Gestos, Símbolos y Signos - Taller

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I CONGRESO LATINOAMERICANO
Y CARIBEÑO DE LITURGISTAS
«HACIA UNA LITURGIA INCULTURADA
EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE»
TALLER
GESTOS, SÍMBOLOS Y SIGNOS
Pbro. Lic. Oscar José García García
INTRODUCCIÓN
La liturgia tiene un doble lenguaje: el verbal (las palabras) y el no verbal (los gestos,
símbolos, posturas, silencio, vestidos, arte, imágenes, colores, movimiento, acciones
simbólicas).
Respecto del lenguaje verbal, la palabra puede ser: descendente (lecturas),
ascendente (oraciones) y horizontal (moniciones, homilía).
Un defecto de nuestra liturgia es que en muchas ocasiones es muy verbalista,
centrada en exceso en el libro y la palabra. La reforma conciliar ha revalorizado la Palabra,
pero sin pretenderlo, en algunas celebraciones se ha empobrecido la acción, lo simbólico, el
lenguaje del movimiento y de los signos.
En cambio, la liturgia es de por sí una celebración en que prevalece o debiera
prevalecer el lenguaje de los símbolos, un lenguaje más intuitivo y afectivo, más poético.
La liturgia es una acción, un conjunto de signos performativos que nos introducen en
comunión con el misterio, que nos hacen experimentarlo, más que entenderlo. El mundo de
la liturgia pertenece, no a las realidades que terminan en «logía», sino en «urgía»: es una
acción, una comunicación total, hecha de palabras pero también de gestos, movimientos,
símbolos, acción.
Cristo mismo, en su vida mortal, utilizó continuamente el lenguaje de los gestos
simbólicos en su actuación salvadora: palabras, acciones, contacto de sus manos, la
incisividad de su mirada, los milagros. Y ahora sigue haciéndolo del mismo modo, en el
ámbito de este sacramento global que se llama Iglesia. Para dar a los suyos alimento y
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fortaleza, ha pensado en la acción simbólica de la comida eucarística; para hacernos nacer a
la nueva vida, quiere que recibamos el baño bautismal del agua; para reconciliarnos con
Dios, nos invita a una celebración del perdón, con sus palabras y el gesto de la imposición
de manos del ministro... Por eso la liturgia, tanto por la carga humana como por la teología
misma de la encarnación, tiene los signos y los símbolos como una realidad fundamental en
su dinámica.
Su Encarnación se ha convertido en el paradigma, ya que Dios creando a Adán,
miraba al prototipo, Cristo, recapitulación de la creación y coronamiento del universo (I
Cor 15, 45; Col 1, 16b-17). Haciéndose hombre, el Hijo de Dios se convirtió en sacramento
de salvación: en su cuerpo no sólo la humanidad, sino también la naturaleza fue asumida
como vehículo de justificación. La santificación del hombre por medio de los sacramentos
se extiende también a la materia de la cual él ha sido formado, de la misma manera que el
cuerpo de Jesús de Nazaret es el punto de cotacto entre Dios y el mundo, y el instrumento
con el cual él comunica su bendición a los seres.
GESTOS Y SÍMBOLOS
El signo, de por sí, apunta a una cosa exterior a sí mismo: el humo indica la
existencia del fuego. El signo no es lo que significa, sino que nos orienta, de un modo más
o menos informativo, hacia la cosa significada. Es una especie de mensaje que designa o
representa otra realidad.
El símbolo es un lenguaje más cargado de connotaciones. No sólo nos informa, sino
que nos hace entrar ya en una dinámica propia: él mismo es ya de alguna manera la realidad
que representa, nos introduce en un orden de cosas al que él mismo pertenece. El símbolo
establece una cierta identidad afectiva entre la persona y una realidad profunda que no se
llega a alcanzar de otra manera.
El documento sobre liturgia, Sacrosanctum Concilium, afirmaba que «en esta
reforma es necesario ordenar los textos y ritos de tal modo que expresen con mayor
claridad las cosas santas que significan y, en la medida de lo posible, el pueblo cristiano
pueda percibirlas fácilmente y participar en la celebración plena y activa, propia de la
comunidad» (SC 21). «Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez, ser claros por
su brevedad y evitar repeticiones inútiles. Han de adaptarse a la capacidad de los fieles y,
en general, no deben precisar muchas explicaciones» (SC 34). En general la reforma
conciliar ha buscado la autenticidad en los gestos y signos: que sean verdaderos, no
ficticios. Que el agua del Bautismo no sean una gotas, sino, a ser posible, la inmersión en
agua, un baño en agua. Que el vestido nuevo del Bautismo no sea un pañito que se coloca
sobre la cabeza de los bautizados y luego se guarda en un armario, sino un vestido nuevo
que se impone a los niños una vez bautizados. Que el pan de la Eucaristía tenga apariencia
de alimento, y que también se comulgue con el vino.
El lenguaje, tanto verbal como el no verbal, debe ser entendido por la comunidad
que celebra. El verbal ya se ha acercado notablemente por las traducciones. El no verbal, el
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de los signos y gestos simbólicos, también tiene que ser objeto de discernimiento y
adaptación por parte, sobre todo, de las Conferencias de Obispos, para que en efecto ayude
a poner al alcance de los fieles el misterio celebrado.
Hoy en día se debe crear una simbología más adecuada a la cultura y a la
sensibilidad actuales, aunque haya que hacerlo a la vez con equilibrio y valentía, con
respeto a la tradición y amor a la cultura de hoy.
Hay que iniciar a los cristianos de hoy en una catequesis de los gestos simbólicos y
su lenguaje; ayudarles a entenderlos y a realizarlos. Hay que hacerlos bien, no
conformarnos con la “validez”, sino que apunten a la expresión de la fe y del misterio de
salvación que sucede. Cuando sólo nos preocupamos de la validez, descuidamos un valor
muy propio de la liturgia: la expresividad, dignidad y claridad de los signos. Claro que “en
cada una de las especies está Cristo entero”. Eso ya lo sabía también él: y además del pan,
nos encargó que bebiéramos el vino. Claro que unas gotas aseguran el efecto del Bautismo.
Pero unas gotas no expresan pedagógicamente lo que el Bautismo quiere realizar.
Hay que celebrar una liturgia en la que los cinco sentidos tengan su papel.
Normalmente ponemos especial cuidado en lo referente al oído: la proclamación de
la Palabra, los cantos, las oraciones.
Pero tendriamos que atender del mismo modo a lo visual de nuestra celebración, la
estética del lugar, la expresividad de las posturas y gestos, la pedagogía de los objetos,
imágenes y colores.
Tras un evidente avance en el terreno de lo acústico, no podemos descuidar la
mejora de lo óptico en nuestra liturgia: gestos bien realizados, signos abundantes y no
mínimos, movimientos armónicos, espacios bien distribuidos, belleza estética en el
conjunto, y sobre todo una buena iluminación del espacio.
La luz, como uno de los principales elementos no verbales de la celebración,
debería conservar y comunicar su hermoso simbolismo pascual y cristológico en la liturgia.
- La Vigilia Pascual es la noche de la luz. El Cirio Pascual es símbolo de Cristo.
- Otras celebraciones de la luz son: la Navidad, la Epifanía y la Presentación del Señor en el
Templo.
- Los ecos de la Pascua, con el simbolismo de su Cirio, alcanzan también a dos
celebraciones sacramentales muy significativas: el Bautismo y las Exequias (principio y
fin). En los primeros siglos se hablaba del Bautismo como de la «iluminación». En ambas
ocasiones es interesante que el Cirio no esté ya encendido cuando se reúne la comunidad,
sino que sea el primer rito de entrada, hecho con expresividad.
- Las velas en la Eucaristía: del altar, para el Evangelio, la del sagrario.
También lo referente al tacto tiene su papel en la liturgia: el contacto con el agua
bautismal, la unción, el recibir en la mano o en la boca la comunión, el imponer las manos
sobre lo que se bendice o se consagra, el abrazarse o darse la mano en el gesto de la paz.
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- En el Bautismo hacemos la signación sobre la frente de los niños, les ungimos en el pecho
o les imponemos la mano sobre la cabeza, les sumergimos en agua o les bañamos con ella,
volvemos a ungirlos sobre la cabeza, les tocamos con los dedos los oídos y la boca, y en la
oración de bendición del agua el sacerdote toca el agua con la mano derecha.
- En la Confirmación, además de la imposición de manos, se les unge a los confirmandos
con el crisma: el que los presenta al obispo coloca su mano derecha sobre el hombro de cad
uno, y al final el obispo suele darles, como gesto de paz, no sólo un saludo de palabra, sino
un abrazo o un beso.
- En la Eucaristía el ministro besa el altar, toca con su mano y luego besa el libro del
Evangelio; el que quiera puede recibir el Pan muy dignamente en su mano, y antes de ir a
comulgar nos damos la mano o el abrazo de paz.
- En el sacramento de la Penitencia se ha restituido como gesto simbólico de reconciliación
el que el ministro coloque sus manos sobre la cabeza del penitente.
- En la Unción el sacerdote unge con los óleos la frente y las manos del enfermo.
- En las Ordenaciones, además de la entrega de los signos propios (tocar el Leccionario, o
la patena con el pan y el cáliz con el vino), y de la unción de manos, los candidatos sienten
sobre su cabeza las manos del obispo en el momento de invocar sobre ellos la fuerza del
Espíritu.
- En el Matrimonio los nuevos esposos se dan el mutuo «si» mientras se toman de las
manos, como signo de entrega y fidelidad, y se ponen mutuamente el anillo en el dedo, y
asimismo se dan el abrazo o el beso de paz.
El olfato ha tenido también su lugar importante en la celebración: el perfume del
incienso, el buen olor del crisma, así como el de las flores.
Y finalmente el gusto tiene su relieve precisamente en el sacramento central: Cristo
quiso dársenos como pan para ser comido y vino para ser bebido.
ACCIONES SIMBÓLICAS
1. El baño del Bautismo:
El signo del Bautismo no es el agua. El signo humano que desde el principio fue
elegido para significar lo que sucede en el Bautismo cristiano es el baño en agua:
sumergirse, entrar y salir. La inmersión, con preferencia a la infusión. El baño en agua y no
sólo unas gotas que tocan la cabeza.
El agua es una realidad polivalente en la vida humana: sacia la sed; limpia, purifica;
su frescor nos hace gustar las delicias del baño en días de calor; es fuente de vida para los
campos; sin ella no hay vegetación; es origen de la fuerza hidráulica.
- Ya que el agua limpia y purifica el cuerpo, se ha convertido fácilmente en signo de la
pureza interior del hombre.
- Otra dirección espontánea del simbolismo del agua es su modalidad de apagar la sed de
una persona. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente puede referirse a
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deseos más profundos del ser humano: la felicidad, la libertad, el amor, la verdad. En Cristo
Jesús se cumple de modo pleno este simbolismo.
- El agua, símbolo de la vida y la muerte.
- El rito central del Bautismo no es el agua: en ningún sacramento el signo es un elemento,
sino una acción. Aquí, el baño en agua, que se expresa mejor en la inmersión que en la
infusión.
- Hay varios momentos, en nuestra celebración litúrgica, en que este simbolismo del agua
bautismal es recordado y actualizado: en la aspersión al comienzo de la misa dominical; en
la Vigilia Pascual; en el Rito de la Dedicación de las iglesias; en la Unción de enfermos y
en las Exequias
2. Unción-masaje que impregna y fortalece:
Otro signo sacramental que hemos estilizado hasta el extremo en nuestra práctica es
el de la unción: la unción del Bautismo sobre los niños, o de la Confirmación sobre los
adolescentes, o de la Unción sobre los enfermos, o de la Ordenación sobre los nuevos
presbíteros. Apenas si hay algún parentesco entre el signo humano inspirador y el signo
sacramental tal como lo hacemos. El prototipo de estas unciones es el “masaje” que
realizamos con el aceite y sus derivados –a ser posible, perfumados- sobre nuestra piel.
Esta unción masaje la usamos continuamente: como medicina, como práctica
deportiva, como preservación y cuidado de la piel, como frescor y perfume. Pues bien la
unción quiere expresar, en el sacramento, la donación del Espíritu sobre esas personas. El
Espíritu, al igual que el aceite sobre la piel, impregna, suaviza, cura, da fuerza, mantiene el
buen olor de la vida nueva. Pero es una pedagogía que no tiene demasiado punto de apoyo
si el gesto es tan pobre, tímido y casi vergonzante como el que solemos hacer.
3. Comer el pan y beber el vino de la Eucaristía:
Finalmente, en nuestro sacramento central, tenemos dos signos que humanamente
tienen un valor innegable: comer pan con otros y beber vino con otros. Con todo lo que
estos dos gestos comportan en nuestra vida humana (alimento, solidaridad, alegría,
comunión con el que nos invita, fraternidad), han sido asumidos por Cristo para que sean el
signo eficaz, de su propia donación. Cristo se nos da como verdadera comida y bebida,
como el Pan de la Vida y el Vino de la Nueva Alianza, como el Pan-Cuerpo entregado por
los demás, comoel Vino-Sangre derramado por todos.
La Iglesia de nuestros días ha vuelto a recuperar, aunque con cierta timidez, la
autenticidad de estos dos signos.
El nuevo Misal ha indicado claramente, respecto al pan, que «la naturaleza misma
del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como
alimento» (IGMR 321). Por su consistencia y color, aunque siga siendo pan ácimo, sin
fermentar, el pan de la Eucaristía debería tender a ser más claramente pan.
Además, deberíamos seguir la invitación a usar normalmente las formas grandes,
porque la «fracción del pan» es uno de los signos visuales más expresivos de todo lo que la
Eucaristía nos quiere comunicar: «el gesto de la fracción del pan manifestará mejor la
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fuerza del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que
un solo pan se distribuye entre hermanos» (IGMR 321).
Y del mismo modo la recomendación que –ya desde Pío XII- se nos hace a
consagrar en cada Misa el pan que se va a recibir en la comunión.
Respecto al vino, es recomendable y se debe promover la participación bajo las dos
especies, previa la oportuna catequesis.
El gesto sacramental más importante de la comunidad cristiana es el comer y el
beber. Antes de ser un signo sobrenatural, el comer pan y el beber vino son un gesto muy
humano. Si Cristo lo elige, es precisamente porque su eficacia expresiva es muy accesible
en su nivel antropológico. Lo primero que significa el comer pan y beber vino es el
alimento. La comida es fuente de vida: la necesitamos para satisfacer el hambre y la sed y
poder sobrevivir. Si Cristo ha querido expresar con el pan y el vino su autodonación
sacramental, el primer aspecto que lógicamente quiere poner de relieve es que él constituye
ahora nuestro verdadero alimento. Sólo podemos vivir si le comemos y le bebemos a él, si
le asimilamos y le hacemos parte de nuestro ser, como hacemos con el alimento humano.
El comer pan y beber vino, ya en el nivel humano, tienen una connotación evidente
de unidad y amistad. Comer con otros ha sido siempre un gesto simbólico expresivo de
solidaridad, amistad y comunicación interpersonal. Comensales y compañeros son los que
comparten una mesa y un pan. «Comer con» es algo más que sarisfacer el hambre: es
ambiente, conversación y comunicación interpersonal. Amistad, alianza y reconciliación,
son realidades que se explican mucho mejor en el marco de una comida.
Las comidas con Jesús, tanto antes como después de su Pascua, serán las que más
recordarán los apóstoles (cf. Hch 10, 40) y las que más contribuirán a sellar los lazos
fraternos de la comunidad.
Fue una lástima que la Eucaristía perdiera por algunos siglos su categoría de comida
y bebida. Los primeros nombres con que se le conoció fueron en esta dirección: «fracción
del pan» y «cena del Señor». Pero luego poco a poco se fue debilitando esta perspectiva,
hasta que se centró su celebración sobre todo en la palabra –la Palabra de Dios y la nuestray su comprensión teológica sobre todo en el sacrificio y la adoración.
La reforma conciliar ha subrayado algunas dimensiones de esta clave de comida:
admitir a los laicos al cáliz, potenciar la fracción del pan, que la materia aparezca más como
alimento. Pero la puesta en práctica de esto se ha hecho con timidez y con un exceso de
matizaciones jurídicas.
4. Caminar. Ir en procesión. Desplazarse de un lugar a otro. Moverse, danzar:
Nuestra liturgia es tachada –y no sin razón- de demasiado estática. Y sin embargo el
caminar puede ser muy bien un símbolo expresivo de nuestra fe: indica disponibilidad,
decisión, búsqueda. Puede ser la imagen de un cristiano, o mejor, de una comunidad, que
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peregrina, que avanza hacia una meta importante de su fe, que sale de una situación y
quiere llegar a otra.
Nuestra liturgia es acción, y por tanto pide un lenguaje más total, en el que se
conjuguen armónicamente la palabra, el canto, el gesto y también el movimiento, incluido
el movimiento rítmico y musical de la danza, que en otros tiempos perteneció con más
espontaneidad al lenguaje de la liturgia.
El hombre de hoy –también el cristiano- parece que tiene cierta dificultad en
expresar con gestos sus sentimientos religiosos. No le cuesta tanto decir su oración con
palabras o cantos, pero a veces, tal vez por influencia de su entorno secularizado, siente un
poco de pudor si se le invita a elevar los brazos o juntar las manos o hacer una genuflexión.
Sin embargo, nuestra oración, sobre todo en la celebración litúrgica, es más completa y
expresiva cuando el gesto y la acción se unen a la palabra. Todo el cuerpo se convierte en
lenguaje: los ojos que miran, las posturas del cuerpo, el canto, el movimiento, las manos.
EL FUEGO
El fuego consume, calienta, quema, ilumina, purifica, es fuente de energía, pero
también destruye, castiga, asusta y mata. Se ha convertido en el símbolo de la presencia
divina, y en particular del Espíritu Santo. Baste recordar el acontecimiento de Pentecostés.
- En nuestras celebraciones aparece el fuego en forma de lámparas y cirios encendidos
durante la celebración o delante del sagrario.
- Pero es en la Noche de Pascua, en la Solemne Vigilia, cuando la celebración queda
enriquecida de modo más explícito con el simbolismo del fuego. El triunfo de la luz sobre
la tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte.
- Otra ocasión, también solemne, aunque menos conocida, en que el fuego juega un papel
simbólico es el rito de la Dedicación de una iglesia. El sentido de ese fuego sobre el altar es
claro: en esa mesa se va a realizar el memorial del sacrificio de Cristo. Como los sacrificios
del AT se consumían por el fuego, aquí se invoca de alguna manera la fuerza santificadora
de Dios sobre nuestro sacrificio. Ese fuego es el Espíritu Santo, que precisamente en cada
Eucaristía será invocado sobre los dones de pan y vino para que él realice su misteriosa
conversión en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
- El fuego quema el incienso que simboliza «el buen olor de Cristo», la oración anabática,
la ofrenda, la adoración.
- También produce la ceniza con la que iniciamos el camino cuaresmal hacia la Pascua. La
Cuaresma empieza con el gesto de la ceniza, pero acaba con el agua de la Noche Pascual.
Ceniza al principio, agua del Bautismo al final. Ambos gestos tienen una unidad dinámica.
La ceniza ensucia. El agua, limpia. La ceniza habla de destrucción y muerte. El agua es la
fuente de la vida en la Vigilia Pascual. También en la Noche Pascual encendemos fuego.
Fuego que es luz, renovación, vida resucitada. De la ceniza al fuego vivo. La Cuaresma
empieza con ceniza y acaba con fuego y agua.
EL AÑO LITÚRGICO, MAESTRO DE LENGUAJE SIMBÓLICO
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El Misterio de Cristo se va desplegando, desde su Encarnación hasta su Parusía, en
nuestra celebración del Año litúrgico. Y se expresa con lecturas, oraciones y cantos
cuidadosamente seleccionados para ayudar a la comunidad a sintonizar con ese misterio
salvador.
Pero también lo expresamos y celebramos con el lenguaje no-verbal de los gestos y
los símbolos. Y en esto el Año litúrgico revela una gran pedagogía y creatividad.
Lo mismo sucede con las diversas manifestaciones de la piedad popular que siempre
se ha mostrado muy sensible a las diversas etapas del Año litúrgico, sobre todo a la
preparación y celebración de las fiestas del Nacimiento del Señor y de su Muerte y
Resurrección.
El Directorio de la Piedad Popular y la liturgia, dedica su capítulo IV a un detenido
repaso y comentario del lenguaje simbólico a lo largo del Año, tanto en la liturgia como en
la Piedad popular.
Adviento y Navidad:
- La corona de adviento, las posadas, el nacimiento, el árbol de Navidad, la candelaria.
Cuaresma:
- La ceniza, el ayuno y la abstinencia, el viacrucis, procesión de ramos, la misa crismal.
El Triduo Pascual:
- Lavatorio de los pies, visita de las siete casas, el monumento, sermón de las siete palabras,
el ayuno, representaciones, la Vigilia.
EL LUGAR DE LA CELEBRACIÓN
Uno de los símbolos que más influyen en la celebración cristiana es el del edificio
donde se reúne la comunidad para su oración.
Ese edificio se llama como la misma comunidad «iglesia», y a él acudimos para
nuestra oración comunitaria. Es la casa de la Iglesia, la casa de la Comunidad.
Ha sido interesante la evolución de los estilos arquitectónicos: el estilo de las
basílicas, desde el siglo IV, subrayaba la horizontalidad longitudinal, con la “via sacra” que
encaminaba la atención de todos hacia el presbiterio. Las iglesias de estilo bizantino, con
una arquitectura más dinámica, prefirieron la construcción central, con una cúpula circular.
Las del arte románico, volviendo un poco al estilo basilical, conjugaron la horizontalidad
con la linea vertical, con sus torres y sus columnas. El gótico también subrayo la tendencia
vertical con el valiente equilibrio de sus arcos ojivales. Las iglesias barrocas expresaban la
belleza del misterio cristiano con su abundancia de formas casi sensuales.
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Y ahora las que se construyen según los gustos más modernos, buscan más
claramente un espacio en que la comunidad pueda sentirse y actuar en un ambiente
luminoso y más cercano al centro de la acción.
Por una parte las iglesias han de ser funcionales, o sea, prácticas par lo que están
pensadas. Facilitar la participación activa, la digna proclamación de la Palabra, los ritos
bautismales, la reserva del Santísimo, la posibilidad de los movimientos procesionales y
sobre todo la funcionalidad debe cuidar la centralidad y la relación entre los tres polos
litúrgicos: altar, ambón y sede.
Pero además de su funcionalidad, las iglesias deben de ser claramente simbólicas de
lo que es la comunidad cristiana y de lo que celebra.
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