Génesis de los movimientos populares colombianos Leopoldo Múnera Ruiz Profesor Asociado Universidad Nacional de Colombia La historia de los sectores y movimientos populares en Colombia desde la independencia, al igual que la historia de sus instituciones, está signada por la guerra y el conflicto armado. Es cierto, como dice Posada Carbó, que durante el Siglo XIX la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, y muchos de Europa Occidental, también transitaron por largos períodos bélicos que contribuyeron a tallar sus perfiles nacionales, y que la cultura política colombiana no se reduce a una sucesión interminable de guerras (Posada Carbó: 2006, pp. 48-67). Sin embargo, las tradiciones electorales, antidictatoriales, de división de los poderes, de limitación del presidencialismo y los discursos democráticos que Posada Carbó resalta no debilitan la importancia que la guerra y el conflicto armado han tenido en el país y la forma como a su alrededor se ha ido estructurando el orden social y se han ido definiendo los actores sociales y políticos. A diferencia del resto de América Latina, en Colombia la guerra y el conflicto armado siguen siendo un elemento central dentro del sistema político y de poder, hasta tal punto que los últimos dos Presidentes de la República han construido buena parte de su legitimidad con referencia a la paz o a la derrota militar de las guerrillas La narración de Posada Carbó, como la de buena parte de la historiografía liberal y conservadora, está construida sobre el olvido, voluntario o involuntario, de los sectores y los movimientos populares. Esta amnesia selectiva no sólo es característica de los historiadores, sino de los gobernantes colombianos, para quienes el otro popular sólo surge cuando se quiere afirmar la identidad del yo institucional y no como la alteridad que en su absoluta heterogeniedad es irreductible a la historia oficial. En 1991, año en que fue aprobada la última constitución colombiana, Mario Aguilera Peña y Renán Vega Cantor registraban este olvido en la historiografía colombiana de la siguiente manera: “Estudiar la historia de las clases subalternas o de los sectores populares requiere superar múltiples inconvenientes: pocas fuentes, dispersión documental, la manipulación del poder que “oficializa” o trivializa la información, los velos ideológicos y las mediaciones de otras clases sociales que a veces ocultan o deforman las acciones populares, etc. Pese a ello su estudio es imprescindible, porque la formación de cualquier nación se ha hecho con la participación de las clases subalternas, con sus luchas, pasiones, sueños, visiones y expectativas. Sin comprender la historia por “abajo” poco o nada se puede entender de la evolución de este país ni de su conflicto presente. La única forma de contribuir en la construcción de una historia total –la gran pretensión de la investigación histórica- supone el conocimiento de las mayorías sociales, que nunca aparecen en la escena de los grandes personajes ni de los acontecimientos más mentados.” (Aguilera Peña/Vega Cantor: 1991) Desde la narración de la independencia de España, los movimientos y los sectores populares han tratado de ser invisibilizados. Alfonso Múnera destaca como uno de los tres mitos fundadores de nuestra historiografía nacional, la tesis de José Manuel Restrepo en virtud de la cual “la historia de la Nueva Granada fue obra exclusiva de los criollos. Los indios, los negros y las «castas» se aliaron con el imperio o jugaron un papel pasivo bajo el mando de la elite dirigente. Es decir, participaron de los ejércitos y murieron tan ignorantes como antes. Sólo por excepción se registra la actuación destacada de un mulato o un mestizo” (Múnera, Alfonso: 1998, p. 14). No obstante, como lo demuestra el mismo Múnera en el caso de Cartagena durante la primera independencia, fueron los sectores populares quienes presionaron a las elites para que rompieran los lazos que las unían con la Corona Española. 2 Durante el Siglo XIX la presencia de los sectores y los movimientos populares, con más o menos autonomía, acompañó la lucha bélica y política de las elites por el control del Estado, la conformación de los partidos o la configuración de la nación. Los sectores populares, en forma contradictoria, dieron testimonio de las múltiples exclusiones sobre las cuales se fue construyendo la sociedad colombiana. Desde Agustín Agualongo y sus guerrillas, que en nombre de Fernando VII y de la religión católica se opuso a la independencia de la Nueva Granada, hasta la emergencia de guerrillas populares en la Guerra de los Mil Días, entre 1899 y 1802, los sectores populares se fueron estructurando en una lógica de amigo-enemigo que impregnaría toda la cultura política colombiana y en luchas por el reconocimiento político y social, al lado o en contra de los poderes institucionales. Las protestas de los campesinos del Valle del Cauca entre 1819 y 1830, la participación de las guerrillas de afrodescendientes del Patía en la guerra de los supremos entre 1839 y 1841, la importancia de los artesanos en la guerra que se generó a partir del golpe de estado de José María Melo en 1854, las luchas de los indígenas por defender los resguardos contra las reformas de los radicales y la emergencia de un liberalismo popular en el Cauca de 1850 a 1880, o las puebladas de 1893 y la conspiración artesanal de 1894, para sólo citar algunos ejemplos, nos ilustran el movimiento y la organización de sectores populares que de todas formas estaban ligados a los proyectos políticos y sociales de las diferentes elites que animaban la política colombiana. Sin embargo, es importante resaltar que en la construcción conflictiva de la nación a lo largo del Siglo XIX, los sectores populares y sus organizaciones y movimientos participaron activamente en la los intentos por construir una nación incluyente, los cuales sucumbieron finalmente ante el triunfo de la Regeneración, la Constitución de 1886 y la hegemonía conservadora (1898 a 1930). Durante este período de la Hegemonía Conservadora y de la consolidación de un régimen político excluyente y confesional, el cual sin embargo no fue alterado por grandes manifestaciones bélicas o violentas como las que se habían presentado en el siglo anterior, se formaron los primeros movimientos sociales y políticos populares, autónomos con respecto al Estado y a los partidos liberal y conservador. En la 3 década del veinte del siglo pasado se empezaron a manifestar diversos y variados conflictos rurales, animados por organizaciones campesinas o sindicatos agrarios que fueron apoyados por sectores del liberalismo y el conservatismo, y por movimientos políticos que nacieron de las organizaciones obreras, el partido socialista y el PSR (Partido Socialista Revolucionario) y, posteriormente, por la UNIR (Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria), disidencia gaitanista al liberalismo. Sus reivindicaciones estaban encaminadas a la lucha por la tierra, la mejora de las condiciones laborales en el campo o el reconocimiento de la identidad indígena, y llevaron a una reestructuración del sistema social y económico colombiano y a un reconocimiento del campesinado como actor social a partir de la ley 200 de 1936. Simultáneamente, las organizaciones obreras, muchas de las cuales habían logrado agruparse en la CON (Confederación Obrera Nacional) desde 1925, no sólo lograron conformar el primer movimiento sindical colombiano, sino que sirvieron de núcleo para que a su alrededor se articularan las diversas vertientes del socialismo, el comunismo y el anarquismo. No obstante, en medio de sus conflictos internos y de la represión gubernamental, el movimiento sindical y la fuerza política de izquierda que le servía de soporte llegaron a su fin con el fracaso de la Huelga de 1927 contra la Tropical Oil en Barrancabermeja, la masacre de los trabajadores de las bananeras en la plaza de Ciénaga en 1928 y la desarticulación política del PSR y del proyecto insurreccional que se derivó de él, el CCC (Comité Central Conspirativo). Éste había nacido como una reacción política frente al control violento de la protesta social por parte del gobierno conservador y contra la denominada “Ley Heroica” (ley 69 de 1928), que prohibía las huelgas y limitaba el derecho de asociación de los trabajadores. Este primer intento de autonomía de los movimientos populares implicó una importante transformación en la acción colectiva de los sectores populares, pues más allá del reconocimiento que se había buscado a lo largo del Siglo XIX, empezó a gestarse un marco de sentido para las protestas que proponía un modelo diferente de sociedad al dominante y por primera vez en la historia del país se pasó a una 4 confrontación de amistad/enemistad bélica con claras connotaciones clasistas que no sólo tenía como referentes las políticas del gobierno conservador y de las elites dominantes frente a la protesta popular, sino la apreciación subjetiva de los sectores populares sobre la importancia de la violencia y la guerra a partir de la experiencia internacional y el ideario comunista, socialista y anarquista. A partir de 1930 y de la creación del Partido Comunista en el mismo año, el movimiento popular toma un nuevo rumbo hasta el final de la república liberal en 1946, y va a la saga del partido liberal y de las reformas sociales que éste promueve, particularmente bajo el liderazgo de Alfonso López Pumarejo. Por consiguiente, esta es una época en la que la lucha por el reconocimiento de los diversos sectores populares predomina sobre la contraposición bélica. No obstante, en el mismo período, también se va gestando la violencia política entre liberales y conservadores, que no sólo dominará la vida del país de 1946 a 1958, sino que exacerbará los componentes bélicos de la cultura política colombiana y consolidará un orden plural de la violencia, donde las negociaciones de paz y los acuerdos de unidad nacional irán moldeando el régimen político. Como consecuencia de las polarizaciones generadas por la violencia y de las derivadas de las revoluciones china y cubana, el movimiento popular se va fragmentando en sectores afines al partido liberal, al conservador y a las diferentes organizaciones políticas de la izquierda. La CTC (Confederación Colombiana de Trabajadores), la UTC (Unión de Trabajadores de Colombia), la CSTC (Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia), el sindicalismo independiente y los diversos sectores en los que se dividió la ANUC (asociación Nacional de Usuarios Campesinos) responden a los juegos políticos partidistas, a pesar de los esfuerzos de autonomía popular, y con mucha frecuencia quedan atrapados en la dinámica de los conflictos armados que se generaron no sólo en la época de la violencia, sino durante el Frente Nacional, régimen de concertación formado por los partidos liberal y conservador para evitar la fragmentación del país y la perdida de la hegemonía política. 5 En los años del frente nacional (1958-1974) y en los de su desmonte (1974-1991), la polarización bélica en la que participó el movimiento popular adquirió la forma de un conflicto definido de clases, no sólo por las características de los actores que participaron en ella, sino por la apreciación subjetiva que los mismos tuvieron del conflicto. Las elites gubernamentales poco a poco fueron considerando a los sectores del movimiento popular independientes o vinculados con la izquierda como un enemigo interno que debía ser combatido política y militarmente, para lo cual se alimentó de la doctrina de la seguridad nacional, promovida por los Estados Unidos, y de la utilización casi permanente de los estados de excepción; de igual manera, la mayor parte de la izquierda, movida por diversas estrategias revolucionarias, se movió entre la protesta institucional y la confrontación armada orientada a la toma del poder. En consecuencia, la lógica de la guerra se fue imponiendo sobre las lógicas propias de la movilización social y política, y fue determinando el destino de la protesta popular. No obstante, otro tipo de movimientos sociales se formaron en este escenario alrededor de la lucha por el reconocimiento, por la transformación de campos sociales específicos, o por la construcción de otra sociedad sin pasar por la lucha armada; tal fue el caso de los denominados movimientos cívicos y del movimiento indígena. A pesar de ello, la lógica de la guerra los ubicó rápidamente en el bando de los enemigos que debían ser combatidos por todos los medios en nombre del orden, y sus miembros entraron rápidamente en la lista de las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. La lógica de la guerra, que en determinados períodos ayudó a estructurar al movimiento popular alrededor de proyectos revolucionarios y a construir identidades populares emancipadas, terminó debilitando la lucha social y política; no sólo por la importancia que las organizaciones guerrilleras adquirieron dentro del régimen político colombiano, frente a la limitada y difícil incidencia de las organizaciones populares, sino porque las estrategias militares se convirtieron en el principal mecanismo de control de la protesta popular de Colombia por parte del Estado, con su larga secuela de asesinados, desaparecidos, torturados, detenidos, desplazados y desterrados. La emergencia de los grupos paramilitares, bajo la permisividad estatal, y la pérdida de referentes éticos por parte de las organizaciones 6 insurgentes, convirtieron el conflicto armado en un escenario donde los crímenes cometidos en nombre de la defensa del orden o en nombre de los intereses populares terminaron siendo justificados políticamente por sus autores, quienes se escudaron en las acciones de sus adversarios militares, en la ineficacia de otras formas de control de la protesta social, o en el poco impacto político de las acciones colectivas populares. Además, el paramilitarismo, con sus redes de apoyo, económicas, sociales, políticas y militares dentro de las instituciones estatales y las elites nacionales y transnacionales que hacen parte de la sociedad colombiana, retroalimentó a su vez nuevas formas de acumulación del capital, legales e ilegales, que han hecho aún más difícil la situación económica de los sectores populares y han ido produciendo una mutación valorativa dentro de la cultura política del país, en virtud de la cual diversos sectores sociales no-armados aceptan expresa o tácitamente los crímenes paramilitares, como un elemento necesario dentro de la guerra contra la insurgencia y contra los movimientos sociales o populares que identifican con ella. El predominio del la lógica de la guerra ha llevado a que dentro del movimiento popular la lucha por la paz y por el respeto de los derechos humanos tome una importancia que no había tenido en la historia del país, como un prerrequisito para cualquier otro tipo de acciones colectivas, y ha convertido en protagonistas sociales a las organizaciones no gubernamentales dentro del sistema político colombiano. Por consiguiente, las luchas por el reconocimiento, por la redistribución y la equidad o por la transformación de la sociedad, han quedado mediadas por una lucha impostergable que busca quitarle importancia a la lógica de la guerra, al tiempo que el régimen político colombiano está girando alrededor del grado cero de la política: la seguridad y el orden. Por tal razón, mientras en el resto de América del Sur, se construyen alternativas progresistas o de izquierda desde los sectores populares, en Colombia la legitimidad se nutre de la aspiración de diferentes sectores sociales por conseguir el fin del conflicto armado a cualquier costo, así sea negando su existencia. Mientras tanto, la contrarreforma de los elementos progresistas de la Constitución de 1991, producto, entre otras causas, de otro acuerdo de paz que buscaba ponerle fin a la guerra, y la implantación de formas de acumulación del 7 capital y políticas de desarrollo que hacen más gravosas la existencia de los sectores populares sigue su curso, en medio de la resistencia minoritaria de organizaciones populares que intentan construir nuevas alternativas desde sus propios territorios y de una oposición política que debe enfrentarse cotidianamente con los obstáculos que le impone el sistema político y de poder y con los intentos permanentes de descalificarla desde la lógica de la guerra, encabezados por el discurso político presidencial. Referencias bibliográficas: Aguilera Peña, Mario y Vega Cantor, Renán (1998), Ideal democrático y revuelta popula. Bogotá, Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia/IEPRI/CEREC. Múnera, Alfonso (1998), El fracaso de la nación. Bogotá, Banco de la República/El Áncora. Posada Carbó, Eduardo (2006), La nación soñada. Bogotá, Norma. Lovaina-la Nueva, abril de 2007. 8