Hacia una mayor autonomía de los órganos internos de control Por Luis Odin García Martín del Campo Es una exigencia ineludible para la sociedad mexicana el contar con los conocimientos necesarios para exigir una legislación eficaz que garantice la regularidad y legitimidad en el accionar administrativo, y de esta manera contar con los medios de defensa de los derechos que tutelan los intereses de la sociedad. La prestación de servicios públicos y de la actividad administrativa, así como la encomienda pública a los tres poderes de la unión en los tres niveles de gobierno, es de suma importancia, ya que tienen la prerrogativa de dar cumplimiento a lo dispuesto por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, ello en virtud de que no puede dejarse al arbitrio de quienes ejercen un encargo público, el bienestar de los ciudadanos, es por ello que a lo largo de la historia la normatividad se ha ido ajustando a las necesidades de protección para los gobernados, siendo necesario que se coaccione a aquellos servidores públicos que no ejercen su función correctamente. Los servidores públicos son responsables de la conducta que observen con motivo del servicio a su cargo. El título Cuarto de nuestra Carta Magna señala cuatro tipos de responsabilidades: civil, penal, administrativa y política. Asimismo, como ordenamientos secundarios que contienen en específico la implementación de las citadas responsabilidades, son la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos, la Ley Federal de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos, el Código Penal Federal y el Código Civil Federal. El actual régimen de responsabilidades de los servidores públicos fue creado como respuesta al reclamo de la sociedad mexicana ante la necesidad de controlar la conducta de los servidores públicos y la corrupción. Para comprender el régimen de responsabilidad de los servidores públicos, es de suma importancia determinar los principios y objetivos del servicio público que se brinda a la sociedad, derivado del encargo que constitucionalmente tienen encomendado aquellos sujetos que forman parte de los tres poderes de la Unión. Así pues, se deben conocer los alcances de cada uno de sus encargos, con el objeto de poder determinar el grado y tipo de responsabilidades que podrían ser fincadas a los mismos. El artículo 108 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su primer párrafo nos indica los servidores públicos que son sujetos de responsabilidad, contando con ese carácter los representantes de elección popular, los miembros del Poder Judicial Federal y del Poder Judicial del Distrito Federal, los funcionarios y empleados y, en general, toda persona que desempeñe un empleo, cargo o comisión de cualquier naturaleza en el Congreso de la Unión, en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal o en la Administración Pública Federal o en el Distrito Federal. El antecedente inmediato en relación con el régimen de responsabilidad de los servidores públicos es la extinta Secretaría de Contraloría y Desarrollo Administrativo (SECODAM), esta Secretaría tuvo su primer antecedente en los estertores de la Revolución como movimiento armado; en cierta forma, es consecuencia de la Constitución de 1917 que trae la reforma a la organización hacendaria, y que en 1918 da origen a la Ley Orgánica del Departamento de la Contraloría de la Federación. Actualmente, dicha función está a cargo de la Secretaría de la Función Pública (SFP), quien a través de los Órganos Internos de Control (OIC) se encarga de supervisar que el actuar de los servidores públicos este apegado a los principios que rigen al servicio público, mismos que se consagran en el artículo 109 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como en el artículo 7 de la actual Ley Federal de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos, éstos principios son: legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y eficiencia. El papel que juegan los Órganos Internos de Control (OIC) es de gran relevancia, toda vez que apoyan a la Secretaría de la Función Pública de forma permanente, proponiendo mejores prácticas de innovación, coordinando esfuerzos e impulsando el logro de los objetivos planteados con plena orientación a resultados, además promueven la calidad y relevancia de las acciones que serán comprometidas en el Proyecto Integral de Mejora de la Gestión, emitiendo opiniones no vinculantes a través de su participación en los equipos de trabajo, que para tal efecto constituyen los servidores públicos responsables en cada institución de la Administración Pública Federal. La naturaleza jurídica de los Órganos Internos de Control (OIC) se encuentra prevista en la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, que en su artículo 37 señala que “éstos entes dependerán jerárquica y funcionalmente de la Secretaría de Contraloría y Desarrollo Administrativo (actualmente Secretaría de la Función Pública), tendrán el carácter de autoridad y realizarán la defensa jurídica de las resoluciones que emitan en la esfera administrativa y ante los Tribunales Federales, representando al Titular de dicha Secretaría para conocer e investigar las conductas de los servidores públicos, que puedan constituir responsabilidades administrativas”. No obstante lo anterior, para el desarrollo de sus funciones, los Órganos Internos de Control (OIC) reciben el presupuesto del Ente Administrativo que regulan, lo cual en muchas ocasiones obstaculiza el adecuado desarrollo de sus funciones, pues derivado de esa dependencia presupuestal se limita la facultad para transparentar y fiscalizar el actuar de los servidores públicos de mayor jerarquía, concretándose la mayoría de las ocasiones a proceder contra funcionarios que comenten irregularidades administrativas, cuya gravedad y sanción es menor. Por lo antes mencionado, es prioritario que se realice una restructuración orgánica de la Secretaría de la Función Pública, para que los Órganos Internos de Control (OIC) resurjan como entes desconcentrados, cuyo presupuesto sea contemplado dentro del asignado a la mencionada Secretaría, al amparo del artículo 17 de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, cuyo texto menciona que “para la más eficaz atención y eficiente despacho de los asuntos de su competencia, las Secretarías de Estado y los Departamentos administrativos podrán contar con órganos administrativos desconcentrados que les estarán jerárquicamente subordinados y tendrán facultades específicas para resolver la materia, de conformidad con las disposiciones legales aplicables”; es decir, de realizarse dicha restructuración, los Órganos Internos de Control estarían sujetos a desempeñar un mejor papel ante las exigencias de la sociedad. Los actos administrativos que se generan dentro de la actividad de los Órganos Internos de Control (OIC) emanan de la norma, no de la instrucción derivada de una relación jerárquica, empero, la distinción que se llega a otorgar a funcionarios públicos por su jerarquía sólo es fuente de impunidad, promoviendo corrupción, cuyos efectos lesionan permanentemente a la sociedad, llevándonos al desperdicio de recursos, a problemas públicos y a la degeneración del servicio público; enfocando las fuerzas de los funcionarios y de la sociedad hacia la búsqueda de ganancias o beneficios derivados de prácticas de corrupción, la Secretaría de la Función Pública debe abandonar su papel de Ministerio Público de hecho en el ámbito administrativo y ocuparse mas en la prevención e innovación de mecanismos que induzcan en los funcionarios un cambio de mentalidad y una conciencia del servicio centrado en la satisfacción ciudadana y en la superación de los problemas sociales. Las normas relacionadas con el actuar de los Órganos Internos de Control (OIC) se plasman en diversos ordenamientos que se encuentran en toda la pirámide jurídica, desde la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, pasando por leyes y reglamentos hasta circulares y manuales que, en algunos casos, ni siquiera se encuentran publicados en el Diario Oficial de la Federación, por lo que el Gobierno Federal debe responder a nuevas exigencias y a retos renovados, ya que no basta con asegurar un cierto nivel de transparencia y fiscalización; el combate a la corrupción debe realizarse en todos los niveles posibles; de no hacerlo, continuarían los efectos manifestados en todos los ámbitos de la Administración Pública Federal, con sus expresiones de ignorancia, pérdida de valores morales y éticos, irresponsabilidad y corrupción. En ese sentido, el Gobierno Federal está obligado a entregar a cada ciudadano los elementos indispensables para comprender el desempeño de los servidores públicos en la sociedad, para cambiar en la misma medida que lo hace el mundo, dejando de buscar una adaptación al presente sino una anticipación del futuro.