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VERSIÓN TAQUIGRÁFICA
REPÚBLICA ARGENTINA
CÁMARA DE SENADORES DE LA NACIÓN
REUNIÓN DE LA COMISIÓN DE ASUNTOS CONSTITUCIONALES
Salón “Arturo U. Illia” — H. Senado de la Nación
Martes 9 de marzo de 2004
Presidencia de la señora senadora Cristina Fernández de Kirchner
— En la Ciudad de Buenos Aires, en el Salón "Arturo U. Illia" del H.
Senado de la Nación, a las 16 y 20 del martes 9 de marzo de 2004:
Sra. Presidenta (Fernández de Kirchner). — Habida cuenta de que se ha reunido el quórum
que marca el Reglamento, damos por iniciada la reunión de la Comisión de Asuntos
Constitucionales.
Todos saben que en el día de la fecha habíamos decidido, en función del cronograma
oportunamente acordado, comenzar con las exposiciones que tienen que ver con la cuestión
que está a consideración de esta Comisión, relativa al Estatuto Penal de Roma.
Hoy hay sido invitado a deponer un miembro de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, el doctor Raúl Zaffaroni, quien se va a referir al fondo de la cuestión, es decir, a la
parte dogmática del Estatuto.
En primer término, va a hacer uso de la palabra el doctor Julio Maier, quien depondrá
sobre los aspectos procesales del Estatuto. Entiendo que ambos catedráticos no requieren
ningún tipo de presentación. El doctor Maier, además, es miembro del Tribunal Superior de
Justicia de la Ciudad de Buenos Aires. Son dos catedráticos de renombre internacional,
experimentados cada uno en las cuestiones que vamos a abordar.
Iba a iniciar la exposición el doctor Zaffaroni, pero por un problema de agenda del
doctor Maier hemos decidido en primer término escucharlo a él.
Entonces, solicito que por Secretaría se facilite el ingreso del doctor Maier y así
podamos comenzar con la disertación prevista para hoy.
— Así se hace.
Sra. Presidenta. — Contamos también con la presencia de la directora de Derechos Humanos
de la Cancillería Argentina, doctor Alicia Oliveira, que anteriormente se ha desempeñado
como defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Luego de que depongan los
catedráticos, ella también hará su exposición vinculada a la misma cuestión del Estatuto
Penal de Roma.
Tiene la palabra el doctor Maier.
Sr. Maier. — Le agradezco a usted personalmente la invitación.
Trataré de ser breve porque sé que ustedes no tienen demasiado tiempo.
Primero, quiero hacer una advertencia personal que tiene que ver con mi presentación.
Yo no soy un panegirista del Estatuto de Roma. Tampoco todo lo contrario. Ya he llegado a
cierta edad en la cual no me ocupo demasiado de estas cuestiones. Lo cierto es que nunca me
gustó demasiado, por razones que aquí no voy a explicar porque de ser así no terminaríamos
más. No soy un partidario de Pinochet ni del señor Videla ni de ningún dictador de acá o de
allende los mares. Simplemente, no tengo demasiada confianza en el establecimiento de una
corte penal internacional. De hecho, dentro del Estatuto de Roma observo ciertas deficiencias
sobre las cuales hoy tampoco quiero hablar. Por ejemplo, hay una ley de implementación que,
a mi juicio, debería ser una ley de adaptación.
He dividido la exposición en tres secciones: derecho material, derecho procesal penal
y derecho de la ejecución penal.
Muy sintéticamente, y como advertencia preliminar, también les digo que el proyecto
que ha perdido estado parlamentario, según tengo entendido, recién lo tuve en mi poder el
viernes. El que me hizo llegar el senador Jorge Yoma lo recibí hoy, dos horas antes de esta
reunión. Entonces, la lectura que he podido hacer de ellos es muy superficial. Su análisis
requiere, a mi juicio, un tiempo mucho mayor, lo mismo que una ley de adaptación del
derecho interno al Estatuto de Roma.
Los dos documentos base —tanto el que me envió el señor senador Yoma momentos
antes, como el que ustedes tienen como punto de partida, que es la propuesta del Poder
Ejecutivo, aunque no en su actual conformación— tienen de general, para no describirlo, el
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hecho de que han pretendido de alguna manera incorporar definiciones, prohibiciones,
mandatos, causas de justificación, causas de inculpabilidad; Han tomado las disposiciones
del Estatuto de Roma y han dicho: "Estas disposiciones, tal como están, faltan." Por lo tanto,
ya sea copiándolas, transformándolas en parte o estableciendo las penas, en cierto sentido han
pretendido incorporar todo eso de esta manera. Son regulaciones relativamente exhaustivas
tanto en derecho penal material como en derecho procesal penal.
Yo discrepo de esa característica de una ley de adaptación al Estatuto de Roma. Para
mí, precisamente, lo que hace falta son normas de adecuación de la legislación interna al
Estatuto de Roma.
Debemos recordar que, en una mirada muy general, según el Estatuto de Roma todas
las conductas punibles resultan también —de alguna manera— punibles en el derecho
interno. Otro tanto ocurre en tratados internacionales que nosotros ya hemos ratificado;
algunos, incluso, receptados por la propia Constitución Nacional.
De hecho, no son detectables ostensiblemente lagunas de punibilidad. Además, no me
parece conveniente mezclar sistemas jurídicos en el sentido de introducir uno en el otro.
Tampoco resultan calculables de antemano todos los defectos que puede tener la
incorporación al derecho penal interno de definiciones. Puedo mencionar, por ejemplo, el
tratar al encubrimiento —no lo hace nuestra ley de fondo— como una forma de participación
o de cooperación criminal. También, tratar de determinada manera ciertas formas de
participación que no están consideradas en el derecho interno, definiciones diversas de la
autoría mediata, de la participación criminal o, como ya dije, definiciones del dolo. Y dado
que tampoco me parece conveniente mezclar sistema de penas con amenazas de penas, mi
propuesta general consiste en adaptar el derecho interno al Estatuto de Roma y no en dictar
reglas que prohíban, manden, justifiquen o determinen la culpabilidad, excluyan la
punibilidad, etcétera. Para expresarlo mejor, quizás, yo diría que, si fuera mi gusto, tomaría el
Estatuto de Roma para traerlo al derecho interno como un envase cerrado, como una caja
totalmente cerrada. Esto es, lo internalizaría sin mezclarlo con el sistema que, hasta hoy
llamamos interno, derivado básicamente del Código Penal y de sus leyes complementarias.
Para ello, dicho sintéticamente —no he tenido tiempo de redactar reglas— en derecho
material basta una norma general —que a mi juicio no sería sancionadora pues todas esas
reglas forman parte, en cierta manera, del derecho interno dado que hemos ratificado tratados
que las contienen— que obraría a título de reconocimiento y ordenación, norma cuyo texto
debería aclarar que el sistema penal del Estatuto de Roma se aplica cerradamente, esto es,
para las conductas objeto de la competencia de la Corte Penal Internacional y contenidas en el
derecho penal internacional.
La regla, si fuera bien redactada, podría prever la incorporación de nuevas normas a
ese régimen internacional de derecho penal, del modo que el mismo Estatuto de Roma lo
prevé, en tanto el Estado ratifique nuevos tratados o ello esté previsto en el propio Estatuto,
con el fin de evitar sucesivas sanciones legislativas. Dado que existe ratificación de un cambio
en el tratado, entonces no hay ninguna necesidad, siempre que la regla de adaptación sea
correcta.
¿Cuáles son los problemas que soporta esta solución en el derecho material?
Básicamente, a mi juicio, son los siguientes. Primero, el sistema de la pena, artículos 77, 78 y
80 del Estatuto de Roma, que no coincide con el sistema nacional. Falta, por ejemplo —para
decirlo rápidamente—, el mínimo. Tampoco tiene escalas diferenciadas cuando se trata de
cada uno de los delitos que prevé, y la regla hace necesario traducir reclusión por privación
de la libertad, algo que el propio Estatuto hace al final, cuando habla de la ejecución de la
pena privativa de libertad. Este es un primer problema.
El segundo problema es la necesidad de sancionar internamente los llamados delitos
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contra la administración de justicia, cuando la administra la propia Corte Internacional,
artículo 70. Y allí existe la necesidad de decidir o prever cuál será el ámbito de aplicación de
la ley para estos delitos: territorialidad —sintéticamente—, nacionalidad activa o pasiva,
universalidad. También es necesario prever la competencia para juzgar esos delitos contra la
administración de justicia por la propia Corte.
Pero ambos problemas, a mi juicio, son superables mediando una o varias normas no
necesariamente complicadas. Traducir reclusión o privación de la libertad, prever para los
delitos contra la administración de justicia uno o todos los puntos de conexión nombrados
según decisión política, y la competencia de la Justicia Federal cuando el juzgamiento sea
realizado por el Estado argentino a solicitud de la propia Corte.
Veamos, rápidamente también, mi punto de vista acerca de la adaptación en el derecho
procesal penal.
Un primer problema es la regla de solución de conflictos jurisdiccionales y la regla de
determinación del derecho aplicable al caso.
Como ustedes saben, rige acá el principio de complementariedad —yo preferiría
denominarlo subsidiariedad— del sistema internacional, sobre todo de la competencia de la
Corte Internacional. Aquí, a mi juicio, hace falta, primero, una regla que prevea la
competencia de los tribunales federales, como he visto en el proyecto que me ha hecho llegar
el senador Yoma, gracias a Dios sin el resurgimiento de los tribunales militares dentro de la
iniciativa, como lo prevé el proyecto base que ha perdido estado parlamentario. Entonces,
como decía, hace falta una regla que prevea la competencia de la ley, la aplicación de esta
misma ley y que se regule el procedimiento según el Código Procesal Penal de la Nación.
Y, ahora, la pregunta es para qué. Primero, para los hechos sucedidos en territorio
argentino, en el sentido del artículo 1E, inciso 1E, del Código Penal. Es decir, en el sentido del
principio territorial que incluye, también, el principio real o de defensa en esa misma regla. O
para los cometidos en el extranjero por agentes o empleados de autoridad argentina en el
desempeño de su cargo, que es el inciso 2E de la misma regla del Código Penal. Es decir, para
mantener en esa hipótesis como obligatoria la necesidad de que el Estado Argentino juzgue en
aquellos casos donde también el Código Penal, con una regla bastante estrecha, determina la
aplicabilidad de la ley argentina y la competencia judicial argentina.
También se trata de prever el caso de los hechos cometidos por nacionales argentinos
o contra nacionales argentinos, salvo que ya intervenga un tribunal de otro Estado o la misma
Corte, caso este último en el cual el Poder Ejecutivo nacional es quien tendrá la facultad de
ejercer el derecho acordado por el artículo 19, número 2, letra B, de la propia Convención Me
refiero a la posibilidad de objetar el ejercicio de jurisdicción por parte de la Corte. Y también,
si se quiere, para los hechos cometidos en cualquier lugar, no importa donde, por nacionales
de otro estado o contra nacionales de otro estado, cuando la Corte declare inadmisible la
persecución penal ante ella y/o requiera la competencia de tribunales argentinos.
La segunda regla, además de ésta de solución de conflictos en materia procesal penal,
debería contemplar la prioridad de juzgamiento para la Corte, cuando ella acepte la
admisibilidad de un asunto en los términos de los artículos 17, 18, 19 y 20, número 3, del
Estatuto de Roma.
Un segundo problema de derecho procesal penal es el auxilio o cooperación judicial
—comprendida la extradición— , que a mi juicio puede solucionarse con una o dos reglas
sencillas. En cuanto a la prueba, una regla que fije la competencia de los tribunales federales
para la realización de los deberes de cooperación regulados en el artículo 86 y siguientes.
Si se me pide pensar en particular, yo diría que se puede encomendar el cumplimiento
de deberes de cooperación internacional a una de las salas del Tribunal de Casación Penal con
un recurso ante la Corte Suprema como modo de no tornar tremendamente burocrático el
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procedimiento para la realización de la medida solicitada por la Corte Internacional.
La única posibilidad, a mi juicio, de rechazar esta cooperación sería la lesión de una
regla constitucional por parte del requerimiento de la Corte. Y la pregunta del millón es si
rigen o no los privilegios constitucionales de la autoridad pública argentina. Para esto, el
artículo 27 del Estatuto de Roma no determina —o no define claramente— el problema.
Tampoco es posible que la ley diga sí o no a esta pregunta por la simple razón de que el
Congreso no está autorizado, tampoco, a derogar una cláusula constitucional; es decir, no se
aplica, en este caso, cuando la Corte Internacional lo requiere. El problema es, en cierta
manera, insoluble para la ley.
En el sentido de la cooperación o de la extradición, también es posible una regla que
fije la competencia de los tribunales federales para la realización de los deberes de
cooperación que se regulan, ahora, en los artículos 86 y siguientes. Cuando existe una persona
requerida o el traslado por el territorio nacional de una persona requerida.
La regla fijaría la competencia federal de este problema previsto anteriormente y
declararía aplicables los artículos 89 y siguientes del propio Estatuto de Roma y, sólo
supletoriamente, cuando sea necesario, la ley 24.767 de cooperación internacional en materia
penal dictada por el Congreso.
Solo a título informativo, la libertad provisional es aquí para el Estatuto de Roma la
excepción —no la regla—. El estado requerido tampoco puede juzgar acerca de los
presupuestos de la detención, artículo 58, número 1, letras A y B. Y en tránsito no hay
posibilidad alguna de esto que nosotros llamamos excarcelación o libertad provisional.
En tercer lugar, la ley de adecuación debería resolver quién es la autoridad competente
para promover la competencia de la Corte Internacional, según el artículo 13, inciso A, y el
artículo 14 del Estatuto de Roma.
Y acá mi pregunta es: ¿debe ser solamente el Ejecutivo, o el Ejecutivo con acuerdo
del Senado? No me cabe duda de que el Ejecutivo puede pedir a la Corte que tome la
investigación de un caso y que causaría más o menos el mismo efecto, porque la Corte no
examina el derecho interno. Pero podría tener responsabilidades en el derecho interno y se
podría decidir que un pedido de ejercicio de competencia de la Corte o la promoción de un
asunto de la Corte, según este artículo, necesita la autorización del Senado.
Y hay otra regla que debe derivar de la propia organización judicial, que es la regla
para proponer magistrados, en la cual he visto que coincido con su proyecto. Deben regir las
mismas reglas que para designar jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Hay otro punto —la ejecución penal— que también merece alguna regla. Tanto para
efectuar la manifestación de aceptar integrar la lista de Estados dispuesta a ejecutar la pena
privativa de la libertad, como para indicar si se acepta una designación particular de la Corte
será competente —a mi juicio— el Poder Ejecutivo Nacional, que tiene a su cargo el Servicio
Penitenciario Federal y, —en su caso— la sentencia debe ser ejecutada por ese Servicio
Penitenciario Federal, conforme las reglas del Estatuto de Roma y las reglas internacionales
respectivas. Allí rige el artículo 106 del Estatuto de Roma y la ejecución debe ser controlada
por un juez de ejecución federal, de conformidad con las mismas normas y con las reglas
procesales establecidas en el Código Procesal Penal de la Nación.
La supervisión de la Corte, algo que permite el propio Estatuto, se entenderá por vía
diplomática con el Poder Ejecutivo Nacional. Y la ejecución del decomiso y las multas debe
seguir las mismas reglas y estará a cargo de un juez de ejecución nacional o federal.
El problema que se presenta respecto del cumplimiento del artículo 111, que es el que
se refiere a la evasión, queda también a cargo del Poder Ejecutivo Nacional.
Por último, queda también como regla de adecuación al Estatuto de Roma saber quién
nombra a la autoridad o al funcionario que va a representar a la Argentina en la Asamblea de
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los Estados parte y a su sustituto. Y acá propondría que, también en este caso, como sucede
con los embajadores y con los ministros de la Corte, los nombre el presidente de la Nación
con acuerdo del Senado. Y que el Poder Ejecutivo arregle primero la financiación que está
prevista en el propio Estatuto de Roma, con quien deba arreglarla, e incorpore al presupuesto
anual que envía al Parlamento la cooperación financiera de la República Argentina que sea
requerida para el mantenimiento, tanto de la Corte como de la Asamblea.
Sra. Presidenta. — Doctor: más allá de que usted había aclarado que su exposición iba a
versar expresa y exclusivamente sobre la cuestión procesalista, o sea, la incorporación, no
puedo soslayar que dijo que no estaba de acuerdo con el Estatuto Penal de Roma. Aunque dijo
que no era el momento para explicarlo, nos gustaría que aborde brevemente el tema. O, si lo
prefiere, que después nos remita algún análisis por escrito. Usted hizo una serie de
declaraciones. Estamos tratando este tema y hay algunos senadores que pusieron objeciones.
Para nosotros no es menor la cuestión que planteó usted en primer término, en el sentido de
que estaría de acuerdo en que no queden objeciones que hacer al Estatuto Penal de Roma que,
por supuesto, descontamos que no significa el apoyo a ningún dictador ni nada que se le
parezca. Pero aunque sea lo más brevemente posible nos gustaría que usted nos expusiera la
parte dogmática de la cuestión; por qué usted entiende que no es conveniente o no está de
acuerdo con cómo se ha conformado o configurado el Estatuto Penal.
Sr. Maier. — Básicamente, la verdad es que, a pesar de haberme dedicado al derecho penal
toda mi vida, no creo mucho en el derecho penal. Esa es la pura y santa verdad.
El derecho penal ha contribuido a solucionar muy poquitas cosas, o quizá directamente
no haya solucionado absolutamente nada. Me parece que hay una euforia desmedida por parte
de aquellos que creen que el derecho penal sirve para mucho. Para mí es poco. Y además,
tiene notables efectos dañinos también en el orden interno.
No tengo ninguna razón para creer que en el orden internacional la aplicación de la
fuerza, de la violencia, vaya a ser más justa que en el orden interno. El derecho penal, en
síntesis, no es más que una autorización a algunos funcionarios del Estado para ejercer la
violencia cuando se dan ciertas condiciones. La pena nace prácticamente como un
reconocimiento de esa organización social que nosotros tenemos como estado-nación, que
significa atribuir al soberano —al principio casi onomatopéyicamente— conductas que si las
realizara otra persona serían antijurídicas. Por ejemplo, la pena de muerte no es nada más que
un homicidio; no consiste en otra cosa que en matar a otro directamente. La privación de la
libertad si la realizo como juez —ahora no soy juez penal—, si la dicto en una sentencia, en la
realidad es lo mismo que si me llevo a alguno de ustedes a casa y lo encierro; en los hechos
es más o menos la misma cosa. Son las máximas autorizaciones coactivas de violencia que el
derecho, el orden jurídico, transforma en legítimas.
No tengo ningún elemento para pensar que la aplicación del derecho penal en el orden
internacional vaya a ser más justa que en el orden nacional. Y en el orden nacional el derecho
penal ha tenido muchos defectos. Primero, una extraordinaria simplificación del contexto en
el cual una acción es cometida. Esto ya viene desde la ley penal. Y más aún, cuando uno la
aplica en un procedimiento judicial, tiene un extraordinario poder de señalamiento de dónde
aplicarlo y dónde no. El derecho penal elige a sus víctimas. Elige a la persona sobre la que va
a hacer recaer los efectos del delito. Y además, las víctimas en general son señalables de
antemano. No digo individualmente, pero el núcleo de donde parten es, en general, de quienes
tienen menos posibilidad de defenderse frente a esta agresión que significa —en cierta
manera— el derecho penal.
Creo y tengo indicios de que esto se va a repetir en el orden internacional. Piensen
cómo no se pudo definir el crimen de agresión. No porque no se pueda definir. Es muy
sencillo, lo sabe todo el mundo de antemano. Lo que no se puede definir es la condición
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básica que permite perseguir el crimen de agresión.
Es decir, la autorización o la instancia —o como quieran llamarle— del Consejo de
Seguridad, donde hay creo que cinco países que tienen el derecho de veto y que por lo tanto
no van a ser nunca sometidos al crimen de agresión.
Ahora, piensen ustedes —olvidémonos del momento— cómo se vería nuestra
invasión a Malvinas frente a un crimen de agresión y, en cambio, cómo se ve la actual
intervención, por ejemplo, en Irak, Afganistán o Vietnam, que nunca se vio como agresión.
Creo que eso se va a repetir en el sistema penal internacional. Diría que es una
característica propia del derecho penal el dirigirse más contra aquél en proporción inversa a la
posibilidad que tiene de defenderse del sistema penal. Quien tiene la posibilidad de
defenderse del sistema penal en forma idónea, tiene alguna chance. Quien no la tiene, a ése lo
elige el sistema penal y a ése le es aplicable de antemano. En general, es esto. Por eso es que
no me gusta ver reproducido en el orden internacional un sistema que no puede demostrar —
en el orden nacional— justicia ni eficiencia. Y ésta es la razón básica.
Después tenemos aquellos problemas dogmáticos de ciertos artículos. En ese sentido,
el hecho de transformar una intervención culposa, una omisión prácticamente culposa por
negligencia, en la autoría de un delito doloso me suena un poco difícil directamente. Sobre
todo, cuando ese delito doloso es punible con pena privativa de libertad perpetua. Es decir,
cuando se trata de genocidio me parece difícil aceptar una regla así que, por lo menos, da para
pensar de esta manera. Me refiero a individuos que operan con negligencia, funcionarios
civiles, inclusive, que operan con negligencia, aunque no conozcan qué es lo que está
haciendo su inferior o aunque no ejerzan una facultad de control que tienen y, sin embargo,
les imputan un delito doloso. Esto me parece muy difícil, muy complejo y que no puede ser...
Y desde el punto de vista procesal penal, pienso —yo mismo— qué posibilidad tengo
de defenderme idóneamente, por ejemplo, si me juzgan en La Haya, que no sería para mí
extraño del todo; algo extraño, pero no extraño del todo. Yo digo: ninguna. Ahí aceptaría la
fórmula “yanqui”: no acepto este tratado porque no tiene jurado directamente.
Me es difícil pensar que yo tenga alguna posibilidad, separado de mi familia, con
algún defensor que me localicen ellos, en un idioma que no es el mío. Tendría miedo
realmente si me someten a un juzgamiento de este tipo. Y no sería cierto que yo puedo ejercer
exactamente las mismas garantías que tendría en el Estado del cual me reconozco ciudadano.
Pero creo que sobre esto se puede hablar, y yo he hablado en ciertos foros
internacionales sobre esta preocupación. Es el tema de hoy en día, y parece que quien no
estudia estas cosas no está de acuerdo con el derecho penal internacional y lo van a barrer
como escoba vieja, directamente. Como mugre vieja; no como escoba vieja. Como una escoba
vieja y como suciedad vieja. Todo el mundo se está ocupando de esto. Yo no tengo confianza.
Sra. Presidenta. — Tiene la palabra el senador Menem.
Sr. Menem. — Doctor Maier: muchas gracias por su presencia. Nos vemos distinguidos por
su exposición, por sus conocimientos y por sus antecedentes.
Indudablemente, no estamos aquí para juzgar o para hacer un juicio de valor sobre el
Estatuto de Roma, porque ya es ley de la Nación. Entonces no tiene sentido que discutamos
sobre si es bueno o si es malo. Casualmente, lo que hoy nos ha convocado es ver la
implementación de este Tratado, del cual la Argentina es parte y que lo ha ratificado, para
adaptarlo a nuestro país, al ordenamiento penal de nuestro país.
Comparto con el doctor Maier algún tipo de escepticismo sobre el funcionamiento de
los tribunales internacionales. Pero también es cierto peor es que no haya ninguno. Es peor
que no se sepa que en algún momento puede haber una instancia que juzgue por la comisión
del delito contra el derecho de gentes, como los que han sido corrientes en los últimos años. Y
los tribunales de Ruanda y de la ex Yugoeslavia nos dan la pauta de que, en alguna medida, se
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está juzgando a aquellos que han cometido crímenes de lesa humanidad. Si nosotros no
avanzamos en ese sentido, creo que no estaríamos realmente tratando de proteger al hombre
como ciudadano del mundo.
Fíjese, doctor, que los Estados Unidos es el país que más poder tiene y que, además de
ser uno de los cinco que tiene derecho de veto, es el que más se opone al Estatuto de Roma.
Inclusive, además de no ratificarlo, tuvo expresiones de algunos legisladores del Parlamento
norteamericano, como el senador que dijo que bajo ningún punto de vista se puede someter a
los ciudadanos de los Estados Unidos al Estatuto de Roma. Le han hecho una guerra al
Estatuto de Roma. Eso revela, en alguna medida, que les molesta que haya un tribunal
internacional que los pueda juzgar.
Fíjese lo que está pasando en Guantánamo. Allí hay 600 personas, de más de 40
países, que son NN en el mundo del derecho. No se sabe de qué se los acusa; se dice que son
terroristas; no se sabe quiénes son; no tienen abogado; no los pueden visitar sus familiares.
Yo pregunto: ¿no habrá alguna instancia internacional que ponga un poco de razón en
este verdadero genocidio que se está haciendo?
Dicen que han soltado a algunos sin ningún tipo de cargo. Pero, mientras tanto, han
estado un par de años sometidos a condiciones infrahumanas. Yo me pregunto si la
Humanidad no va a reaccionar. Porque también digo: si somos escépticos respecto de esto,
también debemos serlo respecto a todos los organismos internacionales y de las Naciones
Unidas, que no pueden parar los conflictos de Medio Oriente, de Irak ni ningún otro conflicto
internacional.
Pero lo que hoy nos ocupa es cómo implementamos esto que es ley de la Nación. Este
proyecto ya fue tratado anteriormente —venía siendo tratado—. He escuchado que usted
hubiera preferido que se traiga todo el Estatuto y se le hagan modificaciones para adecuarlo...
Sr. Maier. — No, no; que se lo traiga como una caja cerrada.
Sr. Menem. — Por eso, como una caja cerrada, sin hacerle ninguna modificación. El criterio
que aquí se ha seguido —por una comisión interministerial y donde intervinieron juristas— es
adaptar las normas del Estatuto de Roma e introducirle aquellas modificaciones que tiendan a
compatibilizarlo con el derecho interno en cuanto a algunos conceptos. Por ejemplo, nosotros
establecemos el principio de territorialidad, y aquí se agregan dos casos más en los cuales se
puede aplicar la ley penal, como es el caso de crímenes cometidos por argentinos en el
exterior, y si no son juzgados y están en el país, podrían ser juzgados. Es decir, es una
excepción al principio de la territorialidad que no está en nuestro derecho.
Además, se han incorporado otros delitos, como por ejemplo —usted lo dijo muy
bien— en el caso del encubrimiento, no se lo toma, como en el Estatuto, como un caso de
participación criminal sino como una figura autónoma, como está en nuestro derecho. Eso me
parece muy bien.
Y además, se han tomado elementos de un anexo que hay en el Estatuto de Roma, que es el
de los crímenes, para adoptar definiciones de esos elementos con el fin de que estén
perfectamente tipificados, como es el delito de desaparición de personas.
También era necesario adaptarlo en lo que hace a la edad para participar en la guerra.
En el Estatuto se fija en quince años y nosotros lo elevamos a dieciocho para estar de acuerdo
con la Convención sobre los Derechos del Niño, cuyo Protocolo Facultativo hemos aprobado.
Creo, doctor, que el procedimiento que se ha seguido es el más adecuado; igualmente,
se han hecho otras adecuaciones.
Estoy de acuerdo con la forma en que se hizo porque permite compatibilizar las
normas de Roma con nuestro derecho positivo agregándole lo que hace falta. Tal vez, incluso,
habrá que agregarle alguna sugerencia suya, del doctor Zaffaroni o la algún otro jurista. Pero
creo que los fundamentos principales se encuentran contemplados en este proyecto enviado
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por el Poder Ejecutivo, al cual nosotros en el dictamen que estaba redactado —ya existía un
dictamen redactado que fue nuevamente derivado a Comisión— habíamos incluido como
única modificación, al igual que lo que usted decía, lo relacionado con la designación de los
magistrados.
En nuestro proyecto, a diferencia de lo propuesto por el Poder Ejecutivo, nosotros
proponemos que sean designados por el mismo procedimiento que se sigue para la
designación de los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
En definitiva, creo que más allá del escepticismo, considero que es un paso adelante
en cuanto a establecer un sistema de justicia, así se llame —como usted dice— de
complementariedad o de subsidiariedad.
Respecto de que si un país no juzga lo puede hacer un tribunal internacional, de todos
modos me parece un avance en materia de crímenes por genocidio, de guerra y de lesa
humanidad.
Sra. Presidenta.— Tiene la palabra el señor senador Yoma.
Sr. Yoma.— Quiero decir que como senador es un orgullo contar con la presencia de los
calificados científicos del derecho que nos acompañan en el día de hoy y que nos ilustran con
su ciencia.
En primer lugar, quisiera pedirle disculpas a los doctores Maier, Zaffaroni y Oliveira
porque les hice llegar el proyecto con muy poco tiempo. Pero, como había perdido estado
parlamentario el dictamen anterior, consideré conveniente, frente a la convocatoria de la
presidenta de la Comisión, elaborar un nuevo proyecto, al que me pareció correcto remitir
como una propuesta para ser discutida y producir un despacho. Además, así podemos cumplir
con este Tratado del que formamos parte, más allá de las objeciones que podamos hacer.
De hecho, cuando se trató en el Congreso la ley ratificatoria yo me opuse, voté en
contra, por muchas objeciones que ya fueron manifestadas muy bien por el doctor Maier así
como por otros juristas.
El anterior dictamen del proyecto enviado por el Poder Ejecutivo que estaba en este
Senado merecía algunas objeciones por parte de algunos de nosotros, puesto que no tenía en
cuenta una situación de hecho que se dio en la Argentina con posterioridad a la ratificación
del Tratado de Roma. Me refiero a ese paso monumental que dio el gobierno del presidente
Kirchner cuando ratificó el Tratado de Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de
Lesa Humanidad, cuando la Argentina no era parte de ese Tratado. Creo que este es uno de
los pasos más formidables en torno a la lucha contra el genocidio, los crímenes de guerra y de
lesa humanidad, que ha dado nuestro país en muchísimo tiempo.
En primer lugar, el Estatuto de Roma viene a contradecir este Tratado porque de
acuerdo con el Tratado de Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de Lesa
Humanidad, la imprescriptibilidad tiene efecto retroactivo sin importar el tiempo en que ha
sido cometido el crimen. En cambio, en virtud del Estatuto de Roma, la imprescriptibilidad
no tiene efecto retroactivo para estos crímenes contra el derecho de gentes.
Otro aspecto que queda claro en esta propuesta que hemos hecho para elaborar un
nuevo dictamen, y que disiente del proyecto del Poder Ejecutivo que tuvo dictamen en el
Senado y que perdió estado parlamentario, es que se insiste en mantener el fuero penal militar,
la Justicia Militar, en el caso de los crímenes de guerra —como bien dice el doctor Maier—
cuando en el resto del mundo, así como en la orientación de nuestro derecho, el fuero militar
significa una cuestión absolutamente anacrónica y, de hecho, un resabio totalitario.
Incluso, nuestro país está denunciado ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos por mantener el fuero militar, y nosotros lo estamos restableciendo en los crímenes
contemplados en el derecho de gentes. Realmente, creo que esto era una contradicción abierta,
sobre todo teniendo en cuenta lo endeble de la posición de nuestro país en el sentido de
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mantener la Justicia Militar.
Otro aspecto que también fue mencionado por el doctor Maier, que nosotros hemos
tratado de volcar en la propuesta y que disiente con aquel proyecto enviado por el Poder
Ejecutivo, es el concepto de la nacionalidad pasiva; es decir, la posibilidad de que nuestro
país pueda sancionar los crímenes que se cometen contra argentinos en el exterior, y que no
está contemplada en la propuesta del Poder Ejecutivo, pero que sí creemos correcto volcar.
De esta forma, señora presidenta, muy brevemente quería expresar mis observaciones.
Por supuesto, prefiero escuchar a los doctores Zaffaroni y Oliveira con quienes hicimos
consultas para elaborar esta propuesta, este anteproyecto de ley que hemos sometido ante la
convocatoria de la presidenta de la Comisión. También hemos consultado con los organismos
de derechos humanos de la Cancillería y con juristas para adecuar lo que podía ser nuestra
legislación en la materia.
Sra. Presidenta.— Si ningún otro señor senador o señora senadora va a hacer uso de la
palabra, vamos a agradecer la presencia del doctor Maier que tiene que retirarse por tener un
compromiso.
A continuación, procederemos a escuchar al doctor Eugenio Zaffaroni, quien va a
abordar la cuestión dogmática.
Sr. Zaffaroni.— Muy buenas tardes. Ante todo quiero dar las gracias por ser tan amables de
hacerme esta consulta.
En realidad, la intervención de Julio va a hacer que mi exposición sea más breve, pues
me ahorra algunos aspectos.
Realmente, no soy un detractor de este Tratado ni del Tribunal de Roma. Por lo tanto,
las noticias periodísticas que me muestran como tal son falsas.
Aunque puedo compartir cierto escepticismo sobre la eficacia del poder punitivo tanto
a nivel nacional como a nivel internacional —el nivel punitivo es selectivo— siempre he
manifestado que reconozco en el Tratado, en este ejercicio del poder punitivo a nivel
internacional, en esta regulación, un modo de evitar la caída, la pérdida de la paz y la caída
en lo que puede ser a nivel internacional el linchamiento.
En segundo término, creo que este Tratado tiene la ventaja de neutralizar los riesgos
que puede implicar una aplicación caótica del principio universal, como principio subsidiario.
En cuanto a la implementación de la adecuación de nuestra legislación al Tratado,
comparto en gran medida lo manifestado por el profesor Maier. Creo que la adecuación se
puede hacer de una manera bastante más sencilla sin perjuicio de una ley que establezca las
condiciones procesales y demás en cuanto al derecho de fondo, que es prácticamente a lo que
me voy a referir.
Entiendo que se pueden modificar algunas disposiciones del Código Penal y sí
introducir, como de alguna manera lo hacía el proyecto que ha perdido estado parlamentario,
una especie de legislación paralela en el interior del texto, referida exclusivamente a estos
delitos. No creo que esa sea la solución.
Debemos tener en claro qué significa la adecuación de nuestra legislación para dar
cumplimiento al Tratado. En el sentido de derecho penal de fondo esto significa que estemos
seguros de que ninguna de las conductas que estamos obligados a sancionar, conforme al
Tratado, quede impune o tenga una pena desproporcionada o ridícula en el orden interno. Ese
sería el objetivo de adecuación de nuestra legislación en cuanto al derecho de fondo. Para eso,
en principio, no veo inconveniente en que se pueda retocar el artículo 1E en el ámbito de
aplicación de la ley penal argentina del Código Penal.
El artículo 1E del Código Penal, a mi modesto entender, es defectuoso en algún
sentido. Creo que no se justifica el rechazo tan pleno que se hace del principio de
nacionalidad y, fundamentalmente, del principio de nacionalidad pasiva. Es decir, en general
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para cualquier delito cometido en perjuicio de un ciudadano argentino —y por supuesto para
estos— y que no haya sido juzgado, tendríamos que reivindicar la aplicación de nuestra ley
penal.
En segundo término, en principio no creo que sea conveniente y de ninguna manera
me parece que sea admisible conforme al espíritu del Tratado —ya se dijo hace un
momento—, someter a algunos de estos crímenes a la llamada Justicia Militar. Aunque no es
mi opinión, la opinión dominante en nuestro país es que la Justicia Militar es justicia
administrativa. Los jueces militares no son jueces; no es que no lo sean por ser legos, no lo
son por no ser independientes, no lo son por la estricta dependencia que tienen respecto del
Poder Ejecutivo. Ese es el problema.
Sí creo que nos debemos una reforma seria de nuestra Justicia Militar. Sé que es
posible que esto se haga, sé que es posible que podamos crear tribunales especializados en el
ámbito del Poder Judicial y, en tal caso, no vería inconveniente en que se asignase a estos
tribunales competencia en algunos de estos crímenes. Digo esto porque en el estado actual,
lamentable por cierto, en que se encuentra nuestra Justicia y nuestra legislación referida al
derecho penal y procesal penal militar, creo que esto es altamente inconveniente e incluso nos
puede ser seriamente reprochado en el plano internacional.
En tercer lugar, respecto de las eximentes insisto en lo que decía hace un momento;
debemos tener la seguridad de que no tendremos en nuestra legislación una eximente más
amplia que la prescripta en el Tratado. Y si revisamos la lista de nuestras eximentes,
realmente es más estricta que las eximentes previstas en el Tratado. Lo que puede pasar es que
nosotros resultemos condenando —por algunos de estos crímenes— a alguien que en el
Tribunal Internacional sería absuelto o sería tratado más benignamente.
En ese aspecto no hay ningún reproche desde el punto de vista internacional. No
tenemos por qué agregar una serie de eximentes, pero me permito llamar la atención sobre el
riesgo de agregar la lista de eximentes que contiene el Tratado.
El Tratado de Roma, por razones que no conozco exactamente, en su artículo 31
contiene algo que yo diría que es un error. Los apartados c) y d) del inciso 1E, es decir,
legítima defensa y coacción, contienen fórmulas que son amplísimas, que no son admisibles
para nuestro derecho interno vigente. Más aún —y en esto ha habido una crítica cerrada de los
profesores belgas, particularmente de los procedentes de la Universidad de Lovaina— se ha
llamado la atención sobre la circunstancia de que estos dos dispositivos legales parecen
chocar frontalmente con todas las previsiones de la Convención de Ginebra.
Yo diría que, sin forzar mucho la lectura de estos dispositivos, podría un defensor
hábil tratar de encuadrar en algunas de estas justificaciones o exculpaciones la conducta nada
menos que del señor Priebke. Esto nos da idea de la gravedad de colocar una fórmula de
semejante amplitud en nuestra legislación interna. Estimo que es conveniente mantener
nuestras eximentes, que son bastante limitadas, y si el Tribunal de Roma en algún momento
quiere absolver a alguien en función de esto, es un problema del Tribunal de Roma pero no de
aplicación de nuestro derecho interno. De cualquier manera, insisto en que esto no sería
objetable.
El único dispositivo que parece ser objetable es la llamada obediencia debida. Sé que
estoy hablando de una palabra que trae connotaciones extrañas, o no tan extrañas. Soy un
poco radical respecto de esta llamada eximente.
La obediencia debida no tiene existencia dogmática autónoma; no existe. La
obediencia debida llega a nuesta legislación procedente del viejo derecho romano con un
origen de derecho privado en la obediencia debida al pater familias. De esa manera el
patriarcado continúa en el derecho anglosajón. A partir del Código de Livingston lo copia el
Código del Brasil de 1830; de ahí lo copian los españoles y de allí nos vuelve. Pero la
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obediencia debida en la legislación penal, en el resto de los códigos que son extraños a esta
tradición, no existe y no tiene razón de existir efectivamente. Porque la obediencia debida
exime, pero exime cuando es estado de necesidad justificante; exime cuando es error
invencible; exime cuando es una situación de necesidad exculpante; fuera de esos supuestos
no exime.
En consecuencia se nos disuelve dentro de las otras eximentes. Creo que bastantes
dolores de cabeza nos ha traído y que simplemente podríamos adaptar nuestra legislación
interna al Tratado de Roma suprimiendo el inciso que hace referencia a la obediencia debida
en el Código Penal sin que nada cambie en la práctica, pues esos casos quedan comprendidos
en los restantes incisos si son eximentes y, si no lo son, naturalmente no funcionan.
Tengo la impresión de que algo parecido sucede con el caso del error. ¿Por qué
introducir una fórmula que nos remite a la vieja clasificación de error de hecho y error de
derecho? ¿Qué es lo peor que podría suceder si tomamos literalmente el Código argentino y
prescindimos de todo el trabajo dogmático que se ha hecho sobre el error en los últimos
treinta años? Podría suceder que digamos que el error de derecho no es relevante para la ley
argentina y que condenásemos a alguien que por el Estatuto de Roma sería absuelto. Desde el
punto de vista internacional no habría absolutamente ningún reproche. Lo inverso sería
reprochable; esto no sería reprochable.
Introducir reglas específicas para la participación o para la tentativa cuando nosotros
tenemos elaborado dogmáticamente esto hace muchísimo tiempo y nuestra jurisprudencia
funciona normalmente, significaría introducir elementos que proceden de otros sistemas
jurídicos distintos al nuestro y que desconocen todas estas elaboraciones. No se han producido
vacíos de punibilidad en nuestra legislación hasta el día de hoy respecto de estos institutos.
Más aún, introducir la conspirance, tenemos la asociación ilícita. En el mismo proyecto se
propone establecer una calificante para la asociación ilícita. Pero la asociación ilícita no es la
conspirance. Nos olvidemos que la conspirance es una institución del derecho anglosajón que
fue inventada a medida que los jueces anglosajones perdían la potestad de crear tipos penales.
A medida que fueron perdiendo esa potestad, hasta que la perdieron definitivamente, para
penar conductas que no estaban incluidas en derecho legislado, inventaron la conspirance.
Era una forma de construir tipos penales analógicamente a medida que iban perdiendo la
facultad o la potestad histórica de construirlos legítimamente. Creo que hay una seria
inconveniencia en esto.
En cuanto a la parte especial o a los delitos en particular, aquí me permitiría
recomendar que se integre una comisión que deberá hacer un trabajo de investigación para lo
cual tendrá que disponer de unos meses. Como dije hace un rato, lo importante es estar
seguros de que en nuestra legislación no queda impune o ridículamente penada ninguna de las
conductas que el Tratado de Roma nos obliga a tipificar.
Esto exige un trabajo comparativo entre lo que prescribe el Tratado de Roma y lo que
se encuentra legislado en nuestro Código Penal. Este trabajo comparativo es una cosa; cortar
con una tijera el Tratado de Roma y pegarlo al lado de nuestra Parte Especial es otra. Y esto
segundo me parece que no tiene ningún sentido y que, incluso, hasta podría derivar en
soluciones absolutamente injustas, aberrantes o, a veces, más favorables frente a algún caso
de crimen internacional. No lo sabemos. Esto requiere una investigación. Sí hay que cortar y
pegar al lado, pero para hacer la comparación y para cubrir con legislación aquel tramo que
queda descubierto conforme a nuestra legislación vigente. Pero no tiene sentido que tengamos
dos violaciones, dos homicidios o dos homicidios calificados por estrago.
Creo que lo que hay que hacer es un serio trabajo de investigación que lleva mucho
tiempo, no años, pero si unos meses, por parte de una comisión muy especializada que trate de
hacer esta comparación. Y, como resultado de esta investigación, ver qué tipos de la parte
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especial hay que retocar, qué tipos hay que calificar y qué penas de la parte especial hay que
agravar. De esa manera queda cubierta la posibilidad de impunidad, que sería lo que nos
acarrearía una violación del Tratado de Roma.
Lamento que Julio me haya sacado una parte del discurso, pero no hay más tiempo.
Sra. Presidenta. — Muchas gracias, doctor Zaffaroni. Si no hay preguntas sobre lo que el
doctor acaba de exponer, vamos a escuchar a la doctora Alicia Oliveira.
Sra. Oliveira. — Quiero aclara que pertenezco al Poder Ejecutivo que envió el proyecto pero
no al gobierno que envió el proyecto. Es decir, este proyecto de complementación o
subsidiaridad del CPI, del Tribunal Penal Internacional fue elaborado durante los gobiernos
anteriores y enviado al Senado.
Nosotros encontramos algunas discusiones sobre el tema, comenzamos a analizarlo y
el Poder Ejecutivo está dispuesto a analizar las críticas que se le hacen para elaborar un
proyecto adecuado. Escuchaba a los doctores Maier y Zaffaroni, quienes piensan
exáctamente lo mismo, salvo sobre traer el modelo cerrado o introducir conductas típicas. Esa
es la diferencia entre los dos.
Quiero hacer una aclaración sobre el tema de los tribunales militares. Como dijo el
señor senado Yoma, la Argentina ha sido denunciada por varias sentencia condenatorias de
tribunales militares. En este momento, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha
admitido esas denuncias por considerar que el Código de Justicia Militar Argentino afecta las
garantías del debido proceso, al mismo tiempo que afecta la independencia del Poder Judicial.
Tenemos un dictamen de la Auditoría General de las Fuerzas Armadas que nos pide
también que modifiquemos el Código y dejemos exclusivamente un código de carácter
administrativo, sancionatorio de conductas no penales, por considerar también ellos que
afecta los derechos de la garantía del debido proceso y les quita el carácter de ciudadanos a
quienes son juzgados por ese Código. Creo que esto es un dato muy importante para la
modificación del Código. No podemos ser bicéfalos en esto. Tenemos que tener una sola
cabeza en función de las garantías y de los derechos. Esto tiene que ver con la política clara
que este gobierno tiene en relación al respeto de los derechos humanos.
Quiero aclarar que no fue sólo Cancillería la que actuó en la confección de este
proyecto. Actuaron también los ministerios de Defensa y de Justicia. Nosotros estamos
dispuestos a reiniciar el proceso, a tratar nuevamente con los ministerio de Justicia y de
Defensa y tratar de modificar los errores o tonos distintos que hoy se consideran necesarios
para tener una ley de implementación adecuada. Muchas gracias.
Sra. Presidenta. — Tiene la palabra el señor senador Yoma.
Sr. Yoma. — Quería preguntarle a la doctora Oliveira si, en función de lo que dijo, el Poder
Ejecutivo estaría mandando un proyecto al Senado o esperaría la elaboración de la Comisión.
Sra. Oliveira. — Nosotros podríamos ponernos a trabajar para elaborar un proyecto con las
indicaciones que se han dado. Nos gustaría hacerlo porque, de cualquier manera, este
proyecto había sido del Poder Ejecutivo. Pero ésta es una decisión en conjunto; no es un
problema de competencias ni nos vamos a pelear por ello.
Sra. Presidenta. — En relación con la pregunta del señor senador Yoma, que es de carácter
operativo, me parece que estando ya este proyecto en discusión en la Comisión de Asuntos
Constitucionales, habiendo llamado a juristas, teniendo siempre la posibilidad de elaborar
desde aquí el proyecto y habiendo caducado el proyecto enviado por el Poder Ejecutivo, lo
que podemos hacer es mantenernos en contacto con Cancillería para que el Poder Ejecutivo
manifieste qué piensa respecto de las alternativas de proyectos que se pueden ir dando en el
Senado y en la Comisión de Asuntos Constitucionales.
No quiero fijar una fecha determinada, pero en no más allá de treinta días me parece
que estaríamos en condiciones de emitir un dictamen y someterlo a consideración del Poder
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Ejecutivo o, mientras se va desarrollando el dictamen, tener consultas con el Poder Ejecutivo
y con los juristas que han venido aquí y otros que la Comisión estime conveniente para poder
desarrollar un texto que realmente sirva a lo que estamos planteando.
Tiene la palabra el señor senador Menem.
Sr. Menem. — La presidenta de la Comisión habla de treinta días mientras que el doctor
Zaffaroni dice que harían falta varios meses para el trabajo de una Comisión. A mí me parece
que hacer funcionar una comisión, si se acepta esa tesitura, en el ámbito de esta Comisión
sería un poco complicado.
En ese sentido, optaría por esperar a que el Poder Ejecutivo mande otro proyecto y lo
trataríamos aquí. Creo que sería mucho más ejecutivo y mucho más práctico.
De no ser así, pediría que se cite a esta Comisión a los juristas que intervinieron en la
redacción del proyecto anterior. Entre ellos está el doctor David, y me gustaría que sea citado
porque indudablemente aquí hay un contrapunto respecto a los conceptos que existen para
implementar el Tratado de Roma.
Aquí se ha hablado desde traer este asunto como una cosa cerrada hasta lo
mencionado por el doctor Zaffaroni, en el sentido de que solamente deberían hacerse
modificaciones al Código Penal e incorporar los otros delitos. Los caminos son distintos; no
hay un solo camino.
Mi propuesta es que escuchemos a las distintas campanas y que el Senado decida en
consecuencia, o espere a que el Poder Ejecutivo tome una decisión para analizarla en ese
momento. Me parece que sería mucho más ejecutivo y práctico esperar el proyecto del Poder
Ejecutivo, con la intervención de Cancillería y de todos los organismos que han colaborado en
la redacción de este proyecto.
Sra. Presidenta.— No habiendo más preguntas para los catedráticos que se han hecho
presentes en esta reunión, los despedimos agradeciéndoles su participación.
— Se retiran de la sala los doctores Maier, Zaffaroni y Oliveira.
Sra. Presidenta.— Continúa la reunión.
Tiene la palabra el señor senador Yoma.
Sr. Yoma.— Señora presidenta: salvo el aspecto formal de que ha caducado el dictamen
anterior, creo que tenemos elementos suficientes como para elaborar un dictamen y que sea el
Senado quien dé inicio al tema. Digo esto porque no encuentro razón para delegar la facultad
de la iniciativa legislativa en otro poder, ya que bien la podemos tener nosotros; de hecho las
consultas ya se han realizado.
Por lo tanto, me parece que sería correcto contar con la opinión de quienes han
participado en la elaboración del dictamen anterior. Es por ello que considero oportuno
realizar otra ronda de consultas en una próxima reunión, a fin de estar en condiciones de
elaborar un dictamen. Es decir, hay un dictamen que caducó y existe un proyecto que hemos
presentado algunos senadores y que hemos consultado con algunos juristas. En consecuencia,
para salvar estas diferencias de enfoque jurídico, se puede consultar a quienes participaron en
la redacción anterior y así elaborar un dictamen.
Además, cabe destacar que este tema no es extraño al Senado. En 1998, el cuerpo
aprobó la modificación del Código Penal, incorporando los crímenes de guerra y de lesa
humanidad; sanción que luego caducó en la Cámara de Diputados. Ahora, tenemos un
dictamen y un proyecto de ley del Poder Ejecutivo que también ha sido elaborado.
Por lo tanto, considero que es un buen momento para que el Senado tome la iniciativa
en este asunto. Ya hemos realizado algunas consultas, se harán las que se tengan que hacer y
en el momento que designe la Comisión estaremos en condiciones de emitir dictamen.
Por otra parte, el vicepresidente de la Cámara —el doctor López Arias— ha
comunicado la realización de una convocatoria a la que asistirá el Senado argentino, que se
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llevará a cabo a fines de marzo en la ciudad de Brasilia. Allí, los países latinoamericanos
debatirán los avances obtenidos en cuanto a la implementación del Estatuto de Roma.
En consecuencia, sería positivo que la delegación argentina ya cuente con un dictamen
sobre el tema.
Sra. Presidenta.— En primer lugar, creo que el doctor David —a quien el senador Menem
propone que se cite en esta Comisión— ya estuvo presente en la Comisión de Relaciones
Exteriores y Culto, si mal no recuerdo el año pasado o anteriormente.
De todos modos, no hay inconveniente alguno en citarlo nuevamente para la próxima
reunión de la Comisión, que se llevará a cabo el día jueves 18 de marzo a las 16 horas.
Por otra parte, como la convocatoria de Brasilia es para el 25 y 26 de marzo, me
parece que para esa fecha tal vez podamos tener el dictamen emitido.
Como todos los senadores sabrán, el día 23 de marzo se realizará un plenario de tres
comisiones a fin de considerar el proyecto enviado por el Poder Ejecutivo en otro tema
importante, que es el ingreso de tropas al país. Por lo tanto, ese día también estaríamos en
condiciones de emitir un dictamen sobre este tema.
En consecuencia, la propuesta concreta es que el próximo jueves 18 se cite al doctor
David y el día 23 de marzo emitir el dictamen correspondiente.
Tiene la palabra el señor senador Menem.
Sr. Menem. — Como ha cambiado el criterio de enfoque de acuerdo a lo mencionado hoy
aquí por los invitados que han asistido y debido a que cuando expusieron las ONGs y las
organizaciones de derechos humanos en la Comisión de Relaciones Exteriores y Culto habían
estado de acuerdo con el proyecto enviado por el Poder Ejecutivo —salvo dos o tres
modificaciones—, quisiera escuchar otra vez sus opiniones respecto de este asunto.
En consecuencia, solicito que se cite a todas las organizaciones de derechos humanos
para que opinen sobre este cambio de enfoque que se ha puesto en marcha, respecto al
tratamiento de este tema.
Por otra parte, me gustaría proponer también a algún otro jurista especialista en el
asunto.
Sra. Presidenta.— Entonces, la convocatoria es para el jueves 18 de marzo, con la
participación del CELS y de otras organizaciones de derechos humanos, que son las que más
activamente han intervenido en esta cuestión. En ese sentido, no existe inconveniente alguno.
No habiendo más temas para considerar, queda levantada la reunión.
— Son las 17 y 36.
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