ordenó que
reviviera. Era un niño de su vecindad.
Resurrección de un hombre (parte XVIII): El hombre resucitó y le adoró y la gente
quedó impresionada.
[1] Mt. 21:15-16
[2] Mt 9:32-34, Mt 12:22-30, Mc 3:22-27, Lc 11:14-15, Lc 11:17-23)
[3] Lc 10:17-20
[4] Mc 9:38-40
[5] Jn. 14:10-14
C. CATEQUESIS JUAN PABLO II:
Jesucristo y el poder divino
1.- Significado salvífico de los milagros
2.- Los milagros, signos de salvación
3.- Los milagros, signos del amor
4.- El milagro, llamada a la fe
5.- Los milagros, demostración del mundo sobrenatural
Introducción: Cristo manifiesta el poder divino
1. Si observamos atentamente los "milagros, prodigios y señales" con que Dios
acreditó la misión de Jesucristo, según las palabras pronunciadas por el Apóstol
Pedro el día de Pentecostés en Jerusalén, constatamos que Jesús, al obrar estos
milagros) señales, actuó en nombre propio, convencido de su poder divino, y, al
mismo tiempo, de la más íntima unión con el Padre. Nos encontramos, pues,
todavía y siempre, ante el misterio del "Hijo del hombre/Hijo de Dios", cuyo Yo
transciende todos los límites de la condición humana, aunque a ella pertenezca por
libre elección, y todas las posibilidades humanas de realización e incluso de simple
conocimiento.
2. Una ojeada a algunos acontecimientos particulares; presentados por los
Evangelistas, nos permite darnos cuenta de la presencia arcana en cuyo nombre
Jesucristo obra sus milagros. Helo ahí cuando, respondiendo a las súplicas de un
leproso, que le dice: "Si quieres, puedes limpiarme", Él, en su humanidad,
"enternecido", pronuncia una palabra de orden que, en un caso como aquél,
corresponde a Dios, no a un simple hombre: "Quiero, sé limpio. Y al instante
desapareció la lepra y quedó limpio" (Cfr. Mc 1, 40-42). Algo semejante
encontramos en el caso del paralítico que fue bajado por un agujero realizado en el
techo de la casa: "Yo te digo... levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Cfr. Mc
2, 11-12). Y también: en el caso de la hija de Jairo leemos que "Él (Jesús)...tomándola
de la mano, le dijo: ´Talitha qumi´, que quiere decir: ´Niña, a ti te lo digo,
levántate´. Y al instante se levantó la niña y echó a andar" (Mc 5, 41-42). En el caso
del joven muerto de Naín: "Joven, a ti te hablo, levántate. Sentóse el muerto y
comenzó a hablar" (Lc 7, 14-15). ¡En cuántos de estos episodios vemos brotar de la
palabras de Jesús la expresión de una voluntad y de un poder al que El se apela
interiormente y que expresa, se podría decir, con la máxima naturalidad, como si
perteneciese a su condición más íntima, el poder de dar a los hombres la salud, la
curación e incluso la resurrección y la vida!
3. Un atención particular merece la resurrección de Lázaro, descrita
detalladamente por el cuarto Evangelista. Leemos: "Jesús, alzando los ojos al cielo,
dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me
escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que Tú
me has enviado. Diciendo esto, gritó con fuerte voz Lázaro, sal fuera. Y salió el
muerto" (Jn 11, 41-44). En la descripción cuidadosa de este episodio se pone de
relieve que Jesús resucitó a su amigo Lázaro con el propio poder y en unión
estrechísima con el Padre. Aquí hallan su confirmación las palabras de Jesús: "Mi
Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también" (Jn 5,17), y tiene una
demostración, que se puede decir preventiva, lo que Jesús dirá en el Cenáculo,
durante la conversación con los Apóstoles en la última Cena, sobre sus relaciones
con el Padre y, más aún, sobre su identidad sustancial con Él.
4. Los Evangelios muestran con diversos milagros) señales cómo el poder divino
que actúa en Jesucristo se extiende más allá del mundo humano y se manifiesta
como poder de dominio también sobre las fuerzas de la naturaleza. Es significativo
el caso de la tempestad calmada: "Se levantó un fuerte vendaval". Los Apóstoles
pescadores asustados despiertan a Jesús que estaba durmiendo en la barca. El
"despertado, mandó al viento y dijo al mar: Calla, enmudece. Y se aquietó el viento
y se hizo completa calma... Y sobrecogidos de gran temor, se decían unos a otros:
¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Cfr. Mc 4, 37-41).
En este orden de acontecimientos entran también las pescas milagrosas realizadas,
por la palabra de Jesús (in verbo tuo), después de intentos precedentes malogrados
(Cfr. Lc 5, 4)6; Jn 21, 3)6). Lo mismo se puede decir, por lo que respecta a la
estructura del acontecimiento, del "primer signo" realizado en Caná de Galilea,
donde Jesús ordena a los criados llenar las tinajas de agua y llevar después "el agua
convertida en vino" al maestresala (Cfr. Jn 2, 7-9). Como en las pescas milagrosas,
también en Caná de Galilea, actúan los hombres: los pescadores) apóstoles en un
caso, los criados de las bodas en otro, pero está claro que el efecto extraordinario
de a acción no proviene de ellos, sino de Aquel que les ha dado la orden de actuar
y que obra con su misterioso poder divino. Esto queda confirmado por la reacción
de los Apóstoles, y particularmente de Pedro, que después de la pesca milagrosa
"se postró a los pies de Jesús, diciendo: Señor, apártate de mí, que soy un pecador"
(Lc 5,8). Es uno de tantos casos de emoción que toma la forma de temor reverencial
o incluso miedo, ya sea en los Apóstoles, como Simón Pedro, ya sea en la gente,
cuando se sienten acariciados por el ala del misterio divino.
5. Un día, después de la ascensión, se sentirán invadidos por un "temor" semejante
los que vean los "prodigios y señales" realizados "por los Apóstoles" (Cfr. Hech 2,
43). Según el libro de los Hechos, la gente sacaba "a las calles los enfermos,
poniéndolos en lechos y camillas, para que, llegando Pedro, siquiera su sombra los
cubriese" (Hech 5, 15). Sin embargo, estos prodigios y señales", que acompañaban
los comienzos de la Iglesia apostólica, eran realizados por los Apóstoles no en
nombre propio, sino en el nombre de Jesucristo, y eran, por tanto, una
confirmación ulterior de su poder divino. Uno queda impresionado cuando lee la
respuesta y el mandato de Pedro al tullido que le pedía una limosna junto a la
puerta del templo de Jerusalén: "No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy: en
nombre de Jesucristo Nazareno, anda. Y tomándole de la diestra, le levantó, y al
punto sus pies y sus talones se consolidaron" (Hech 3, 6-7). O lo que es lo mismo,
Pedro dice a un paralítico de nombre Eneas: "Jesucristo te sana; levántate y toma tu
camilla. Y al punto se irguió" (Hech 9, 34).
También el otro Príncipe de los Apóstoles, Pablo, cuando recuerda en la Carta a los
Romanos lo que él ha realizado "como ministro de Cristo entre los paganos", se
apresura a añadir que en aquel ministerio consiste su único mérito: "No me
atreveré a hablar de cosa que Cristo no haya obrado por mí para la obediencia (de
la fe) de los gentiles, de obra o de palabra, mediante el poder de milagros y
prodigios y el poder del Espíritu Santo" (15, 17-19).
6. En la Iglesia de los primeros tiempos, y especialmente esta evangelización del
mundo llevada a cabo por los Apóstoles, abundaron estos "milagros, prodigios y
señales", como el mismo Jesús les había prometido (Cfr. Hech 2, 22). Pero se puede
decir que éstos se han repetido siempre en la historia de la salvación,
especialmente en los momentos decisivos para la realización del designio de Dios.
Así fue ya en el Antiguo Testamento con relación al Éxodo de Israel de la
esclavitud de Egipto y a la marcha hacia la tierra prometida, bajo la guía de
Moisés. Cuando, con la encarnación del Hijo de Dios, llegó la plenitud de los
tiempos (Cfr. Gal 4, 4), estas señales milagrosas del obrar divino adquieren un
valor nuevo y una eficacia nueva por la autoridad divina de Cristo y por la
referencia a su Nombre (y, por consiguiente, a su verdad, a su promesa, a su
mandato, a su gloria) por el que los Apóstoles y tantos santos los realizan en la
Iglesia. También hoy se obran milagros y en cada uno de ellos se dibuja el rostro
del "Hijo del hombre/Hijo de Dios" y se afirma en ellos un don de gracia y de
salvación.
Capítulo 1: Significado salvífico de los milagros
1. Un texto de San Agustín nos ofrece la clave interpretativa de los milagros de
Cristo como señales de su poder salvífico. "El haberse hecho hombre por nosotros
ha contribuido más a nuestra salvación que los milagros que ha realizado en medio
de nosotros; el haber curado las enfermedades del alma es más importante que el
haber curado las enfermedades del cuerpo destinado a morir" (San Agustín, In Io.
Ev. Tr., 17, 1). En orden a esta salvación del alma y a la redención del mundo
entero Jesús cumplió también milagros de orden corporal. Por tanto, el tema de la
presente catequesis es el siguiente: mediante los "milagros, prodigios y señales"
que ha realizado, Jesucristo ha manifestado su poder de salvar al hombre del mal
que amenaza al alma inmortal y su vocación a la unión con Dios.
2. Es lo que se revela en modo particular en la curación del paralítico de
Cafarnaúm. Las personas que lo llevaban, no logrando entrar por la puerta en la
casa donde Jesús estaba enseñando, bajaron al enfermo a través de un agujero
abierto en el techo, de manera que el pobrecillo vino a encontrase a los pies del
Maestro. "Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: !Hijo, tus pecados te son
perdonados!´. Estas palabras suscitan en algunos de los presentes la sospecha de
blasfemia: ´Blasfemia. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?". Casi en
respuesta a los que habían pensado así, Jesús se dirige a los presentes con estas
palabras: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o
decirle: levántate, toma tu camilla y vete? Pues para que veáis que el Hijo del
hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, se dirige al paralítico,
yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y, tomando
luego la camilla, salió a la vista de todo" (Cfr. Mc 2, 1)12; análogamente, Mt 9, 1-8;
Lc 5, 18-26: "Se marchó a casa glorificando a Dios" 5, 25)
Jesús mismo explica en este caso que el milagro de la curación del paralítico es
signo del poder salvífico por el cual El perdona los pecados. Jesús realiza esta señal
para manifestar que ha venido como salvador del mundo, que tiene como misión
principal librar al hombre del mal espiritual, el mal que separa al hombre de Dios e
impide la salvación en Dios, como es precisamente el pecado.
3. Con la misma clave se puede explicar esta categoría especial de los milagros de
Cristo que es "arrojar los demonios". Sal, espíritu inmundo, de ese hombre,
conmina Jesús, según el Evangelio de Marcos, cuando encontró a un endemoniado
en la región de los gerasenos (Mc 5, 8). En esta ocasión asistimos a un coloquio
insólito. Cuando aquel "espíritu inmundo" se siente amenazado por Cristo, grita
contra Él. "¿Qué hay entre ti y mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Por Dios te
conjuro que no me atormentes". A su vez, Jesús "le preguntó: !¿Cuál es tu
nombre?!. El le dijo: Legión es mi nombre, porque somos muchos" (Cfr. Mc 5, 7-9).
Estamos, pues, a orillas de un mundo oscuro, donde entran en juego factores
físicos y psíquicos que, sin duda, tienen su peso en causar condiciones patológicas
en las que se inserta esta realidad demoníaca, representada y descrita de manera
variada en el lenguaje humano, pero radicalmente hostil a Dios y, por
consiguiente, al hombre y a Cristo que ha venido para librarlo de este poder
maligno. Pero, muy a su pesar, también el "espíritu inmundo", en el choque con la
otra presencia, prorrumpe en esta admisión que proviene de una mente perversa,
pero, al mismo tiempo, lúcida: ´Hijo del Dios Altísimo".
4. En el Evangelio de Marcos encontramos también la descripción del
acontecimiento denominado habitualmente como la curación del epiléptico. En
efecto, los síntomas referidos por el Evangelista son característicos también de esta
enfermedad (espumarajos, rechinar de dientes, quedarse rígido). Sin embargo, el
padre del epiléptico presenta a Jesús a su Hijo como poseído por un espíritu
maligno, el cual lo agita con convulsiones, lo hace caer por tierra y se revuelve
echando espumarajos. Y es muy posible que en un estado de enfermedad como
éste se infiltre y obre el maligno, pero, admitiendo que se trate de un caso de
epilepsia, de la que Jesús cura al muchacho considerado endemoniado por su
padre, es sin embargo, significativo que El realice esta curación ordenando al
"espíritu mudo y sordo: Sal de él y no vuelvas a entrar más él" (Cfr. Mc 9, 17-27). Es
una reafirmación de su misión y de su poder de librar al hombre del mal del alma
desde las raíces.
5. Jesús da a conocer claramente esta misión suya de librar al hombre del mal y,
antes que nada del pecado, mal espiritual. Es una misión que comporta y explica
su lucha con el espíritu maligno que es el primer autor del mal en la historia del
hombre. Como leemos en los Evangelios, Jesús repetidamente declara que tal es el
sentido de su obra y de la de sus Apóstoles. Así, en Lucas: "Veía yo a Satanás caer
del cielo como un rayo. Yo os he dado poder para andar... sobre todo poder
enemigo y nada os dañará" (Lc 10, 18-19). Y según Marcos, Jesús, después de haber
constituido a los Doce, les manda "a predicar, con poder de expulsar a los
demonios" (Mc 3, 14-15). Según Lucas, también los setenta y dos discípulos,
después de su regreso de la primera misión, refieren a Jesús: "Señor, hasta los
demonios se nos sometían en tu nombre" (Lc 10, 17).
Así se manifiesta el poder del Hijo del hombre sobre el pecado y sobre el autor del
pecado. El nombre de Jesús, que somete también a los demonios, significa
Salvador. Sin embargo, esta potencia salvífica alcanzará su cumplimiento
definitivo en el sacrificio de la cruz. La cruz sellará la victoria total sobre Satanás y
sobre el pecado, porque éste es el designio del Padre, que su Hijo unigénito realiza
haciéndose hombre: vencer en la debilidad, y alcanzar la gloria de la resurrección y
de la vida a través de la humillación de la cruz. También en este hecho paradójico
resplandece su poder divino, que puede justamente llamarse la "potencia de la
cruz".
6. Forma parte también de esta potencia y pertenece a la misión del Salvador del
mundo manifestada en los "milagros, prodigios y señales", la victoria sobre la
muerte, dramática consecuencia del pecado. La victoria sobre el pecado y sobre la
muerte marca el camino de la misión mesiánica de Jesús desde Nazaret hasta el
Calvario. Entre las "señales" que indican particularmente el camino hacia la
victoria sobre la muerte, están sobre todo las resurrecciones: "los muertos
resucitan" (Mt 11, 5), responde, en efecto, Jesús a la pregunta acerca de su
mesianidad que le hacen los mensajeros de Juan el Bautista (Cfr. Mt 11, 3). Y entre
los varios "muertos", resucitados por Jesús, merece especial atención Lázaro de
Betania, porque su resurrección es como un "preludio" de la cruz y de la
resurrección de Cristo, en el que se cumple la victoria definitiva sobre el pecado y
la muerte.
7. El Evangelista Juan nos ha dejado una descripción pormenorizada del
acontecimiento. Bástenos referir el momento conclusivo. Jesús pide que se quite la
losa que cierra la tumba ("Quitad la piedra"). Marta, la hermana de Lázaro, indica
que su hermano está desde hace ya cuatro días en el sepulcro y el cuerpo ha
comenzado ya, sin duda, a descomponerse. Sin embargo, Jesús, gritó con fuerte
voz: ¡Lázaro, sal fuera!. "Salió el muerto", atestigua el Evangelista (Cfr. Jn 11, 3843). EL hecho suscita la fe en muchos de los presentes. Otros, por, el contrario, van
a los representantes del Sanedrín para denunciar lo sucedido. Los sumos
sacerdotes y los fariseos se quedan preocupados, piensan en una posible reacción
del ocupante romano ("vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y
nuestra nación": cfr. Jn 11, 45-48).
Precisamente entonces se dirigen al Sanedrín las famosas palabras de Caifás:
"Vosotros no sabéis nada; ¿no comprendéis que conviene que muera un hombre
por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo?". Y el Evangelista anota: "No
dijo esto de sí mismo, sino que, como era pontífice aquel año, profetizó". ¿De qué
profecía se trata? He aquí que Juan nos da la lectura cristiana de aquellas palabras,
que son de una dimensión inmensa: "Jesús había de morir por el pueblo y no sólo
por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban
dispersos" (Cfr. Jn 11, 49-52).
8. Como se ve, la descripción joánica de la resurrección Lázaro contiene también
indicaciones esenciales referentes al significado salvífico de este milagro. Son
indicaciones definitivas, precisamente porque entonces tomó el Sanedrín la
decisión sobre la muerte de Jesús (Cfr. Jn 11, 53). Y será la muerte redentora "por el
pueblo" y "para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos" para
la salvación del mundo. Pero Jesús dijo ya que aquella muerte llegaría a ser
también la victoria definitiva sobre la muerte. Con motivo de la resurrección de
Lázaro, dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque
muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre" (Jn 11, 25-26)
9. Al final de nuestra catequesis volvemos una vez más al texto de San Agustín: "Si
consideramos ahora los hechos realizados por el Señor y Salvador nuestro,
Jesucristo, vemos que los ojos de los ciegos, abiertos milagrosamente, fueron
cerrados por la muerte, y los miembros de los paralíticos, liberados del maligno,
fueron nuevamente inmovilizados por la muerte: todo lo que temporalmente fue
sanado en el cuerpo mortal, al final, fue deshecho; pero el alma que creyó, pasó a la
vida eterna. Con este enfermo, el Señor ha querido dar un gran signo al alma que
habría creído, para cuya remisión de los pecados había venido, y para sanar sus
debilidades El se había humillado" (San Agustín, In Io Ev. Tr., 17, 1).
Sí, todos los "milagros, prodigios y señales de Cristo están en función de la
revelación de Él como Mesías, de Él como Hijo de Dios: de Él, que, solo, tiene el
poder de liberar al hombre del pecado y de la muerte, de Él que verdaderamente
es el Salvador del mundo.
Capítulo 2: Los milagros, signos de salvación
1. No hay duda sobre el hecho de que, en los Evangelios, los milagros de Cristo son
presentados como signos del reino de Dios, que ha irrumpido en la historia del
hombre y del mundo. "Mas si yo arrojo a los demonios con el Espíritu de Dios,
entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios", dice Jesús (Mt 12, 28). Por
muchas que sean las discusiones que se puedan entablar o, de hecho, se hayan
entablado acerca de los milagros (a las que, por otra parte, han dado respuesta los
apologistas cristianos), es cierto que no se pueden separar los "milagros, prodigios
y señales", atribuidos a Jesús e incluso a sus Apóstoles y discípulos que obraban
"en su nombre", del contexto auténtico del Evangelio. En la predicación de los
Apóstoles, de la cual principalmente toman origen los Evangelios, los primeros
cristianos oían narrar de labios de testigos oculares los hechos extraordinarios
acontecidos en tiempos recientes y, por tanto, controlables bajo el aspecto que
podemos llamar crítico-histórico, de manera que no se sorprendían de su inserción
en los Evangelios. Cualesquiera que hayan sido en los tiempos sucesivos las
contestaciones, de las fuentes genuinas de la vida y enseñanza de Jesús emerge una
primera certeza: los Apóstoles, los Evangelistas y toda la Iglesia primitiva veían en
cada uno de los milagros el supremo poder de Cristo sobre la naturaleza y sobre
las leyes. Aquel que revela a Dios como Padre Creador y Señor de lo creado,
cuando realiza estos milagros con su propio poder, se revela a Sí mismo como Hijo
consubstancial con el Padre e igual a Él en su señorío sobre la creación.
2. Sin embargo, algunos milagros presentan también otros aspectos
complementarios al significado fundamental de prueba del poder divino del Hijo
del hombre en orden a la economía de la salvación.
Así, hablando de la primera "señal" realizada en Caná de Galilea, el Evangelista
Juan hace notar que, a través de ella, Jesús "manifestó su gloria y creyeron en Él sus
discípulos" (Jn 2, 11). El milagro, pues, es realizado con una finalidad de fe, pero
tiene lugar durante la fiesta de unas bodas. Por ello, se puede decir que, al menos
en la intención del Evangelista, la "señal" sirve para poner de relieve toda la
economía divina de la alianza y de la gracia que en los libros del Antiguo y del
Nuevo Testamento se expresa a menudo con la imagen del matrimonio. El milagro
de Caná de Galilea, por tanto, podría estar en relación con la parábola del banquete
de bodas, que un rey preparó para su hijo, y con el "reino de los cielos" escatológico
que "es semejante" precisamente a un banquete (Cfr. Mt 22, 2). El primer milagro
de Jesús podría leerse como una "señal" de este reino, sobre todo, si se piensa que,
no habiendo llegado aún "la hora de Jesús", es decir, la hora de su pasión y de su
glorificación (Jn 2, 4; cfr. 7, 30; 8, 20; 12, 23, 27; 13, 1; 17, 1), que ha de ser preparada
con la predicación del "Evangelio del reino" (Cfr. Mt 4, 23; 9, 35), el milagro,
obtenido por la intercesión de María, puede considerarse como una "señal" y un
anuncio simbólico de lo que está para suceder.
3. Como una "señal" de la economía salvífica se presta a ser leído, aún con mayor
claridad, el milagro de la multiplicación de los panes, realizado en los parajes
cercanos a Cafarnaúm. Juan enlaza un poco más adelante con el discurso que tuvo
Jesús el día siguiente, en el cual insiste sobre la necesidad de procurarse "el
alimento que permanece hasta la vida eterna", mediante la fe en Aquel que Él ha
enviado" (Jn 6 29), y habla de Sí mismo como del Pan verdadero que "da la vida al
mundo" (Jn 6, 33) y también que Aquel que da su carne "para vida del mundo" (Jn
6, 51). Está claro que el preanuncio de la pasión y muerte salvífica, no sin
referencias y preparación de la Eucaristía que había de instituirse el día antes de su
pasión, como sacramento) pan de vida eterna (Cfr. Jn 6, 52-58).
4. A su vez, la tempestad calmada en el lago de Genesaret puede releerse como
"señal" de una presencia constante de Cristo en la "barca" de la Iglesia, que, muchas
veces, en el discurrir de la historia, está sometida a la furia de los vientos en los
momentos de tempestad, Jesús, despertado por sus discípulos, orden a los vientos
y al mar, y se hace una gran bonanza. Después les dice: "¿Por qué sois tan tímidos?
¿Aún no tenéis fe?" (Mc 4, 40). En éste, como en otros episodios, se ve la voluntad
de Jesús de inculcar en los Apóstoles y discípulos la fe en su propia presencia
operante y protectora, incluso en los momentos más tempestuosos de la historia,
en los que se podría infiltrar en el espíritu la duda sobre a asistencia divina. De
hecho, en la homilética y en la espiritualidad cristiana, el milagro se ha
interpretado a menudo como "señal" de la presencia de Jesús y garantía de la
confianza en El por parte de los cristianos y de la Iglesia.
5. Jesús, que va hacia los discípulos caminando sobre las aguas, ofrece otra "señal"
de su presencia, y asegura una vigilancia constante sobre sus discípulos y su
Iglesia. "Soy yo, no temáis", dice Jesús a los Apóstoles que lo habían tomado por un
fantasma (Cfr. Mc 6, 49)50; cfr. Mt 14, 26)27; Jn 6, 16)21). Marcos hace notar el
estupor de los Apóstoles "pues no se habían dado cuenta de lo de los panes: su
corazón estaba embotado" (Mc 6, 52). Mateo presenta la pregunta de Pedro que
quería bajar de la barca para ir al encuentro de Jesús, y nos hace ver su miedo y su
invocación de auxilio, cuando ve que se hunde: Jesús lo salva, pero lo amonesta
dulcemente: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Mt 14, 31). Añade
también que los que estaban en la barca "se postraron ante Él, diciendo:
Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios" (Mt 14,33).
6. Las pescas milagrosas son para los Apóstoles y para la Iglesia las "señales" de la
fecundidad de su misión, si se mantienen profundamente unidas al poder salvífico
de Cristo (Cfr. Lc 5, 4-10; Jn 21, 3)6). Efectivamente, Lucas inserta en la narración el
hecho de Simón Pedro que se arroja a los pies de Jesús exclamando: "Señor,
apártate de mí, que soy hombre pecador" (Lc 5,8), y la respuesta de Jesús es: "No
temas, en adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5, 10). Juan, a su vez, tras la
narración de la pesca después de la resurrección, coloca el mandato de Cristo a
Pedro: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (Cfr. Jn 21, 15-17). Es un
acercamiento significativo.
7. Se puede, pues, decir que los milagros de Cristo, manifestación de la
omnipotencia divina respecto de la creación, que se revela en su poder mesiánico
sobre hombres y cosas, son, al mismo tiempo, las "señales" mediante las cuales se
revela la obra divina de la salvación, la economía salvífica que con Cristo se
introduce v se realiza de manera definitiva en la historia del hombre y se inscribe
así en este mundo visible, que es también obra divina. La gente (como los
Apóstoles en el lago), viendo los milagros de Cristo, se pregunta: "¿Quién será éste,
que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mc 4,41), mediante estas "señales",
queda preparada para acoger la salvación Que Dios ofrece al hombre en su Hijo.
Este es el fin esencial de todos los milagros y señales realizados por Cristo a los
ojos de sus contemporáneos, y de todos los milagros que a lo largo de la historia
serán realizados por sus Apóstoles y discípulos con referencia al poder salvífico de
su nombre: "En nombre de Jesús Nazareno, anda" (Hech 3,6).
Capítulo 3: Los milagros, signos del amor
1. "Signos" de la omnipotencia divina y del poder salvífico del Hijo del hombre, los
milagros de Cristo, narrados en los Evangelios, son también la revelación del amor
de Dios hacia el hombre, particularmente hacia el hombre que sufre, que tiene
necesidad, que implora la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, "signos" del
amor misericordioso proclamado en el Antiguo y Nuevo Testamento (Cfr.
Encíclica Dives in misericordia). Especialmente, la lectura del Evangelio nos hace
comprender y casi "sentir" que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón
amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano.
Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico,
el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, a aquél que es "padre del pecado"
en la historia del hombre: a Satanás.
Los milagros, por tanto, son "para el hombre". Son obras de Jesús que, en armonía
con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el
mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian
se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, "sobremanera se
admiraban, diciendo: ´Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos
hablar!" (Mc 7, 37)
2. Un estudio atento de los textos evangélicos nos revela que ningún otro motivo, a
no ser el amor hacia el hombre, el amor misericordioso, puede explicar los
"milagros y señales" del Hijo del hombre. En el Antiguo Testamento, Elías se sirve
del "fuego del cielo" para confirmar su poder de Profeta y castigar la incredulidad
(Cfr. 2 Re 1, 10). Cuando los Apóstoles Santiago y Juan intentan inducir a Jesús a
que castigue con "fuego del cielo" a una aldea samaritana que les había negado
hospitalidad, Él les prohibió decididamente que hicieran semejante petición.
Precisa el Evangelista que, "volviéndose Jesús, los reprendió" (Lc 9, 55). (Muchos
códices y la Vulgata añaden: "Vosotros no sabéis de qué espíritu sois. Porque el
Hijo del hombre no ha venido a perder las almas de los hombres, sino a salvarlas").
Ningún milagro ha sido realizado por Jesús para castigar a nadie, ni siquiera los
que eran culpables.
3. Significativo a este respecto es el detalle relacionado con el arresto de Jesús en el
huerto de Getsemaní. Pedro se había prestado a defender al Maestro con la espada,
e incluso "hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha. Este siervo se
llamaba Malco" (Jn 18, 10). Pero Jesús le prohibió empuñar la espada. Es más,
"tocando la oreja, lo curó" (Lc 22, 51). Es esto una confirmación de que Jesús no se
sirve de la facultad de obrar milagros para su propia defensa. Y confía a los suyos
que no pide al Padre que le mande "más de doce legiones de ángeles" (Cfr. Mt 26,
53) para que lo salven de las insidias de sus enemigos. Todo lo que Él hace,
también en la realización de los milagros, lo hace en estrecha unión con el Padre.
Lo hace con motivo del reino de Dios y de la salvación del hombre. Lo hace por
amor.
4. Por esto, y al comienzo de su misión mesiánica, rechaza todas las "propuestas"
de milagros que el Tentador le presenta, comenzando por la del trueque de las
piedras en pan (Cfr. Mt 4, 31). El poder de Mesías se le ha dado no para fines que
busquen sólo el asombro o al servicio de la vanagloria. Él que ha venido "para dar
testimonio de la verdad" (Jn 18, 37), es más, el que es "la verdad" (Cfr. Jn 14, 6),
obra siempre en conformidad absoluta con su misión salvífica. Todos sus "milagros
y señales" expresan esta conformidad en el cuadro del "misterio mesiánico" del
Dios que casi se ha escondido en la naturaleza de un Hijo del hombre, como
muestran los Evangelios, especialmente el de Marcos. Si en los milagros hay casi
siempre un relampagueo del poder divino, que los discípulos y la gente a veces
logran aferrar, hasta el punto de reconocer y exaltar en Cristo al Hijo de Dios, de la
misma manera se descubre en ellos la bondad, la sobriedad y la sencillez, que son
las dotes más visibles del Hijo del hombre.
5. El mismo modo de realizar los milagros hace notar la gran sencillez, y se podría
decir humildad, talante, delicadeza de trato de Jesús. Desde este punto de vista
pensemos, por ejemplo, en las palabras que acompañan a la resurrección de la hija
de Jairo: "La niña no ha muerto, duerme" (Mc 5 39)como si quisiera "quitar
importancia" al significado de lo que iba a realizar. Y, a continuación, añade: "Les
recomendó mucho que nadie supiera aquello" (Mc 5, 43). Así hizo también en otros
casos, por ejemplo, después de la curación de un sordomudo (Mc 7, 36), y tras la
confesión de fe de Pedro (Mc 8, 29-30)
Para curar al sordomudo es significativo el hecho de que Jesús lo tomó "aparte,
lejos de la turba". Allí, "mirando al cielo, suspiró". Este "suspiro" parece ser un
signo de compasión y, al mismo tiempo, una oración. La palabra "efeta" ("¡abrete!")
hace que se abran los oídos y se suelte "la lengua" del sordomudo (Cfr. 7, 33)35).
6. Si Jesús realiza en sábado algunos de sus milagros, lo hace no para violar el
carácter sagrado del día dedicado a Dios sino para demostrar que este día santo
está marcado de modo particular por la acción salvífica de Dios. "Mi Padre sigue
obrando todavía, y por eso obro yo también" (Jn 5, 17). Y este obrar es para el bien
del hombre; por consiguiente, no es contrario a la santidad del sábado, sino que
más bien la pone de relieve: "El sábado fue hecho a causa del hombre, y no el
hombre por el sábado. Y el dueño el sábado es el Hijo del hombre" (Mc 2, 27-28).
7. Si se acepta la narración evangélica de los milagros de Jesús (y no hay motivos
para no aceptarla, salvo el prejuicio contra lo sobrenatural) no se puede poner en
duda una lógica única, que une todos estos "signos" y los hace emanar de su amor
hacia nosotros de ese amor misericordioso que con el bien vence al mal, cómo
demuestra la misma presencia y acción de Jesucristo en el mundo. En cuanto que
están insertos en esta economía, los "milagros y señales" son objeto de nuestra fe en
el plan de salvación de Dios y en el misterio de la redención realizada por Cristo.
Como hecho, pertenecen a la historia evangélica, cuyos relatos son creíbles en la
misma y aún en mayor medida que los contenidos en otras obras históricas. Está
claro que el verdadero obstáculo para aceptarlos como datos ya de historia ya de
fe, radica en el prejuicio antisobrenatural al que nos hemos referido antes. Es el
prejuicio de quien quisiera limitar el poder de Dios o restringirlo al orden natural
de las cosas, casi como una autoobligación de Dios a ceñirse a sus propias leyes.
Pero esta concepción choca contra la más elemental idea filosófica y teológica de
Dios, Ser infinito, subsistente y omnipotente, que no tiene límites, si no en el no-ser
y, por tanto, en el absurdo.
Como conclusión de esta catequesis resulta espontáneo notar que esta infinitud en
el ser y en el poder es también infinitud en el amor, como demuestran los milagros
encuadrados en la economía de la Encarnación y en la Redención. "Signos" del
amor misericordioso por el que Dios ha enviado al mundo a su Hijo para que todo
el que crea en Él no perezca, generoso con nosotros hasta la muerte. "Sic dilexit!"
(Jn 3, 16) Que a un amor tan grande no falte la respuesta generosa de nuestra
gratitud, traducida en testimonio coherente de los hechos.
Capítulo 4: El milagro, llamada a la fe
1. Los "milagros y los signos" que Jesús realizaba para confirmar su misión
mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a
la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe
precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un
efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes
lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.
Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación
divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se
revela. Es una "señal" de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir,
particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular
que existe entre los "milagros-signos" de Cristo y la fe: vínculo tan claramente
delineado en los Evangelios.
2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los
que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de
los milagros de Cristo.
Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la
Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes (y sobre
todo) en el momento de la anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se
encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación
en las palabras de Isabel durante la Visitación: "Dichosa la que ha creído que se
cumplirá lo que se te he dicho de parte del Señor" (Lc 1, 45). Sí, María ha creído
como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que "para Dios nada hay
imposible" (Cfr. Lc 1, 37).
Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de
Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer milagro-signo, gracias al cual
los discípulos de Jesús "creyeron en Él" (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II enseña
que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (Cfr.
Lumen Gentium, 58 y 63; Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el
fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere
los "milagros-signos" en María y por María en orden a la llamada a la fe.
3. Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había
venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: "No temas, ten sólo
fe". (Dice "no temas", porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36).
Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: "Pero si algo
puedes, ayúdanos...", Jesús le responde: "¡Si puedes! Todo es posible al que cree".
Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado:
"¡Creo! Ayuda a mi incredulidad" (Cfr. Mc 9, 22-24).
Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la
resurrección de Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto? Si, Señor,
creo..." (Cfr. Jn 11, 25-27).
4. El mismo vínculo entre el "milagro-signo" y la fe se confirma por oposición con
otros hechos de signo negativo.
Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de
Nazaret "no pudo hacer...ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes
les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad" (Mc 6, 5-6).
Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro:
"Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?". Esto sucedió cuando Pedro, que al
principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por
la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (Cfr. Mt 14, 29-31).
5. Jesús subraya más de una vez que los milagros que El realiza están vinculados a
la fe. "Tu fe te ha curado", dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia
doce años y que, acercándose por detrás le había tocado el borde de su manto,
quedando sana (Cfr. Mt 9, 20-22; y también Lc 8, 48; Mc 5, 34).
Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la
salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: "¡Hijo de David, Jesús, ten
piedad de mi!" (Cfr. Mc 10, 46-52). Según Marcos: "Anda, tu fe te ha salvado" le
responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: "Ve, tu fe te ha hecho salvo" (Lc
18,42).
Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19).
Mientras a los otros dos ciegos que invocan a volver a ver, Jesús les pregunta:
"¿Creéis que puedo yo hacer esto?". "Sí, Señor´... ´Hágase en vosotros, según
vuestra fe" (Mt 9, 28-29).
6. Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba
de pedir a ayuda de Jesús para su hija "atormentada cruelmente por un demonio".
Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le
respondió: "No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos" (Era
una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de
David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con
finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega
intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: "Cierto, Señor, pero
también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores".
Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: "¡Mujer, grande
es tu fe! Hágase contigo como tú quieres" (Cfr. Mt 15, 21-28). Es un suceso difícil de
olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables "cananeos" de todo tiempo,
país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y
ayuda en sus necesidades!
7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el
hecho de que Jesús, cuando "ve la fe", realiza el milagro. Esto se dice expresamente
en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el
techo (Cfr. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos
otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero,
apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los
necesitados que se dirigen a El para que los socorra con su poder divino.
8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un
"signo" del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero,
precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe
llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.
Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer "signo" realizado por Jesús
en Caná de Galilea; fue entonces cuando "creyeron en Él" (Jn 2, 11). Cuando, más
tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaúm, con
la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que
"desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían", porque
no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado "duro".
Entonces Jesús preguntó a los Doce: "¿Queréis iros vosotros también?". Respondió
Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros
hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Cfr. Jn 6, 66-69). Así, pues,
el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición
para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto
queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: "Muchas otras
señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro;
y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para
que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 30-31).
Capítulo 5: Los milagros, demostración del mundo sobrenatural
1. Hablando de los milagros realizados por Jesús durante su misión en la tierra,
San Agustín, en un texto interesante, los interpreta como signos del poder y del
amor salvífico y como estímulos para elevarse al reino de las cosas celestes. "Los
milagros que hizo Nuestro Señor Jesucristo (escribe) son obras divinas que
enseñan a la mente humana a elevarse por encima de las cosas visibles, para
comprender lo que Dios es" (Agustín, In Io. Ev. Tr., 24, 1 ).
2. A este pensamiento podemos referirnos al reafirmar la estrecha unión de los
"milagros-signos" realizados por Jesús con la llamada a la fe. Efectivamente, tales
milagros demostraban la existencia del orden sobrenatural, que es objeto de la fe.
A quienes los observaban y, particularmente, a quienes en su persona los
experimentaban, estos milagros les hacían constatar, casi con la mano, que el orden
de la naturaleza no agota toda la realidad. El universo en el que vive el hombre no
está encerrado solamente en el marco del orden de las cosas accesibles a los
sentidos y al intelecto mismo condicionado por el conocimiento sensible. El
milagro es "signo" de que este orden es superior por el "Poder de lo alto", y, por
consiguiente, le está también sometido. Este "Poder de lo alto" (Cfr. Lc 24,49), es
decir, Dios mismo, está por encima del orden entero de la naturaleza. Este poder
dirige el orden natural y, al mismo tiempo, da a conocer que (mediante este orden
y por encima de él) el destino del hombre es el reino de Dios. Los milagros de
Cristo son "signos" de este reino.
3. Sin embargo, los milagros no están en contraposición con las fuerzas y leyes de
la naturaleza, sino que implican a solamente cierta "suspensión" experimentable de
su función ordinaria, no su anulación. Es más, los milagros descritos en el
Evangelio indican la existencia de un Poder que supera las fuerzas y las leyes de la
naturaleza, pero que, al mismo tiempo, obra en la línea de las exigencias de la
naturaleza misma, aunque por encima de su capacidad normal actual. ¿No es esto
lo que sucede, por ejemplo, en toda curación milagrosa? La potencialidad de las
fuerzas de la naturaleza es activada por la intervención divina, que la extiende más
allá de la esfera de su posibilidad normal de acción. Esto no elimina ni frustra la
causalidad que Dios ha comunicado a las cosas en la creación, ni viola las "leyes
naturales" establecidas por Él mismo e inscritas en la estructura de lo creado, sino
que exalta y, en cierto modo, ennoblece la capacidad del obrar o también de recibir
los efectos de la operación del otro, como sucede precisamente en las curaciones
descritas en el Evangelio.
4. La verdad sobre la creación es la verdad primera y fundamental de nuestra fe.
Sin embargo, no es la única, ni la suprema. La fe nos enseña que la obra de la
creación está encerrada en el ámbito de designio de Dios, que llega con su
entendimiento mucho más allá de los límites de la creación misma. La creación
(particularmente la criatura humana llamada a la existencia en el mundo visible)
está abierta a un destino eterno, que ha sido revelado de manera plena en
Jesucristo. También en El la obra de la creación se encuentra completada por la
obra de la salvación. Y la salvación significa una creación nueva (Cfr. 2 Cor 5, 17;
Gal 6, 15), una "creación de nuevo", una creación a medida del designio originario
del Creador, un restablecimiento de lo que Dios había hecho y que en la historia
del hombre había sufrido, el desconcierto y la "corrupción", como consecuencia del
pecado. Los milagros de Cristo entran en el proyecto de la "creación nueva" y
están, pues, vinculados al orden de la salvación. Son "signos" salvíficos que llaman
a la conversión y a la fe, y en esta línea, a la renovación del mundo sometido a la
"corrupción" (Cfr. Rom 8, 19-21). No se detienen, por tanto, en el orden ontológico
de la creación (creatio), al que también afectan y al que restauran, sino que entran
en el orden sotereológico de la creación nueva (re) creatio totius universi), del cual
son co-eficientes y del cual, como "signos", dan testimonio.
5. El orden soteriológico tiene su eje en la Encarnación; y también los "milagrossignos" de que hablan los Evangelios, encuentran su fundamento en la realidad
misma del Hombre/Dios. Esta realidad (misterio abarca Y supera todos los
acontecimientos)milagros en conexión con la misión mesiánica de Cristo. Se puede
decir que la Encarnación es el "milagro de los milagros", el "milagro" radical y
permanente del orden nuevo de la creación. La entrada de Dios en la dimensión de
la creación se verifica en la realidad de la Encarnación de manera única y, a los ojos
de la fe, llega a ser "signo" incomparablemente superior a todos los demás "signosmilagros" de la presencia y del obrar divino en el mundo. Es más, todos estos otros
"signos" tienen su raíz en la realidad de la Encarnación, irradian de su fuerza
atractiva, son testigos de ella. Hacen repetir a los creyentes lo que escribe el
evangelista Juan al final del Prólogo sobre la Encarnación: Y hemos visto su gloria,
gloria como de Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14).
6. Si la Encarnación es el signo fundamental al que se refieren todos los "signos"
que dan testimonio a los discípulos y a la humanidad de que "ha llegado... el reino
de Dios" (Cfr. Lc 11, 20), hay también un signo último y definitivo, al que alude
Jesús, haciendo referencia al Profeta Jonás: "Porque, como estuvo Jonás en el
vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y
tres noches en el corazón de a tierra" (Mt 12, 40): es el "signo" de la resurrección.
Jesús prepara a los Apóstoles para este "signo" definitivo, pero lo hace
gradualmente y con tacto, recomendándoles discreción "hasta cierto tiempo". Una
alusión particularmente clara tiene lugar después de la transfiguración en el
monte: "Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta
que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos" (Mc 9, 9). Podemos
preguntarnos el por qué de esta gradualidad. Se puede responder que Jesús sabía
bien cómo se habrían de complicar las cosas si los Apóstoles y los demás discípulos
hubiesen comenzado a discutir sobre la resurrección, para cuya comprensión no
estaban suficientemente preparados, como se desprende del comentario que el
evangelista mismo hace a continuación: "Guardaron aquella orden, y se
preguntaban que era aquello de ¡cuando resucitase de entre los os muertos!" (Mc 9,
10). Además, se puede decir que la resurrección de entre los muertos, aun
anunciada una y otra vez, estaba en la cima de aquella especie de "secreto
mesiánico" que Jesús quiso mantener a lo largo de todo el desarrollo de su vida y
de su misión, hasta el momento del cumplimiento y de la revelación finales, que
tuvieron lugar precisamente con el "milagro de los milagros", la Resurrección, que,
según San Pablo, es el fundamento de nuestra fe (Cfr. 1 Cor 15, 12-19).
7. Después de la Resurrección, a ascensión y Pentecostés, los "milagros/signos"
realizados por Cristo se "prolongan" a través de los Apóstoles, y después, a través
de los santos que se suceden de generación en generación. Los Hechos de los
Apóstoles nos ofrecen numerosos testimonios de los milagros realizados "en el
nombre de Jesucristo" por parte de Pedro (Cfr. Hech 3, 1)8; 5, 15; 9, 32)41), de
Esteban (Hech 6, 8), de Pablo (por ej., Hech 14, 8)10). La vida de los santos, la
historia de la Iglesia, y, en particular, los procesos practicados para las causas de
canonización de los Siervos de Dios, constituyen una documentación que,
sometida al examen, incluso al más severo, de la crítica histórica y de la ciencia
médica, confirma la existencia del poder de lo "alto" que obra en el orden de la
naturaleza y la supera. Se trata de "signos" milagrosos realizados desde los tiempos
de los Apóstoles hasta hoy, cuyo fin esencial es hacer ver el destino y la vocación
del hombre al reino de Dios. Así, mediante tales "signos", se confirma en los
distintos tiempos y en las circunstancias más diversas la verdad del Evangelio y se
demuestra el poder salvífico de Cristo que no cesa de llamar a los hombres
(mediante la Iglesia) al camino de la fe. Este poder salvífico del Dios/Hombre, se
manifiesta también cuando los "milagros/signos" se realizan por intercesión de los
hombres, de los santos, de los devotos, así como el primer "signo" en Caná de
Galilea se realizó por la intercesión de la Madre de Cristo.
D. CUÁNTOS MILAGROS HIZO JESÚS
Ariel Álvarez Valdés
Sacerdote, Doctor en Teología Bíblica.
Una fuerza que sanaba a todos
Una gran parte de su vida y de su tiempo, Jesús la dedicó a hacer milagros. Los
Evangelios consagran un amplio espacio a ellos. En San Marcos, por ejemplo, de
los 489 versículos que cuentan su vida pública, casi la mitad son narraciones de
milagros.
Pero si quisiéramos enumerarlos a todos, nos resultaría muy difícil. En una
primera lectura, podemos descubrir que en San Marcos hay 18 milagros, en San
Mateo 20 y en San Lucas 20. Pero ésta es sólo una observación aparente, porque si
leemos con más cuidado descubrimos que en varios lugares del Evangelio hay
pequeños resúmenes de su actividad milagrosa, que dicen por ejemplo: “Le
trajeron todos los enfermos y endemoniados (de Cafarnaúm)... y Jesús sanó a
muchos enfermos y expulsó a muchos demonios” (Mc 1,32-34). Y no sólo curaba en
Cafarnaúm, sino que “recorría toda Galilea predicando en sus sinagogas y
expulsando los demonios” (Mc 1,39). Hasta venían enfermos del extranjero, porque
“su fama llegó a toda Siria, y le traían todos los pacientes aquejados de
enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los
curó” (Mt 4,24). A tal punto, que “toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él
una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6,19).
Resulta imposible saber, pues, cuántos hechos milagrosos hizo Jesús a lo largo de
su vida. Sin embargo, el Evangelio de San Juan no parece pensar lo mismo. En él,
la actividad milagrosa de Jesús aparece muy reducida.
Para ir contándolos
San Juan narra únicamente 7 milagros de Jesús. Debido a que este Evangelio es
altamente simbólico, no parece ser casualidad que el autor emplee esa cifra, puesto
que en la Biblia el número 7 significa “perfección”, “excelencia”.
Pero el autor del Evangelio no sólo narra 7 milagros sino que quiere que nos
demos cuenta de ello. Por eso al final del primero dice: “Éste es el primero de sus
signos (o milagros), y lo hizo Jesús en Caná de Galilea (2,11). Después del segundo
dice: “Éste fue el segundo signo (o milagro) que realizó Jesús” (4,54). O sea, es
como si nos invitara a ir enumerándolos a medida que los va narrando, para que
descubramos que son 7.
Estos 7 milagros, seleccionados cuidadosamente por Juan, son: 1) Las bodas de
Caná (2,1-11), 2) La curación del hijo de un funcionario real (4,43-54), 3) La
curación del enfermo de la piscina de Bezatá (5,1-18), 4) La multiplicación de los
panes (6,1-15), 5) La caminata sobre las aguas (6,16-21), 6) La curación del ciego de
nacimiento (9,1-7), y 7) La resurrección de Lázaro (11,1-44). Es cierto que existe un
octavo milagro: la “segunda pesca milagrosa” (21,1-6). Pero hoy los estudiosos
sostienen que el capítulo 21 no pertenece al autor del Evangelio de Juan, sino que
se trata de un apéndice añadido posteriormente por otra mano. Por eso los
biblistas no lo cuentan entre los milagros del autor original, que deben seguir
considerándose 7.
No es que Juan creyera realmente que Jesús había hecho sólo 7 milagros. Al final
de su Evangelio él mismo aclara: “Jesús realizó muchos otros signos, que no están
escritos en este libro” (20,30). Sin embargo, quiso relatar únicamente 7. Y ni
siquiera quiso incluir esos pequeños resúmenes de curaciones que traían los otros
tres Evangelios, para no salirse del marco de ese número.
Por compasión de la gente
¿Por qué entonces, si San Juan sabía que Jesús había hecho muchos milagros, sólo
cuenta 7? La respuesta, y la clave de todo, está en el diferente concepto de milagro
que tiene Juan.
En los otros tres Evangelios, llamados sinópticos, Jesús hace milagros por
compasión a la gente. Por eso dicen que Jesús “sintiendo lástima” curó al leproso
(Mc 1,41); “sintiendo pena” multiplicó los panes a la gente hambrienta (Mt 15,32);
“movido por la compasión” curó a los enfermos (Mt 14,14); “mirando la fe” de sus
amigos sanó al paralítico (Lc 5,20). Obrando de esta manera, Jesús revelaba que
estaba cerca el Reino de Dios. Un Reino donde ya no habría afligidos, ni
hambrientos, ni desfavorecidos, porque había surgido una nueva comunidad
cristiana que tenía a Dios por Rey. Los milagros, por lo tanto, eran la señal del
nuevo mundo que estaba surgiendo, de la nueva situación que Jesús inauguraba
en favor de los más pobres, y en la que todos los creyentes hoy debemos
embarcarnos y comprometernos. Jesús hacía milagros para mostrar su gran poder,
y aclarar así que nada ni nadie podrá oponerse a su proyecto de instaurar el Reino
de Dios en la tierra.
Por eso, estos tres Evangelios para decir “milagro” emplean el término griego
dynamis, que significa “hecho de poder”, “acto poderoso”, porque lo que Jesús
hacía, con sus milagros, era mostrar el gran poder que había aparecido con él, y
que estaba cambiando al mundo.
Un rompecabezas para armar
En cambio en el Cuarto Evangelio, Jesús no hace milagros por compasión. No es el
sufrimiento y el dolor de la gente lo que lo mueven a realizar sus actos
prodigiosos. No busca tampoco mostrar su poder, ni anunciar la llegada del Reino
de Dios. ¿Entonces qué busca Jesús con sus milagros en el Evangelio de Juan?
Busca predicarse a sí mismo, contar quién es Él. Cada milagro que hace es para
revelar algún aspecto o faceta de su persona, de su intimidad. Los milagros son las
piezas de un rompecabezas que los oyentes de Jesús tienen que reconstruir, y cuyo
resultado es la figura completa de Jesús.
Este diferente significado explica algunas características propias que tienen los
milagros en el Cuarto Evangelio.
En primer lugar, el hecho de que sólo sean 7. Porque al tratarse de
representaciones de la persona misma de Jesús, tenían que ser 7 para representarlo
de manera perfecta.
En segundo lugar, así se explica el que los milagros de Jesús en Juan siempre
incluyan algún detalle extraordinario, algún “plus”, algún rasgo que muestre lo
excepcional del hecho. Quizás esto responda a que, en el sermón de la última cena,
Jesús había afirmado haber hecho “obras que ningún otro ha hecho” (Jn 15,24).
Milagros más milagrosos
Así, en las bodas de Caná, los litros de agua que Jesús convierte en vino son 600,
una cantidad desorbitada para la fiesta de un pueblito.
En la curación del hijo del funcionario real, se subraya la gran distancia a la que
Jesús lo cura; en los otros Evangelios Jesús también había curado a la distancia,
como a la hijita de la cananea (Mc 7,24-30), o al criado del centurión (Mt 8,5-13);
pero eran curaciones realizadas a metros de distancia; en cambio en San Juan el
milagro ocurre a 35 kilómetros de donde está Jesús.
En la curación del paralítico de Bezatá, se resalta la gran cantidad de tiempo que el
hombre llevaba enfermo: 38 años. En los sinópticos, la persona que cura Jesús con
más años de enfermedad es una mujer encorvada, que llevaba 18 años enferma (Lc
13,10-13).
En la multiplicación de los panes, Juan es el único que dice que Jesús pregunta a
sus discípulos cómo dar de comer a la multitud, pero sólo para probarlos “porque
él sabía lo que iba a hacer”, recalcando así que Jesús lo sabe todo, porque es de
condición divina.
En el milagro en el que camina sobre las aguas, Juan añade el detalle de que,
aunque la barca con los discípulos se hallaba azotada por el viento en medio del
lago, apenas Jesús llegó hasta ellos sobre las aguas, la barca tocó tierra en el lugar
exacto a donde se dirigían.
En la curación del ciego, se agrega la particularidad de que era un ciego de
nacimiento, único caso en todos los Evangelios.
Finalmente, en la resurrección de Lázaro, el muerto llevaba cuatro días enterrado,
mientras que en las resurrecciones que cuentan los otros evangelistas se trata de
personas que hacía algunas horas que habían muerto.
Aprender a mirar detrás
En tercer lugar, así se explica el hecho de que San Juan nunca los llame “milagros”,
como los hacen los otros Evangelios, sino “signos” (en griego, seméia).
Porque mientras los otros Evangelios pretendían mostrar que Jesús realizaba
“hechos poderosos” (o sea, milagros), capaces de erradicar el mal, la enfermedad y
el sufrimiento del mundo, San Juan quiere mostrar que Jesús realizaba hechos
“reveladores”. Sus milagros no eran tanto para ayudar a la gente, como para
mostrar su interior. No los hacía para salvar, sino para catequizar. No revelaban su
poder, sino su persona. Por eso, a la hora de elegir un nombre, Juan prefirió
llamarlos “signos”. Porque un signo es algo que no tiene valor por sí mismo sino
por lo que representa, es una señal de algo que está más allá.
Cuando Jesús realizaba sus “signos”, quería decir a la gente que no se quedara con
el milagro, que éste no era importante, que fuera más allá, que viera lo que había
detrás de estos prodigios. En síntesis: le pedía que descubrieran al enviado de
Dios, que realizaba todas estas cosas. Sus milagros eran señales de la persona de
Jesús.
Otros enfermos desatendidos
En cuarto lugar, así se entiende otra característica de los milagros del Evangelio de
Juan, y es que suelen ir acompañados de discursos explicativos. En los otros
Evangelios, el milagro es lo que es: una fuerza, un poder del Reino de Dios, y no
necesita explicación. En cambio en San Juan el milagro no apunta al hecho que
acaba de ocurrir frente a sus ojos, sino apunta al que lo hizo; apunta hacia Jesús.
Por eso, ante el peligro de que la gente se quede con el prodigio, Jesús debe
ponerse a explicar cada milagro.
Así, cuando un sábado cura al paralítico de la piscina de Bezatá, Jesús explica que
no lo hace principalmente por beneficiar a un enfermo; había allí muchos otros
enfermos al lado del paralítico que también esperaban sanarse, y sin embargo los
ignoró. Su objetivo, más que dar la salud al paralítico, era revelar que Él era igual a
Dios, porque sólo Dios podía trabajar y curar en sábado (5,17-18).
De igual modo, cuando multiplica los panes, explica a la multitud que su intención
no fue la de calmarles el hambre, sino revelarles que Él era el Pan de Vida que
había bajado del cielo, y al que había que buscar. Cuando devuelve la vista al ciego
de nacimiento, aclara que lo hace para enseñar que Él es la luz del mundo, y que
quien lo acepta tiene la luz verdadera (9,5.39-41). Y cuando resucita a Lázaro,
enseña que su objetivo no era sólo devolver la vida a un muerto; aunque Lázaro
resucitó ese día, iba a tener que morir de nuevo, y sus hermanas iban a volver a
llorarlo y a ponerlo por segunda vez en una tumba; de modo que resucitarlo
aquella mañana sólo para concederle una propina de vida de unos cuantos años
más, no tenía mayor sentido. Más bien lo impresionante del milagro fue la
revelación de que Jesús puede transmitir la vida eterna a quien cree en Él, porque
Él es la Resurrección y la Vida (11,25).
Ni siquiera Juan Bautista
Finalmente, así se entiende por qué Jesús en el Evangelio de Juan nunca dice a sus
discípulos que ellos harán “signos” como Él. Los otros Evangelios cuentan que,
durante su vida, Jesús dio a los apóstoles el poder de curar a los enfermos (Lc 9,1),
cosa que efectivamente ellos realizan (Lc 9,6). Y después de su resurrección Jesús
amplía la facultad de los apóstoles no sólo a la curación de enfermos sino a todo
tipo de milagros (Mc 16,17-18).
En cambio en San Juan, el único que realiza “signos” es Jesús; los discípulos no
pueden realizarlos. Lo cual es lógico, porque si los “signos” son los medios de los
que se vale Jesús para revelar su ser divino, su persona, su intimidad, nadie puede
hacer signos más que Él, porque sólo Él revela a Dios. Incluso se afirma que ni
siquiera Juan Bautista realizó signos (10,41). Los signos, en el Cuarto Evangelio,
forman parte exclusivamente de la autorevelación de Jesús.
Las siete señales
Si en el Cuarto Evangelio los milagros pretenden revelar algún aspecto de la
interioridad divina de Jesús, ¿cuál es el aspecto que revela cada uno de los 7
milagros que cuenta?
El primero, la conversión de 600 litros de agua en vino, revela que Él es el Mesías
esperado. Porque según la creencia popular judía, cuando viniera el Mesías iba a
hacer una fiesta con abundancia de vino.
El segundo, la curación del hijo de un funcionario real, revela que Él es la “vida”
de los que llevan una existencia menguada y disminuida. Él hace que uno viva con
plenitud y abundancia (Jn 4,50).
El tercero, la curación del paralítico de Bezatá, revela que Jesús es igual a Dios. Por
eso puede trabajar y curar con todo derecho en sábado (Jn 5,17-18).
El cuarto, la multiplicación de los panes, revela que Él es el Pan que ha bajado del
cielo, y que puede saciar el hambre de felicidad, de sentido de vida, de búsqueda y
de ilusión de las personas.
El quinto, la caminata sobre las aguas, revela que Jesús es el que acompaña a la
Iglesia (la barca) en su marcha a través de los problemas del mundo (el lago
encrespado) hasta hacerla llegar a salvo a la otra orilla.
El sexto, la curación del ciego de nacimiento, revela que Él es la Luz del mundo, y
que quien crea en él no andará nunca en tinieblas.
Y el séptimo, el más extraordinario de todos, la resurrección de Lázaro, revela que
Él es la resurrección de los muertos, y que todo el que haya muerto volverá un día
a vivir.
Así, de una manera genial, San Juan ha ido preparando a sus lectores para que
gradualmente fueran descubriendo quién era Jesús.
Al final, sin signos
En San Juan, el significado de los milagros no es el mismo que en los Evangelios
sinópticos. El acento teológico es diferente. En los sinópticos, son una muestra de la
compasión de Jesús por la gente; en Juan, revelan la interioridad de Jesús. En los
sinópticos son un anuncio del Reino; en Juan son un anuncio de Jesús. En los
sinópticos indican que Dios se ha hecho presente en el mundo; en Juan indican que
Dios se ha hecho presente en Jesús. En los sinópticos apuntan hacia afuera de su
persona; en Juan apuntan hacia adentro de su ser.
Por eso, al leer los milagros del Cuarto Evangelio, debemos tener cuidado de no
leerlos de la misma manera que en los sinópticos. No hay que poner el acento en su
poder, ni en su amor y misericordia por los enfermos, como hacen los sinópticos,
sino entenderlos como signos que revelan algún aspecto de su interioridad. Son, en
definitiva, respuestas a la gran pregunta: ¿quién es Jesús?
Según el Evangelio de Juan, frente a los signos que Jesús realizaba se dieron
diferentes respuestas. Algunos, como el Sumo Sacerdote Caifás, vieron los signos,
pero se negaron a creer, y aconsejaron a los fariseos matar a Jesús (11,47); son los
que están ciegos, y permanecen en la oscuridad para siempre (3,19-20). Otros como
Nicodemo (3,2-3), los hermanos de Jesús (7,3-7), o la multitud (6,26), han visto los
signos pero se quedan en ellos; no van más allá ni descubren a Jesús; sólo buscan
los milagros y hechos prodigiosos; son los que tienen una fe imperfecta e
incompleta. Y otros, como el funcionario real (4,53) o el ciego de nacimiento (9,38),
entienden el verdadero significado de los signos y por ello creen en Jesús, saben
quién es Él, y han llegado a una fe adecuada.
Pero hay aún una cuarta respuesta posible: la de los que creen en Jesús sin haber
visto nunca signos. Y ésta es la fe alabada por Jesús, cuando dijo: “Felices los que
creen sin haber visto” (20,29). Es la fe de los que creen simplemente por la palabra
de los que estuvieron con Jesús. Es la fe que debemos tener nosotros.
Actualmente son muchas las sectas cristianas que basan su fe en los milagros, las
curaciones y los signos prodigiosos, manteniendo así a sus fieles en una fe
imperfecta e infantil. Sólo quien no cae en esa tentación, y cree a pesar de no ver
nada, ha entendido realmente el sentido de los milagros de Jesús.
E. LOS MILAGROS DE JESÚS
Santo Tomás de Aquino distingue dos aspectos en los milagros:
“El primero, la acción misma que supera la capacidad de la naturaleza: es lo que
hace definir los milagros como actos de poder; el segundo es la finalidad de los
milagros, o sea, la manifestación de algo sobrenatural: es lo que hace denominarlos
corrientemente signos.”
El milagro es un prodigio religioso, que expresa en el orden cósmico una
intervención especial de Dios, quien dirige a los hombres un signo perceptible de
la presencia permanente de Su palabra de salvación en el mundo. Los milagros son
signos certísimos de la Revelación, adaptados a la inteligencia de todos, mediante
los cuales Dios Todopoderoso nos manifiesta Su voluntad de hacernos partícipes
de Su Vida, Su Sabiduría y Su Amor.
Los racionalistas rechazan a priori la noción misma de milagro. Pretendiendo
apoyarse en la ciencia, declaran que el milagro es imposible o inconveniente.
Según ellos, no hay nada más indigno de Dios que violar las leyes del universo
autosuficiente que él mismo habría establecido. La actitud racionalista es una
visión totalitaria que hace de la razón humana árbitro de todo, incluso de lo que
Dios puede o debe hacer. Elimina todo lo sobrenatural (encarnación, milagros,
redención, resurrección, gracia, sacramentos, etcétera) y desemboca en el
secularismo, que intenta eliminar a Dios de la escena del mundo.
Dios ha creado el universo libremente, no por necesidad. La libertad de Dios es
infinita; no se agota en el acto de la primera creación. El universo está subordinado
a la acción trascendente de Dios. Para Dios sólo es imposible lo que implica
contradicción; pero el milagro no implica contradicción alguna. Para probar la
imposibilidad del milagro habría que demostrar antes que Dios no existe. Dios
puede sobrepasar las causalidades naturales, interviniendo en el mundo entre la
primera creación y la transformación final de todo; pero sólo Él es capaz de
hacerlo. Hablando con propiedad, no hay milagro que no provenga de Dios. El
milagro tiene su lugar dentro del plan providencial mediante el cual Dios ordena
todas las criaturas a su fin último. Supera el orden de la naturaleza creada para
manifestar un orden más elevado, el orden de la gracia sobrenatural.
El Concilio Vaticano II enfatiza el valor histórico de la tradición evangélica:
“La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y
máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad
afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los
hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el
día de la ascensión.”
Teniendo en cuenta esta enseñanza de la Iglesia, trataremos de poner de relieve la
historicidad de los milagros de Jesús, aplicando a los relatos evangélicos de
milagros siete criterios de autenticidad utilizados por la ciencia histórica:
1. El criterio del testimonio múltiple establece que un testimonio concordante, que
procede de fuentes diversas y no sospechosas de estar intencionalmente
relacionadas entre sí, merece ser reconocido como auténtico. Este criterio se
cumple en nuestro caso, porque los cuatro Evangelios dan testimonio de los
milagros de Jesús y no proceden de una única fuente literaria. Además el propio
Talmud babilónico alude a la actividad taumatúrgica de Jesús, aunque
interpretándola como una acción mágica.
2. Este testimonio múltiple es reforzado por el hecho de que entre los Evangelios
hay diferencias en lo accidental y acuerdo en lo esencial. La diversidad en los
detalles y en la interpretación de los hechos proceden de los redactores de los
Evangelios, mientras que el peso de la tradición se hace sentir en el acuerdo de
fondo sobre la realidad del hecho conservado.
3. También se aplica a nuestro caso el criterio de discontinuidad: un dato
evangélico que no puede ser reducido a las concepciones del judaísmo o a las de la
Iglesia primitiva puede ser considerado como auténtico desde el punto de vista
histórico. Es claro que los milagros de Jesús, en cuanto signos de su identidad
divina, no cuadran bien con las ideas de los distintos grupos religiosos judíos de la
época (fariseos, saduceos, zelotas o esenios). Pero también hay aspectos de los
Evangelios referidos a los milagros que no pueden ser explicados a partir de la
Iglesia primitiva, sin referencia a Jesús. Por ejemplo, los Evangelios dan cuenta de
que los enemigos de Jesús reconocieron sus exorcismos, pero los interpretaron
como acciones diabólicas. Semejante acusación contra Jesús no pudo ser inventada
por la comunidad cristiana.
4. La historicidad de los milagros de Jesús también se manifiesta en su
conformidad con sus enseñanzas. El tema fundamental de la enseñanza de Jesús es
el Reino de Dios. Es posible considerar como históricamente seguros los dichos y
hechos de Jesús que están íntimamente ligados a este tema. Y precisamente los
milagros de Jesús son signos de la llegada del Reino de Dios.
5. Otro criterio de historicidad se refiere al hecho de que en todos los milagros del
Evangelio es posible apreciar un mismo estilo, el estilo de Jesús. El estilo de Jesús
es el sello inimitable de su persona sobre todo lo que dice y lo que hace. El estilo de
sus milagros es idéntico al de su enseñanza; está impregnado de sencillez,
sobriedad y autoridad a la vez.
Veamos algunos rasgos específicos de los milagros de Jesús: Jesús se niega a hacer
milagros en su propio provecho o para la exaltación de sí mismo; rechaza la afición
por lo maravilloso y todo triunfo fácil que rechace la cruz; y se niega a hacer
milagros cuando choca contra la falta de fe. Por otra parte, los milagros de Jesús
están destinados a la salvación de todo el hombre, en su unidad de cuerpo material
y alma espiritual. Tienen una función de liberación y manifiestan una vocación al
Reino de Dios. Establecen una relación personal y transformadora del beneficiario
con Jesús. El beneficiario participa en el milagro mediante una actitud de fe en
Jesús. El milagro es el lugar de una opción: el hombre puede abrirse a Jesús y
convertirse o puede cerrarse al signo. Los milagros de Jesús tienen carácter eclesial:
Jesús trae una salvación universal; por eso da a sus discípulos el poder de hacer
milagros. Por los milagros de Jesús, el futuro invade el presente: Jesús une en su
persona la espera de la salvación escatológica y su realización presente. Los
milagros de Jesús manifiestan el misterio de su persona. Si Jesús trae el Reino de
Dios, la razón última de ello está en su misma persona.
6. También es aplicable el criterio de la inteligibilidad interna: cuando un dato
evangélico está perfectamente inserto en su contexto y además es totalmente
coherente en su estructura interna, se puede presumir que se trata de un dato
históricamente auténtico. Esto se da en nuestro caso. Los milagros y la predicación
de Jesús constituyen una unidad indisoluble, ya que ambos manifiestan la venida
del Reino de Dios. Los relatos de milagros ocupan un lugar tan considerable en los
Evangelios y están tan íntimamente ligados a su trama que no es posible
rechazarlos sin rechazar los Evangelios en bloque, cosa que no es razonable desde
el punto de vista histórico.
7. Por último, aplicaremos el criterio de explicación necesaria: si ante un conjunto
considerable de datos, que exigen una explicación coherente y suficiente, se ofrece
una explicación que ilumina y armoniza todos sus elementos (que de otro modo
seguirían siendo un enigma), podemos concluir que estamos en presencia de una
explicación auténtica. También esto se cumple en nuestro caso. En los Evangelios,
los milagros de Jesús son un dato insoslayable, que exige una explicación. En el
Evangelio de Marcos los relatos de milagros abarcan el 31% del texto. Excluyendo
los capítulos de la Pasión, la proporción se eleva al 47%. En el Evangelio de Juan,
los doce primeros capítulos descansan por entero sobre siete “signos” de Jesús.
Eliminar los milagros equivaldría a destruir el Evangelio de Juan. En los cuatro
Evangelios es posible distinguir 67 relatos de milagros (correspondientes a 34
milagros diferentes), 28 sumarios de milagros y 51 discusiones o alusiones
referentes a los milagros. Muchos de estos relatos mencionan el carácter público de
los milagros de Jesús. Sólo los milagros pueden explicar el gran entusiasmo que
Jesús suscitó en el pueblo y la presentación de Jesús como taumaturgo en la
primera predicación apostólica. Ni siquiera los enemigos de Jesús negaron que
Jesús hiciera milagros. No discutían su actividad de exorcista y taumaturgo, sino la
autoridad que reivindicaba apoyándose en esa actividad. El Evangelio de Juan
indica los muchos milagros de Jesús (y especialmente la resurrección de Lázaro)
como causa directa de la decisión de las autoridades judías de dar muerte a Jesús.
Esto es tanto más significativo cuanto que muchos de los grupos judíos de la época
rechazaban los milagros o desconfiaban de ellos.
La convergencia de los siete criterios de historicidad antes enunciados constituye
una prueba difícilmente rechazable de la solidez histórica de los milagros de Jesús.
En la primera parte consideramos los milagros de Jesús desde el punto de vista
histórico. Ahora los consideraremos desde el punto de vista teológico. Dicho de
otro modo, analizaremos el significado de esos milagros.
Comenzaremos presentando una visión cristocéntrica del milagro.
El Concilio Vaticano II relaciona los milagros de Jesús con su persona, presentando
a Cristo como la plenitud de la Revelación y como el signo por excelencia de la
misma Revelación:
“Por tanto, es él -verlo a él es ver al Padre - el que, por toda su presencia y por la
manifestación que hace de sí mismo, por sus palabras y sus obras, por sus signos y
sus milagros, y más particularmente por su muerte y su gloriosa resurrección de
entre los muertos, y finalmente por el envío del Espíritu de verdad, da a la
revelación su pleno cumplimiento y la confirmación de un testimonio divino,
atestiguando que Dios mismo está con nosotros para librarnos de las tinieblas del
pecado y resucitarnos a la vida eterna”.
Los milagros de Jesús son la irradiación de la epifanía del Hijo de Dios entre los
hombres. Cristo mismo es el signo que debe ser descifrado, el signo único y total
de credibilidad. Él es el signo primero que incluye y fundamenta a todos los demás
signos. Los milagros de Jesús plantean la cuestión de su identidad:
“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”
El Concilio Vaticano II presenta también a los milagros de Jesús como un anuncio
de la llegada del Reino de Dios que se manifiesta en la persona de Jesucristo:
“El Señor Jesús dio origen a su Iglesia predicando la buena nueva, la llegada del
reino prometido desde hacía siglos en las Escrituras... Este reino brilla a los ojos de
los hombres en la palabra, las obras y la presencia de Cristo... Los milagros de
Jesús atestiguan igualmente que el reino ha venido ya a la tierra: `Si por el dedo de
Dios expulso los demonios, entonces es que el reino de Dios ha llegado entre
vosotros´. Sin embargo, el reino se manifiesta ante todo en la persona misma de
Cristo, Hijo de Dios e Hijo de hombre, que ha venido a salvar y a dar su vida como
rescate de muchos”.
El Vaticano II subraya que, si bien Dios ha multiplicado los indicios de su
intervención en la historia, ha dejado al hombre la libertad de responder al mensaje
y los signos de la salvación. Los signos de Jesús no obligan a nadie a recibirlo; son
dones y ayudas de Dios que solicitan y sostienen al hombre en su libre decisión de
fe:
“Cristo... invitó y atrajo a los discípulos con paciencia. Apoyó y confirmó
ciertamente su predicación por medio de milagros, pero era para suscitar y
robustecer la fe de sus oyentes, no para ejercer sobre ellos una constricción”.
Siguiendo la doctrina del último Concilio, podemos atribuir a los milagros una
doble función: la de testimoniar y revelar. Por una parte, los milagros manifiestan
la verdad de la Revelación de Cristo. Por otra parte, los milagros son expresión de
la Revelación igual que las palabras de Cristo; no es menos importante conocer los
milagros de Jesús que sus palabras. Podemos recordar aquí la frase de Pascal:
“Los milagros disciernen la doctrina, y la doctrina discierne los milagros”.
En primer lugar, entonces, analizaremos el milagro como testimonio.
El milagro garantiza la autenticidad de la Revelación de Cristo con el poder
infinito y la autoridad de Dios. Este testimonio divino interpela al hombre,
invitándolo a responder a Dios por medio de la fe. Jesucristo confirma su doctrina
por medio de prodigios y signos que disponen al alma a la escucha de la buena
nueva y son llamamientos a la comunión con Dios y al seguimiento de Jesús. Los
milagros que Jesús realiza en su nombre propio son signos de misión divina:
atestiguan que Cristo es un enviado de Dios y la verdad de su condición de Hijo
enviado por el Padre. Son testimonios del Espíritu de Dios, que lo revelan y
acreditan como Hijo de Dios.
Si Jesús es el Hijo de Dios, los signos que permiten identificarlo como tal tienen
que aparecer como una irrupción de Dios en la historia de los hombres, que hace
estallar nuestras categorías. Los signos de la gloria de Jesús (milagros y
resurrección) son signos del poder, la santidad y la sabiduría de Dios. La
resurrección de Cristo es el signo de los signos, el signo supremo.
Desarrollaremos la dimensión jurídica del milagro siguiendo la doctrina expuesta
por Santo Tomás de Aquino:
· El milagro tiene dos finalidades: el testimonio de la doctrina y de la persona.
Cristo hizo milagros para confirmación de su doctrina y para manifestación del
poder divino que en Él había.
· La naturaleza divina resplandece en los milagros, pero en comunicación con la
naturaleza humana, instrumento de la acción divina.
· Los milagros de Cristo fueron suficientes para demostrar su divinidad bajo tres
aspectos: por la especie de las obras de Cristo, por su modo de hacer los milagros y
por la misma doctrina en que Cristo se declaraba Dios.
· Cristo hizo los milagros con poder divino. El poder divino obraba en Cristo según
era necesario para la salud humana. Los milagros de Jesús se ordenaban a
manifestar su divinidad para la gloria de Dios y para la salud de los hombres,
sobre todo la salud del alma.
· Cristo vino a salvar al mundo con el poder de su divinidad y por el misterio de su
encarnación. Curando milagrosamente a los hombres, Cristo se mostró como
Salvador universal y espiritual de todos los hombres.
En segundo lugar, analizaremos el milagro como revelación.
El milagro es un signo que responde a una intención de comunicación con vistas a
una comunión. Considerado como revelación, el milagro es un encuentro personal
entre Dios y el hombre, encuentro que es capaz de transformar y promover al
hombre, liberándolo del pecado y llevándolo a una verdadera conversión. El
milagro visibiliza y manifiesta en ejercicio la buena noticia de la salvación,
hablando a los sentidos y al espíritu. Muestra claramente que la palabra de Dios es
eficaz, haciendo presente el Reino de Dios, que es para el hombre la salvación total.
Como transformación del cosmos, el milagro es una figura del mundo que viene.
El milagro es un signo polivalente, que apunta simultáneamente hacia diversas
direcciones. Analizaremos los principales valores significativos del milagro según
el Nuevo Testamento:
· Los milagros de Jesús son manifestaciones del poder universal y absoluto de
Dios; pero son obras de poder al servicio del amor. Revelan que Dios es amor, rico
en misericordia y cariño. Ese amor toma forma humana en Cristo, haciendo visible
al hombre la intensidad del amor divino. Los milagros son signos de la
misericordia de Dios para con los afligidos y doloridos.
· Los milagros de Jesús son signos del cumplimiento de las promesas de Dios,
signos de que el Reino de Dios ha llegado. Significan que en Cristo se han
cumplido por fin las profecías de las Escrituras. Jesús de Nazaret es el Mesías que
trae la salvación esperada, triunfando sobre la enfermedad, la muerte, el pecado y
el diablo. Por medio de sus milagros, Jesús anuncia la buena nueva a los pobres.
· Los milagros de Jesús son obras comunes del Padre y del Hijo: el Padre realiza
esas obras en el Hijo. Manifiestan la gloria del Padre y del Hijo: el Padre glorifica al
Hijo y es glorificado en Él. Revelan que entre el Padre y el Hijo hay un misterio de
Amor; ambos están unidos por un mismo Espíritu.
· El milagro es un signo de la gracia de Dios; expresa los dones espirituales
ofrecidos a los hombres por la gracia de Cristo. En el evangelio de Juan los
milagros de Cristo revelan el misterio de los sacramentos de la Iglesia,
particularmente del bautismo (por ejemplo en la curación del ciego de nacimiento)
y de la eucaristía (por ejemplo en la multiplicación de los panes).
· La transformación del cosmos por el milagro y la transformación del hombre por
la santidad son los signos del orden escatológico. El milagro es signo de una
salvación escatológica y universal, de la liberación y glorificación de los cuerpos;
prefigura las transformaciones que se efectuarán al final de los tiempos. Esto se
aplica sobre todo a la resurrección de Cristo.
· Los milagros de Jesús son cristológicos. No lo acreditan como un simple profeta o
Mesías humano, sino que manifiestan su gloria de Hijo único de Dios. Todos los
valores significativos del milagro están unidos a Jesús, el signo por excelencia. Él es
el Reino de Dios que ha llegado, el cumplimiento de las promesas, la presencia de
la misericordia de Dios. En el evangelio de Juan, los milagros de Jesús están
ordenados a revelar y hacer creíble el misterio de la persona de Cristo, que es el
misterio de su origen en Dios Padre, de su unidad con Él y de la misión que el
Padre le encomendó. Los milagros de Jesús son signos de la presencia salvífica del
Reino de Dios en Jesús, en relación íntima con su predicación del Reino de Dios,
hecho presente por Jesús entre los hombres.
Querido amigo, querida amiga:
Si tú no crees en Cristo, te invito a considerar atentamente los argumentos que
hemos expuesto y a evitar las tentaciones del racionalismo, que rechaza los
milagros, y del modernismo, que tiende a reducirlos a simples prodigios. Hemos
visto que Dios, Creador y Señor del universo, puede intervenir libremente en el
mundo, superando las potencialidades de la naturaleza, y que los criterios de
autenticidad histórica, aplicados a los relatos de milagros de Jesús, permiten
concluir que esos relatos tienen valor histórico. Estos milagros realmente
acontecidos dan un aval divino a la pretensión de Jesús de ser el Hijo de Dios;
acreditan que Él es verdaderamente el enviado por el Padre para la salvación del
mundo. Mediante sus milagros, narrados en los Evangelios, hoy Jesucristo te llama
a la fe en Él y a la conversión, condiciones indispensables para acceder al Reino de
Dios.
Si tú crees en Cristo, te invito a leer los relatos de los milagros de Jesús en los
Evangelios y a meditar sobre ellos en sintonía con la doctrina católica que hemos
expuesto. Ruego a Dios Padre que esta lectura y meditación sirvan para fortalecer
tu fe cristiana. Por la intercesión de la Virgen María, que impulsó a su Hijo a
realizar su primer signo en las bodas de Caná, ruego que los milagros de Jesús te
ayuden a conocer más profundamente la identidad del propio Jesucristo, autorevelación de Dios y salvación del hombre.
F. LA PRAXIS CURATIVA DE JESÚS EN EL EVANGELIO DE MARCOS
Este artículo tiene por finalidad analizar los milagros de Jesús en el evangelio de
Marcos, -en gran parte curaciones o exorcismos- con la finalidad de dar respuesta a
tres preguntas: 1) dónde, 2) cuándo y 3) a quien cura Jesús o qué adversidades
remedia. Respondiendo a estas cuestiones podremos determinar el alcance real de
la acción de Jesús que sana y pone remedio a las enfermedades o males más
diversos.
La geografía de los milagros de Jesús
La actividad de Jesús, que sana y remedia adversidades de todo tipo, se
desenvuelve en el evangelio de Marcos en dos zonas geográficas antagónicas
según las concepciones judías del tiempo: territorio judío y territorio pagano, que
representan respectivamente al pueblo de Israel y a los paganos o gentiles. La línea
divisoria entre ambas zonas la marca el lago de Genesaret: al oeste, territorio judío;
al este, pagano. Diversas travesías de Jesús con los discípulos por el lago indican el
paso de una zona a otra.
- En territorio judío tienen lugar doce milagros de Jesús, de los que once suceden
en Galilea (norte del país) y sólo uno en Judea (al sur).
En Galilea actúa Jesús en la sinagoga de Cafarnaún expulsando de un hombre un
espíritu inmundo (1,21b-28); en casa de Simón y Andrés cura a la suegra de aquél
(1,29,31); en el mar calma la tempestad (4,35-5,1); en un lugar indeterminado de la
orilla oeste del lago cura a la hemorroisa y reanima a la hija de Jairo (5,21-34); y, en
un despoblado, reparte por primera vez panes y peces a la multitud (6,33-46). A
veces el evangelista no indica el lugar exacto donde Jesús actúa como es el caso de
la curación de un leproso (1, 39-45) o el de la curación del niño epiléptico (9, 14-29).
La única curación obrada fuera de los límites de Galilea la realiza Jesús al salir de
Jericó, a treinta kms. de Jerusalén, hecho no casual, pues esta ciudad fue la primera
que conquistaron los israelitas, tras pasar el Jordán, en su éxodo hacia la tierra
prometida. Jesús devuelve allí la vista a un ciego (8,22-26), antes de realizar su
éxodo definitivo de la muerte a la resurrección que tendría lugar en Jerusalén.
- En territorio pagano tienen lugar cinco intervenciones de Jesús distribuidas de
este modo: en la región de los gerasenos expulsa una legión de demonios de un
endemoniado (5,1-20); en la comarca de Tiro libera de un espíritu inmundo a la hija
de la sirofenicia, (7,24-30); en la orilla este del mar cura a un sordo tartamudo (7,3137); en un lugar desierto lleva a cabo el segundo reparto de panes (8,1-9) y en
Betsaida devuelve la vista a un ciego (8,22-26).
Jesús elige, por tanto, como lugar privilegiado de sus milagros, en su mayoría
curaciones y exorcismos, "la periferia" de Israel, la provincia de Galilea, en el norte,
llamada despectivamente "Galilea de los gentiles o paganos", la región más alejada
del influjo del templo y del sistema religioso judío asentado en Judea, en el sur.
"Galilea de los gentiles" es casi exclusivamente el lugar de la actividad sanadora de
Jesús, dando cumplimiento así a sus palabras: "No sienten necesidad de médico los
sanos, sino los enfermos; más que justos, he venido a llamar pecadores” (Mc 2,17),
cuando le acusan de comer con recaudadores y descreídos.
La periferia del sistema judío se define de este modo como el lugar más apropiado
para la actuación sanadora de Jesús. La salvación de Jesús se concentra en los
márgenes de Israel, en lo que podríamos llamar la heterodoxia del sistema.
Dentro de Galilea, Jesús actúa remediando males en todos los ámbitos de la vida
humana: en una sinagoga, espacio religioso, libera a un hombre con un espíritu
impuro (1,21b-28); en una casa, lugar de la vida privada, cura a la suegra de Simón
(1,29-31); en la puerta de la casa, ámbito de la vida pública, realiza curaciones
múltiples (1,32-34), y en un despoblado tiene lugar el primer reparto de panes y
peces (6,33-46) en rememoración del desierto, donde Dios dio de comer a su
pueblo, pero en un nuevo éxodo que, a diferencia del primero, no va ya de Egipto
a la tierra prometida, sino de Israel a la nueva tierra prometida. Israel se ha
convertido, como Egipto, en tierra de opresión donde la enfermedad, el demonio,
la muerte y el hambre campan a sus anchas, esclavizando al ser humano; Jesús
llevará al pueblo en un nuevo éxodo a la nueva tierra prometida, esto es, a la vida
sin semilla de muerte que anuncian y preconizan sus milagros, y que se manifiesta
plenamente con la resurrección.
Vemos, por tanto, cómo la actividad taumatúrgica de Jesús, predominantemente
curaciones o exorcismos, no tiene límites ni fronteras; Jesús actúa en territorio judío
y pagano; dentro del país judío, además, no hay ningún espacio de la vida
humana que le sea ajeno. La salvación de Jesús alcanza a todos: es universal; va
dirigida a cualquier persona independientemente del sitio en que ésta se
encuentre. La vieja división del mundo en judíos y gentiles o paganos ha
terminado. Ya no hay dos, sino un solo mundo donde todos pueden beneficiarse
de la salvación de Dios. Lejos del sistema judío (Galilea de los gentiles) o fuera
(pueblos paganos) es posible la salvación... O mejor todavía, es precisamente en la
periferia del sistema judío o fuera de él donde se manifiesta con fuerza el poder de
Jesús que pone remedio a toda clase de males.
Convencido de que la nueva sociedad o reino de Dios no se implantará
definitivamente mientras haya alejados y excluidos, Jesús centra su actividad en la
zona geográficamente más alejada del templo de Jerusalén, corazón de la
religiosidad judía*** , (coma) y en los hombres y mujeres excluidos del sistema
judío por diversas razones.
Llama sorprendentemente la atención que, en el evangelio de Marcos, Jesús no
cure a ningún enfermo, ni remedie ninguna necesidad en Jerusalén, tal vez por ser
ésta el lugar de donde viene la oposición más fuerte a su doctrina liberadora, por
hallarse en ella el Templo y su aparato ideológico, que impiden la liberación del
hombre. Tampoco verán los discípulos en el evangelio de Marcos a Jesús
resucitado en Jerusalén; tendrán que desplazarse para ello a Galilea: "Y ahora,
marchaos, decid a sus discípulos y, en particular, a Pedro: <Va delante de vosotros
a Galilea; allí lo veréis, como os había dicho>" (16,7).
El tiempo de los milagros de Jesús
Si analizamos cuándo tienen lugar los milagros de Jesús, sean exorcismos,
curaciones, resurrección de muertos o "milagros de naturaleza", constatamos cómo
el momento del día en que Jesús actúa con poder no es una indicación meramente
cronológica, sino también teológico-simbólica. En los relatos de milagro se habla
del "día" en general (2,1; 8,1), de un día concreto (el sábado, 1,21b) y del atardecer
(4,35; 6,47), como tiempo en el que Jesús actúa con poder.
Combinando las indicaciones cronológicas con la actividad que Jesús realiza, se
puede concluir lo siguiente: la actividad sanadora de Jesús (3,1-6) en sábado
(tiempo sagrado) resulta provocativa para sus adversarios fariseos, hasta el pun-to
de que, ya en el capítulo 6,1-6 del evangelio de Marcos, Jesús es rechazado en la
sinagoga y en día de sábado: "Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa
desprecian a un profeta". Y añade el evangelista: "No le fue posible actuar allí con
fuerza; sólo curó a unos pocos postrados aplicándoles las manos. Y estaba
sorprendido de su falta de fe". A partir de este momento, Jesús no vuelve a entrar
más en las sinagogas judías, ni se alude en el evangelio a su actividad en sábado.
La nota polémica que puede observarse en este recorrido muestra que el evangelio
de Marcos incluye una dura crítica de la sinagoga como institución y propugna
una abolición del sábado, como tiempo sagrado; ninguna de las dos instituciones
ayuda a la liberación del ser humano. El hecho de que la primera actuación de
Jesús tenga lugar en sábado y en una sinagoga, donde expulsa el espíritu inmundo
de un hombre (1,21-28) es significativo, pues supone la triste constatación de que
en el lugar de los puros habita paradójicamente la inmundicia.
Tras las dos curaciones de Jesús en sábado (hombre con un espíritu inmundo y
suegra de Simón), en esta primera jornada en Cafarnaún hay una intensificación o
pluralización de su activi-dad: "caída la tarde, cuando se puso el sol (esto es,
terminado el sábado, pues los judíos cuentan los días de sol a sol), le fueron
llevando a todos los que se encontraban mal y a los endemoniados. La ciu-dad
entera se agolpaba a la puerta y curó a muchos que se encontraban mal con
diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios; y no permitía a los
demonios declarar que sabían quién era" (1,32-34).
Al terminar el sábado -tiempo sagrado- la actividad curativa de Jesús se multiplica
para simbolizar su victoria contra las fuerzas del mal, que se muestran
especialmente activas, según las creencias de la época, al caer el sol y comenzar la
tiniebla de la noche. Así sucede en el resto del evangelio: al atardecer, una
tempestad amenaza con hacer zozobrar la barca de los discípulos (4,35-5,20). La
victoria relativa de Satán sobre Jesús tiene también lugar al atardecer, hora en que
Jesús anuncia la traición de Judas (14,17) y también, al atardecer, se prepara José de
Arimatea para colocar en el sepulcro el cuerpo inerte de Jesús (15,42). Éste
permanece en el sepulcro el día de descanso, el sábado, cumpliéndose así el
propósito inicial en-gendrado por fariseos y herodianos de acabar con él (Mc 3, 6);
pero el día primero de la semana, las mujeres reciben el anuncio de la resurrección.
La salvación llega con la luz, "muy de mañana, recién salido el sol". El primer día
de la semana, con la resurrección de Jesús, el cristiano tiene ya por seguro que la
victoria contra los enemigos más abominables del hombre, la enfermedad y la
muerte, representados por la tiniebla y la oscuridad del sepulcro, es ya posible.
Jesús ha puesto fin, de este modo, a la vieja división del tiempo en sagrado y
profano; el sábado ha sido superado y ha comenzado ya un nuevo tiempo -todo
sagrado- en el que se podrá hacer el bien los siete días de la semana, pues lo único
realmente sagrado será el hombre al que hay que liberar de sus enfermedades,
dolencias o privaciones, allí donde y cuando se le encuentre.
Los males que Jesús remedia
La acción salvadora de Jesús afecta a individuos y grupos humanos (discípulos o
multitud), al cuerpo entero o a algunos de sus órganos más representativos (ojos,
oídos, lengua, manos, pies o genitales):
- Cuatro milagros referidos por Marcos tienen por objeto los órganos de la vista, el
oído o la lengua. De ellos, dos se realizan en territorio judío y dos en zona pagana.
"Ojos, oído y lengua" son los órganos por donde entra (ojos y oídos) o se proclama
el mensaje (lengua). "Ver y oír" definen los dos primeros tiempos del proceso de
acercamiento del discípulo a Jesús que, en una segunda fase, tendrá que hablar,
anunciando lo visto y oído, como el ex-endemoniado de Gerasa (5,20). A nivel
simbólico, Jesús convierte a ciegos y sordos en testigos-creyentes y anunciadores
del mensaje.
- En Marcos hay también cuatro relatos de posesión demoníaca, de los que dos
tienen lugar también en territorio judío y dos en territorio pagano. La posesión
demoníaca era, en aquella época, expresión de alienación mental, manifestación de
las enfermedades de la mente humana. La victoria de Jesús sobre el mal (Satanás)
es total; Jesús lo vence dentro y fuera de Israel, sanando no sólo el cuerpo, sino
también liberando la mente esclavizada por los espíritus inmundos, figura de la
ideología opresora y alienante de la sinagoga, como se deduce del hecho de que los
únicos que aparecen tentando a Jesús a lo largo del evangelio de Marcos, además
de Satanás en el desierto (13), son los fariseos, representantes de la ideología
satánica (8,11; 10,2; 12,15).
-También se refieren en el evangelio de Marcos dos repartos (mal llamados
multiplicaciones) de panes y peces: uno entre judíos y otro entre paganos. Se
anuncia así el fin de la división de la humanidad en dos bloques y, con ello, el fin
del privilegio de Israel: Jesús da de comer por igual a judíos y paganos. En él se
manifiesta el amor univer-sal de Dios que viene a curar no sólo la enfermedad,
sino a remediar el hambre del pueblo y, a nivel simbólico, la falta de una
enseñanza que lleve al pueblo a la vida. Por eso el evangelista dice antes de que
Jesús de a repartir los panes que estaban como ovejas sin pastor y se puso a
enseñarles. El verdadero alimento del pueblo es la palabra de Jesús y no la doctrina
de los fariseos.
- Jesús obra dos milagros en el mar en favor de los discípulos, cuando éstos se
dirigen hacia territorio pagano por orden suya. La misión de Jesús y sus discípulos
apunta a los paganos; los discípulos, a instancia de Jesús, deberán cruzar a la otra
orilla para anunciar el evangelio fuera de las fronteras de Israel. Como Jonás y, a
pesar de su resistencia, tendrán que proclamar el perdón también a los enemigos
del pueblo elegido, a los pueblos paganos, pues el Dios de Jesús es un Dios-Padre
de todos, judíos y paganos.
- En el evangelio de Marcos se narra, por último, un solo caso de reanimación de
un cadáver: la hija de Jairo que muere a los doce años. Este relato va unido al de la
hemorroisa (mujer con desarreglo menstrual y, por tanto, estéril). Las dos
pacientes son judías, pertenecen a Israel y están condenadas a la esterilidad o a la
muerte, respectivamente. En ambos casos, Jesús hace posible la vida plena
(cortando el flujo de sangre o devolviendo la vida), una vida que lleva consigo la
fecundidad, que no pudo otorgarles la sinagoga, corazón del sistema judío, en
cuyo seno la hemorroisa estuvo enferma sin remedio y la hija de Jairo se agravó
tanto en su enfermedad que terminó muriendo.
En resumen, la actuación con poder de Jesús es universal; no tiene fronteras de
religión o grupos étnicos. Mira al hombre, de cualquier sexo, edad o condición
social. Va dirigida a individuos o grupos humanos; al cuerpo entero, a algu-nos de
sus órganos más representativos, a su mente y a la totalidad de la persona; no se
limita solo a curar la enfermedad física o psíquica, sino que remedia carencias
(hambre) o salva de peligros (sucumbir en el mar).
Los milagros de Jesús son, por tanto, modelo de su actuación de cara a una
sociedad dividida en clases antagónicas (judíos y paganos), que ha creado un
mundo de marginación dentro del sistema (enfermos de todas clases, a veces,
como el leproso, alejados no sólo de los hombres, sino también de Dios, por el
mero hecho de ser enfermos), y que ha dejado fuera del alcance de la salvación a
los paganos (excluidos del sistema religioso de Israel), dividiendo el tiempo en
sagrado -durante el que, por estar dedicado a Dios, no se puede hacer el bien (3,16)- y profano.
Los milagros de Jesús anuncian una nueva sociedad en la que ya no hay judíos ni
paganos, se pone fin a toda clase de enfermedad y marginación, y se hace de la
humanidad dividida una humanidad unida que tiene a Dios por Padre, el nuevo
nombre de Dios reivindicado por Jesús en la oración que enseñó a sus discípulos:
el Padrenuestro.
Jesús y los excluidos del sistema
Pero si hay algo que llame realmente la atención es que la actividad taumatúrgica
de Jesús va dirigida fundamentalmente a los excluidos del sistema con la finalidad
de -sanándolos- integrarlos de nuevo en la sociedad. Jesús no quiere excluidos del
pueblo ni pueblos excluidos.
Al hombre con un espíritu inmundo (1,21b-28), lo libera del mismo precisamente
en la sinagoga, que aloja sorprendentemente espíritus inmundos dentro de ella y se
muestra incapaz de expulsarlos; sano de mente, el hombre se librará en lo sucesivo
de comulgar con la ideología de una sinagoga que no había remediado su
enfermedad y con cuya ideología se sentía vivamente identificado: "¿Qué tienes tú
contra nosotros" (1,24), le dice a Jesús el hombre con el espíritu inmundo,
confundiendo su yo individual con el de los letrados, únicos personajes a los que
alude el relato.
A la suegra de Pedro, que yacía en cama con fiebre y, por tanto, incapaz para la
acción, Jesús la levanta y ésta se pone a servirles, única actitud posible dentro de la
comunidad (1,29-31).
Al leproso -excluido del pueblo y del culto por prescripción de la Ley mosaicaJesús lo envía a los sacerdotes para que, certificando su curación, quede claro que
la ley de lo puro e impuro (Lv 14) queda invalidada, pues margina, en nombre de
un falso Dios, a los hombres más necesitados de atención. Como contrapartida por
tan subversiva acción, dice el evangelista que Jesús "ya no podía entrar
manifiestamente en ninguna ciudad". Por devolver purificado al leproso a la
sociedad, Jesús queda excomulgado (1,45).
La hemorroisa, mujer impura -que llevaba doce años con un desarreglo constantese libra de su hemorragia cuando, violando la ley que le prohibía tocar a nadie, se
atreve a tocar a Jesús. Esta mujer no había encontrado remedio a su enfermedad en
la medicina; más bien, su situación económica se había agravado hasta el punto de
quedarse arruinada: "Había sufrido mucho por obra de muchos médicos y se había
gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino más bien poniéndose peor"
(5,25). Atreviéndose a tocar a Jesús en contra de la ley termina su desarreglo
menstrual, o lo que es igual, recupera su capacidad reproductora y generadora de
vida. Esta mujer es figura del Israel marginado por la institución; enferma y
estéril, accede a la salvación por la fe en el nuevo maestro que, al ser tocado por
una mujer impura, no sólo no se contagia, sino que purifica a quien con tanta fe lo
toca (5,24b-34).
Al paralítico inmovilizado, figura de la humanidad pecadora, le manda Jesús
cargar con su camilla, y aquél -por su propio pie- se aleja a la vista de todos libre
no sólo de enfermedad, sino también de sus pecados. La puerta de la casa de Israel,
que impide a los paganos entrar, se ha abierto definitivamente gracias a Jesús.
Éstos tendrán también acceso a la salvación, aunque para ello haya habido que
destechar el techo de la casa (2,1-12). Los judíos dejan de ser obstáculo para el
acceso de los paganos a Jesús.
Al hombre del brazo atrofiado, incapacitado para el trabajo y, consiguientemente,
parado y desarraigado social, Jesús le restituye la fuerza del brazo ante el
escándalo de los fariseos presentes que no le perdonan que lo haya curado en
sábado; en premio por esta buena acción, fariseos y herodianos, formando una
extraña alianza, deciden acabar con Jesús (3,1-6).
A la hija de Jairo, muerta a los doce años, edad hábil para el matrimonio, Jesús la
devuelve a la vida y a sus padres, capacitándola para contraer matrimonio; es
significativo que sea precisamente un jefe de sinagoga, de nombre Jairo (nombre
hebreo que significa "que Yahvé resplandezca") quien, dejando la sinagoga, salga
al encuentro de Jesús y creyendo en él -"no temas; ten fe y basta"- recupere a su hija
viva (5,21-24a.35-6,1a).
Un sordo tartamudo, imagen de incomunicación total y figura de los discípulos
que no aceptan que Jesús brinde la salvación a todos por igual, recupera su
capacidad de oír y hablar, y dice el evangelio que "les advirtió que no lo dijeran a
nadie, pero, cuanto más se lo advertía, más y más lo pregonaban ellos" (7,31-37).
A un ciego que le traen para que lo toque, Jesús lo tiene que conducir también
fuera de la aldea para que progresivamente llegue a ver y, como al sordo
tartamudo, le prohibe entrar en ella, no sea que vuelva a la antigua cegueramentalidad (8,22b-26).
Otro ciego, a las puertas de Jericó y a la vera del camino, -lugar donde cae la
semilla-mensaje y no da fruto (4,3) y también imagen de los discípulos-, recupera
la vista cuando Jesús está para iniciar su éxodo definitivo hacia la muerte y
resurrección (10,46b-52). Una vez curado, dice el evangelista que "lo seguía en el
camino".
En país pagano, Jesús, al constatar la fe de la mujer sirofenicia le anuncia que "el
demonio ha salido de su hija" (7,24-30); esta mujer era pagana y, por tanto, según la
doctrina judía, estaba excluida de la salvación de Dios; su hija tenía un espíritu
inmundo, como el hombre de la sinagoga (1,21b-28). El país pagano, según la
concepción judía, está inundado de demonios y será en territorio pagano donde
Jesús librará de una legión de demonios a un endemoniado, verdadero prototipo
de marginación total. Su situación es descrita dramáticamente por el evangelista de
este modo: "Apenas bajó de la barca, fue a su encuentro desde el cementerio un
hombre poseído por un espíritu inmundo. Éste tenía su habitación en los sepulcros
y ni siquiera con cadenas podía ya nadie sujetarlo; de hecho, muchas veces lo
habían dejado sujeto con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía
pedazos los grillos, y nadie tenía fuerza para domeñarlo. Todo el tiempo, noche y
día, lo pasaba en los sepulcros y en los montes, gritando y destrozándose con
piedras"(5,2-5).
Jesús expulsa los demonios de aquél hombre al igual que del niño epiléptico, a
quien los discípulos no han podido sanar, pues participan de la ideología satánica,
en la medida en que, como Pedro, esperan todavía un mesías poderoso y
triunfador. Sólo con una actitud de servicio hasta la muerte se puede curar a los
que han sido apresados por el demonio como ese niño 7 , (coma) cuya trágica
situación describe su padre con estas palabras: "Maestro, te he traído a mi hijo, que
tiene un espíritu que lo deja mudo. Cada vez que lo agarra, lo tira por tierra, echa
espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que
lo echen, pero no han tenido fuerza”. (9,14,29).
Este Jesús, que sana, expulsa demonios y da de comer a la multitud, es el mismo
que llega a la barca de los discípulos andando sobre el mar, atributo
exclusivamente divino (6,42-46), y que, como Dios, brinda la salvación a todos por
igual, iniciando con el nuevo pueblo el éxodo definitivo hacia el país de la vida,
donde la palabra marginación quedará borrada definitivamente del vocabulario de
las relaciones humanas.
La pedagogía de Jesús
La actitud pedagógica de Jesús hacia los pacientes es diversa en cada caso; el
tratamiento que tiene hacia cada uno de ellos es personalizado: toma la iniciativa y
se acerca a la suegra de Simón, la coge de la mano y la levanta (1,29-31); al ver al
leproso, se conmueve (verbo que se aplica a Dios en el judaísmo) o se aíra (según
otra lectura conservada) contra el sistema que, en nombre de Dios, margina a la
gente, y lo toca, violando la ley del Levítico (14,1-32) sobre lo puro y lo impuro
(1,39-45). Al sordo tartamudo lo toma aparte, separándolo de la multitud, le mete
los dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua, y levantando la mirada al
cielo suspira y le dice: Effatá (esto es, ábrete)" (7,31-37). Para curar al ciego de
Betsaida, Jesús lo coge de la mano y lo conduce también fuera de la aldea,
llevándolo progresivamente a la luz, hasta que vea del todo: "Veo a los hombres,
porque percibo como árboles, aunque andan. Luego le aplicó otra vez las manos en
los ojos y vio del todo"; a éste, le prohibe terminantemente volver a la aldea (Mc
8,22a-26). Al ciego de Betsaida lo manda llamar y le pregunta: "¿Qué quieres que
haga por ti?", accediendo a su petición de recobrar la vista (10,46b-22). A la
hemorroisa, que le arrebata la curación tocándolo, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha
curado. Vete en paz y sigue sana de tu tormento” (Mc 5,24b-34). Al ver la fe de los
portadores del paralítico, imagen de la humanidad pecadora, le perdona los
pecados, antes de curarlo de su enfermedad (2,1-12). Al hombre del brazo
atrofiado lo coloca en medio de la sinagoga en claro gesto de desafío a los fariseos
presentes que lo asedian para ver si lo cura en sábado y tener de qué acusarlo; a
continuación les pregunta: "¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer
daño, salvar una vida o matar?" Ante su silencio, Jesús "echándoles en torno una
mirada de ira y apenado de su obcecación", cura al hombre, pero sus enemigos
maquinan acabar con él (3,1-7a). A los demonios y al viento-mar -imagen de la
ideología de la sinagoga de la que están imbuidos sus discípulos- Jesús los increpa
y los expulsa liberando a los pacientes de la opresión-ideología de Satanás (1,21b28; 5,1-20; 7,24-30; 9,14-29). A la hija de Jairo la devuelve a la vida y a sus padres, y
les manda que no se lo digan a nadie y que le den de comer (5,21-24a.35-6,1ª); a la
multitud le da dos veces de comer, -una en territorio judío; otra en territorio
pagano- en un gesto que hace visible el amor universal de Dios (6,33-45; 8,1-8).
En cada momento y con cada paciente Jesús adopta la actitud adecuada para entrar
en contacto con él y sacarlo de su particular tipo de marginación. Maravilloso
pedagogo.
La fe que salva
En algunos milagros es expresamente la fe en Jesús la que hace posible la curación,
fe que se pone aún más de relieve cuando se da entre paganos. Son los casos del
paralítico -imagen de la humanidad pecadora- al que Jesús cura al ver la fe de sus
portadores (2,1-12), o el de la hemorroisa-impura -imagen del pueblo judío incapaz
de alcanzar la curación- que toca a Jesús para liberarse de su enfermedad (5,24b34), o el del ciego Bartimeo - figura de los discípulos- que grita al paso de Jesús y
que, cuando Jesús lo manda llamar, tira a un lado el manto, se pone de pie y se le
acerca, recuperando la vista (10,46b-52). Es la fe-adhesión a Jesús la que hace
posible la curación. "Tu fe te ha salvado", dice Jesús a los pacientes, constatando
que es la fe la que hace posible la salvación total.
Estos pacientes-creyentes representan el lado opuesto de los vecinos de Nazaret de
los que dice Marcos que a Jesús "no le fue posible de ningún modo actuar allí con
fuerza; sólo curó a unos pocos postrados aplicándoles las manos. Y estaba
sorprendido de su falta de fe" (6,5-6).
Magnifica pedagogía de Jesús que hace de los marginados el centro de su acción
pastoral, que no distingue entre tiempo sagrado y profano, ni entre puro e impuro,
ni entre judíos y paganos, librando al hombre de los males que le aquejan y que lo
hunden en la marginación y en la muerte. Es el hombre que sufre enfermedades o
adversidades -y no Dios- el centro de atención de este Jesús, que se compadece del
pueblo porque "están como ovejas sin pastor", abandonados a su propia desgracia
y marginación. Y en esto consiste no sólo una parcela accidental de su misión, sino
el núcleo mismo de su acción evangelizadora.
Otro gallo le hubiese cantado a la iglesia y a los seguidores de Jesús si hubiésemos
hecho de los marginados nuestro centro de atención, como lo hizo Jesús. Porque
éste sabía bien que solamente cuando todos se sienten a la mesa -tanto los primeros
como los últimos o, mejor, cuando no haya ni primeros ni últimos- se podrá
inaugurar el banquete del reino, preconizado por Lucas en la parábola de los
invitados al banquete (14, 15-24), un banquete que solamente se podrá celebrar si
no hay excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.
Construir el reino de Dios aquí en la tierra o, lo que es igual, hacer nacer una
sociedad alternativa sin excluidos sigue siendo hoy -y tal vez hoy más que nuncael gran reto de los seguidores de Jesús. Por esta tarea tal vez valga la pena "perder
la vida" como camino para encontrar "la vida definitiva".
Las palabras de Jesús siguen aún en pie: "Si uno quiere venirse conmigo, que
reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga; porque el que
quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa
mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo" (8,34-36). Y la buena noticia consiste
en "proclamar la libertad a los cautivos, dar la vista a los ciegos, poner en libertad a
los oprimidos y proclamar el año favorable del Señor" (Lc 4,14-18b-20). Esto y no
otra cosa es lo que hizo Jesús durante toda su vida; por esta causa murió y, por
esto, como confirmación de la verdad de su camino, creemos vivamente que Dios
lo resucitó.
G. MILAGROS DE JESÚS EN EL EVANGELIO DE JUAN
Introducción
Uno de los hechos más significativos del evangelio de Juan es la presentación de
Cristo. La atención de Juan al presentar pocos relatos de los milagros de Jesús, es
porque centra su atención en el mesianismo de Jesús y su condición de Hijo. El
carácter mesiánico de Jesús más de una vez fue el tema de discusión entre los
judíos (Juan 7:26, 27; 10:24).
En el 1 Corintios 12: 24 – 27 se registran estas confesiones del mesianismo de Jesús.
Para el autor Jesús era el cumplimiento de todas las esperanzas mesiánicas del
pueblo judío. En total armonía con esto se encuentra la frecuente apelación al
testimonio del Antiguo Testamento. Aún más característico del Evangelio es Jesús
como Hijo de Dios. Muchas veces Jesús presenta su propia relación filial con el
Padre. Si bien este aspecto no está ausente en los Sinópticos, es especialmente
notable en Juan por la frecuente aparición del término “Hijo” sin mayor
descripción. Sin embargo en el evangelio de Juan no escaparon los detalles, de
milagros realizados por Jesús y que no se encuentran en los otros evangelios.
Además, hay muchas indicaciones de la perfecta humanidad de Jesús en este
Evangelio. Experimentó emociones humanas, hambre, sed y cansancio. Nunca la
exaltada cristología debe disminuir la perfecta humanidad de Jesús. Pero siempre
mostró su poder como Dios al realizar los milagros relatados en este evangelio.
Las siguientes citas del evangelio de Juan nos ayudan a identificar los milagros o
relatos sobrenaturales descritos por el apóstol en su evangelio, y que tipo de suceso
sobrenatural ocurrió.
1.- Convirtió el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea
Juan 2: 1 – 11
Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de
Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el
vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo,
mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo
que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la
purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros.
Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les
dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala
probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes
que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el
buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; más tú has
reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de
Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él.
2.- Jesús sana al hijo del oficial
Juan 4:46 – 54
Entonces vino otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Y había allí cierto oficial del rey cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. Cuando
él oyó que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a su encuentro y le suplicaba
que bajara y sanara a su hijo, porque estaba al borde de la muerte. Jesús entonces le
dijo: Si no veis señales y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo*: Señor, baja
antes de que mi hijo muera. Jesús le dijo*: Vete, tu hijo vive. Y el hombre creyó la
palabra que Jesús le dijo y se fue. Y mientras bajaba, sus siervos le salieron al
encuentro y le dijeron que su hijo vivía. Entonces les preguntó a qué hora había
empezado a mejorar. Y le respondieron: Ayer a la hora séptima se le quitó la fiebre.
El padre entonces se dio cuenta que fue a la hora en que Jesús le dijo: Tu hijo vive.
Y creyó él y toda su casa. Esta fue la segunda señal que Jesús hizo cuando fue de
Judea a Galilea.
3.- Jesús sana al enfermo del estanque de Betesda
Juan 5:1 – 15
Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y
hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, un estanque que en hebreo se
llama Betesda y que tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos,
ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua; porque un ángel
del Señor descendía de vez en cuando al estanque y agitaba el agua; y el primero
que descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba curado de
cualquier enfermedad que tuviera. Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho
años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado allí y supo que ya llevaba
mucho tiempo en aquella condición, le dijo*: ¿Quieres ser sano? El enfermo le
respondió: Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es
agitada; y mientras yo llego, otro baja antes que yo. Jesús le dijo*: Levántate, toma
tu camilla y anda. Y al instante el hombre quedó sano, y tomó su camilla y echó a
andar. Y aquel día era día de reposo. Por eso los judíos decían al que fue sanado:
Es día de reposo, y no te es permitido cargar tu camilla. Pero él les respondió: El
mismo que me sanó, me dijo: “Toma tu camilla y anda.” Le preguntaron: ¿Quién es
el hombre que te dijo: “Toma tu camilla y anda”? Pero el que había sido sanado no
sabía quién era, porque Jesús, sigilosamente, se había apartado de la multitud que
estaba en aquel lugar. Después de esto Jesús lo halló* en el templo y le dijo: Mira,
has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor. El hombre se fue,
y dijo a los judíos que Jesús era el que lo había sanado.
4.- La alimentación de los cinco mil
Juan 6:1 – 14
Después de esto, Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y le
seguía una gran multitud, pues veían las señales que realizaba en los enfermos.
Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la Pascua, la
fiesta de los judíos. Entonces Jesús, alzando los ojos y viendo que una gran
multitud venía hacia El, dijo* a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman
éstos? Pero decía esto para probarlo, porque El sabía lo que iba a hacer. Felipe le
respondió: Doscientos denarios de pan no les bastarán para que cada uno reciba un
pedazo. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo* a Jesús:
Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué
es esto para tantos? Jesús dijo: Haced que la gente se recueste. Y había mucha
hierba en aquel lugar. Así que los hombres se recostaron, en número de unos cinco
mil. Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que
estaban recostados; y lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que
querían. Cuando se saciaron, dijo* a sus discípulos: Recoged los pedazos que
sobran, para que no se pierda nada. Los recogieron, pues, y llenaron doce cestas
con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían
comido. La gente entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decía:
Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo.
5.- Jesús camina sobre las aguas
Juan 6:16- 22
Al atardecer, sus discípulos descendieron al mar, y subiendo en una barca, se
dirigían al otro lado del mar, hacia Capernaúm. Ya había oscurecido, y Jesús
todavía no había venido a ellos; y el mar estaba agitado porque soplaba un fuerte
viento. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron* a Jesús
caminando sobre el mar y acercándose a la barca; y se asustaron. Pero El les dijo*:
Soy yo; no temáis. Entonces ellos querían recibirle en la barca, e inmediatamente la
barca llegó a la tierra adonde iban. Al día siguiente, la multitud que había quedado
al otro lado del mar se dio cuenta de que allí no había más que una barca, y que
Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían
ido solos.
6.- Jesús sana a un ciego
Juan 9:2 – 7
Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera
ciego? Jesús respondió: Ni éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las
obras de Dios se manifiesten en él. Nosotros debemos hacer las obras del que me
envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar. Mientras
estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. Habiendo dicho esto, escupió en
tierra, e hizo barro con la saliva y le untó el barro en los ojos, y le dijo: Ve y lávate
en el estanque de Siloé (que quiere decir, Enviado). El fue, pues, y se lavó y regresó
viendo.
7.- La resurrección de Lázaro
Juan 11:32 – 45
Cuando María llegó adonde estaba Jesús, al verle, se arrojó entonces a sus pies,
diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Y cuando
Jesús la vio llorando, y a los judíos que vinieron con ella llorando también, se
conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció, y dijo: ¿Dónde lo
pusisteis? Le dijeron*: Señor, ven y ve. Jesús lloró. Por eso los judíos decían: Mirad,
cómo lo amaba. Pero algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos
del ciego, haber evitado también que Lázaro muriera? Entonces Jesús, de nuevo
profundamente conmovido en su interior, fue* al sepulcro. Era una cueva, y tenía
una piedra puesta sobre ella. Jesús dijo*: Quitad la piedra. Marta, hermana del que
había muerto, le dijo*: Señor, ya hiede, porque hace cuatro días que murió. Jesús le
dijo*: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra.
Jesús alzó los ojos a lo alto, y dijo: Padre, te doy gracias porque me has oído. Yo
sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que me rodea,
para que crean que tú me has enviado. Habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz:
¡Lázaro, ven fuera!
Y el que había muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y el rostro
envuelto en un sudario. Jesús les dijo*: Desatadlo, y dejadlo ir. Por esto muchos de
los judíos que habían venido a ver a María, y vieron lo que Jesús había hecho,
creyeron en El.
8.- La pesca
Juan 21:1 – 8
Después se manifestó Jesús otra vez a sus discípulos en el mar de Tiberias; y se
manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, y Tomás, llamado el
Dídimo, y Natanael, el que era de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo, y otros
dos de sus discípulos. Les dice Simón: A pescar voy. Le dicen: Vamos nosotros
también contigo. Fueron, y subieron en un navío; y aquella noche no tomaron
nada. Y venida la mañana, Jesús se puso a la ribera; mas los discípulos no
entendieron que era Jesús. Así que les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le
respondieron: No. Y Jesús les dice: Echad la red a la mano derecha del navío, y
hallaréis. Entonces [la] echaron, y no la podían en ninguna manera sacar, por la
multitud de los peces. Dijo entonces aquel discípulo, al cual amaba Jesús, a Pedro:
El Señor es. Entonces Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa,
porque estaba desnudo, y se echó al mar. Y los otros discípulos vinieron con el
navío (porque no estaban lejos de tierra, sino como doscientos codos), trayendo la
red de peces.
Juan menciona 8 milagros , pero 6 de esos 8 son exclusivos de Juan los otros dos los
repiten los evangelios sinópticos (Mateo , Marcos y Lucas) y cuando analizamos
los 6 milagros o señales exclusivos de juan detectamos que en esos milagros la
gente que los presencio creyó en Jesús , creyeron que verdaderamente Jesús era el
hijo de Dios, se lograba el objetivo de Juan al escribir el evangelio ( para que
creyeran que Jesús es el hijo de Dios)
H. LAS BODAS DE CANA (Juan 2,1-12)
“ENTRE AMIGOS”, VOLUMEN V, Tema 8
Se trata del primer milagro realizado por Jesús y por lo tanto el primer acto público
de su manifestación como Mesías Salvador que recibe el poder del Padre avalando
su incipiente predicación del Evangelio.
Observemos como este primer hecho extraordinario de Jesús desea realizarlo
precisamente en una boda a la que fue invitado. Ello nos sugiere estas ideas :
1 – La humanidad de Jesús. Él es para su pueblo un gran amigo; amante de
alternar, conversar, ser solidario con todos y ello con una naturalidad sin ficción
fruto de su amor espontaneo por las gentes que gustan de disfrutar de su amable
presencia y amistad. Por tal razón, los novios de aquella boda, le invitan para
compartir con él su alegría.
2 – La presencia de Jesús es una explícita bendición de la institución matrimonial.
Es altamente significativo que el primero de los milagros realizados por Jesús
tuviera lugar precisamente en unas bodas. Estas precisamente tienen su razón de
ser en el amor. En el amor que los esposos se ofrecen mútuamente y a perpetuidad.
Como el amor de Dios que también es oferta y fidelidad sin término. Como el amor
de Jesús que se ofrece hasta el sacrificio de la cruz por todos nosotros los pecadores
necesitados de misericordia y redención. No es por azar que las Sagradas
escrituras, haciendo alusión a Jesús, hablan siempre del “Esposo” y de su Reino
como el “convite pascual”. San Pablo escribe a la comunidad de los Corintos : “2
Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os tengo desposados con un solo
esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo (II Co.11,2).
3 – La intervención de María en este primer milagro de Jesús.
Observad como a pesar de que, según parece, Jesús no tenía aún intención de
manifestarse al pueblo con su poder taumatúrgico (de hacer milagros), no obstante
cambia sus planes a petición de su madre. La Iglesia ha visto siempre en este hecho
una clara explicitación de la mediación de María en los planes de Dios para la
salvación del mundo. Por ello ha proclamado ya desde muchos siglos a la Virgen
María, Madre de Dios mediadora de todas las gracias. Esta proclamación tiene un
profundo arraigo teológico en el hecho de la Encarnación del Verbo en sus
maternales entrañas. Si María al aparecérsele el ángel Gabriel y proponerle ser
madre de Jesús – el salvador del mundo – hubiere dicho “no”, por temor o por
sentirse indigna, el Verbo eterno del Padre no hubiese podido encarnarse y por
tanto hubiera quedado frustrado el plan de salvación sabiamente diseñado por
Dios para salvar a toda la humanidad del pecado. Pero María dice “Sí” al ángel y
añade “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Esta libre
decisión de fidelidad a la oferta de Dios le vale a María la sublime prerrogativa de
ser, juntamente con su hijo Jesús, corredentora y consecuentemente mediadora de
todas las gracias que el Señor ofrece a los hombres, ya que gracias a su mediación
hizo posible el desposorio de Jesús con la humanidad a partir de su encarnación
del seno de María.
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