A. MILAGROS DE JESÚS Los milagros de Jesús pueden dividirse en cinco grupos: 1 -Sobre la naturaleza, 2-De curación física, 3-De liberación demoníaca, 4-Victorias sobre voluntades hostiles y 5- Resurrecciones Milagros sobre la naturaleza: 9 Cambia el agua en vino en Caná (Jn 2). Primera pesca milagrosa (Lc 5). Calma la Tempestad (Mt 8; Mc 4; Lc 8). Primera multiplicación de panes (Mt 14; Mc 6; Lc 9; Jn 6). Camina sobre las aguas (Mt 14; Mc 6; Jn 6). Segunda multiplicación de panes (Mt 15; Mc 8). La moneda aparece en el pez (Mt 17:27). Maldición de la higuera (Mt 21; Mc 1l). Segunda pesca milagrosa (Jn 21). Milagros de curación física Jesús hizo muchísimas curaciones milagrosas en su vida pública. Hay referencias en los Evangelios a muchas curaciones que no son relatadas en detalle (Mt 4; Lc 4, 6; Mc 6), pero si se relatan 20 curaciones: El hijo de un funcionario real (Jn 4). La suegra de Pedro (Mt 8; Mc 1; Lc 4). El leproso (Mt 8; Mc 1; Lc 5). El paralítico (Mt 9; Mc 2; Lc 5). El paralítico de Betesda (Jn 5). Hombre de la mano paralizada (Mt 12; Mc 3; Lc 6). El sirviente del Centurión (Mt 8; Lc 7). El ciego (Mt 12; Lc 11). La Hemorroísa (Mt 9; Mc 5; Lc 8). Dos ciegos (Mt 9). Endemoniado mudo (Mt 9). El sordomudo (Mc 7). Ciego de Betesda (Mc 8). Niño lunático (Mt 17; Mc 9; Lc 9). Ciego de nacimiento (Jn 9). Mujer encorvada por espíritu inmundo (Lc 13:10-13). Hombre hidrópico (Lc 14:1-4). Diez leprosos (Lc 17). Ciego de Jericó (Mt 20; Mc 10; Lc 18). El siervo que perdió la oreja (Lc 22:51). Milagros de liberación de endemoniados (exorcismos con manifestaciones físicas). Las formulas generales para exorcizar (Mc 1) y el pasaje de Mt 8: 16 -"le trajeron muchos endemoniados"- demuestran que endemoniados eran numerosos en la vida pública de Jesús. Algunos casos fueron contados con detalle. Algunos de estos incluyen también curación física y por eso aparecen en la lista de arriba. Endemoniado en Capernaum (Mc 1; Lc 4). Sordomudo (Mt 12; Lc 1 l). Geraseno (Mt 8; Mc 5; Lc 5). Endemoniado mudo (Mt 9). Hija de la mujer Syro-Fenicia (Mt 15; Mc 7). Niña lunática (Mt 17; Mc 9; Lc 9). Mujer encorvada por espíritu inmundo (Lc 13:10-13). Victoria de Jesús sobre voluntades hostiles En algunos casos en los que Jesucristo ejerció poder extraordinario sobre sus enemigos no está claro si fue por intervención de poder divino o por los efectos naturales de la ascendencia de su extraordinaria voluntad humana sobre la de aquellos hombres. En Jn7:30, 44; 8:20 los judíos no lo arrestan porque la hora no había llegado. En Jn 8:59, no lo arrestan porque se escondió. Hay dos casos en que parece que se trata del ejercicio de su poder: 1. Cuando saca los vendedores del Templo (Jn 2; Mt 21; Mc 11; Lc 19); 2. El episodio de su escape de la turba hostil en Nazaret (Lc 4). Resurrecciones Jesús respondió a los enviados de Juan Bautista: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Mt 11; Lc 7). La forma general en que habla de resurrecciones hace pensar que Jesús resucitó a muchos más de los tres que no aparecen en el Evangelio: Hija de Jairo (Mt 9; Mc 5; Lc 5). Hijo de la viuda de Naim (Lc 7). Lázaro (Jn 11). B. MILAGROS DE JESÚS Catholic.net. Los milagros de Jesús son los hechos sobrenaturales que se cree fueron realizados por Jesucristo en el curso de su vida terrenal y que han sido recogidos en los Evangelios canónicos. Estos milagros se pueden clasificar en cuatro grupos: las curaciones, exorcismos, la resurrección de los muertos y el control sobre la naturaleza. El número exacto de los milagros depende de cómo se cuentan los milagros, por ejemplo, en el milagro de la hija de Jairo, donde una mujer se cura y una niña es resucitada, pero los dos acontecimientos son narrados en los mismos párrafos de los Evangelios, y por lo general de forma conjunta, y el hecho de que la niña tenía 12 años y la mujer había estado enferma durante 12 años ha sido objeto de diversas interpretaciones. Estos milagros causaban la indignación de los escribas y los maestros de la ley.[1] En esos tiempos, los escribas, fariseos y otros, atribuyeron a una confabulación con Belcebú este poder de expulsar a los demonios. Jesús se defendió enérgicamente de estas acusaciones.[2] Según los relatos evangélicos, Jesús no sólo tenía el poder de expulsar demonios, sino que transmitió ese poder a sus seguidores[3] Incluso se menciona el caso de un hombre que, sin ser seguidor de Jesús, expulsaba con éxito demonios en su nombre.[4] Según lo escrito en Mateo 11: 20-24, Corazín, Betsaida y Cafarnaún —también llamada Capernaúm—, son la ciudades donde Jesús realizó la mayor parte de sus milagros, debido a que estos todavía no se arrepentían de sus pecados. Jesús les pide a los apóstoles que crean por esas obras, y establece que quien cree en Él, podrá hacer las obras que Él hace y que todo lo que pidan al Padre en su nombre Él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.[5] Veinticuatro milagros sobre curaciones Siete curaciones de espíritus inmundos En estos pasajes se puede observar que incluso los demonios se postran ante Jesús, lo obedecen y lo reconocen como el Santo Hijo de Dios. El de la región de Gerasa (Mt. 8:28-34, Mc. 5:1-20, Lc. 8:26-29): Era poseído por muchos espíritus inmundos que se hacían llamar Legión, que fueron expulsados y entraron en un hato de cerdos, que luego murieron. El mudo (Mt. 9:32-34): La gente estaba asombrada y los fariseos afirmaban que gracias al príncipe de los demonios Jesús realizaba sus exorcismos. El endemoniado ciego y mudo (Mt. 12:22-23, Lc. 11:14-15) La hija de la cananea (Mt. 15:21-28, Mc. 7:24-30): Fue un milagro llevado a cabo en la región de Tiro y de Sidón, por petición y gracia a la fe de la madre de la víctima. El niño epiléptico (Mt. 17:14-21, Mc. 9:14-29, Lc. 9:37-43): Los discípulos que acompañaban a Jesús no pudieron curar al niño porque tenían falta de fe. El de la sinagoga en Cafarnaúm (Mc. 1:21-28, Lc. 4:31-37): Fue sanado en los días de reposo, María Magdalena (Lc. 8:1-3): De la cual salieron 7 demonios. También sanó a otras muchachas, entre ellas: Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana. Cinco curaciones de paralíticos El criado del centurión en Cafarnaún (Mt. 8:5-13, Lc. 7:1-10): Fue curado distancia por petición y gracias a la fe del centurión. No está claro si el relatado en el Evangelio de Juan es el mismo milagro, ya que el beneficiario es en este caso el hijo de un cortesano, aunque los detalles de la narración son idénticos. Un paralítico de Cafarnaún (Mt. 9:1-18, Mr. 2:1-12, Lc. 5:17-26): quien estaba postrado, y también le fueron perdonados sus pecados. Los escribas acusaron a Jesús de blasfemo. El hombre de la mano seca (Mt. 12:9-14, Mc. 3:1-6, Lc. 6:6-11): debido a este milagro los fariseos se enfurecieron y murmuraban planeando la destrucción de Jesús. La mujer en la sinagoga que estaba encorvada y no podía enderezarse (Lc. 13:1017): esta curación tuvo lugar también en sábado y en una sinagoga, por lo cual Jesús fue criticado. El de Jerusalén (Jn. 5:1-18): este hombre llevaba 38 años enfermo y fue sanado un sábado en un estanque llamado Betesda en hebreo. Cuatro curaciones de ciegos Los dos ciegos de Cafarnaúm (Mt.9:27-31). Bartimeo, el de Jericó (Mt. 20:29-34, Mc. 10:46-52, Lc. 18:35-43, también encontrado en el Corán): Él le suplicó misericordia y Jesús le dijo que fue salvado gracias a su fe. El de Betsaida (Mc. 8:22-26): A quien sanó poniéndole saliva en los ojos e imponiéndole las manos El de nacimiento (Jn. 9:1-41): Jesús lo sanó restregando lodo hecho con su propia saliva, en los ojos del ciego, quien luego se lavó en la piscina de Siloe (enviado). Dos curaciones de leprosos De un leproso de Galilea (Mt. 8:1-4, Mc. 1:40-45, Lc. 5:12-16, también encontrado en el Evangelio Egerton y en el Corán): fue curado al ser tocado por la mano de Jesús. De diez leprosos (Lc. 17:11-19): iban camino a Jerusalén y Jesús los curó con el poder de su palabra. Otras seis curaciones La fiebre de la suegra de Pedro (Mt. 8:14-15, Mc. 1:29-31, Lc. 4:38-39): fue sanada en su casa en Cafarnaúm, al ser tomada por la mano de Jesús. La mujer con flujo de sangre (Mt. 9:20-22, Mc. 5:25-34, Lc. 8:41-48): quien se sanó al tocar el manto de Jesús. Un sordomudo en la Decápolis (Mc. 7:31-37): a quien sanó metiéndole los dedos en los oídos, escupiendo, tocándole la lengua y diciendo: "Effatá", que significa "ábrete". El hidrópico (Lc. 14:1-6): Esta curación fue hecha un sábado en la casa de uno de los principales fariseos. La oreja de Malco (Lc. 22:50-51): quien fue herido por un discípulo de Jesús, a quien Jesús reprendió por ello. El hijo del alto oficial del rey (Jn. 4:46-54): Jesús y el oficial se encontraban en Caná, y el niño que moría se encontraba en Cafarnaún. Curaciones hechas de modo genérico Además de las ya mencionadas curaciones, hay pasajes que hacen referencia a ocasiones en que Jesús curó de modo genérico diversas enfermedades. Se mencionan cinco a continuación: Recorriendo Galilea (Mt. 4:23-25, Lc. 16:17-19). Al ponerse el sol (Mt. 8:16-17, Mr. 1:32-34, Lc. 4:40-41). Junto al mar de Galilea (Mt. 15:29-31). En el Templo (Mt. 21:14-15). Cuando se retira al mar con sus discípulos (Mc 3:7-12). Diez milagros sobre la naturaleza Jesús obró también, según los evangelios, diez prodigios de tipo natural, en los que se pone de manifiesto la obediencia de las fuerzas naturales a su autoridad. La tempestad calmada (Mt. 8:23-27, Mr. 4:35-41, Lc 8:22-25): Sucede en el Mar de Galilea. Jesús les dice a sus discípulos hombres de poca fe, ya que estos se atemorizan y piensan que perecerán. Caminar sobre el agua (Mt. 14:22-27, Mr.6:45-52, Jn. 6:16-21): Los discípulos creyeron ver un fantasma y dieron voces de miedo. Se dirigían en una barca a Cafarnaún. La primera multiplicación de los panes y los peces (Mt. 14:13-21, Mr. 6:30-44, Lc. 9:10-17, Jn. 6:1-14): Este es el único milagro que se encuentra en los cuatro evangelios canónicos. Fue realizado en un monte de Galilea, localizado en el desierto cerca del lago de Tiberiades. La moneda en la boca del pez (Mt. 17:24-27): Jesús mandó a Pedro a traer dinero de la boca del pez para pagar impuestos. Cuando secó la higuera (Mt. 21:18-22): Seco la higuera ordenándole que nunca más tuviera fruto. Este milagro muestra la importancia y el poder de la fe. Jesús afirma que con fe se pueden mover montañas. La segunda multiplicación de los panes y los peces (Mr. 8:1-10): Fue realizado en el desierto. La pesca milagrosa (Lc. 5:1-11): Sucedió en el Lago Genesaret. Luego de este, Simón Pedro, Jacobo y Juan se convirtieron en discípulos de Jesús. La Transfiguración de Jesús (Mt. 17:1-13, Mr. 9:2-13, Lc. 9:28-36). La Transubstanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo (Mt. 26:26-29, Mr. 14:22-25, Lc. 22:19-20, 1ª de Corintios 11:23-26, 1ª de Pedro 1:16-18). Las Bodas de Caná (Jn. 2:1-12): Donde convirtió el agua en vino. De acuerdo al Evangelio según San Juan, fue el primer signo realizado por Jesús al inicio de su ministerio público, y fue efectuado a pedido de la Virgen María, su madre. Cuatro milagros sobre resurrección Una niña de doce años de edad, hija de Jairo (Mr. 5:38-43, Lc. 8:49-56): Jesús afirmó que la niña no estaba muerta, sino sólo dormida. Lázaro, el de Betania (Jn. 11:38-44, también encontrado en el Corán): quien ya llevaba cuatro días de estar muerto y estaba sepultado en una cueva. El hijo de la viuda de la ciudad de Naín (Lc. 7:11.17): Jesús se compadeció de la viuda al verla llorar, tocó el féretro en el que llevaban al muchacho y le ordenó que se levantará. La Resurrección de Jesús (Mt. 28:1-10, Mr. 16:1-8, Lc. 14:1-12). Los restantes milagros denominados vulgarmente "resurrecciones" son en verdad "reanimaciones", es decir, un retorno a la vida anterior (la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y Lázaro). La resurrección de Jesús representa el triunfo definitivo sobre la muerte, pues "una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; desde ahora la muerte ya no tiene poder sobre él" (Romanos 6:9). Para los cristianos, la resurrección de Jesús es la que define su divinidad. Milagros en los evangelios apócrifos Resurrección del joven rico (fragmento del Evangelio secreto de Marcos): Jesús le enseñó al joven los secretos del Reino de Dios. Evangelio de la infancia de Tomás: Gorriones hechos con barro (parte II): Se lee que Jesús a los cinco años de edad dio vida a doce gorriones hechos con barro un día sábado. Resurrección del niño caído en una terraza (parte IX): Acusan a Jesús de haber hecho caer al niño y Jesús lo resucita. Resurrección del joven que cortaba leña (parte X): Murió desangrado al cortase la planta del pie con el hacha, Jesús lo resucitó y las multitudes se asombraron y le admiraban. Jesús en la fuente (parte XI): Jesús tenía seis años de edad. Multiplicación del grano de trigo (parte XII): Jesús tenía ocho años de edad y alimentó a todos los pobres de la aldea al recolectar y moler la siembra de un grano de trigo. Milagro de las dos piezas de un lecho (parte XIII): Jesús ayuda a su padre José con el encargo de hacer un lecho. Jesús enferma y cura a su segundo maestro (partes XIV-XV): José le llevó a este maestro, al que Jesús maldijo porque este le pegó en la cabeza. Luego lo curó al oír el buen testimonio que decía su tercer maestro sobre Él. Cura a Jacobo de la mordedura de una víbora (parte XVI): La víbora lo mordió en la mano, Jesús sopló sobre la herida y la víbora quedó muerta. Resurrección de un niño (parte XVII): Jesús le tomó del pecho y le ordenó que reviviera. Era un niño de su vecindad. Resurrección de un hombre (parte XVIII): El hombre resucitó y le adoró y la gente quedó impresionada. [1] Mt. 21:15-16 [2] Mt 9:32-34, Mt 12:22-30, Mc 3:22-27, Lc 11:14-15, Lc 11:17-23) [3] Lc 10:17-20 [4] Mc 9:38-40 [5] Jn. 14:10-14 C. CATEQUESIS JUAN PABLO II: Jesucristo y el poder divino 1.- Significado salvífico de los milagros 2.- Los milagros, signos de salvación 3.- Los milagros, signos del amor 4.- El milagro, llamada a la fe 5.- Los milagros, demostración del mundo sobrenatural Introducción: Cristo manifiesta el poder divino 1. Si observamos atentamente los "milagros, prodigios y señales" con que Dios acreditó la misión de Jesucristo, según las palabras pronunciadas por el Apóstol Pedro el día de Pentecostés en Jerusalén, constatamos que Jesús, al obrar estos milagros) señales, actuó en nombre propio, convencido de su poder divino, y, al mismo tiempo, de la más íntima unión con el Padre. Nos encontramos, pues, todavía y siempre, ante el misterio del "Hijo del hombre/Hijo de Dios", cuyo Yo transciende todos los límites de la condición humana, aunque a ella pertenezca por libre elección, y todas las posibilidades humanas de realización e incluso de simple conocimiento. 2. Una ojeada a algunos acontecimientos particulares; presentados por los Evangelistas, nos permite darnos cuenta de la presencia arcana en cuyo nombre Jesucristo obra sus milagros. Helo ahí cuando, respondiendo a las súplicas de un leproso, que le dice: "Si quieres, puedes limpiarme", Él, en su humanidad, "enternecido", pronuncia una palabra de orden que, en un caso como aquél, corresponde a Dios, no a un simple hombre: "Quiero, sé limpio. Y al instante desapareció la lepra y quedó limpio" (Cfr. Mc 1, 40-42). Algo semejante encontramos en el caso del paralítico que fue bajado por un agujero realizado en el techo de la casa: "Yo te digo... levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Cfr. Mc 2, 11-12). Y también: en el caso de la hija de Jairo leemos que "Él (Jesús)...tomándola de la mano, le dijo: ´Talitha qumi´, que quiere decir: ´Niña, a ti te lo digo, levántate´. Y al instante se levantó la niña y echó a andar" (Mc 5, 41-42). En el caso del joven muerto de Naín: "Joven, a ti te hablo, levántate. Sentóse el muerto y comenzó a hablar" (Lc 7, 14-15). ¡En cuántos de estos episodios vemos brotar de la palabras de Jesús la expresión de una voluntad y de un poder al que El se apela interiormente y que expresa, se podría decir, con la máxima naturalidad, como si perteneciese a su condición más íntima, el poder de dar a los hombres la salud, la curación e incluso la resurrección y la vida! 3. Un atención particular merece la resurrección de Lázaro, descrita detalladamente por el cuarto Evangelista. Leemos: "Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que Tú me has enviado. Diciendo esto, gritó con fuerte voz Lázaro, sal fuera. Y salió el muerto" (Jn 11, 41-44). En la descripción cuidadosa de este episodio se pone de relieve que Jesús resucitó a su amigo Lázaro con el propio poder y en unión estrechísima con el Padre. Aquí hallan su confirmación las palabras de Jesús: "Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también" (Jn 5,17), y tiene una demostración, que se puede decir preventiva, lo que Jesús dirá en el Cenáculo, durante la conversación con los Apóstoles en la última Cena, sobre sus relaciones con el Padre y, más aún, sobre su identidad sustancial con Él. 4. Los Evangelios muestran con diversos milagros) señales cómo el poder divino que actúa en Jesucristo se extiende más allá del mundo humano y se manifiesta como poder de dominio también sobre las fuerzas de la naturaleza. Es significativo el caso de la tempestad calmada: "Se levantó un fuerte vendaval". Los Apóstoles pescadores asustados despiertan a Jesús que estaba durmiendo en la barca. El "despertado, mandó al viento y dijo al mar: Calla, enmudece. Y se aquietó el viento y se hizo completa calma... Y sobrecogidos de gran temor, se decían unos a otros: ¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Cfr. Mc 4, 37-41). En este orden de acontecimientos entran también las pescas milagrosas realizadas, por la palabra de Jesús (in verbo tuo), después de intentos precedentes malogrados (Cfr. Lc 5, 4)6; Jn 21, 3)6). Lo mismo se puede decir, por lo que respecta a la estructura del acontecimiento, del "primer signo" realizado en Caná de Galilea, donde Jesús ordena a los criados llenar las tinajas de agua y llevar después "el agua convertida en vino" al maestresala (Cfr. Jn 2, 7-9). Como en las pescas milagrosas, también en Caná de Galilea, actúan los hombres: los pescadores) apóstoles en un caso, los criados de las bodas en otro, pero está claro que el efecto extraordinario de a acción no proviene de ellos, sino de Aquel que les ha dado la orden de actuar y que obra con su misterioso poder divino. Esto queda confirmado por la reacción de los Apóstoles, y particularmente de Pedro, que después de la pesca milagrosa "se postró a los pies de Jesús, diciendo: Señor, apártate de mí, que soy un pecador" (Lc 5,8). Es uno de tantos casos de emoción que toma la forma de temor reverencial o incluso miedo, ya sea en los Apóstoles, como Simón Pedro, ya sea en la gente, cuando se sienten acariciados por el ala del misterio divino. 5. Un día, después de la ascensión, se sentirán invadidos por un "temor" semejante los que vean los "prodigios y señales" realizados "por los Apóstoles" (Cfr. Hech 2, 43). Según el libro de los Hechos, la gente sacaba "a las calles los enfermos, poniéndolos en lechos y camillas, para que, llegando Pedro, siquiera su sombra los cubriese" (Hech 5, 15). Sin embargo, estos prodigios y señales", que acompañaban los comienzos de la Iglesia apostólica, eran realizados por los Apóstoles no en nombre propio, sino en el nombre de Jesucristo, y eran, por tanto, una confirmación ulterior de su poder divino. Uno queda impresionado cuando lee la respuesta y el mandato de Pedro al tullido que le pedía una limosna junto a la puerta del templo de Jerusalén: "No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, anda. Y tomándole de la diestra, le levantó, y al punto sus pies y sus talones se consolidaron" (Hech 3, 6-7). O lo que es lo mismo, Pedro dice a un paralítico de nombre Eneas: "Jesucristo te sana; levántate y toma tu camilla. Y al punto se irguió" (Hech 9, 34). También el otro Príncipe de los Apóstoles, Pablo, cuando recuerda en la Carta a los Romanos lo que él ha realizado "como ministro de Cristo entre los paganos", se apresura a añadir que en aquel ministerio consiste su único mérito: "No me atreveré a hablar de cosa que Cristo no haya obrado por mí para la obediencia (de la fe) de los gentiles, de obra o de palabra, mediante el poder de milagros y prodigios y el poder del Espíritu Santo" (15, 17-19). 6. En la Iglesia de los primeros tiempos, y especialmente esta evangelización del mundo llevada a cabo por los Apóstoles, abundaron estos "milagros, prodigios y señales", como el mismo Jesús les había prometido (Cfr. Hech 2, 22). Pero se puede decir que éstos se han repetido siempre en la historia de la salvación, especialmente en los momentos decisivos para la realización del designio de Dios. Así fue ya en el Antiguo Testamento con relación al Éxodo de Israel de la esclavitud de Egipto y a la marcha hacia la tierra prometida, bajo la guía de Moisés. Cuando, con la encarnación del Hijo de Dios, llegó la plenitud de los tiempos (Cfr. Gal 4, 4), estas señales milagrosas del obrar divino adquieren un valor nuevo y una eficacia nueva por la autoridad divina de Cristo y por la referencia a su Nombre (y, por consiguiente, a su verdad, a su promesa, a su mandato, a su gloria) por el que los Apóstoles y tantos santos los realizan en la Iglesia. También hoy se obran milagros y en cada uno de ellos se dibuja el rostro del "Hijo del hombre/Hijo de Dios" y se afirma en ellos un don de gracia y de salvación. Capítulo 1: Significado salvífico de los milagros 1. Un texto de San Agustín nos ofrece la clave interpretativa de los milagros de Cristo como señales de su poder salvífico. "El haberse hecho hombre por nosotros ha contribuido más a nuestra salvación que los milagros que ha realizado en medio de nosotros; el haber curado las enfermedades del alma es más importante que el haber curado las enfermedades del cuerpo destinado a morir" (San Agustín, In Io. Ev. Tr., 17, 1). En orden a esta salvación del alma y a la redención del mundo entero Jesús cumplió también milagros de orden corporal. Por tanto, el tema de la presente catequesis es el siguiente: mediante los "milagros, prodigios y señales" que ha realizado, Jesucristo ha manifestado su poder de salvar al hombre del mal que amenaza al alma inmortal y su vocación a la unión con Dios. 2. Es lo que se revela en modo particular en la curación del paralítico de Cafarnaúm. Las personas que lo llevaban, no logrando entrar por la puerta en la casa donde Jesús estaba enseñando, bajaron al enfermo a través de un agujero abierto en el techo, de manera que el pobrecillo vino a encontrase a los pies del Maestro. "Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: !Hijo, tus pecados te son perdonados!´. Estas palabras suscitan en algunos de los presentes la sospecha de blasfemia: ´Blasfemia. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?". Casi en respuesta a los que habían pensado así, Jesús se dirige a los presentes con estas palabras: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o decirle: levántate, toma tu camilla y vete? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, se dirige al paralítico, yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y, tomando luego la camilla, salió a la vista de todo" (Cfr. Mc 2, 1)12; análogamente, Mt 9, 1-8; Lc 5, 18-26: "Se marchó a casa glorificando a Dios" 5, 25) Jesús mismo explica en este caso que el milagro de la curación del paralítico es signo del poder salvífico por el cual El perdona los pecados. Jesús realiza esta señal para manifestar que ha venido como salvador del mundo, que tiene como misión principal librar al hombre del mal espiritual, el mal que separa al hombre de Dios e impide la salvación en Dios, como es precisamente el pecado. 3. Con la misma clave se puede explicar esta categoría especial de los milagros de Cristo que es "arrojar los demonios". Sal, espíritu inmundo, de ese hombre, conmina Jesús, según el Evangelio de Marcos, cuando encontró a un endemoniado en la región de los gerasenos (Mc 5, 8). En esta ocasión asistimos a un coloquio insólito. Cuando aquel "espíritu inmundo" se siente amenazado por Cristo, grita contra Él. "¿Qué hay entre ti y mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Por Dios te conjuro que no me atormentes". A su vez, Jesús "le preguntó: !¿Cuál es tu nombre?!. El le dijo: Legión es mi nombre, porque somos muchos" (Cfr. Mc 5, 7-9). Estamos, pues, a orillas de un mundo oscuro, donde entran en juego factores físicos y psíquicos que, sin duda, tienen su peso en causar condiciones patológicas en las que se inserta esta realidad demoníaca, representada y descrita de manera variada en el lenguaje humano, pero radicalmente hostil a Dios y, por consiguiente, al hombre y a Cristo que ha venido para librarlo de este poder maligno. Pero, muy a su pesar, también el "espíritu inmundo", en el choque con la otra presencia, prorrumpe en esta admisión que proviene de una mente perversa, pero, al mismo tiempo, lúcida: ´Hijo del Dios Altísimo". 4. En el Evangelio de Marcos encontramos también la descripción del acontecimiento denominado habitualmente como la curación del epiléptico. En efecto, los síntomas referidos por el Evangelista son característicos también de esta enfermedad (espumarajos, rechinar de dientes, quedarse rígido). Sin embargo, el padre del epiléptico presenta a Jesús a su Hijo como poseído por un espíritu maligno, el cual lo agita con convulsiones, lo hace caer por tierra y se revuelve echando espumarajos. Y es muy posible que en un estado de enfermedad como éste se infiltre y obre el maligno, pero, admitiendo que se trate de un caso de epilepsia, de la que Jesús cura al muchacho considerado endemoniado por su padre, es sin embargo, significativo que El realice esta curación ordenando al "espíritu mudo y sordo: Sal de él y no vuelvas a entrar más él" (Cfr. Mc 9, 17-27). Es una reafirmación de su misión y de su poder de librar al hombre del mal del alma desde las raíces. 5. Jesús da a conocer claramente esta misión suya de librar al hombre del mal y, antes que nada del pecado, mal espiritual. Es una misión que comporta y explica su lucha con el espíritu maligno que es el primer autor del mal en la historia del hombre. Como leemos en los Evangelios, Jesús repetidamente declara que tal es el sentido de su obra y de la de sus Apóstoles. Así, en Lucas: "Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Yo os he dado poder para andar... sobre todo poder enemigo y nada os dañará" (Lc 10, 18-19). Y según Marcos, Jesús, después de haber constituido a los Doce, les manda "a predicar, con poder de expulsar a los demonios" (Mc 3, 14-15). Según Lucas, también los setenta y dos discípulos, después de su regreso de la primera misión, refieren a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre" (Lc 10, 17). Así se manifiesta el poder del Hijo del hombre sobre el pecado y sobre el autor del pecado. El nombre de Jesús, que somete también a los demonios, significa Salvador. Sin embargo, esta potencia salvífica alcanzará su cumplimiento definitivo en el sacrificio de la cruz. La cruz sellará la victoria total sobre Satanás y sobre el pecado, porque éste es el designio del Padre, que su Hijo unigénito realiza haciéndose hombre: vencer en la debilidad, y alcanzar la gloria de la resurrección y de la vida a través de la humillación de la cruz. También en este hecho paradójico resplandece su poder divino, que puede justamente llamarse la "potencia de la cruz". 6. Forma parte también de esta potencia y pertenece a la misión del Salvador del mundo manifestada en los "milagros, prodigios y señales", la victoria sobre la muerte, dramática consecuencia del pecado. La victoria sobre el pecado y sobre la muerte marca el camino de la misión mesiánica de Jesús desde Nazaret hasta el Calvario. Entre las "señales" que indican particularmente el camino hacia la victoria sobre la muerte, están sobre todo las resurrecciones: "los muertos resucitan" (Mt 11, 5), responde, en efecto, Jesús a la pregunta acerca de su mesianidad que le hacen los mensajeros de Juan el Bautista (Cfr. Mt 11, 3). Y entre los varios "muertos", resucitados por Jesús, merece especial atención Lázaro de Betania, porque su resurrección es como un "preludio" de la cruz y de la resurrección de Cristo, en el que se cumple la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte. 7. El Evangelista Juan nos ha dejado una descripción pormenorizada del acontecimiento. Bástenos referir el momento conclusivo. Jesús pide que se quite la losa que cierra la tumba ("Quitad la piedra"). Marta, la hermana de Lázaro, indica que su hermano está desde hace ya cuatro días en el sepulcro y el cuerpo ha comenzado ya, sin duda, a descomponerse. Sin embargo, Jesús, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera!. "Salió el muerto", atestigua el Evangelista (Cfr. Jn 11, 3843). EL hecho suscita la fe en muchos de los presentes. Otros, por, el contrario, van a los representantes del Sanedrín para denunciar lo sucedido. Los sumos sacerdotes y los fariseos se quedan preocupados, piensan en una posible reacción del ocupante romano ("vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación": cfr. Jn 11, 45-48). Precisamente entonces se dirigen al Sanedrín las famosas palabras de Caifás: "Vosotros no sabéis nada; ¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo?". Y el Evangelista anota: "No dijo esto de sí mismo, sino que, como era pontífice aquel año, profetizó". ¿De qué profecía se trata? He aquí que Juan nos da la lectura cristiana de aquellas palabras, que son de una dimensión inmensa: "Jesús había de morir por el pueblo y no sólo por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Cfr. Jn 11, 49-52). 8. Como se ve, la descripción joánica de la resurrección Lázaro contiene también indicaciones esenciales referentes al significado salvífico de este milagro. Son indicaciones definitivas, precisamente porque entonces tomó el Sanedrín la decisión sobre la muerte de Jesús (Cfr. Jn 11, 53). Y será la muerte redentora "por el pueblo" y "para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos" para la salvación del mundo. Pero Jesús dijo ya que aquella muerte llegaría a ser también la victoria definitiva sobre la muerte. Con motivo de la resurrección de Lázaro, dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre" (Jn 11, 25-26) 9. Al final de nuestra catequesis volvemos una vez más al texto de San Agustín: "Si consideramos ahora los hechos realizados por el Señor y Salvador nuestro, Jesucristo, vemos que los ojos de los ciegos, abiertos milagrosamente, fueron cerrados por la muerte, y los miembros de los paralíticos, liberados del maligno, fueron nuevamente inmovilizados por la muerte: todo lo que temporalmente fue sanado en el cuerpo mortal, al final, fue deshecho; pero el alma que creyó, pasó a la vida eterna. Con este enfermo, el Señor ha querido dar un gran signo al alma que habría creído, para cuya remisión de los pecados había venido, y para sanar sus debilidades El se había humillado" (San Agustín, In Io Ev. Tr., 17, 1). Sí, todos los "milagros, prodigios y señales de Cristo están en función de la revelación de Él como Mesías, de Él como Hijo de Dios: de Él, que, solo, tiene el poder de liberar al hombre del pecado y de la muerte, de Él que verdaderamente es el Salvador del mundo. Capítulo 2: Los milagros, signos de salvación 1. No hay duda sobre el hecho de que, en los Evangelios, los milagros de Cristo son presentados como signos del reino de Dios, que ha irrumpido en la historia del hombre y del mundo. "Mas si yo arrojo a los demonios con el Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios", dice Jesús (Mt 12, 28). Por muchas que sean las discusiones que se puedan entablar o, de hecho, se hayan entablado acerca de los milagros (a las que, por otra parte, han dado respuesta los apologistas cristianos), es cierto que no se pueden separar los "milagros, prodigios y señales", atribuidos a Jesús e incluso a sus Apóstoles y discípulos que obraban "en su nombre", del contexto auténtico del Evangelio. En la predicación de los Apóstoles, de la cual principalmente toman origen los Evangelios, los primeros cristianos oían narrar de labios de testigos oculares los hechos extraordinarios acontecidos en tiempos recientes y, por tanto, controlables bajo el aspecto que podemos llamar crítico-histórico, de manera que no se sorprendían de su inserción en los Evangelios. Cualesquiera que hayan sido en los tiempos sucesivos las contestaciones, de las fuentes genuinas de la vida y enseñanza de Jesús emerge una primera certeza: los Apóstoles, los Evangelistas y toda la Iglesia primitiva veían en cada uno de los milagros el supremo poder de Cristo sobre la naturaleza y sobre las leyes. Aquel que revela a Dios como Padre Creador y Señor de lo creado, cuando realiza estos milagros con su propio poder, se revela a Sí mismo como Hijo consubstancial con el Padre e igual a Él en su señorío sobre la creación. 2. Sin embargo, algunos milagros presentan también otros aspectos complementarios al significado fundamental de prueba del poder divino del Hijo del hombre en orden a la economía de la salvación. Así, hablando de la primera "señal" realizada en Caná de Galilea, el Evangelista Juan hace notar que, a través de ella, Jesús "manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos" (Jn 2, 11). El milagro, pues, es realizado con una finalidad de fe, pero tiene lugar durante la fiesta de unas bodas. Por ello, se puede decir que, al menos en la intención del Evangelista, la "señal" sirve para poner de relieve toda la economía divina de la alianza y de la gracia que en los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento se expresa a menudo con la imagen del matrimonio. El milagro de Caná de Galilea, por tanto, podría estar en relación con la parábola del banquete de bodas, que un rey preparó para su hijo, y con el "reino de los cielos" escatológico que "es semejante" precisamente a un banquete (Cfr. Mt 22, 2). El primer milagro de Jesús podría leerse como una "señal" de este reino, sobre todo, si se piensa que, no habiendo llegado aún "la hora de Jesús", es decir, la hora de su pasión y de su glorificación (Jn 2, 4; cfr. 7, 30; 8, 20; 12, 23, 27; 13, 1; 17, 1), que ha de ser preparada con la predicación del "Evangelio del reino" (Cfr. Mt 4, 23; 9, 35), el milagro, obtenido por la intercesión de María, puede considerarse como una "señal" y un anuncio simbólico de lo que está para suceder. 3. Como una "señal" de la economía salvífica se presta a ser leído, aún con mayor claridad, el milagro de la multiplicación de los panes, realizado en los parajes cercanos a Cafarnaúm. Juan enlaza un poco más adelante con el discurso que tuvo Jesús el día siguiente, en el cual insiste sobre la necesidad de procurarse "el alimento que permanece hasta la vida eterna", mediante la fe en Aquel que Él ha enviado" (Jn 6 29), y habla de Sí mismo como del Pan verdadero que "da la vida al mundo" (Jn 6, 33) y también que Aquel que da su carne "para vida del mundo" (Jn 6, 51). Está claro que el preanuncio de la pasión y muerte salvífica, no sin referencias y preparación de la Eucaristía que había de instituirse el día antes de su pasión, como sacramento) pan de vida eterna (Cfr. Jn 6, 52-58). 4. A su vez, la tempestad calmada en el lago de Genesaret puede releerse como "señal" de una presencia constante de Cristo en la "barca" de la Iglesia, que, muchas veces, en el discurrir de la historia, está sometida a la furia de los vientos en los momentos de tempestad, Jesús, despertado por sus discípulos, orden a los vientos y al mar, y se hace una gran bonanza. Después les dice: "¿Por qué sois tan tímidos? ¿Aún no tenéis fe?" (Mc 4, 40). En éste, como en otros episodios, se ve la voluntad de Jesús de inculcar en los Apóstoles y discípulos la fe en su propia presencia operante y protectora, incluso en los momentos más tempestuosos de la historia, en los que se podría infiltrar en el espíritu la duda sobre a asistencia divina. De hecho, en la homilética y en la espiritualidad cristiana, el milagro se ha interpretado a menudo como "señal" de la presencia de Jesús y garantía de la confianza en El por parte de los cristianos y de la Iglesia. 5. Jesús, que va hacia los discípulos caminando sobre las aguas, ofrece otra "señal" de su presencia, y asegura una vigilancia constante sobre sus discípulos y su Iglesia. "Soy yo, no temáis", dice Jesús a los Apóstoles que lo habían tomado por un fantasma (Cfr. Mc 6, 49)50; cfr. Mt 14, 26)27; Jn 6, 16)21). Marcos hace notar el estupor de los Apóstoles "pues no se habían dado cuenta de lo de los panes: su corazón estaba embotado" (Mc 6, 52). Mateo presenta la pregunta de Pedro que quería bajar de la barca para ir al encuentro de Jesús, y nos hace ver su miedo y su invocación de auxilio, cuando ve que se hunde: Jesús lo salva, pero lo amonesta dulcemente: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Mt 14, 31). Añade también que los que estaban en la barca "se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios" (Mt 14,33). 6. Las pescas milagrosas son para los Apóstoles y para la Iglesia las "señales" de la fecundidad de su misión, si se mantienen profundamente unidas al poder salvífico de Cristo (Cfr. Lc 5, 4-10; Jn 21, 3)6). Efectivamente, Lucas inserta en la narración el hecho de Simón Pedro que se arroja a los pies de Jesús exclamando: "Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador" (Lc 5,8), y la respuesta de Jesús es: "No temas, en adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5, 10). Juan, a su vez, tras la narración de la pesca después de la resurrección, coloca el mandato de Cristo a Pedro: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (Cfr. Jn 21, 15-17). Es un acercamiento significativo. 7. Se puede, pues, decir que los milagros de Cristo, manifestación de la omnipotencia divina respecto de la creación, que se revela en su poder mesiánico sobre hombres y cosas, son, al mismo tiempo, las "señales" mediante las cuales se revela la obra divina de la salvación, la economía salvífica que con Cristo se introduce v se realiza de manera definitiva en la historia del hombre y se inscribe así en este mundo visible, que es también obra divina. La gente (como los Apóstoles en el lago), viendo los milagros de Cristo, se pregunta: "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mc 4,41), mediante estas "señales", queda preparada para acoger la salvación Que Dios ofrece al hombre en su Hijo. Este es el fin esencial de todos los milagros y señales realizados por Cristo a los ojos de sus contemporáneos, y de todos los milagros que a lo largo de la historia serán realizados por sus Apóstoles y discípulos con referencia al poder salvífico de su nombre: "En nombre de Jesús Nazareno, anda" (Hech 3,6). Capítulo 3: Los milagros, signos del amor 1. "Signos" de la omnipotencia divina y del poder salvífico del Hijo del hombre, los milagros de Cristo, narrados en los Evangelios, son también la revelación del amor de Dios hacia el hombre, particularmente hacia el hombre que sufre, que tiene necesidad, que implora la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, "signos" del amor misericordioso proclamado en el Antiguo y Nuevo Testamento (Cfr. Encíclica Dives in misericordia). Especialmente, la lectura del Evangelio nos hace comprender y casi "sentir" que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano. Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico, el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, a aquél que es "padre del pecado" en la historia del hombre: a Satanás. Los milagros, por tanto, son "para el hombre". Son obras de Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, "sobremanera se admiraban, diciendo: ´Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar!" (Mc 7, 37) 2. Un estudio atento de los textos evangélicos nos revela que ningún otro motivo, a no ser el amor hacia el hombre, el amor misericordioso, puede explicar los "milagros y señales" del Hijo del hombre. En el Antiguo Testamento, Elías se sirve del "fuego del cielo" para confirmar su poder de Profeta y castigar la incredulidad (Cfr. 2 Re 1, 10). Cuando los Apóstoles Santiago y Juan intentan inducir a Jesús a que castigue con "fuego del cielo" a una aldea samaritana que les había negado hospitalidad, Él les prohibió decididamente que hicieran semejante petición. Precisa el Evangelista que, "volviéndose Jesús, los reprendió" (Lc 9, 55). (Muchos códices y la Vulgata añaden: "Vosotros no sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder las almas de los hombres, sino a salvarlas"). Ningún milagro ha sido realizado por Jesús para castigar a nadie, ni siquiera los que eran culpables. 3. Significativo a este respecto es el detalle relacionado con el arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní. Pedro se había prestado a defender al Maestro con la espada, e incluso "hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha. Este siervo se llamaba Malco" (Jn 18, 10). Pero Jesús le prohibió empuñar la espada. Es más, "tocando la oreja, lo curó" (Lc 22, 51). Es esto una confirmación de que Jesús no se sirve de la facultad de obrar milagros para su propia defensa. Y confía a los suyos que no pide al Padre que le mande "más de doce legiones de ángeles" (Cfr. Mt 26, 53) para que lo salven de las insidias de sus enemigos. Todo lo que Él hace, también en la realización de los milagros, lo hace en estrecha unión con el Padre. Lo hace con motivo del reino de Dios y de la salvación del hombre. Lo hace por amor. 4. Por esto, y al comienzo de su misión mesiánica, rechaza todas las "propuestas" de milagros que el Tentador le presenta, comenzando por la del trueque de las piedras en pan (Cfr. Mt 4, 31). El poder de Mesías se le ha dado no para fines que busquen sólo el asombro o al servicio de la vanagloria. Él que ha venido "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37), es más, el que es "la verdad" (Cfr. Jn 14, 6), obra siempre en conformidad absoluta con su misión salvífica. Todos sus "milagros y señales" expresan esta conformidad en el cuadro del "misterio mesiánico" del Dios que casi se ha escondido en la naturaleza de un Hijo del hombre, como muestran los Evangelios, especialmente el de Marcos. Si en los milagros hay casi siempre un relampagueo del poder divino, que los discípulos y la gente a veces logran aferrar, hasta el punto de reconocer y exaltar en Cristo al Hijo de Dios, de la misma manera se descubre en ellos la bondad, la sobriedad y la sencillez, que son las dotes más visibles del Hijo del hombre. 5. El mismo modo de realizar los milagros hace notar la gran sencillez, y se podría decir humildad, talante, delicadeza de trato de Jesús. Desde este punto de vista pensemos, por ejemplo, en las palabras que acompañan a la resurrección de la hija de Jairo: "La niña no ha muerto, duerme" (Mc 5 39)como si quisiera "quitar importancia" al significado de lo que iba a realizar. Y, a continuación, añade: "Les recomendó mucho que nadie supiera aquello" (Mc 5, 43). Así hizo también en otros casos, por ejemplo, después de la curación de un sordomudo (Mc 7, 36), y tras la confesión de fe de Pedro (Mc 8, 29-30) Para curar al sordomudo es significativo el hecho de que Jesús lo tomó "aparte, lejos de la turba". Allí, "mirando al cielo, suspiró". Este "suspiro" parece ser un signo de compasión y, al mismo tiempo, una oración. La palabra "efeta" ("¡abrete!") hace que se abran los oídos y se suelte "la lengua" del sordomudo (Cfr. 7, 33)35). 6. Si Jesús realiza en sábado algunos de sus milagros, lo hace no para violar el carácter sagrado del día dedicado a Dios sino para demostrar que este día santo está marcado de modo particular por la acción salvífica de Dios. "Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también" (Jn 5, 17). Y este obrar es para el bien del hombre; por consiguiente, no es contrario a la santidad del sábado, sino que más bien la pone de relieve: "El sábado fue hecho a causa del hombre, y no el hombre por el sábado. Y el dueño el sábado es el Hijo del hombre" (Mc 2, 27-28). 7. Si se acepta la narración evangélica de los milagros de Jesús (y no hay motivos para no aceptarla, salvo el prejuicio contra lo sobrenatural) no se puede poner en duda una lógica única, que une todos estos "signos" y los hace emanar de su amor hacia nosotros de ese amor misericordioso que con el bien vence al mal, cómo demuestra la misma presencia y acción de Jesucristo en el mundo. En cuanto que están insertos en esta economía, los "milagros y señales" son objeto de nuestra fe en el plan de salvación de Dios y en el misterio de la redención realizada por Cristo. Como hecho, pertenecen a la historia evangélica, cuyos relatos son creíbles en la misma y aún en mayor medida que los contenidos en otras obras históricas. Está claro que el verdadero obstáculo para aceptarlos como datos ya de historia ya de fe, radica en el prejuicio antisobrenatural al que nos hemos referido antes. Es el prejuicio de quien quisiera limitar el poder de Dios o restringirlo al orden natural de las cosas, casi como una autoobligación de Dios a ceñirse a sus propias leyes. Pero esta concepción choca contra la más elemental idea filosófica y teológica de Dios, Ser infinito, subsistente y omnipotente, que no tiene límites, si no en el no-ser y, por tanto, en el absurdo. Como conclusión de esta catequesis resulta espontáneo notar que esta infinitud en el ser y en el poder es también infinitud en el amor, como demuestran los milagros encuadrados en la economía de la Encarnación y en la Redención. "Signos" del amor misericordioso por el que Dios ha enviado al mundo a su Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, generoso con nosotros hasta la muerte. "Sic dilexit!" (Jn 3, 16) Que a un amor tan grande no falte la respuesta generosa de nuestra gratitud, traducida en testimonio coherente de los hechos. Capítulo 4: El milagro, llamada a la fe 1. Los "milagros y los signos" que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él. Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una "señal" de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los "milagros-signos" de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios. 2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo. Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes (y sobre todo) en el momento de la anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: "Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se te he dicho de parte del Señor" (Lc 1, 45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que "para Dios nada hay imposible" (Cfr. Lc 1, 37). Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer milagro-signo, gracias al cual los discípulos de Jesús "creyeron en Él" (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (Cfr. Lumen Gentium, 58 y 63; Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere los "milagros-signos" en María y por María en orden a la llamada a la fe. 3. Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: "No temas, ten sólo fe". (Dice "no temas", porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36). Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: "Pero si algo puedes, ayúdanos...", Jesús le responde: "¡Si puedes! Todo es posible al que cree". Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: "¡Creo! Ayuda a mi incredulidad" (Cfr. Mc 9, 22-24). Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto? Si, Señor, creo..." (Cfr. Jn 11, 25-27). 4. El mismo vínculo entre el "milagro-signo" y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo. Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret "no pudo hacer...ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad" (Mc 6, 5-6). Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?". Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (Cfr. Mt 14, 29-31). 5. Jesús subraya más de una vez que los milagros que El realiza están vinculados a la fe. "Tu fe te ha curado", dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás le había tocado el borde de su manto, quedando sana (Cfr. Mt 9, 20-22; y también Lc 8, 48; Mc 5, 34). Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: "¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!" (Cfr. Mc 10, 46-52). Según Marcos: "Anda, tu fe te ha salvado" le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: "Ve, tu fe te ha hecho salvo" (Lc 18,42). Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan a volver a ver, Jesús les pregunta: "¿Creéis que puedo yo hacer esto?". "Sí, Señor´... ´Hágase en vosotros, según vuestra fe" (Mt 9, 28-29). 6. Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir a ayuda de Jesús para su hija "atormentada cruelmente por un demonio". Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le respondió: "No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos" (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: "Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores". Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: "¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres" (Cfr. Mt 15, 21-28). Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables "cananeos" de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades! 7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando "ve la fe", realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (Cfr. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a El para que los socorra con su poder divino. 8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un "signo" del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo. Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer "signo" realizado por Jesús en Caná de Galilea; fue entonces cuando "creyeron en Él" (Jn 2, 11). Cuando, más tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaúm, con la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que "desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían", porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado "duro". Entonces Jesús preguntó a los Doce: "¿Queréis iros vosotros también?". Respondió Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Cfr. Jn 6, 66-69). Así, pues, el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: "Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 30-31). Capítulo 5: Los milagros, demostración del mundo sobrenatural 1. Hablando de los milagros realizados por Jesús durante su misión en la tierra, San Agustín, en un texto interesante, los interpreta como signos del poder y del amor salvífico y como estímulos para elevarse al reino de las cosas celestes. "Los milagros que hizo Nuestro Señor Jesucristo (escribe) son obras divinas que enseñan a la mente humana a elevarse por encima de las cosas visibles, para comprender lo que Dios es" (Agustín, In Io. Ev. Tr., 24, 1 ). 2. A este pensamiento podemos referirnos al reafirmar la estrecha unión de los "milagros-signos" realizados por Jesús con la llamada a la fe. Efectivamente, tales milagros demostraban la existencia del orden sobrenatural, que es objeto de la fe. A quienes los observaban y, particularmente, a quienes en su persona los experimentaban, estos milagros les hacían constatar, casi con la mano, que el orden de la naturaleza no agota toda la realidad. El universo en el que vive el hombre no está encerrado solamente en el marco del orden de las cosas accesibles a los sentidos y al intelecto mismo condicionado por el conocimiento sensible. El milagro es "signo" de que este orden es superior por el "Poder de lo alto", y, por consiguiente, le está también sometido. Este "Poder de lo alto" (Cfr. Lc 24,49), es decir, Dios mismo, está por encima del orden entero de la naturaleza. Este poder dirige el orden natural y, al mismo tiempo, da a conocer que (mediante este orden y por encima de él) el destino del hombre es el reino de Dios. Los milagros de Cristo son "signos" de este reino. 3. Sin embargo, los milagros no están en contraposición con las fuerzas y leyes de la naturaleza, sino que implican a solamente cierta "suspensión" experimentable de su función ordinaria, no su anulación. Es más, los milagros descritos en el Evangelio indican la existencia de un Poder que supera las fuerzas y las leyes de la naturaleza, pero que, al mismo tiempo, obra en la línea de las exigencias de la naturaleza misma, aunque por encima de su capacidad normal actual. ¿No es esto lo que sucede, por ejemplo, en toda curación milagrosa? La potencialidad de las fuerzas de la naturaleza es activada por la intervención divina, que la extiende más allá de la esfera de su posibilidad normal de acción. Esto no elimina ni frustra la causalidad que Dios ha comunicado a las cosas en la creación, ni viola las "leyes naturales" establecidas por Él mismo e inscritas en la estructura de lo creado, sino que exalta y, en cierto modo, ennoblece la capacidad del obrar o también de recibir los efectos de la operación del otro, como sucede precisamente en las curaciones descritas en el Evangelio. 4. La verdad sobre la creación es la verdad primera y fundamental de nuestra fe. Sin embargo, no es la única, ni la suprema. La fe nos enseña que la obra de la creación está encerrada en el ámbito de designio de Dios, que llega con su entendimiento mucho más allá de los límites de la creación misma. La creación (particularmente la criatura humana llamada a la existencia en el mundo visible) está abierta a un destino eterno, que ha sido revelado de manera plena en Jesucristo. También en El la obra de la creación se encuentra completada por la obra de la salvación. Y la salvación significa una creación nueva (Cfr. 2 Cor 5, 17; Gal 6, 15), una "creación de nuevo", una creación a medida del designio originario del Creador, un restablecimiento de lo que Dios había hecho y que en la historia del hombre había sufrido, el desconcierto y la "corrupción", como consecuencia del pecado. Los milagros de Cristo entran en el proyecto de la "creación nueva" y están, pues, vinculados al orden de la salvación. Son "signos" salvíficos que llaman a la conversión y a la fe, y en esta línea, a la renovación del mundo sometido a la "corrupción" (Cfr. Rom 8, 19-21). No se detienen, por tanto, en el orden ontológico de la creación (creatio), al que también afectan y al que restauran, sino que entran en el orden sotereológico de la creación nueva (re) creatio totius universi), del cual son co-eficientes y del cual, como "signos", dan testimonio. 5. El orden soteriológico tiene su eje en la Encarnación; y también los "milagrossignos" de que hablan los Evangelios, encuentran su fundamento en la realidad misma del Hombre/Dios. Esta realidad (misterio abarca Y supera todos los acontecimientos)milagros en conexión con la misión mesiánica de Cristo. Se puede decir que la Encarnación es el "milagro de los milagros", el "milagro" radical y permanente del orden nuevo de la creación. La entrada de Dios en la dimensión de la creación se verifica en la realidad de la Encarnación de manera única y, a los ojos de la fe, llega a ser "signo" incomparablemente superior a todos los demás "signosmilagros" de la presencia y del obrar divino en el mundo. Es más, todos estos otros "signos" tienen su raíz en la realidad de la Encarnación, irradian de su fuerza atractiva, son testigos de ella. Hacen repetir a los creyentes lo que escribe el evangelista Juan al final del Prólogo sobre la Encarnación: Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14). 6. Si la Encarnación es el signo fundamental al que se refieren todos los "signos" que dan testimonio a los discípulos y a la humanidad de que "ha llegado... el reino de Dios" (Cfr. Lc 11, 20), hay también un signo último y definitivo, al que alude Jesús, haciendo referencia al Profeta Jonás: "Porque, como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de a tierra" (Mt 12, 40): es el "signo" de la resurrección. Jesús prepara a los Apóstoles para este "signo" definitivo, pero lo hace gradualmente y con tacto, recomendándoles discreción "hasta cierto tiempo". Una alusión particularmente clara tiene lugar después de la transfiguración en el monte: "Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos" (Mc 9, 9). Podemos preguntarnos el por qué de esta gradualidad. Se puede responder que Jesús sabía bien cómo se habrían de complicar las cosas si los Apóstoles y los demás discípulos hubiesen comenzado a discutir sobre la resurrección, para cuya comprensión no estaban suficientemente preparados, como se desprende del comentario que el evangelista mismo hace a continuación: "Guardaron aquella orden, y se preguntaban que era aquello de ¡cuando resucitase de entre los os muertos!" (Mc 9, 10). Además, se puede decir que la resurrección de entre los muertos, aun anunciada una y otra vez, estaba en la cima de aquella especie de "secreto mesiánico" que Jesús quiso mantener a lo largo de todo el desarrollo de su vida y de su misión, hasta el momento del cumplimiento y de la revelación finales, que tuvieron lugar precisamente con el "milagro de los milagros", la Resurrección, que, según San Pablo, es el fundamento de nuestra fe (Cfr. 1 Cor 15, 12-19). 7. Después de la Resurrección, a ascensión y Pentecostés, los "milagros/signos" realizados por Cristo se "prolongan" a través de los Apóstoles, y después, a través de los santos que se suceden de generación en generación. Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen numerosos testimonios de los milagros realizados "en el nombre de Jesucristo" por parte de Pedro (Cfr. Hech 3, 1)8; 5, 15; 9, 32)41), de Esteban (Hech 6, 8), de Pablo (por ej., Hech 14, 8)10). La vida de los santos, la historia de la Iglesia, y, en particular, los procesos practicados para las causas de canonización de los Siervos de Dios, constituyen una documentación que, sometida al examen, incluso al más severo, de la crítica histórica y de la ciencia médica, confirma la existencia del poder de lo "alto" que obra en el orden de la naturaleza y la supera. Se trata de "signos" milagrosos realizados desde los tiempos de los Apóstoles hasta hoy, cuyo fin esencial es hacer ver el destino y la vocación del hombre al reino de Dios. Así, mediante tales "signos", se confirma en los distintos tiempos y en las circunstancias más diversas la verdad del Evangelio y se demuestra el poder salvífico de Cristo que no cesa de llamar a los hombres (mediante la Iglesia) al camino de la fe. Este poder salvífico del Dios/Hombre, se manifiesta también cuando los "milagros/signos" se realizan por intercesión de los hombres, de los santos, de los devotos, así como el primer "signo" en Caná de Galilea se realizó por la intercesión de la Madre de Cristo. D. CUÁNTOS MILAGROS HIZO JESÚS Ariel Álvarez Valdés Sacerdote, Doctor en Teología Bíblica. Una fuerza que sanaba a todos Una gran parte de su vida y de su tiempo, Jesús la dedicó a hacer milagros. Los Evangelios consagran un amplio espacio a ellos. En San Marcos, por ejemplo, de los 489 versículos que cuentan su vida pública, casi la mitad son narraciones de milagros. Pero si quisiéramos enumerarlos a todos, nos resultaría muy difícil. En una primera lectura, podemos descubrir que en San Marcos hay 18 milagros, en San Mateo 20 y en San Lucas 20. Pero ésta es sólo una observación aparente, porque si leemos con más cuidado descubrimos que en varios lugares del Evangelio hay pequeños resúmenes de su actividad milagrosa, que dicen por ejemplo: “Le trajeron todos los enfermos y endemoniados (de Cafarnaúm)... y Jesús sanó a muchos enfermos y expulsó a muchos demonios” (Mc 1,32-34). Y no sólo curaba en Cafarnaúm, sino que “recorría toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1,39). Hasta venían enfermos del extranjero, porque “su fama llegó a toda Siria, y le traían todos los pacientes aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó” (Mt 4,24). A tal punto, que “toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6,19). Resulta imposible saber, pues, cuántos hechos milagrosos hizo Jesús a lo largo de su vida. Sin embargo, el Evangelio de San Juan no parece pensar lo mismo. En él, la actividad milagrosa de Jesús aparece muy reducida. Para ir contándolos San Juan narra únicamente 7 milagros de Jesús. Debido a que este Evangelio es altamente simbólico, no parece ser casualidad que el autor emplee esa cifra, puesto que en la Biblia el número 7 significa “perfección”, “excelencia”. Pero el autor del Evangelio no sólo narra 7 milagros sino que quiere que nos demos cuenta de ello. Por eso al final del primero dice: “Éste es el primero de sus signos (o milagros), y lo hizo Jesús en Caná de Galilea (2,11). Después del segundo dice: “Éste fue el segundo signo (o milagro) que realizó Jesús” (4,54). O sea, es como si nos invitara a ir enumerándolos a medida que los va narrando, para que descubramos que son 7. Estos 7 milagros, seleccionados cuidadosamente por Juan, son: 1) Las bodas de Caná (2,1-11), 2) La curación del hijo de un funcionario real (4,43-54), 3) La curación del enfermo de la piscina de Bezatá (5,1-18), 4) La multiplicación de los panes (6,1-15), 5) La caminata sobre las aguas (6,16-21), 6) La curación del ciego de nacimiento (9,1-7), y 7) La resurrección de Lázaro (11,1-44). Es cierto que existe un octavo milagro: la “segunda pesca milagrosa” (21,1-6). Pero hoy los estudiosos sostienen que el capítulo 21 no pertenece al autor del Evangelio de Juan, sino que se trata de un apéndice añadido posteriormente por otra mano. Por eso los biblistas no lo cuentan entre los milagros del autor original, que deben seguir considerándose 7. No es que Juan creyera realmente que Jesús había hecho sólo 7 milagros. Al final de su Evangelio él mismo aclara: “Jesús realizó muchos otros signos, que no están escritos en este libro” (20,30). Sin embargo, quiso relatar únicamente 7. Y ni siquiera quiso incluir esos pequeños resúmenes de curaciones que traían los otros tres Evangelios, para no salirse del marco de ese número. Por compasión de la gente ¿Por qué entonces, si San Juan sabía que Jesús había hecho muchos milagros, sólo cuenta 7? La respuesta, y la clave de todo, está en el diferente concepto de milagro que tiene Juan. En los otros tres Evangelios, llamados sinópticos, Jesús hace milagros por compasión a la gente. Por eso dicen que Jesús “sintiendo lástima” curó al leproso (Mc 1,41); “sintiendo pena” multiplicó los panes a la gente hambrienta (Mt 15,32); “movido por la compasión” curó a los enfermos (Mt 14,14); “mirando la fe” de sus amigos sanó al paralítico (Lc 5,20). Obrando de esta manera, Jesús revelaba que estaba cerca el Reino de Dios. Un Reino donde ya no habría afligidos, ni hambrientos, ni desfavorecidos, porque había surgido una nueva comunidad cristiana que tenía a Dios por Rey. Los milagros, por lo tanto, eran la señal del nuevo mundo que estaba surgiendo, de la nueva situación que Jesús inauguraba en favor de los más pobres, y en la que todos los creyentes hoy debemos embarcarnos y comprometernos. Jesús hacía milagros para mostrar su gran poder, y aclarar así que nada ni nadie podrá oponerse a su proyecto de instaurar el Reino de Dios en la tierra. Por eso, estos tres Evangelios para decir “milagro” emplean el término griego dynamis, que significa “hecho de poder”, “acto poderoso”, porque lo que Jesús hacía, con sus milagros, era mostrar el gran poder que había aparecido con él, y que estaba cambiando al mundo. Un rompecabezas para armar En cambio en el Cuarto Evangelio, Jesús no hace milagros por compasión. No es el sufrimiento y el dolor de la gente lo que lo mueven a realizar sus actos prodigiosos. No busca tampoco mostrar su poder, ni anunciar la llegada del Reino de Dios. ¿Entonces qué busca Jesús con sus milagros en el Evangelio de Juan? Busca predicarse a sí mismo, contar quién es Él. Cada milagro que hace es para revelar algún aspecto o faceta de su persona, de su intimidad. Los milagros son las piezas de un rompecabezas que los oyentes de Jesús tienen que reconstruir, y cuyo resultado es la figura completa de Jesús. Este diferente significado explica algunas características propias que tienen los milagros en el Cuarto Evangelio. En primer lugar, el hecho de que sólo sean 7. Porque al tratarse de representaciones de la persona misma de Jesús, tenían que ser 7 para representarlo de manera perfecta. En segundo lugar, así se explica el que los milagros de Jesús en Juan siempre incluyan algún detalle extraordinario, algún “plus”, algún rasgo que muestre lo excepcional del hecho. Quizás esto responda a que, en el sermón de la última cena, Jesús había afirmado haber hecho “obras que ningún otro ha hecho” (Jn 15,24). Milagros más milagrosos Así, en las bodas de Caná, los litros de agua que Jesús convierte en vino son 600, una cantidad desorbitada para la fiesta de un pueblito. En la curación del hijo del funcionario real, se subraya la gran distancia a la que Jesús lo cura; en los otros Evangelios Jesús también había curado a la distancia, como a la hijita de la cananea (Mc 7,24-30), o al criado del centurión (Mt 8,5-13); pero eran curaciones realizadas a metros de distancia; en cambio en San Juan el milagro ocurre a 35 kilómetros de donde está Jesús. En la curación del paralítico de Bezatá, se resalta la gran cantidad de tiempo que el hombre llevaba enfermo: 38 años. En los sinópticos, la persona que cura Jesús con más años de enfermedad es una mujer encorvada, que llevaba 18 años enferma (Lc 13,10-13). En la multiplicación de los panes, Juan es el único que dice que Jesús pregunta a sus discípulos cómo dar de comer a la multitud, pero sólo para probarlos “porque él sabía lo que iba a hacer”, recalcando así que Jesús lo sabe todo, porque es de condición divina. En el milagro en el que camina sobre las aguas, Juan añade el detalle de que, aunque la barca con los discípulos se hallaba azotada por el viento en medio del lago, apenas Jesús llegó hasta ellos sobre las aguas, la barca tocó tierra en el lugar exacto a donde se dirigían. En la curación del ciego, se agrega la particularidad de que era un ciego de nacimiento, único caso en todos los Evangelios. Finalmente, en la resurrección de Lázaro, el muerto llevaba cuatro días enterrado, mientras que en las resurrecciones que cuentan los otros evangelistas se trata de personas que hacía algunas horas que habían muerto. Aprender a mirar detrás En tercer lugar, así se explica el hecho de que San Juan nunca los llame “milagros”, como los hacen los otros Evangelios, sino “signos” (en griego, seméia). Porque mientras los otros Evangelios pretendían mostrar que Jesús realizaba “hechos poderosos” (o sea, milagros), capaces de erradicar el mal, la enfermedad y el sufrimiento del mundo, San Juan quiere mostrar que Jesús realizaba hechos “reveladores”. Sus milagros no eran tanto para ayudar a la gente, como para mostrar su interior. No los hacía para salvar, sino para catequizar. No revelaban su poder, sino su persona. Por eso, a la hora de elegir un nombre, Juan prefirió llamarlos “signos”. Porque un signo es algo que no tiene valor por sí mismo sino por lo que representa, es una señal de algo que está más allá. Cuando Jesús realizaba sus “signos”, quería decir a la gente que no se quedara con el milagro, que éste no era importante, que fuera más allá, que viera lo que había detrás de estos prodigios. En síntesis: le pedía que descubrieran al enviado de Dios, que realizaba todas estas cosas. Sus milagros eran señales de la persona de Jesús. Otros enfermos desatendidos En cuarto lugar, así se entiende otra característica de los milagros del Evangelio de Juan, y es que suelen ir acompañados de discursos explicativos. En los otros Evangelios, el milagro es lo que es: una fuerza, un poder del Reino de Dios, y no necesita explicación. En cambio en San Juan el milagro no apunta al hecho que acaba de ocurrir frente a sus ojos, sino apunta al que lo hizo; apunta hacia Jesús. Por eso, ante el peligro de que la gente se quede con el prodigio, Jesús debe ponerse a explicar cada milagro. Así, cuando un sábado cura al paralítico de la piscina de Bezatá, Jesús explica que no lo hace principalmente por beneficiar a un enfermo; había allí muchos otros enfermos al lado del paralítico que también esperaban sanarse, y sin embargo los ignoró. Su objetivo, más que dar la salud al paralítico, era revelar que Él era igual a Dios, porque sólo Dios podía trabajar y curar en sábado (5,17-18). De igual modo, cuando multiplica los panes, explica a la multitud que su intención no fue la de calmarles el hambre, sino revelarles que Él era el Pan de Vida que había bajado del cielo, y al que había que buscar. Cuando devuelve la vista al ciego de nacimiento, aclara que lo hace para enseñar que Él es la luz del mundo, y que quien lo acepta tiene la luz verdadera (9,5.39-41). Y cuando resucita a Lázaro, enseña que su objetivo no era sólo devolver la vida a un muerto; aunque Lázaro resucitó ese día, iba a tener que morir de nuevo, y sus hermanas iban a volver a llorarlo y a ponerlo por segunda vez en una tumba; de modo que resucitarlo aquella mañana sólo para concederle una propina de vida de unos cuantos años más, no tenía mayor sentido. Más bien lo impresionante del milagro fue la revelación de que Jesús puede transmitir la vida eterna a quien cree en Él, porque Él es la Resurrección y la Vida (11,25). Ni siquiera Juan Bautista Finalmente, así se entiende por qué Jesús en el Evangelio de Juan nunca dice a sus discípulos que ellos harán “signos” como Él. Los otros Evangelios cuentan que, durante su vida, Jesús dio a los apóstoles el poder de curar a los enfermos (Lc 9,1), cosa que efectivamente ellos realizan (Lc 9,6). Y después de su resurrección Jesús amplía la facultad de los apóstoles no sólo a la curación de enfermos sino a todo tipo de milagros (Mc 16,17-18). En cambio en San Juan, el único que realiza “signos” es Jesús; los discípulos no pueden realizarlos. Lo cual es lógico, porque si los “signos” son los medios de los que se vale Jesús para revelar su ser divino, su persona, su intimidad, nadie puede hacer signos más que Él, porque sólo Él revela a Dios. Incluso se afirma que ni siquiera Juan Bautista realizó signos (10,41). Los signos, en el Cuarto Evangelio, forman parte exclusivamente de la autorevelación de Jesús. Las siete señales Si en el Cuarto Evangelio los milagros pretenden revelar algún aspecto de la interioridad divina de Jesús, ¿cuál es el aspecto que revela cada uno de los 7 milagros que cuenta? El primero, la conversión de 600 litros de agua en vino, revela que Él es el Mesías esperado. Porque según la creencia popular judía, cuando viniera el Mesías iba a hacer una fiesta con abundancia de vino. El segundo, la curación del hijo de un funcionario real, revela que Él es la “vida” de los que llevan una existencia menguada y disminuida. Él hace que uno viva con plenitud y abundancia (Jn 4,50). El tercero, la curación del paralítico de Bezatá, revela que Jesús es igual a Dios. Por eso puede trabajar y curar con todo derecho en sábado (Jn 5,17-18). El cuarto, la multiplicación de los panes, revela que Él es el Pan que ha bajado del cielo, y que puede saciar el hambre de felicidad, de sentido de vida, de búsqueda y de ilusión de las personas. El quinto, la caminata sobre las aguas, revela que Jesús es el que acompaña a la Iglesia (la barca) en su marcha a través de los problemas del mundo (el lago encrespado) hasta hacerla llegar a salvo a la otra orilla. El sexto, la curación del ciego de nacimiento, revela que Él es la Luz del mundo, y que quien crea en él no andará nunca en tinieblas. Y el séptimo, el más extraordinario de todos, la resurrección de Lázaro, revela que Él es la resurrección de los muertos, y que todo el que haya muerto volverá un día a vivir. Así, de una manera genial, San Juan ha ido preparando a sus lectores para que gradualmente fueran descubriendo quién era Jesús. Al final, sin signos En San Juan, el significado de los milagros no es el mismo que en los Evangelios sinópticos. El acento teológico es diferente. En los sinópticos, son una muestra de la compasión de Jesús por la gente; en Juan, revelan la interioridad de Jesús. En los sinópticos son un anuncio del Reino; en Juan son un anuncio de Jesús. En los sinópticos indican que Dios se ha hecho presente en el mundo; en Juan indican que Dios se ha hecho presente en Jesús. En los sinópticos apuntan hacia afuera de su persona; en Juan apuntan hacia adentro de su ser. Por eso, al leer los milagros del Cuarto Evangelio, debemos tener cuidado de no leerlos de la misma manera que en los sinópticos. No hay que poner el acento en su poder, ni en su amor y misericordia por los enfermos, como hacen los sinópticos, sino entenderlos como signos que revelan algún aspecto de su interioridad. Son, en definitiva, respuestas a la gran pregunta: ¿quién es Jesús? Según el Evangelio de Juan, frente a los signos que Jesús realizaba se dieron diferentes respuestas. Algunos, como el Sumo Sacerdote Caifás, vieron los signos, pero se negaron a creer, y aconsejaron a los fariseos matar a Jesús (11,47); son los que están ciegos, y permanecen en la oscuridad para siempre (3,19-20). Otros como Nicodemo (3,2-3), los hermanos de Jesús (7,3-7), o la multitud (6,26), han visto los signos pero se quedan en ellos; no van más allá ni descubren a Jesús; sólo buscan los milagros y hechos prodigiosos; son los que tienen una fe imperfecta e incompleta. Y otros, como el funcionario real (4,53) o el ciego de nacimiento (9,38), entienden el verdadero significado de los signos y por ello creen en Jesús, saben quién es Él, y han llegado a una fe adecuada. Pero hay aún una cuarta respuesta posible: la de los que creen en Jesús sin haber visto nunca signos. Y ésta es la fe alabada por Jesús, cuando dijo: “Felices los que creen sin haber visto” (20,29). Es la fe de los que creen simplemente por la palabra de los que estuvieron con Jesús. Es la fe que debemos tener nosotros. Actualmente son muchas las sectas cristianas que basan su fe en los milagros, las curaciones y los signos prodigiosos, manteniendo así a sus fieles en una fe imperfecta e infantil. Sólo quien no cae en esa tentación, y cree a pesar de no ver nada, ha entendido realmente el sentido de los milagros de Jesús. E. LOS MILAGROS DE JESÚS Santo Tomás de Aquino distingue dos aspectos en los milagros: “El primero, la acción misma que supera la capacidad de la naturaleza: es lo que hace definir los milagros como actos de poder; el segundo es la finalidad de los milagros, o sea, la manifestación de algo sobrenatural: es lo que hace denominarlos corrientemente signos.” El milagro es un prodigio religioso, que expresa en el orden cósmico una intervención especial de Dios, quien dirige a los hombres un signo perceptible de la presencia permanente de Su palabra de salvación en el mundo. Los milagros son signos certísimos de la Revelación, adaptados a la inteligencia de todos, mediante los cuales Dios Todopoderoso nos manifiesta Su voluntad de hacernos partícipes de Su Vida, Su Sabiduría y Su Amor. Los racionalistas rechazan a priori la noción misma de milagro. Pretendiendo apoyarse en la ciencia, declaran que el milagro es imposible o inconveniente. Según ellos, no hay nada más indigno de Dios que violar las leyes del universo autosuficiente que él mismo habría establecido. La actitud racionalista es una visión totalitaria que hace de la razón humana árbitro de todo, incluso de lo que Dios puede o debe hacer. Elimina todo lo sobrenatural (encarnación, milagros, redención, resurrección, gracia, sacramentos, etcétera) y desemboca en el secularismo, que intenta eliminar a Dios de la escena del mundo. Dios ha creado el universo libremente, no por necesidad. La libertad de Dios es infinita; no se agota en el acto de la primera creación. El universo está subordinado a la acción trascendente de Dios. Para Dios sólo es imposible lo que implica contradicción; pero el milagro no implica contradicción alguna. Para probar la imposibilidad del milagro habría que demostrar antes que Dios no existe. Dios puede sobrepasar las causalidades naturales, interviniendo en el mundo entre la primera creación y la transformación final de todo; pero sólo Él es capaz de hacerlo. Hablando con propiedad, no hay milagro que no provenga de Dios. El milagro tiene su lugar dentro del plan providencial mediante el cual Dios ordena todas las criaturas a su fin último. Supera el orden de la naturaleza creada para manifestar un orden más elevado, el orden de la gracia sobrenatural. El Concilio Vaticano II enfatiza el valor histórico de la tradición evangélica: “La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la ascensión.” Teniendo en cuenta esta enseñanza de la Iglesia, trataremos de poner de relieve la historicidad de los milagros de Jesús, aplicando a los relatos evangélicos de milagros siete criterios de autenticidad utilizados por la ciencia histórica: 1. El criterio del testimonio múltiple establece que un testimonio concordante, que procede de fuentes diversas y no sospechosas de estar intencionalmente relacionadas entre sí, merece ser reconocido como auténtico. Este criterio se cumple en nuestro caso, porque los cuatro Evangelios dan testimonio de los milagros de Jesús y no proceden de una única fuente literaria. Además el propio Talmud babilónico alude a la actividad taumatúrgica de Jesús, aunque interpretándola como una acción mágica. 2. Este testimonio múltiple es reforzado por el hecho de que entre los Evangelios hay diferencias en lo accidental y acuerdo en lo esencial. La diversidad en los detalles y en la interpretación de los hechos proceden de los redactores de los Evangelios, mientras que el peso de la tradición se hace sentir en el acuerdo de fondo sobre la realidad del hecho conservado. 3. También se aplica a nuestro caso el criterio de discontinuidad: un dato evangélico que no puede ser reducido a las concepciones del judaísmo o a las de la Iglesia primitiva puede ser considerado como auténtico desde el punto de vista histórico. Es claro que los milagros de Jesús, en cuanto signos de su identidad divina, no cuadran bien con las ideas de los distintos grupos religiosos judíos de la época (fariseos, saduceos, zelotas o esenios). Pero también hay aspectos de los Evangelios referidos a los milagros que no pueden ser explicados a partir de la Iglesia primitiva, sin referencia a Jesús. Por ejemplo, los Evangelios dan cuenta de que los enemigos de Jesús reconocieron sus exorcismos, pero los interpretaron como acciones diabólicas. Semejante acusación contra Jesús no pudo ser inventada por la comunidad cristiana. 4. La historicidad de los milagros de Jesús también se manifiesta en su conformidad con sus enseñanzas. El tema fundamental de la enseñanza de Jesús es el Reino de Dios. Es posible considerar como históricamente seguros los dichos y hechos de Jesús que están íntimamente ligados a este tema. Y precisamente los milagros de Jesús son signos de la llegada del Reino de Dios. 5. Otro criterio de historicidad se refiere al hecho de que en todos los milagros del Evangelio es posible apreciar un mismo estilo, el estilo de Jesús. El estilo de Jesús es el sello inimitable de su persona sobre todo lo que dice y lo que hace. El estilo de sus milagros es idéntico al de su enseñanza; está impregnado de sencillez, sobriedad y autoridad a la vez. Veamos algunos rasgos específicos de los milagros de Jesús: Jesús se niega a hacer milagros en su propio provecho o para la exaltación de sí mismo; rechaza la afición por lo maravilloso y todo triunfo fácil que rechace la cruz; y se niega a hacer milagros cuando choca contra la falta de fe. Por otra parte, los milagros de Jesús están destinados a la salvación de todo el hombre, en su unidad de cuerpo material y alma espiritual. Tienen una función de liberación y manifiestan una vocación al Reino de Dios. Establecen una relación personal y transformadora del beneficiario con Jesús. El beneficiario participa en el milagro mediante una actitud de fe en Jesús. El milagro es el lugar de una opción: el hombre puede abrirse a Jesús y convertirse o puede cerrarse al signo. Los milagros de Jesús tienen carácter eclesial: Jesús trae una salvación universal; por eso da a sus discípulos el poder de hacer milagros. Por los milagros de Jesús, el futuro invade el presente: Jesús une en su persona la espera de la salvación escatológica y su realización presente. Los milagros de Jesús manifiestan el misterio de su persona. Si Jesús trae el Reino de Dios, la razón última de ello está en su misma persona. 6. También es aplicable el criterio de la inteligibilidad interna: cuando un dato evangélico está perfectamente inserto en su contexto y además es totalmente coherente en su estructura interna, se puede presumir que se trata de un dato históricamente auténtico. Esto se da en nuestro caso. Los milagros y la predicación de Jesús constituyen una unidad indisoluble, ya que ambos manifiestan la venida del Reino de Dios. Los relatos de milagros ocupan un lugar tan considerable en los Evangelios y están tan íntimamente ligados a su trama que no es posible rechazarlos sin rechazar los Evangelios en bloque, cosa que no es razonable desde el punto de vista histórico. 7. Por último, aplicaremos el criterio de explicación necesaria: si ante un conjunto considerable de datos, que exigen una explicación coherente y suficiente, se ofrece una explicación que ilumina y armoniza todos sus elementos (que de otro modo seguirían siendo un enigma), podemos concluir que estamos en presencia de una explicación auténtica. También esto se cumple en nuestro caso. En los Evangelios, los milagros de Jesús son un dato insoslayable, que exige una explicación. En el Evangelio de Marcos los relatos de milagros abarcan el 31% del texto. Excluyendo los capítulos de la Pasión, la proporción se eleva al 47%. En el Evangelio de Juan, los doce primeros capítulos descansan por entero sobre siete “signos” de Jesús. Eliminar los milagros equivaldría a destruir el Evangelio de Juan. En los cuatro Evangelios es posible distinguir 67 relatos de milagros (correspondientes a 34 milagros diferentes), 28 sumarios de milagros y 51 discusiones o alusiones referentes a los milagros. Muchos de estos relatos mencionan el carácter público de los milagros de Jesús. Sólo los milagros pueden explicar el gran entusiasmo que Jesús suscitó en el pueblo y la presentación de Jesús como taumaturgo en la primera predicación apostólica. Ni siquiera los enemigos de Jesús negaron que Jesús hiciera milagros. No discutían su actividad de exorcista y taumaturgo, sino la autoridad que reivindicaba apoyándose en esa actividad. El Evangelio de Juan indica los muchos milagros de Jesús (y especialmente la resurrección de Lázaro) como causa directa de la decisión de las autoridades judías de dar muerte a Jesús. Esto es tanto más significativo cuanto que muchos de los grupos judíos de la época rechazaban los milagros o desconfiaban de ellos. La convergencia de los siete criterios de historicidad antes enunciados constituye una prueba difícilmente rechazable de la solidez histórica de los milagros de Jesús. En la primera parte consideramos los milagros de Jesús desde el punto de vista histórico. Ahora los consideraremos desde el punto de vista teológico. Dicho de otro modo, analizaremos el significado de esos milagros. Comenzaremos presentando una visión cristocéntrica del milagro. El Concilio Vaticano II relaciona los milagros de Jesús con su persona, presentando a Cristo como la plenitud de la Revelación y como el signo por excelencia de la misma Revelación: “Por tanto, es él -verlo a él es ver al Padre - el que, por toda su presencia y por la manifestación que hace de sí mismo, por sus palabras y sus obras, por sus signos y sus milagros, y más particularmente por su muerte y su gloriosa resurrección de entre los muertos, y finalmente por el envío del Espíritu de verdad, da a la revelación su pleno cumplimiento y la confirmación de un testimonio divino, atestiguando que Dios mismo está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y resucitarnos a la vida eterna”. Los milagros de Jesús son la irradiación de la epifanía del Hijo de Dios entre los hombres. Cristo mismo es el signo que debe ser descifrado, el signo único y total de credibilidad. Él es el signo primero que incluye y fundamenta a todos los demás signos. Los milagros de Jesús plantean la cuestión de su identidad: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” El Concilio Vaticano II presenta también a los milagros de Jesús como un anuncio de la llegada del Reino de Dios que se manifiesta en la persona de Jesucristo: “El Señor Jesús dio origen a su Iglesia predicando la buena nueva, la llegada del reino prometido desde hacía siglos en las Escrituras... Este reino brilla a los ojos de los hombres en la palabra, las obras y la presencia de Cristo... Los milagros de Jesús atestiguan igualmente que el reino ha venido ya a la tierra: `Si por el dedo de Dios expulso los demonios, entonces es que el reino de Dios ha llegado entre vosotros´. Sin embargo, el reino se manifiesta ante todo en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de hombre, que ha venido a salvar y a dar su vida como rescate de muchos”. El Vaticano II subraya que, si bien Dios ha multiplicado los indicios de su intervención en la historia, ha dejado al hombre la libertad de responder al mensaje y los signos de la salvación. Los signos de Jesús no obligan a nadie a recibirlo; son dones y ayudas de Dios que solicitan y sostienen al hombre en su libre decisión de fe: “Cristo... invitó y atrajo a los discípulos con paciencia. Apoyó y confirmó ciertamente su predicación por medio de milagros, pero era para suscitar y robustecer la fe de sus oyentes, no para ejercer sobre ellos una constricción”. Siguiendo la doctrina del último Concilio, podemos atribuir a los milagros una doble función: la de testimoniar y revelar. Por una parte, los milagros manifiestan la verdad de la Revelación de Cristo. Por otra parte, los milagros son expresión de la Revelación igual que las palabras de Cristo; no es menos importante conocer los milagros de Jesús que sus palabras. Podemos recordar aquí la frase de Pascal: “Los milagros disciernen la doctrina, y la doctrina discierne los milagros”. En primer lugar, entonces, analizaremos el milagro como testimonio. El milagro garantiza la autenticidad de la Revelación de Cristo con el poder infinito y la autoridad de Dios. Este testimonio divino interpela al hombre, invitándolo a responder a Dios por medio de la fe. Jesucristo confirma su doctrina por medio de prodigios y signos que disponen al alma a la escucha de la buena nueva y son llamamientos a la comunión con Dios y al seguimiento de Jesús. Los milagros que Jesús realiza en su nombre propio son signos de misión divina: atestiguan que Cristo es un enviado de Dios y la verdad de su condición de Hijo enviado por el Padre. Son testimonios del Espíritu de Dios, que lo revelan y acreditan como Hijo de Dios. Si Jesús es el Hijo de Dios, los signos que permiten identificarlo como tal tienen que aparecer como una irrupción de Dios en la historia de los hombres, que hace estallar nuestras categorías. Los signos de la gloria de Jesús (milagros y resurrección) son signos del poder, la santidad y la sabiduría de Dios. La resurrección de Cristo es el signo de los signos, el signo supremo. Desarrollaremos la dimensión jurídica del milagro siguiendo la doctrina expuesta por Santo Tomás de Aquino: · El milagro tiene dos finalidades: el testimonio de la doctrina y de la persona. Cristo hizo milagros para confirmación de su doctrina y para manifestación del poder divino que en Él había. · La naturaleza divina resplandece en los milagros, pero en comunicación con la naturaleza humana, instrumento de la acción divina. · Los milagros de Cristo fueron suficientes para demostrar su divinidad bajo tres aspectos: por la especie de las obras de Cristo, por su modo de hacer los milagros y por la misma doctrina en que Cristo se declaraba Dios. · Cristo hizo los milagros con poder divino. El poder divino obraba en Cristo según era necesario para la salud humana. Los milagros de Jesús se ordenaban a manifestar su divinidad para la gloria de Dios y para la salud de los hombres, sobre todo la salud del alma. · Cristo vino a salvar al mundo con el poder de su divinidad y por el misterio de su encarnación. Curando milagrosamente a los hombres, Cristo se mostró como Salvador universal y espiritual de todos los hombres. En segundo lugar, analizaremos el milagro como revelación. El milagro es un signo que responde a una intención de comunicación con vistas a una comunión. Considerado como revelación, el milagro es un encuentro personal entre Dios y el hombre, encuentro que es capaz de transformar y promover al hombre, liberándolo del pecado y llevándolo a una verdadera conversión. El milagro visibiliza y manifiesta en ejercicio la buena noticia de la salvación, hablando a los sentidos y al espíritu. Muestra claramente que la palabra de Dios es eficaz, haciendo presente el Reino de Dios, que es para el hombre la salvación total. Como transformación del cosmos, el milagro es una figura del mundo que viene. El milagro es un signo polivalente, que apunta simultáneamente hacia diversas direcciones. Analizaremos los principales valores significativos del milagro según el Nuevo Testamento: · Los milagros de Jesús son manifestaciones del poder universal y absoluto de Dios; pero son obras de poder al servicio del amor. Revelan que Dios es amor, rico en misericordia y cariño. Ese amor toma forma humana en Cristo, haciendo visible al hombre la intensidad del amor divino. Los milagros son signos de la misericordia de Dios para con los afligidos y doloridos. · Los milagros de Jesús son signos del cumplimiento de las promesas de Dios, signos de que el Reino de Dios ha llegado. Significan que en Cristo se han cumplido por fin las profecías de las Escrituras. Jesús de Nazaret es el Mesías que trae la salvación esperada, triunfando sobre la enfermedad, la muerte, el pecado y el diablo. Por medio de sus milagros, Jesús anuncia la buena nueva a los pobres. · Los milagros de Jesús son obras comunes del Padre y del Hijo: el Padre realiza esas obras en el Hijo. Manifiestan la gloria del Padre y del Hijo: el Padre glorifica al Hijo y es glorificado en Él. Revelan que entre el Padre y el Hijo hay un misterio de Amor; ambos están unidos por un mismo Espíritu. · El milagro es un signo de la gracia de Dios; expresa los dones espirituales ofrecidos a los hombres por la gracia de Cristo. En el evangelio de Juan los milagros de Cristo revelan el misterio de los sacramentos de la Iglesia, particularmente del bautismo (por ejemplo en la curación del ciego de nacimiento) y de la eucaristía (por ejemplo en la multiplicación de los panes). · La transformación del cosmos por el milagro y la transformación del hombre por la santidad son los signos del orden escatológico. El milagro es signo de una salvación escatológica y universal, de la liberación y glorificación de los cuerpos; prefigura las transformaciones que se efectuarán al final de los tiempos. Esto se aplica sobre todo a la resurrección de Cristo. · Los milagros de Jesús son cristológicos. No lo acreditan como un simple profeta o Mesías humano, sino que manifiestan su gloria de Hijo único de Dios. Todos los valores significativos del milagro están unidos a Jesús, el signo por excelencia. Él es el Reino de Dios que ha llegado, el cumplimiento de las promesas, la presencia de la misericordia de Dios. En el evangelio de Juan, los milagros de Jesús están ordenados a revelar y hacer creíble el misterio de la persona de Cristo, que es el misterio de su origen en Dios Padre, de su unidad con Él y de la misión que el Padre le encomendó. Los milagros de Jesús son signos de la presencia salvífica del Reino de Dios en Jesús, en relación íntima con su predicación del Reino de Dios, hecho presente por Jesús entre los hombres. Querido amigo, querida amiga: Si tú no crees en Cristo, te invito a considerar atentamente los argumentos que hemos expuesto y a evitar las tentaciones del racionalismo, que rechaza los milagros, y del modernismo, que tiende a reducirlos a simples prodigios. Hemos visto que Dios, Creador y Señor del universo, puede intervenir libremente en el mundo, superando las potencialidades de la naturaleza, y que los criterios de autenticidad histórica, aplicados a los relatos de milagros de Jesús, permiten concluir que esos relatos tienen valor histórico. Estos milagros realmente acontecidos dan un aval divino a la pretensión de Jesús de ser el Hijo de Dios; acreditan que Él es verdaderamente el enviado por el Padre para la salvación del mundo. Mediante sus milagros, narrados en los Evangelios, hoy Jesucristo te llama a la fe en Él y a la conversión, condiciones indispensables para acceder al Reino de Dios. Si tú crees en Cristo, te invito a leer los relatos de los milagros de Jesús en los Evangelios y a meditar sobre ellos en sintonía con la doctrina católica que hemos expuesto. Ruego a Dios Padre que esta lectura y meditación sirvan para fortalecer tu fe cristiana. Por la intercesión de la Virgen María, que impulsó a su Hijo a realizar su primer signo en las bodas de Caná, ruego que los milagros de Jesús te ayuden a conocer más profundamente la identidad del propio Jesucristo, autorevelación de Dios y salvación del hombre. F. LA PRAXIS CURATIVA DE JESÚS EN EL EVANGELIO DE MARCOS Este artículo tiene por finalidad analizar los milagros de Jesús en el evangelio de Marcos, -en gran parte curaciones o exorcismos- con la finalidad de dar respuesta a tres preguntas: 1) dónde, 2) cuándo y 3) a quien cura Jesús o qué adversidades remedia. Respondiendo a estas cuestiones podremos determinar el alcance real de la acción de Jesús que sana y pone remedio a las enfermedades o males más diversos. La geografía de los milagros de Jesús La actividad de Jesús, que sana y remedia adversidades de todo tipo, se desenvuelve en el evangelio de Marcos en dos zonas geográficas antagónicas según las concepciones judías del tiempo: territorio judío y territorio pagano, que representan respectivamente al pueblo de Israel y a los paganos o gentiles. La línea divisoria entre ambas zonas la marca el lago de Genesaret: al oeste, territorio judío; al este, pagano. Diversas travesías de Jesús con los discípulos por el lago indican el paso de una zona a otra. - En territorio judío tienen lugar doce milagros de Jesús, de los que once suceden en Galilea (norte del país) y sólo uno en Judea (al sur). En Galilea actúa Jesús en la sinagoga de Cafarnaún expulsando de un hombre un espíritu inmundo (1,21b-28); en casa de Simón y Andrés cura a la suegra de aquél (1,29,31); en el mar calma la tempestad (4,35-5,1); en un lugar indeterminado de la orilla oeste del lago cura a la hemorroisa y reanima a la hija de Jairo (5,21-34); y, en un despoblado, reparte por primera vez panes y peces a la multitud (6,33-46). A veces el evangelista no indica el lugar exacto donde Jesús actúa como es el caso de la curación de un leproso (1, 39-45) o el de la curación del niño epiléptico (9, 14-29). La única curación obrada fuera de los límites de Galilea la realiza Jesús al salir de Jericó, a treinta kms. de Jerusalén, hecho no casual, pues esta ciudad fue la primera que conquistaron los israelitas, tras pasar el Jordán, en su éxodo hacia la tierra prometida. Jesús devuelve allí la vista a un ciego (8,22-26), antes de realizar su éxodo definitivo de la muerte a la resurrección que tendría lugar en Jerusalén. - En territorio pagano tienen lugar cinco intervenciones de Jesús distribuidas de este modo: en la región de los gerasenos expulsa una legión de demonios de un endemoniado (5,1-20); en la comarca de Tiro libera de un espíritu inmundo a la hija de la sirofenicia, (7,24-30); en la orilla este del mar cura a un sordo tartamudo (7,3137); en un lugar desierto lleva a cabo el segundo reparto de panes (8,1-9) y en Betsaida devuelve la vista a un ciego (8,22-26). Jesús elige, por tanto, como lugar privilegiado de sus milagros, en su mayoría curaciones y exorcismos, "la periferia" de Israel, la provincia de Galilea, en el norte, llamada despectivamente "Galilea de los gentiles o paganos", la región más alejada del influjo del templo y del sistema religioso judío asentado en Judea, en el sur. "Galilea de los gentiles" es casi exclusivamente el lugar de la actividad sanadora de Jesús, dando cumplimiento así a sus palabras: "No sienten necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; más que justos, he venido a llamar pecadores” (Mc 2,17), cuando le acusan de comer con recaudadores y descreídos. La periferia del sistema judío se define de este modo como el lugar más apropiado para la actuación sanadora de Jesús. La salvación de Jesús se concentra en los márgenes de Israel, en lo que podríamos llamar la heterodoxia del sistema. Dentro de Galilea, Jesús actúa remediando males en todos los ámbitos de la vida humana: en una sinagoga, espacio religioso, libera a un hombre con un espíritu impuro (1,21b-28); en una casa, lugar de la vida privada, cura a la suegra de Simón (1,29-31); en la puerta de la casa, ámbito de la vida pública, realiza curaciones múltiples (1,32-34), y en un despoblado tiene lugar el primer reparto de panes y peces (6,33-46) en rememoración del desierto, donde Dios dio de comer a su pueblo, pero en un nuevo éxodo que, a diferencia del primero, no va ya de Egipto a la tierra prometida, sino de Israel a la nueva tierra prometida. Israel se ha convertido, como Egipto, en tierra de opresión donde la enfermedad, el demonio, la muerte y el hambre campan a sus anchas, esclavizando al ser humano; Jesús llevará al pueblo en un nuevo éxodo a la nueva tierra prometida, esto es, a la vida sin semilla de muerte que anuncian y preconizan sus milagros, y que se manifiesta plenamente con la resurrección. Vemos, por tanto, cómo la actividad taumatúrgica de Jesús, predominantemente curaciones o exorcismos, no tiene límites ni fronteras; Jesús actúa en territorio judío y pagano; dentro del país judío, además, no hay ningún espacio de la vida humana que le sea ajeno. La salvación de Jesús alcanza a todos: es universal; va dirigida a cualquier persona independientemente del sitio en que ésta se encuentre. La vieja división del mundo en judíos y gentiles o paganos ha terminado. Ya no hay dos, sino un solo mundo donde todos pueden beneficiarse de la salvación de Dios. Lejos del sistema judío (Galilea de los gentiles) o fuera (pueblos paganos) es posible la salvación... O mejor todavía, es precisamente en la periferia del sistema judío o fuera de él donde se manifiesta con fuerza el poder de Jesús que pone remedio a toda clase de males. Convencido de que la nueva sociedad o reino de Dios no se implantará definitivamente mientras haya alejados y excluidos, Jesús centra su actividad en la zona geográficamente más alejada del templo de Jerusalén, corazón de la religiosidad judía*** , (coma) y en los hombres y mujeres excluidos del sistema judío por diversas razones. Llama sorprendentemente la atención que, en el evangelio de Marcos, Jesús no cure a ningún enfermo, ni remedie ninguna necesidad en Jerusalén, tal vez por ser ésta el lugar de donde viene la oposición más fuerte a su doctrina liberadora, por hallarse en ella el Templo y su aparato ideológico, que impiden la liberación del hombre. Tampoco verán los discípulos en el evangelio de Marcos a Jesús resucitado en Jerusalén; tendrán que desplazarse para ello a Galilea: "Y ahora, marchaos, decid a sus discípulos y, en particular, a Pedro: <Va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os había dicho>" (16,7). El tiempo de los milagros de Jesús Si analizamos cuándo tienen lugar los milagros de Jesús, sean exorcismos, curaciones, resurrección de muertos o "milagros de naturaleza", constatamos cómo el momento del día en que Jesús actúa con poder no es una indicación meramente cronológica, sino también teológico-simbólica. En los relatos de milagro se habla del "día" en general (2,1; 8,1), de un día concreto (el sábado, 1,21b) y del atardecer (4,35; 6,47), como tiempo en el que Jesús actúa con poder. Combinando las indicaciones cronológicas con la actividad que Jesús realiza, se puede concluir lo siguiente: la actividad sanadora de Jesús (3,1-6) en sábado (tiempo sagrado) resulta provocativa para sus adversarios fariseos, hasta el pun-to de que, ya en el capítulo 6,1-6 del evangelio de Marcos, Jesús es rechazado en la sinagoga y en día de sábado: "Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta". Y añade el evangelista: "No le fue posible actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos postrados aplicándoles las manos. Y estaba sorprendido de su falta de fe". A partir de este momento, Jesús no vuelve a entrar más en las sinagogas judías, ni se alude en el evangelio a su actividad en sábado. La nota polémica que puede observarse en este recorrido muestra que el evangelio de Marcos incluye una dura crítica de la sinagoga como institución y propugna una abolición del sábado, como tiempo sagrado; ninguna de las dos instituciones ayuda a la liberación del ser humano. El hecho de que la primera actuación de Jesús tenga lugar en sábado y en una sinagoga, donde expulsa el espíritu inmundo de un hombre (1,21-28) es significativo, pues supone la triste constatación de que en el lugar de los puros habita paradójicamente la inmundicia. Tras las dos curaciones de Jesús en sábado (hombre con un espíritu inmundo y suegra de Simón), en esta primera jornada en Cafarnaún hay una intensificación o pluralización de su activi-dad: "caída la tarde, cuando se puso el sol (esto es, terminado el sábado, pues los judíos cuentan los días de sol a sol), le fueron llevando a todos los que se encontraban mal y a los endemoniados. La ciu-dad entera se agolpaba a la puerta y curó a muchos que se encontraban mal con diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios; y no permitía a los demonios declarar que sabían quién era" (1,32-34). Al terminar el sábado -tiempo sagrado- la actividad curativa de Jesús se multiplica para simbolizar su victoria contra las fuerzas del mal, que se muestran especialmente activas, según las creencias de la época, al caer el sol y comenzar la tiniebla de la noche. Así sucede en el resto del evangelio: al atardecer, una tempestad amenaza con hacer zozobrar la barca de los discípulos (4,35-5,20). La victoria relativa de Satán sobre Jesús tiene también lugar al atardecer, hora en que Jesús anuncia la traición de Judas (14,17) y también, al atardecer, se prepara José de Arimatea para colocar en el sepulcro el cuerpo inerte de Jesús (15,42). Éste permanece en el sepulcro el día de descanso, el sábado, cumpliéndose así el propósito inicial en-gendrado por fariseos y herodianos de acabar con él (Mc 3, 6); pero el día primero de la semana, las mujeres reciben el anuncio de la resurrección. La salvación llega con la luz, "muy de mañana, recién salido el sol". El primer día de la semana, con la resurrección de Jesús, el cristiano tiene ya por seguro que la victoria contra los enemigos más abominables del hombre, la enfermedad y la muerte, representados por la tiniebla y la oscuridad del sepulcro, es ya posible. Jesús ha puesto fin, de este modo, a la vieja división del tiempo en sagrado y profano; el sábado ha sido superado y ha comenzado ya un nuevo tiempo -todo sagrado- en el que se podrá hacer el bien los siete días de la semana, pues lo único realmente sagrado será el hombre al que hay que liberar de sus enfermedades, dolencias o privaciones, allí donde y cuando se le encuentre. Los males que Jesús remedia La acción salvadora de Jesús afecta a individuos y grupos humanos (discípulos o multitud), al cuerpo entero o a algunos de sus órganos más representativos (ojos, oídos, lengua, manos, pies o genitales): - Cuatro milagros referidos por Marcos tienen por objeto los órganos de la vista, el oído o la lengua. De ellos, dos se realizan en territorio judío y dos en zona pagana. "Ojos, oído y lengua" son los órganos por donde entra (ojos y oídos) o se proclama el mensaje (lengua). "Ver y oír" definen los dos primeros tiempos del proceso de acercamiento del discípulo a Jesús que, en una segunda fase, tendrá que hablar, anunciando lo visto y oído, como el ex-endemoniado de Gerasa (5,20). A nivel simbólico, Jesús convierte a ciegos y sordos en testigos-creyentes y anunciadores del mensaje. - En Marcos hay también cuatro relatos de posesión demoníaca, de los que dos tienen lugar también en territorio judío y dos en territorio pagano. La posesión demoníaca era, en aquella época, expresión de alienación mental, manifestación de las enfermedades de la mente humana. La victoria de Jesús sobre el mal (Satanás) es total; Jesús lo vence dentro y fuera de Israel, sanando no sólo el cuerpo, sino también liberando la mente esclavizada por los espíritus inmundos, figura de la ideología opresora y alienante de la sinagoga, como se deduce del hecho de que los únicos que aparecen tentando a Jesús a lo largo del evangelio de Marcos, además de Satanás en el desierto (13), son los fariseos, representantes de la ideología satánica (8,11; 10,2; 12,15). -También se refieren en el evangelio de Marcos dos repartos (mal llamados multiplicaciones) de panes y peces: uno entre judíos y otro entre paganos. Se anuncia así el fin de la división de la humanidad en dos bloques y, con ello, el fin del privilegio de Israel: Jesús da de comer por igual a judíos y paganos. En él se manifiesta el amor univer-sal de Dios que viene a curar no sólo la enfermedad, sino a remediar el hambre del pueblo y, a nivel simbólico, la falta de una enseñanza que lleve al pueblo a la vida. Por eso el evangelista dice antes de que Jesús de a repartir los panes que estaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles. El verdadero alimento del pueblo es la palabra de Jesús y no la doctrina de los fariseos. - Jesús obra dos milagros en el mar en favor de los discípulos, cuando éstos se dirigen hacia territorio pagano por orden suya. La misión de Jesús y sus discípulos apunta a los paganos; los discípulos, a instancia de Jesús, deberán cruzar a la otra orilla para anunciar el evangelio fuera de las fronteras de Israel. Como Jonás y, a pesar de su resistencia, tendrán que proclamar el perdón también a los enemigos del pueblo elegido, a los pueblos paganos, pues el Dios de Jesús es un Dios-Padre de todos, judíos y paganos. - En el evangelio de Marcos se narra, por último, un solo caso de reanimación de un cadáver: la hija de Jairo que muere a los doce años. Este relato va unido al de la hemorroisa (mujer con desarreglo menstrual y, por tanto, estéril). Las dos pacientes son judías, pertenecen a Israel y están condenadas a la esterilidad o a la muerte, respectivamente. En ambos casos, Jesús hace posible la vida plena (cortando el flujo de sangre o devolviendo la vida), una vida que lleva consigo la fecundidad, que no pudo otorgarles la sinagoga, corazón del sistema judío, en cuyo seno la hemorroisa estuvo enferma sin remedio y la hija de Jairo se agravó tanto en su enfermedad que terminó muriendo. En resumen, la actuación con poder de Jesús es universal; no tiene fronteras de religión o grupos étnicos. Mira al hombre, de cualquier sexo, edad o condición social. Va dirigida a individuos o grupos humanos; al cuerpo entero, a algu-nos de sus órganos más representativos, a su mente y a la totalidad de la persona; no se limita solo a curar la enfermedad física o psíquica, sino que remedia carencias (hambre) o salva de peligros (sucumbir en el mar). Los milagros de Jesús son, por tanto, modelo de su actuación de cara a una sociedad dividida en clases antagónicas (judíos y paganos), que ha creado un mundo de marginación dentro del sistema (enfermos de todas clases, a veces, como el leproso, alejados no sólo de los hombres, sino también de Dios, por el mero hecho de ser enfermos), y que ha dejado fuera del alcance de la salvación a los paganos (excluidos del sistema religioso de Israel), dividiendo el tiempo en sagrado -durante el que, por estar dedicado a Dios, no se puede hacer el bien (3,16)- y profano. Los milagros de Jesús anuncian una nueva sociedad en la que ya no hay judíos ni paganos, se pone fin a toda clase de enfermedad y marginación, y se hace de la humanidad dividida una humanidad unida que tiene a Dios por Padre, el nuevo nombre de Dios reivindicado por Jesús en la oración que enseñó a sus discípulos: el Padrenuestro. Jesús y los excluidos del sistema Pero si hay algo que llame realmente la atención es que la actividad taumatúrgica de Jesús va dirigida fundamentalmente a los excluidos del sistema con la finalidad de -sanándolos- integrarlos de nuevo en la sociedad. Jesús no quiere excluidos del pueblo ni pueblos excluidos. Al hombre con un espíritu inmundo (1,21b-28), lo libera del mismo precisamente en la sinagoga, que aloja sorprendentemente espíritus inmundos dentro de ella y se muestra incapaz de expulsarlos; sano de mente, el hombre se librará en lo sucesivo de comulgar con la ideología de una sinagoga que no había remediado su enfermedad y con cuya ideología se sentía vivamente identificado: "¿Qué tienes tú contra nosotros" (1,24), le dice a Jesús el hombre con el espíritu inmundo, confundiendo su yo individual con el de los letrados, únicos personajes a los que alude el relato. A la suegra de Pedro, que yacía en cama con fiebre y, por tanto, incapaz para la acción, Jesús la levanta y ésta se pone a servirles, única actitud posible dentro de la comunidad (1,29-31). Al leproso -excluido del pueblo y del culto por prescripción de la Ley mosaicaJesús lo envía a los sacerdotes para que, certificando su curación, quede claro que la ley de lo puro e impuro (Lv 14) queda invalidada, pues margina, en nombre de un falso Dios, a los hombres más necesitados de atención. Como contrapartida por tan subversiva acción, dice el evangelista que Jesús "ya no podía entrar manifiestamente en ninguna ciudad". Por devolver purificado al leproso a la sociedad, Jesús queda excomulgado (1,45). La hemorroisa, mujer impura -que llevaba doce años con un desarreglo constantese libra de su hemorragia cuando, violando la ley que le prohibía tocar a nadie, se atreve a tocar a Jesús. Esta mujer no había encontrado remedio a su enfermedad en la medicina; más bien, su situación económica se había agravado hasta el punto de quedarse arruinada: "Había sufrido mucho por obra de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino más bien poniéndose peor" (5,25). Atreviéndose a tocar a Jesús en contra de la ley termina su desarreglo menstrual, o lo que es igual, recupera su capacidad reproductora y generadora de vida. Esta mujer es figura del Israel marginado por la institución; enferma y estéril, accede a la salvación por la fe en el nuevo maestro que, al ser tocado por una mujer impura, no sólo no se contagia, sino que purifica a quien con tanta fe lo toca (5,24b-34). Al paralítico inmovilizado, figura de la humanidad pecadora, le manda Jesús cargar con su camilla, y aquél -por su propio pie- se aleja a la vista de todos libre no sólo de enfermedad, sino también de sus pecados. La puerta de la casa de Israel, que impide a los paganos entrar, se ha abierto definitivamente gracias a Jesús. Éstos tendrán también acceso a la salvación, aunque para ello haya habido que destechar el techo de la casa (2,1-12). Los judíos dejan de ser obstáculo para el acceso de los paganos a Jesús. Al hombre del brazo atrofiado, incapacitado para el trabajo y, consiguientemente, parado y desarraigado social, Jesús le restituye la fuerza del brazo ante el escándalo de los fariseos presentes que no le perdonan que lo haya curado en sábado; en premio por esta buena acción, fariseos y herodianos, formando una extraña alianza, deciden acabar con Jesús (3,1-6). A la hija de Jairo, muerta a los doce años, edad hábil para el matrimonio, Jesús la devuelve a la vida y a sus padres, capacitándola para contraer matrimonio; es significativo que sea precisamente un jefe de sinagoga, de nombre Jairo (nombre hebreo que significa "que Yahvé resplandezca") quien, dejando la sinagoga, salga al encuentro de Jesús y creyendo en él -"no temas; ten fe y basta"- recupere a su hija viva (5,21-24a.35-6,1a). Un sordo tartamudo, imagen de incomunicación total y figura de los discípulos que no aceptan que Jesús brinde la salvación a todos por igual, recupera su capacidad de oír y hablar, y dice el evangelio que "les advirtió que no lo dijeran a nadie, pero, cuanto más se lo advertía, más y más lo pregonaban ellos" (7,31-37). A un ciego que le traen para que lo toque, Jesús lo tiene que conducir también fuera de la aldea para que progresivamente llegue a ver y, como al sordo tartamudo, le prohibe entrar en ella, no sea que vuelva a la antigua cegueramentalidad (8,22b-26). Otro ciego, a las puertas de Jericó y a la vera del camino, -lugar donde cae la semilla-mensaje y no da fruto (4,3) y también imagen de los discípulos-, recupera la vista cuando Jesús está para iniciar su éxodo definitivo hacia la muerte y resurrección (10,46b-52). Una vez curado, dice el evangelista que "lo seguía en el camino". En país pagano, Jesús, al constatar la fe de la mujer sirofenicia le anuncia que "el demonio ha salido de su hija" (7,24-30); esta mujer era pagana y, por tanto, según la doctrina judía, estaba excluida de la salvación de Dios; su hija tenía un espíritu inmundo, como el hombre de la sinagoga (1,21b-28). El país pagano, según la concepción judía, está inundado de demonios y será en territorio pagano donde Jesús librará de una legión de demonios a un endemoniado, verdadero prototipo de marginación total. Su situación es descrita dramáticamente por el evangelista de este modo: "Apenas bajó de la barca, fue a su encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo. Éste tenía su habitación en los sepulcros y ni siquiera con cadenas podía ya nadie sujetarlo; de hecho, muchas veces lo habían dejado sujeto con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie tenía fuerza para domeñarlo. Todo el tiempo, noche y día, lo pasaba en los sepulcros y en los montes, gritando y destrozándose con piedras"(5,2-5). Jesús expulsa los demonios de aquél hombre al igual que del niño epiléptico, a quien los discípulos no han podido sanar, pues participan de la ideología satánica, en la medida en que, como Pedro, esperan todavía un mesías poderoso y triunfador. Sólo con una actitud de servicio hasta la muerte se puede curar a los que han sido apresados por el demonio como ese niño 7 , (coma) cuya trágica situación describe su padre con estas palabras: "Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que lo deja mudo. Cada vez que lo agarra, lo tira por tierra, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, pero no han tenido fuerza”. (9,14,29). Este Jesús, que sana, expulsa demonios y da de comer a la multitud, es el mismo que llega a la barca de los discípulos andando sobre el mar, atributo exclusivamente divino (6,42-46), y que, como Dios, brinda la salvación a todos por igual, iniciando con el nuevo pueblo el éxodo definitivo hacia el país de la vida, donde la palabra marginación quedará borrada definitivamente del vocabulario de las relaciones humanas. La pedagogía de Jesús La actitud pedagógica de Jesús hacia los pacientes es diversa en cada caso; el tratamiento que tiene hacia cada uno de ellos es personalizado: toma la iniciativa y se acerca a la suegra de Simón, la coge de la mano y la levanta (1,29-31); al ver al leproso, se conmueve (verbo que se aplica a Dios en el judaísmo) o se aíra (según otra lectura conservada) contra el sistema que, en nombre de Dios, margina a la gente, y lo toca, violando la ley del Levítico (14,1-32) sobre lo puro y lo impuro (1,39-45). Al sordo tartamudo lo toma aparte, separándolo de la multitud, le mete los dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua, y levantando la mirada al cielo suspira y le dice: Effatá (esto es, ábrete)" (7,31-37). Para curar al ciego de Betsaida, Jesús lo coge de la mano y lo conduce también fuera de la aldea, llevándolo progresivamente a la luz, hasta que vea del todo: "Veo a los hombres, porque percibo como árboles, aunque andan. Luego le aplicó otra vez las manos en los ojos y vio del todo"; a éste, le prohibe terminantemente volver a la aldea (Mc 8,22a-26). Al ciego de Betsaida lo manda llamar y le pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?", accediendo a su petición de recobrar la vista (10,46b-22). A la hemorroisa, que le arrebata la curación tocándolo, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y sigue sana de tu tormento” (Mc 5,24b-34). Al ver la fe de los portadores del paralítico, imagen de la humanidad pecadora, le perdona los pecados, antes de curarlo de su enfermedad (2,1-12). Al hombre del brazo atrofiado lo coloca en medio de la sinagoga en claro gesto de desafío a los fariseos presentes que lo asedian para ver si lo cura en sábado y tener de qué acusarlo; a continuación les pregunta: "¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar?" Ante su silencio, Jesús "echándoles en torno una mirada de ira y apenado de su obcecación", cura al hombre, pero sus enemigos maquinan acabar con él (3,1-7a). A los demonios y al viento-mar -imagen de la ideología de la sinagoga de la que están imbuidos sus discípulos- Jesús los increpa y los expulsa liberando a los pacientes de la opresión-ideología de Satanás (1,21b28; 5,1-20; 7,24-30; 9,14-29). A la hija de Jairo la devuelve a la vida y a sus padres, y les manda que no se lo digan a nadie y que le den de comer (5,21-24a.35-6,1ª); a la multitud le da dos veces de comer, -una en territorio judío; otra en territorio pagano- en un gesto que hace visible el amor universal de Dios (6,33-45; 8,1-8). En cada momento y con cada paciente Jesús adopta la actitud adecuada para entrar en contacto con él y sacarlo de su particular tipo de marginación. Maravilloso pedagogo. La fe que salva En algunos milagros es expresamente la fe en Jesús la que hace posible la curación, fe que se pone aún más de relieve cuando se da entre paganos. Son los casos del paralítico -imagen de la humanidad pecadora- al que Jesús cura al ver la fe de sus portadores (2,1-12), o el de la hemorroisa-impura -imagen del pueblo judío incapaz de alcanzar la curación- que toca a Jesús para liberarse de su enfermedad (5,24b34), o el del ciego Bartimeo - figura de los discípulos- que grita al paso de Jesús y que, cuando Jesús lo manda llamar, tira a un lado el manto, se pone de pie y se le acerca, recuperando la vista (10,46b-52). Es la fe-adhesión a Jesús la que hace posible la curación. "Tu fe te ha salvado", dice Jesús a los pacientes, constatando que es la fe la que hace posible la salvación total. Estos pacientes-creyentes representan el lado opuesto de los vecinos de Nazaret de los que dice Marcos que a Jesús "no le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos postrados aplicándoles las manos. Y estaba sorprendido de su falta de fe" (6,5-6). Magnifica pedagogía de Jesús que hace de los marginados el centro de su acción pastoral, que no distingue entre tiempo sagrado y profano, ni entre puro e impuro, ni entre judíos y paganos, librando al hombre de los males que le aquejan y que lo hunden en la marginación y en la muerte. Es el hombre que sufre enfermedades o adversidades -y no Dios- el centro de atención de este Jesús, que se compadece del pueblo porque "están como ovejas sin pastor", abandonados a su propia desgracia y marginación. Y en esto consiste no sólo una parcela accidental de su misión, sino el núcleo mismo de su acción evangelizadora. Otro gallo le hubiese cantado a la iglesia y a los seguidores de Jesús si hubiésemos hecho de los marginados nuestro centro de atención, como lo hizo Jesús. Porque éste sabía bien que solamente cuando todos se sienten a la mesa -tanto los primeros como los últimos o, mejor, cuando no haya ni primeros ni últimos- se podrá inaugurar el banquete del reino, preconizado por Lucas en la parábola de los invitados al banquete (14, 15-24), un banquete que solamente se podrá celebrar si no hay excluidos del pueblo ni pueblos excluidos. Construir el reino de Dios aquí en la tierra o, lo que es igual, hacer nacer una sociedad alternativa sin excluidos sigue siendo hoy -y tal vez hoy más que nuncael gran reto de los seguidores de Jesús. Por esta tarea tal vez valga la pena "perder la vida" como camino para encontrar "la vida definitiva". Las palabras de Jesús siguen aún en pie: "Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga; porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo" (8,34-36). Y la buena noticia consiste en "proclamar la libertad a los cautivos, dar la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año favorable del Señor" (Lc 4,14-18b-20). Esto y no otra cosa es lo que hizo Jesús durante toda su vida; por esta causa murió y, por esto, como confirmación de la verdad de su camino, creemos vivamente que Dios lo resucitó. G. MILAGROS DE JESÚS EN EL EVANGELIO DE JUAN Introducción Uno de los hechos más significativos del evangelio de Juan es la presentación de Cristo. La atención de Juan al presentar pocos relatos de los milagros de Jesús, es porque centra su atención en el mesianismo de Jesús y su condición de Hijo. El carácter mesiánico de Jesús más de una vez fue el tema de discusión entre los judíos (Juan 7:26, 27; 10:24). En el 1 Corintios 12: 24 – 27 se registran estas confesiones del mesianismo de Jesús. Para el autor Jesús era el cumplimiento de todas las esperanzas mesiánicas del pueblo judío. En total armonía con esto se encuentra la frecuente apelación al testimonio del Antiguo Testamento. Aún más característico del Evangelio es Jesús como Hijo de Dios. Muchas veces Jesús presenta su propia relación filial con el Padre. Si bien este aspecto no está ausente en los Sinópticos, es especialmente notable en Juan por la frecuente aparición del término “Hijo” sin mayor descripción. Sin embargo en el evangelio de Juan no escaparon los detalles, de milagros realizados por Jesús y que no se encuentran en los otros evangelios. Además, hay muchas indicaciones de la perfecta humanidad de Jesús en este Evangelio. Experimentó emociones humanas, hambre, sed y cansancio. Nunca la exaltada cristología debe disminuir la perfecta humanidad de Jesús. Pero siempre mostró su poder como Dios al realizar los milagros relatados en este evangelio. Las siguientes citas del evangelio de Juan nos ayudan a identificar los milagros o relatos sobrenaturales descritos por el apóstol en su evangelio, y que tipo de suceso sobrenatural ocurrió. 1.- Convirtió el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea Juan 2: 1 – 11 Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; más tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él. 2.- Jesús sana al hijo del oficial Juan 4:46 – 54 Entonces vino otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había allí cierto oficial del rey cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. Cuando él oyó que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a su encuentro y le suplicaba que bajara y sanara a su hijo, porque estaba al borde de la muerte. Jesús entonces le dijo: Si no veis señales y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo*: Señor, baja antes de que mi hijo muera. Jesús le dijo*: Vete, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo y se fue. Y mientras bajaba, sus siervos le salieron al encuentro y le dijeron que su hijo vivía. Entonces les preguntó a qué hora había empezado a mejorar. Y le respondieron: Ayer a la hora séptima se le quitó la fiebre. El padre entonces se dio cuenta que fue a la hora en que Jesús le dijo: Tu hijo vive. Y creyó él y toda su casa. Esta fue la segunda señal que Jesús hizo cuando fue de Judea a Galilea. 3.- Jesús sana al enfermo del estanque de Betesda Juan 5:1 – 15 Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, un estanque que en hebreo se llama Betesda y que tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua; porque un ángel del Señor descendía de vez en cuando al estanque y agitaba el agua; y el primero que descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera. Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado allí y supo que ya llevaba mucho tiempo en aquella condición, le dijo*: ¿Quieres ser sano? El enfermo le respondió: Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; y mientras yo llego, otro baja antes que yo. Jesús le dijo*: Levántate, toma tu camilla y anda. Y al instante el hombre quedó sano, y tomó su camilla y echó a andar. Y aquel día era día de reposo. Por eso los judíos decían al que fue sanado: Es día de reposo, y no te es permitido cargar tu camilla. Pero él les respondió: El mismo que me sanó, me dijo: “Toma tu camilla y anda.” Le preguntaron: ¿Quién es el hombre que te dijo: “Toma tu camilla y anda”? Pero el que había sido sanado no sabía quién era, porque Jesús, sigilosamente, se había apartado de la multitud que estaba en aquel lugar. Después de esto Jesús lo halló* en el templo y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor. El hombre se fue, y dijo a los judíos que Jesús era el que lo había sanado. 4.- La alimentación de los cinco mil Juan 6:1 – 14 Después de esto, Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y le seguía una gran multitud, pues veían las señales que realizaba en los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Entonces Jesús, alzando los ojos y viendo que una gran multitud venía hacia El, dijo* a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero decía esto para probarlo, porque El sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no les bastarán para que cada uno reciba un pedazo. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo* a Jesús: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced que la gente se recueste. Y había mucha hierba en aquel lugar. Así que los hombres se recostaron, en número de unos cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban recostados; y lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que querían. Cuando se saciaron, dijo* a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobran, para que no se pierda nada. Los recogieron, pues, y llenaron doce cestas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decía: Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo. 5.- Jesús camina sobre las aguas Juan 6:16- 22 Al atardecer, sus discípulos descendieron al mar, y subiendo en una barca, se dirigían al otro lado del mar, hacia Capernaúm. Ya había oscurecido, y Jesús todavía no había venido a ellos; y el mar estaba agitado porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron* a Jesús caminando sobre el mar y acercándose a la barca; y se asustaron. Pero El les dijo*: Soy yo; no temáis. Entonces ellos querían recibirle en la barca, e inmediatamente la barca llegó a la tierra adonde iban. Al día siguiente, la multitud que había quedado al otro lado del mar se dio cuenta de que allí no había más que una barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían ido solos. 6.- Jesús sana a un ciego Juan 9:2 – 7 Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: Ni éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él. Nosotros debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. Habiendo dicho esto, escupió en tierra, e hizo barro con la saliva y le untó el barro en los ojos, y le dijo: Ve y lávate en el estanque de Siloé (que quiere decir, Enviado). El fue, pues, y se lavó y regresó viendo. 7.- La resurrección de Lázaro Juan 11:32 – 45 Cuando María llegó adonde estaba Jesús, al verle, se arrojó entonces a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Y cuando Jesús la vio llorando, y a los judíos que vinieron con ella llorando también, se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció, y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Le dijeron*: Señor, ven y ve. Jesús lloró. Por eso los judíos decían: Mirad, cómo lo amaba. Pero algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos del ciego, haber evitado también que Lázaro muriera? Entonces Jesús, de nuevo profundamente conmovido en su interior, fue* al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta sobre ella. Jesús dijo*: Quitad la piedra. Marta, hermana del que había muerto, le dijo*: Señor, ya hiede, porque hace cuatro días que murió. Jesús le dijo*: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra. Jesús alzó los ojos a lo alto, y dijo: Padre, te doy gracias porque me has oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que me rodea, para que crean que tú me has enviado. Habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo*: Desatadlo, y dejadlo ir. Por esto muchos de los judíos que habían venido a ver a María, y vieron lo que Jesús había hecho, creyeron en El. 8.- La pesca Juan 21:1 – 8 Después se manifestó Jesús otra vez a sus discípulos en el mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, y Tomás, llamado el Dídimo, y Natanael, el que era de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Les dice Simón: A pescar voy. Le dicen: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y subieron en un navío; y aquella noche no tomaron nada. Y venida la mañana, Jesús se puso a la ribera; mas los discípulos no entendieron que era Jesús. Así que les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. Y Jesús les dice: Echad la red a la mano derecha del navío, y hallaréis. Entonces [la] echaron, y no la podían en ninguna manera sacar, por la multitud de los peces. Dijo entonces aquel discípulo, al cual amaba Jesús, a Pedro: El Señor es. Entonces Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa, porque estaba desnudo, y se echó al mar. Y los otros discípulos vinieron con el navío (porque no estaban lejos de tierra, sino como doscientos codos), trayendo la red de peces. Juan menciona 8 milagros , pero 6 de esos 8 son exclusivos de Juan los otros dos los repiten los evangelios sinópticos (Mateo , Marcos y Lucas) y cuando analizamos los 6 milagros o señales exclusivos de juan detectamos que en esos milagros la gente que los presencio creyó en Jesús , creyeron que verdaderamente Jesús era el hijo de Dios, se lograba el objetivo de Juan al escribir el evangelio ( para que creyeran que Jesús es el hijo de Dios) H. LAS BODAS DE CANA (Juan 2,1-12) “ENTRE AMIGOS”, VOLUMEN V, Tema 8 Se trata del primer milagro realizado por Jesús y por lo tanto el primer acto público de su manifestación como Mesías Salvador que recibe el poder del Padre avalando su incipiente predicación del Evangelio. Observemos como este primer hecho extraordinario de Jesús desea realizarlo precisamente en una boda a la que fue invitado. Ello nos sugiere estas ideas : 1 – La humanidad de Jesús. Él es para su pueblo un gran amigo; amante de alternar, conversar, ser solidario con todos y ello con una naturalidad sin ficción fruto de su amor espontaneo por las gentes que gustan de disfrutar de su amable presencia y amistad. Por tal razón, los novios de aquella boda, le invitan para compartir con él su alegría. 2 – La presencia de Jesús es una explícita bendición de la institución matrimonial. Es altamente significativo que el primero de los milagros realizados por Jesús tuviera lugar precisamente en unas bodas. Estas precisamente tienen su razón de ser en el amor. En el amor que los esposos se ofrecen mútuamente y a perpetuidad. Como el amor de Dios que también es oferta y fidelidad sin término. Como el amor de Jesús que se ofrece hasta el sacrificio de la cruz por todos nosotros los pecadores necesitados de misericordia y redención. No es por azar que las Sagradas escrituras, haciendo alusión a Jesús, hablan siempre del “Esposo” y de su Reino como el “convite pascual”. San Pablo escribe a la comunidad de los Corintos : “2 Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo (II Co.11,2). 3 – La intervención de María en este primer milagro de Jesús. Observad como a pesar de que, según parece, Jesús no tenía aún intención de manifestarse al pueblo con su poder taumatúrgico (de hacer milagros), no obstante cambia sus planes a petición de su madre. La Iglesia ha visto siempre en este hecho una clara explicitación de la mediación de María en los planes de Dios para la salvación del mundo. Por ello ha proclamado ya desde muchos siglos a la Virgen María, Madre de Dios mediadora de todas las gracias. Esta proclamación tiene un profundo arraigo teológico en el hecho de la Encarnación del Verbo en sus maternales entrañas. Si María al aparecérsele el ángel Gabriel y proponerle ser madre de Jesús – el salvador del mundo – hubiere dicho “no”, por temor o por sentirse indigna, el Verbo eterno del Padre no hubiese podido encarnarse y por tanto hubiera quedado frustrado el plan de salvación sabiamente diseñado por Dios para salvar a toda la humanidad del pecado. Pero María dice “Sí” al ángel y añade “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Esta libre decisión de fidelidad a la oferta de Dios le vale a María la sublime prerrogativa de ser, juntamente con su hijo Jesús, corredentora y consecuentemente mediadora de todas las gracias que el Señor ofrece a los hombres, ya que gracias a su mediación hizo posible el desposorio de Jesús con la humanidad a partir de su encarnación del seno de María.