Colegio Fonseca (Salamanca)

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La historia de Salamanca se pierde en los tiempos prehistóricos. Se sabe ya de un primitivo núcleo de
pobladores, a orillas del río Tormes, a los cuales sucedieron pueblos célticos, de cuyo tiempo se conserva uno
de los verracos (el llamado "toro de la puente"), tan abundante por toda la meseta, que es actualmente símbolo
de la ciudad y forma parte del escudo de la misma.
Correspondiente al siglo III a. C. es la llamada Puerta de Aníbal, que nos habla de las luchas que tuvieron
lugar entre romanos y cartagineses dentro de nuestro propio suelo.
Después de la invasión musulmana, Salamanca será reconquistada en el siglo XI y repoblada por el conde don
Raimundo de Borgoña, esposo de doña Urraca, hija del rey Alfonso VI. Comienzan, de este modo, a nacer los
esplendores, especialmente culturales, que ya no abandonarán Salamanca jamás. Se construye la catedral
románica y, en 1218, se crea la universidad, la más antigua de España y, también, de las primeras de Europa.
Pasados los tiempos medievales, la edad moderna, con el renacimiento y el barroco, será todavía más próspero
para Salamanca, por lo que son numerosos los testimonios monumentales de entonces.
El alborear del siglo XIX, con las guerras napoleónicas, fue negativo para la provincia y la ciudad, que sufrió
grandes destrozos en los enfrentamientos que le tocó vivir. Posteriormente, Salamanca logra ir recuperándose
poco a poco, apoyándose especialmente en el resurgimiento de la universidad, que le ha proporcionado un
gran prestigio cultural en el mundo entero.
La catedral vieja se construyó en el siglo XII, sobre el mismo lugar que ocupaba otro templo más antiguo. De
un primer estilo románico, la construcción fue derivando hacia el gótico−francés, típico del siglo XII. Destaca
especialmente, la llamada torre del Gallo (1163), cubierta por cúpula de influencia bizantina. En la bóveda del
ábside central se encuentran los frescos con escenas del Juicio Final, obra de Nicolás Florentino, autor
también del retablo mayor, compuesto por 53 tablas pictóricas (siglo XV).
La catedral nueva fue comenzada a fines del siglo XV, bajo la dirección de Juan Gil de Hontañón, a quien le
sucedieron su hijo Rodrigo y Juan de Álava. En el siglo XVIII también intervinieron Churriguera, pedro de
Rivera y García de Quiñones. En el exterior destacan las fachadas sur (con doseletes flamígeros) y principal
(tímpano de la Epifanía).
En el interior destaca la bóveda estrellada y la cúpula sobre pechinas del crucero. El coro y trascoro son obra
churrigueresca. En el altar mayor hay una imagen de Gregorio Fernández.
La iglesia de San Esteban posee fachada plateresca, obre de Juan de Álava. El altar mayor fue realizado por
José Churriguera. (1693).
La fachada de la universidad de Salamanca es una muestra ejemplar del plateresco. Entre su profusa
ornanentación, típica del estilo, destaca un medallón central con efigie de los Reyes Católicos y en el cuerpo
superior el escudo del emperador Carlos V. Destacan también el patio y el aula de fray Luis de León, en su
estado primitivo.
El Colegio del Arzobispo Fonseca es de fines del XVI, obra de Diego de Siloé, Juan de Álava y Pedro del
Ibarra.
El Palacio de Monterrey, de mediados del siglo XVI, es obra de Rodrigo Gil de Hontañón y responde a la
estructura típica de este maestro, con dos torres flanqueando los ángulos y un piso superior a base de arquillos.
La casa de las Conchas, con curiosa fachada cubierta de veneras (de donde procede el nombre), fue construida
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hacia 1600.
La plaza mayor salmantina es quizá de las más hermosas de España. Fue construida en el primer tercio del
siglo XVII por Alberto Churriguera, y continuada por García de Quiñónez, quien es también autor del edificio
del ayuntamiento, en el ala norte del recinto.
COLEGIO MAYOR DEL ARZOBISPO FONSECA
Creado por don Juan de Fonseca arzobispo de Santiago y posteriormente de Toledo, fue autorizada la
fundación por Bula de Clemente VII de 13 de octubre de 1525.
Recibe también los nombres de Santiago Apóstol y de Nobles Irlandeses; el primero por su dedicación a
Santiago, cuya figura ecuestre está esculpida en el medallón de la portada. En cuanto al segundo, se originó
con ocasión de la venida a Salamanca de los irlandeses, que procedentes de Valladolid, habían conseguido que
el rey Felipe II escribiera en 1592 al rector de Salamanca pidiendo les ayudara. Se establecieron en la
residencia de los jesuitas, tras haber ocupado distintos edificios de la ciudad. Ausentes de ella en 1810 con
motivo de la guerra de Independencia, al regresar en 1818 hallaron tropas en su colegio, instalándose entonces
en el palacio de las Cuatro Torres, pidiendo se les concediese el Colegio del Arzobispo como compensación a
lo perdido en los jesuitas. Consiguieron su deseo en 1838, entregándoseles el edificio en precario mediante
acta de posesión fechada en 30 de noviembre del mismo año, si la hospedería, que pasó a la Junta del Colegio
Científico. En abril de 1875 arrendaron la hospedería que por entonces estaba destinada a Hospital Militar y
de Coléricos, subarrendándola seguidamente a la Casa de Misericordia. Finalmente en 1901 pasó la
hospedería a la Facultad de Medicina que instaló allí parte de sus dependencias.
Las gestiones del rector Esteban Madruga condujeron a la recuperación del Colegio para la Universidad, ya
que desde 1936 los estudiantes irlandeses de San Patricio no volvieron a Salamanca, inscribiéndose
legalmente en el Registro de la Propiedad y verificando los trámites jurídicos para la reintegración del edificio
al patrimonio de la Universidad.
Pese a que su fundación es la de 1521 o si se prefiere la de 1525 en que Roma la ratifica, hay constancia
documental de que en 1519 se estaba construyendo.
Es una de las edificaciones mayores de la ciudad; mide su fachada ciento veinte metros, en los que se
incluyen, como era tradicional en los grandes Colegios, el edificio central de éste, la capilla, que aquí tiene
honores de gran iglesia, y la hospedería resultado de una adición posterior. Grandes maestros trabajaron para
el arzobispo en esta importante obra que registra dos etapas en la realización del primer grupo de edificios,
más una tercera para la hostelería.
El Colegio marca un hito en la evolución del plateresco salmantino, con novedades como la utilización de la
puerta adintelada, abandonándose el tradicional arco, sistemáticamente empleado hasta ahora en casi todas las
construcciones de este tipo. Por otra parte, el empleo de materiales mixtos, tanto en composición como en
coloración, consigue un grato efecto óptico con la mezcla de la piedra arenisca dorada de Villamayor y el
granito gris acerado, que dos siglos después tendrá su repercusión en la construcción del nuevo edificio del
Colegio de San Bartolomé, que ya conocemos, y en la barroca hospedería de este Colegio del Arzobispo, pues
en ambos sus constructores combinaron con el mismo éxito iguales materiales.
Como era tradicional en Salamanca en el siglo XVI, se utilizaron dos tipos de aparejo para la fachada; la
mampostería más o menos regular en los paramentos generales y la sillería de primera calidad para las zonas
más nobles en las que, naturalmente, se incluye la portada y la segunda fase de la iglesia. Este doble tipo de
fábrica se produce como resultado de dos etapas distintas, bien notables en el edificio de la antigua
Universidad, en la fachada de la iglesia de las dominicas y en este Colegio, produciendo el mimetismo de
pequeñas construcciones que siguen así huellas artísticas de obras mayores, tal el caso de la casa de camarero
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de Fonseca don Diego Maldonado, el convento de Hábeas Christi y tantas casas de mampostería que
enriquecen su portada con bien cortados sillares, siempre con notable éxito estético.
La gran fachada del edificio a la izquierda de la iglesia, sobre una zona elevad a la que se accede por dos
escalinatas flanqueadas de fustes de columnas, marca dos estilos bien definidos el gótico del templo muy
marcado en sus dos airosos y rasgados ventanales, y lo ya definitivamente consagrado renacentista, tanto en la
portada como en los detalles ornamentales de los vanos del Colegio.
Portada
Centrándonos en la interesante portada advertimos que en parte está concebida como el tradicional retablo
plateresco, pero con mayores concesiones a lo estrictamente arquitectónico. Así, en el primer cuerpo,
solamente un gran vano enérgicamente resuelto con jambas y dintel monolíticos de granito de Villavieja, se
flanquea por pares de columnas adosadas y acanalada de un original orden jónico, en cuyos intercolumnios
veremos en primer efecto combinado con el tono cálido de la piedra de Villamayor, al contemplar una
filacteria ondulante que cae de la boca de un león. Dos temas vegetales carnosos a modo de acantos son la
única nota ornamental en los arranques del dintel, hasta que pasado el entablamento, el segundo cuerpo,
ordenado en torno a una ventana, carga más lo decorativo sin perder la dependencia funcional con el cuerpo
inferior. Tres conchas jacobeas con charnela arriba alternando lados visibles, cruzadas de bordones y cayados,
nos anuncian la advocación santiaguista del edificio. Dos cuernos de la abundancia llevan nuestra mirada a
ambos lados de la ventana, en la que dos círculos enérgicamente moldurados, contienen blasones de forma
italiana con los cinco luceros del apellido del fundador.
Siguiendo la pauta de lo interior, otros dos pares de columnas de módulo y fuste menores, flanquean dos
estatuillas en las que se ha querido ver retratos de los dos Fonseca, pero que Sendín identifica como San
Ildefonso y San Agustín, a izquierda y derecha del observador, respectivamente. Ambas se apoyan en
ménsulas goticistas, pero con conchas renacientes a modo de doseletes. Nuevo entablamento, que como en el
inferior, es movido de planos para culminar en un gran medallón central con relieve de Santiago a caballo
tenido por genios alados, tras los que dos parejas de flameros finalizan la composición.
Aunque mucho se ha insistido a partir del comentario de Ceán, en que Covarrubias intervino en la
composición de esta portada, parece fuera de toda duda que en 1529 Siloé recibió en encargo de ella en
Toledo.
Sin embargo no ofrece duda la presencia de Covarrubias en otras partes de la obra, pues sabemos que en el
contrato que suscribieron Juan de Toro y Juan Martín para realizar el artesonado del general grande del
Colegio, que probablemente fue el actual gran salón de la planta baja situado frente a la capilla, manifestaron
recibir otros dos mil maravedís por ciertas mejoras que lleva hecho el dicho artesón de lo que Alonso
Covarrubias dexó trazado. Así queda patente de forma indubitada, que al menos en esa parte de la obra tuvo
gran intervención Covarrubias en el proyecto, y que no estaba al frente de los trabajos al hacerse este contrato
ya que de otro modo la modificación del criterio del maestro se haría de otra forma, o al menos con otras
expresiones.
Zaguán
Pieza importante de acceso a la iglesia, al patio y a lo que fue general del Colegio, hoy salón−bar de los
colegiales−residentes, es el zaguán.
De planta cuadrada, cuenta con dos portadas de gran interés: una la ya citada del edificio, otra la plateresca de
acceso a la capilla. Esta última tiene gran sabor del estilo de Juan de Álava o de Ibarra, al menos recuerda
cosas suyas de la Casa de las Muertes y de la del Camarero de Fonseca don Diego Maldonado, que fue
sepultado en este Colegio. Quizá la mayor diferencia radique en la talla un tanto más gruesa que en los
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edificios citados; claro que la cercanía del observador a los grutescos puede ser aquí la causa de ese efecto.
Los tipos de pilastras, los angelotes tenantes del tondo, que con estrellas del fundador remata sobre el
diafragma que lleva a la bóveda, y algunos tipos de bichas parecen acusarlo claramente.
Como es tradicional, se cubre con bóveda gótica de combados, como las de la Catedral Nueva, San Esteban o
las de las construcciones platerescas de Salamanca. Así es también la que corresponde con ésta en la planta
superior, con arandelas talladas y luceros de Fonseca. Las puertas no desmerecen del conjunto con ricos
herrajes y clavos de gran bulto.
Capilla
Aludimos ya a dos estilo en ambos edificios y, en efecto, la iglesia plenamente goticista parece resultó
pequeña o se quiso posteriormente que tuviera mayor relieve, por lo que el proyecto realizado por Juan de
Álava al mismo tiempo que el zaguán de acceso conjunto a la iglesia y Colegio, hubo de ampliarse.
Interviene en esta reforma Rodrigo Gil de Hontañón, de quien hay documentos fechados en 15 de febrero de
1540, estando la obra a su cargo, según proyecto de Diego de Siloé, pudiendo ser el realizador material Pedro
de Ibarra. Esta parte de la obra ya renacentista, exigió una difícil coordinación de formas para conseguir que el
crucero y cabecera con pilastras adosadas, columnas acanaladas con capiteles clásicos en lo alto del cúbito
cimborrio y los entablamentos corridos de los muros, no se vieran violentados por las bóvedas nervadas de la
nave. Pues aunque éstas son de poca riqueza constructiva y ornamental en lo de Álava, por emplear
plementería pobre y encalada, no contrastan excesivamente con los bien tallados sillares del crucero, cabecera
y cimborrio, dando la impresión de que se ha pretendido revalorizar la importancia de esta parte, concluida en
1548 según consta en la cartela colocada bajo el escudo de Fonseca, en el lado oriental del cimborrio en su
interior.
Retablo
Fue realizado en arquitectura, y pincel por Alonso Berruguete según contrato de 1529 y es pieza que
enriquece más, si cabe, el interior de este interesante templo.
Es de madera de tres cuerpos, suponiéndose debió estar montado en la primera capilla, cuyo testero
correspondía a los pilares del crucero junto a la nave. Así, también de cabecera plana, es la capilla del Colegio
de Fonseca, de Santiago de Compostela. Probablemente al trasladarlo a su emplazamiento actual se realizarían
adaptaciones, que con partes desaparecidas y los desajustes existentes hacen pensar a Gómez Moreno en una
reconstrucción en la que cree ver piezas de las características del de San Benito de Valladolid, coetáneo de
éste. Según el mismo autor de talla sólo quedan los tableros de los intercolumnios laterales, con tabernáculos
y agitadas figurillas sin pies ni manos, como él solía; los cuatro frisos puestos debajo de las tablas altas, dos
de ellas con grisallas sobre oro −como los Evangelistas de Valladolid− que figuran un caballero hiriendo con
su lanza a un hombre caído, y algunas otras piezas insignificantes. De escultura no falta sino el Santiago, pues
quedan el Calvario, la Quinta Angustia con San Juan y José de Arimatea llorando; San Bartolomé, San
Cristobal y San Pedro arrepentido, figuras todas como de 0.84 de alto y además dos niños que de seguro no
estarían en hornacinas como ahora.... Las cuatro tablas de lo alto representan con figuras pequeñas, a Jesús
entre los Doctores, su Bautismo, la Ascensión y Pentecostés plenas de italianismo, con muchas influencias de
Miguel Ángel y Rafael, a juicio del repetido Gómez Moreno. En la zona inferior, otras cuatro tablas tienen por
temas la Adoración del Niño con los pastores y magos, la Circuncisión y la Huida a Egipto, rematando el todo
un frontón triangular con el Padre Eterno sumado de un escudo arzobispal de Fonseca.
Lo mejor es la Adoración de los Pastores, que como todo lo demás acusa la mano maestra de Berruguete, con
sus vinculaciones a lo escultórico y sus tonalidades estrictamente sobrias y verdosas, palidez de carnes y
fuerte claroscuro.
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El patio
Formando un recuadro de treinta y nueve metros de lado con ocho arcos en cada uno, el patio centra la vida
del Colegio.
Obra de Juan de Álava, según trazas de Siloé, el cuerpo bajo sigue la estilística romana de superponer
columnas a pilares y reincidir en el soporte simultáneo de arco y arquitrabe. La combinación no puede ser más
afortunada aquí, produciendo un armónico claustro que no sólo es el más bello de los renacentistas
salmantinos, sino indudablemente uno de los más equilibrados en su estilo. A ello contribuye una decoración,
no por sobria menos lograda, en la que los medallones de las enjutas primorosamente tallados por Pedro de
Ibarra según general atribución, manifiestan la habilidad creadora de quien como él manejaba el cincel con sin
igual maestría; floreones en los encasetonados intradoses de los arcos y acantos en las claves con algún
escudo de Fonseca en pocas, es todo lo que compone este primer cuerpo.
Es el segundo, con igual ritmo, se transforman las semicolumnas en adosados balaustres, mientras los arcos de
medio punto se tornan carpaneles. Entre las jambas hay abalaustradas barandillas de piedra con tondos
heráldicos de Fonseca en los centrales. La misma decoración en enjutas y claves permite llegar a la cornisa,
culminada en la línea de pilares por originales candeleros rematados en ambos pisos dan horizontalidad al
conjunto, que parece buscar este efecto en su total planteamiento.
Amplias escaleras en los lados norte y sur comunican ambas plantas, siendo posible desde la alta contemplar
talles y medallones, capiteles y escudos con su variadísimo repertorio de temas y delicadas labras. Destacan
en este sentido, los capiteles del lado de la puerta principal del cuerpo bajo con zarcillos calados
inverosímilmente en la piedra arenisca. Hay interesantes fisonomías en los modelos elegidos para los
personajes de medallones, realizados siguiendo una costumbre de la época no sólo para servir de adorno sino
para proporcionar una serie de tipos humanos, que por sus destacadas virtudes de valor, inteligencia o santidad
eran dignos de ser emulados. Así lo hace notar Sendín Calabuig cuando cita textos de Vicente Carducho
aconsejando que la decoración de las estancias se hiciera con series de personajes en función de la finalidad y
destino que tuvieren los edificios, señalando también cómo Fray Diego de Arze sugiere para las librerías o
bibliotecas, efigies de hombres eminentes en las letras.
El Colegio actual
Tras la restauración efectuada por la Universidad se ha destinado a residencia de profesores universitarios,
profesores invitados y visitantes distinguidos, tras adecuar las instalaciones y mobiliario a las necesidades
modernas dentro del tono general que impone el edificio.
Destacan en la planta baja el gran salón situado a la izquierda del zaguán, que fue antigua general grande
ambientado para sala de estar de residentes en comunicación con pequeño bar. También en esta planta se halla
el comedor de residentes situado aproximadamente en el mismo lugar que el del antiguo Colegio y no lejano a
otro más pequeño destinado a invitados en el lado sur. El resto son dormitorios, cocinas, servicios y oficinas
administrativas.
En la planta superior y sobre el gran salón de estar del piso bajo con sus mismas dimensiones, una gran sala
que fue antigua biblioteca, se destina en la actualidad a reuniones científicas, conferencias y exposiciones. Se
accede a ella a través de una pequeña habitación sobre el zaguán de entrada cubierta como él por bóvedas de
crucería con escudo de Fonseca en la clave central. En la misma planta se halla el acceso al coro alto de la
capilla situado a los pies de la iglesia así como a las tribunas del crucero de la iglesia. El lado noroeste lo
ocupa otro comedor, instalado en lo que fue sala rectoral del antiguo Colegio, en cuyos muros se conserva la
decoración que Sendín describe detalladamente como afecta al gusto neoclásico, con pilastras simuladas de
capiteles compuestos sobre los que un entablamento simulado parece recibir la techumbre.
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En resumen: el Patio del Colegio del Arzobispo, por su esbeltez general, por lo fino y sobrio de su
ornamentación, y por lo correcto y puro de sus menores detalles, es un verdadero prodigio de arquitectura y
escultura, y merecería el metafórico dictado de obra ática del estilo plateresco, si pudiese hablarse de este
modo.
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