MASTER EN DERECHO DEPORTIVO INTERNET Y NUEVAS TECNOLOGÍAS Feliciano Casanovas Guasch Marbella, 2 de junio de 2002 Estamos siendo testigos de una era de grandes cambios en todos los órdenes de nuestra sociedad originados por las tecnologías de la información y comunicación (TIC) que, si bien no dejan de sorprendernos, nos hemos acostumbrado a vivir con toda una serie de herramientas tecnológicas hasta el punto que no ya podemos prescindir de ellas. La red de Internet, el teléfono móvil, los ordenadores, por poner algunos ejemplos, no solo forman parte de nuestras vidas sino que se han convertido en piezas claves en el desarrollo económico de todas las economías del mundo. La amplitud de los temas relacionados con toda esta revolución tecnológica es grandiosa, por lo que este trabajo, que bien pudiera merecer el calificativo de ensayo, solamente pretende mostrar sumariamente cómo las nuevas tecnologías están influyendo en la sociedad, pero siempre con el pensamiento enfocado al ámbito del Derecho relacionado con el deporte. La importancia del deporte como fenómeno social en nuestra sociedad es un hecho indiscutido del que hasta la jurisprudencia del Tribunal Supremo se hace eco, como lo demuestra la STS de 7 de noviembre de 2001 que, en referencia al fútbol, llega a manifestar que no cabe olvidar la incidencia del fútbol en nuestro país como fenómeno social. Como tal fenómeno social, el mismo presenta una relevancia jurídica a la que el Derecho no ha hecho otra cosa que aplicar las reglas para regular un sector que con el tiempo ha adquirido caracteres desconocidos e impensados en los inicios del deporte amateur. Ahora, con el advenimiento de todos los progresos tecnológicos, contemplados éstos también como fenómeno social, y sabiendo que afecta a todos los ámbitos sociales, la pregunta es en qué medida también afecta al Derecho relacionado con el deporte. Ciertamente, esta revolución tecnológica que comenzó a gestarse en el finado siglo XX, es imposible adivinar el futuro y, será, como la mayoría de todos los cambios y revoluciones habidas a lo largo y ancho de la historia, un proceso largo y desglosado en multitud de etapas en el que una herramienta de comunicación, la red de Internet, va a convertirse en el centro de lo que ha venido a denominarse sociedad de la información. Las fronteras de los Estados se desmoronan ante la arquitectura universal de la gran telaraña, de manera que los prestadores de servicios y sus usuarios se desenvuelven en un mercado de difícil gobierno, creado en libertad y dispuesto a absorber para sí la mayor parte del tráfico económico que, hasta el fin de siglo, se desarrollaba mediante transacciones directas, con referencias territoriales normalmente concretas respecto de la nacionalidad y el domicilio de los intervinientes (Muñoz Machado, 2000). El deporte, que se ha convertido en una actividad mundialmente institucionalizada, que implica a millones de personas como participantes y a cientos de millones como espectadores (Mason, 1994), es receptor de todos los cambios tecnológicos, especialmente en el deporte que podemos denominar de masas (fútbol, baloncesto, ciclismo, etc.), lo que trae consigo una serie de cuestiones jurídicas relacionadas con la utilización por parte de las entidades deportivas de las nuevas TIC. Así, la creación por una entidad deportiva de una página web desde el que se ofrezca información de la entidad y de los jugadores, se pueda proceder a la venta de entradas y todo tipo de productos relacionados con el merchandising de la entidad, se haga publicidad desde la propia página web, o se establezcan enlaces a otras páginas web, a todo este tipo de actividades le es de aplicación una normativa que hoy podemos calificar de novedosa (firma electrónica, Directiva sobre el comercio electrónico), pero que en poco tiempo 2 pasará a convertirse en algo tan común como pueda ser nuestro ya centenario Código Civil, la Ley de enjuiciamiento civil o la Ley general para la defensa de los consumidores y usuarios. Es más, debemos decir que, aún cuando comienza a aparecer una nueva normativa que trae causa de toda esta revolución tecnológica, es precisamente la normativa más consolidada la que sufre los rigores de las TIC. Ejemplo de la influencia que las TIC están teniendo en el derecho lo encontramos especialmente en toda aquella normativa en la que la Administración pública tiene un especial protagonismo por ser sujeto directo de los derechos y obligaciones que emanen de las respectivas disposiciones. Así, en el ámbito fiscal, la presentación telemática de las declaraciones de los tributos, o la facturación electrónica, son ejemplos de cómo las TIC están influyendo en el Derecho planteando nuevos retos tanto a los ciudadanos como a la propia Administración. En este orden de cosas, y si enfocamos la cuestión hacia el deporte profesional, donde la configuración mercantil de las entidades participantes como sociedades anónimas deportivas (salvo determinadas excepciones), nos encontramos ante un panorama de una serie de entidades con un objeto social muy delimitado, pero que no deja de tener naturaleza mercantil, lo cual nos traslada a una situación en la que en este tipo de entidades penetra el ordenamiento jurídico de igual manera que en otro tipo de entidades, con independencia del objeto social al que destinen sus recursos. Por lo tanto, este tipo de entidades se ven sometidas a todo tipo de avatares que tienen lugar en su actividad diaria, y podemos afirmar que las cuestiones de índole jurídica que traigan causa de la implantación y utilización de las TIC en el seno de las entidades deportivas irá en aumento. A partir del impulso liberalizador seguido desde la Unión Europea en el sector de las telecomunicaciones, se inicia un camino que supone la rotura del sistema tradicional de monopolio natural para pasar a un régimen de competencia. En menos de diez años cuatro en el caso de España- el sector europeo de las telecomunicaciones ha experimentado una transformación radical. En un sector hasta ahora dominado por monopolios rígidos y, en algunos caos, ineficaces, reina desde 1998 una competencia plena gracias a la liberalización total de los servicios y las infraestructuras (Llaneza González, 2000). Dos hitos históricos pueden citarse como germen de toda la actividad liberalizadora impulsada desde la UE. En primer lugar, la doctrina emanada por el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas a raíz de su sentencia de 20 de marzo de 1985 (Asunto British Telecom), en la que se establece que las empresas que tengan atribuidos derechos exclusivos para la gestión de servicios públicos de telecomunicaciones han de estar también sometidas a las reglas de la libre competencia. Esto contribuyó a la aprobación de lo que podemos considerar el punto de arranque de la actual política comunitaria respecto de las telecomunicaciones, de tal manera, que a partir de este momento los pasos que se dan para la consecución de la política comunitaria son progresivos (Terol Gómez, 2000). El otro momento histórico cabe identificarlo con la promulgación de dos importantes Directivas, la Directiva 90/387, de 28 de junio de 1990, relativa al establecimiento del mercado interior de los servicios de telecomunicaciones mediante la realización de la oferta de red abierta de telecomunicaciones y la Directiva 90/388, también de la misma fecha, relativa a la competencia de los mercados de servicios de telecomunicaciones, cuyo 3 objetivo confesado es la liberalización del mercado de las telecomunicaciones desde la perspectiva de la libre prestación de servicios. Otras Directivas como la 98/10/CE, de 26 de febrero de 1998, sobre la aplicación de la oferta de red abierta a la telefonía vocal y sobre el servicio universal de telecomunicaciones en un entorno competitivo, han continuado el camino liberalizador impuesto en materia de telecomunicaciones desde las instancias comunitarias, con el objetivo claro de establecer un marco jurídico armonizado que garantice la prestación del servicio universal. Fruto de todo este proceso liberalizador es la Ley 11/1998, de 24 de abril, General de Telecomunicaciones (LGTT), cuya regla general es que las telecomunicaciones son servicios de interés general que se prestan en régimen de competencia (art. 2). Podemos citar, entre otras, las siguientes normas que comienzan a configurar los pilares del marco jurídico europeo conformador de la sociedad de la información: Directiva 95/46/CE, de 24 de octubre de 1995, del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a la protección de las personas físicas en lo que respecta al tratamiento de datos personales y a la libre circulación de datos. Directiva 97/7/CE, de 20 de mayo de 1997, del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a la protección de los consumidores en materia de contratos a distancia. Directiva 97/66/CE, de 15 de diciembre de 1997, del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa al tratamiento de los datos personales y a la protección de la intimidad en el sector de las telecomunicaciones. Directiva 98/34/CE, de 22 de junio de 1998, del Parlamento Europeo y del Consejo, por la que se establece un procedimiento de información en materia de las normas y reglamentaciones técnicas y de las reglas relativas a los servicios de la sociedad de la información. Directiva 98/48/CE, de 20 de julio de 1998, del Parlamento Europeo y del Consejo, que modifica la Directiva 98/34/CE, por la que se establece un procedimiento de información en materia de normas y reglamentaciones técnicas. Directiva 98/84/CE, de 20 de noviembre de 1998, del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a la protección jurídica de los servicios de acceso condicional o basados en dicho acceso. Directiva 1999/93/CE, de 13 de diciembre de 1999, del Parlamento Europeo y del Consejo, por la que se establece un marco para la firma electrónica. Directiva 2000/31/CE, de 8 de junio de 2000, del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a determinados aspectos jurídicos de los servicios de la sociedad de la información, en particular el comercio electrónico en el mercado interior (Directiva sobre el comercio electrónico). Directiva 2000/46/CE, de 18 de septiembre de 2000, del Parlamento Europeo y del Consejo, sobre el acceso a la actividad de las entidades de dinero electrónico y su ejercicio así como la supervisión cautelar de dichas entidades. Directiva 2001/29/CE, de 22 de mayo de 2001, del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a la armonización de determinados aspectos de los derechos de autor y derechos afines a los derechos de autor en la sociedad de la información. 4 Es tal la complejidad derivada de la imparable progresión del sector de las TIC que alrededor del mismo se suscitan cuestiones realmente centrales en la teoría general del Derecho, o que afectan a la propia configuración del Estado, a los sistemas de gobierno, a la organización de la Administración, hasta el punto que surgen cuestiones cómo, ¿cuál es el papel de los Estados en el futuro dominado por la globalización? ¿Cuáles son las instituciones internacionales que deben ocuparse de dar respuestas a unas cuestiones de dimensión planetaria? ¿Se podrá postular la actuación descentralizada a través de organizaciones de nivel regional, como puede ser la Unión Europea en nuestro ámbito geográfico? ¿Cómo y quién garantiza la protección de los derechos fundamentales? ¿Qué tribunales se ocuparán de las garantías de los derechos y del cumplimiento de las decisiones de las autoridades públicas? ¿Cómo se llevará a efecto el cumplimiento de las sentencias?, etc. Muchas cuestiones derivadas de ese concepto de aldea global a la que irremediablemente caminamos y que tanto la clase política, la doctrina científica, como los tribunales deberán ir dando respuesta con el fin de evitar de que el ordenamiento jurídico quede obsoleto, anacrónico y divorciado, en fin, de la realidad social a la que está llamada a regular y, junto a aquella función de adaptación a la cambiante realidad social, el Derecho tiene también, cuando sea necesario, que provocar los cambios, o encauzar los que se vayan produciendo, o evitar que se manifiesten (por ejemplo, prohibiendo y sancionando determinados comportamientos no deseables que surjan en el grupo). Con lo cual, el Derecho estará conformando la realidad social y adaptándola a criterios de justicia (Fernández-Galiano, 1986). Siendo conscientes de los profundos cambios que traen consigo las TIC, las entidades deportivas también deberán enfrentarse a situaciones nuevas que hasta ahora no llegaban a imaginar. Conceptos nuevos como los nombres de dominio, la firma electrónica, el correo electrónico, la página web, los proveedores de servicios de Internet; la aparición de nuevas categorías de bienes y servicios, como el dinero electrónico y los servicios de la sociedad de la información; o nuevas formas de comercio, como el comercio electrónico, sin duda, también tienen cabida en el ámbito del deporte. La complejidad de las materias ha supuesto que la nueva normativa que va siendo promulgada tenga la necesidad de dedicar un artículo o anexo específico destinado a ofrecer las definiciones de los distintos conceptos que aparecen en la norma, por cuanto estamos en presencia de expresiones prácticamente desconocidas por todos, técnica, cabe decir, especialmente seguida en el ámbito comunitario. Así, la LGTT ofrece un anexo en el que se explicitan conceptos tales como red privada de telecomunicaciones, servicios de telecomunicaciones, dominio público radioeléctrico, espacio público de numeración, etc., que aparecen en el contenido de la norma y que hace que sea necesario una concreción del contenido del concepto para facilitar la labor del intérprete y, en definitiva, dar una mayor garantía y seguridad jurídica en la aplicación de la norma. Una de las normas de mayor relevancia es la Directiva 2000/31/CE, de 8 de junio, conocida como Directiva sobre el comercio electrónico, por cuanto tiene como finalidad garantizar el elevado nivel de integración jurídica comunitaria con objeto de establecer un auténtico espacio sin fronteras interiores en el ámbito de los servicios de la sociedad de la información. Esta Directiva viene a cubrir el vacío normativo existente tras la implantación de Internet como medio que canaliza los negocios en la era digital y pretende conseguir el cumplimiento del correcto funcionamiento del mercado interior. En España, tras una serie de fracasados anteproyectos, y como respuesta al mandato establecido en la precitada 5 Directiva, se ha presentado un Proyecto de Ley sobre los servicios de la sociedad de la información y de comercio electrónico, el cual nace con abierta polémica y con un dudoso art. 8 que algunos ya se han apresurado en tachar de inconstitucional. Este proyecto presenta importantes cuestiones en relación con toda la actividad derivada de los servicios prestados por vía electrónica. Si bien el Proyecto de Ley utiliza el concepto de servicios, éstos deben ser objeto de una actividad económica quedando, por tanto, excluidos del ámbito de aplicación de la norma todas aquellas comunicaciones electrónicas que puedan realizarse entre particulares o, siendo establecidas en el ámbito de una actividad empresarial, tengan una finalidad ajena a la actividad económica de quienes los utilicen. Así, el uso del correo electrónico por parte de personas naturales que actúan fuera de su profesión, negocio o actividad profesional, incluso cuando es usado para celebrar contratos entre sí, no constituyen un servicio de la sociedad de la información. La lista de servicios comprendidos es cerrada y, aunque se utilice la expresión servicios, la misma cabe que extenderla también a la contratación de bienes o servicios, la organización y gestión de subastas, la gestión de compras en Internet por grupos de personas, el envío de comunicaciones comerciales, el suministro de información, el alojamiento de datos, o el video bajo demanda. Este carácter cerrado de la lista de servicios comprendidos en el texto -que viene impuesto por la Directiva-, si bien ofrece cierta seguridad a la hora de delimitar el ámbito de aplicación de la norma, se antoja puede quedar fácilmente obsoleta ante la rapidez con la que acontecen todos los cambios tecnológicos. Teniendo en cuenta la utilización de Internet que están realizando las entidades deportivas para, entre otras actividades económicas, vender productos relacionados con el merchandising de la entidad, la futura norma tendrá una especial aplicación sobre este tipo de actividades, pues el Título IV (arts. 22 a 28, ambos inclusive), están dedicados a la contratación por vía electrónica, regulándose la validez y eficacia de los contratos celebrados por vía electrónica (tendrán la misma validez que los contratos en soporte papel), la prueba de este tipo de contratos (el soporte electrónico en que conste un contrato celebrado por vía electrónica será admisible en juicio como prueba documental), o el lugar de la celebración de los contratos (los celebrados entre un empresario y un consumidor se presumirán celebrados en el lugar en que el consumidor tenga su residencia habitual, mientras que cuando la contratación tenga lugar entre empresarios, los contratos se presumirán celebrados en el lugar en que esté establecido el prestador de los servicios), entre otras cuestiones, lo que viene a probar, una vez más, cómo el ordenamiento jurídico tiene que ir dando entrada y validez a toda una serie de cuestiones nuevas como los contratos electrónicos. Pero, junto con las novedades que, de por sí, ya presenta el Proyecto, éste también contempla otra de no menos calado, si tenemos en cuenta que la modificación recae sobre dos normas consagradas en nuestro ordenamiento jurídico y supone un cambio importante en el ámbito del derecho de obligaciones y contratos de nuestro ordenamiento patrio. Nos estamos refiriendo a las modificaciones del art. 1262 del Código Civil (CC) y del art. 54 del Código de Comercio (CCo) que se establecen en la disposición adicional cuarta del precitado Proyecto de Ley. La modificación propuesta intenta salir al paso a los problemas surgidos en el momento de perfección del contrato en las contrataciones 6 electrónicas. Si históricamente el sistema del CC rechazó tanto la teoría de la emisión o declaración como la de expedición o remisión, interpretando la expresión del art. 1262 del CC, “desde que llegó a su conocimiento”, como una adhesión a la teoría de la cognición o del conocimiento, y el sistema del CCo se adscribía a la teoría de la emisión, declarando perfeccionado el contrato celebrado por correspondencia “desde que se conteste aceptando la propuesta o las condiciones con que ésta fuera modificada”, lo cual planteaba importantes diferencias en orden al tiempo en que puede ser retirada la oferta, diferencias que se justificaban en orden a la propia celeridad del tráfico mercantil (Uría, 1998), la nueva era digital ha cambiado las reglas para unificar los dos sistemas y evitar la fragmentación del ordenamiento jurídico en función de la calificación del contrato como civil o mercantil. La modificación puede plantear cierta confusión al establecer un régimen distinto en función de si la oferta se realizó estando las partes en lugares distintos (en tal caso, el contrato se perfecciona desde que el oferente conoce la aceptación o desde que, habiéndosela remitido el aceptante, no pueda ignorarla sin faltar a la buena fe, lo que nos lleva de nuevo a la teoría del conocimiento), o si los contratos se celebran mediante dispositivos automáticos (la perfección se produce desde que se manifiesta la aceptación, que parece coincidir con la teoría de la emisión). No sabemos muy bien lo que pretenderá la norma con esta diferencia y la duda surge en el momento en que se utilice el correo electrónico como medio para prestar el consentimiento en saber cuál de las dos reglas establecidas será de aplicación. Cabe la aplicación de ambas, pues la utilización del correo electrónico puede entenderse realizada estando las partes en distintos lugares, pero, a su vez, ¿cabría también identificar al correo electrónico con un dispositivo automático? Si así fuera, la confusión sería tremenda al contener la norma dos soluciones distintas sobre un mismo supuesto. Pero lo que no parece que exista duda es que la contratación electrónica se realiza desde lugares distintos y mediante dispositivos automáticos, como puede ser mediante la utilización, por ejemplo, del programa Internet Relay Chat (IRC). Aún más, en el art. 22 del Proyecto se hace referencia a que el oferente está obligado a confirmar la recepción de la aceptación (lo que nos traslada a un sistema que requiere dos declaraciones de voluntad para perfeccionar el contrato, la del aceptante y la de confirmación por parte del oferente), aumentando la confusión, pues si en el precitado artículo se hace referencia a la obligación de una confirmación y que la misma deberá hacerse mediante acuse de recibe por correo electrónico u otro medio de comunicación electrónica equivalente, entonces cabe entender tres momentos diferentes para la perfección del contrato, desde que el oferente recibe la aceptación (teoría del conocimiento), desde que el aceptante emite su declaración aceptando el negocio (teoría de la emisión), o desde que el oferente confirma el pedido (sistema de doble emisión de la declaración de voluntad). En fin, que parece confirmarse la manifestación realizada en una de sus conclusiones por la Sentencia de 11 de junio de 1996 del Tribunal del Distrito Este de Pensilvania (EE.UU.), sobre Ley de Decencia en las Comunicaciones, y que nos puede ayudar a reflexionar sobre el nacimiento de un “territorio virtual” en las relaciones comerciales: “Internet podría ser justamente considerado como una conversación universal sin final, el Gobierno no podrá a través de la Ley sobre la Decencia en las Comunicaciones interrumpir dicha conversación. La fuerza de Internet está constituida por el caos.” (Álvarez-Cienfuegos, 1999). 7 Esa expresión del tribunal norteamericano puede parecer un tanto apocalíptica, pues la sensación que transmite es que es prácticamente imposible el control de Internet y que lo que se está produciendo es un gran vacío en el espacio jurídico. No son así las cosas, pues al socaire de las nuevas tecnologías, como vemos, van apareciendo nuevas normas que intentan regular aquellos aspectos derivados de toda esta revolución tecnológica, adaptando y modulando el sistema a las nuevas situaciones, si bien, puede perfectamente ocurrir -como por desgracia habitualmente ocurre- que la norma adoptada no cumpla suficientemente con la finalidad a la que está destinada a regular. Otra norma importante relacionada con las TIC es la Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de protección de datos de carácter personal (LOPD). Ciertamente, esta norma es heredera de su antecesora, la LO 5/1992, de 29 de octubre, conocida como LORTAD, pero que, en definitiva, viene a regular el derecho fundamental reconocido en el art. 18.4 de la Constitución Española (CE), que imponte el mandato constitucional de que la Ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derechos. El art. 18.4 de la CE fue esgrimido por primera vez ante el Tribunal Constitucional en la STC 254/1993, de 20 de julio, en la cual se valoraba que el contenido esencial de la intimidad frente al ataque del poder informático no se agota en el aspecto negativo de no facilitar datos sino también el positivo consistente en reconocer al amparo de lo establecido en el Convenio del Consejo de Europa 108/1981, el derecho que los ciudadanos tienen a conocer la existencia, los fines y los responsables de los ficheros automatizados dependientes de una Administración Pública donde obran datos personales. De ahí que la doctrina haya concebido a la libertad informática como el nuevo derecho de autotutela de la propia identidad informática. Su función se cifra en garantizar a los ciudadanos unas facultades de información, acceso y control de los datos que les conciernen. Dicha libertad informática ha sido concebida por la doctrina y la jurisprudencia germanas como un derecho a la autodeterminación informática, que se refiere a la libertad para determinar quién, qué y con qué ocasión pueden conocer informaciones que conciernen a cada sujeto. Por ello, al tradicional habeas corpus corresponde en las sociedades tecnológicas del presente el habeas data, el cual constituye, en suma, un cauce o acción procesal para salvaguardar la libertad informática, que cumple una función paralela, en el seno de los derechos humanos de tercera generación, a la que en los de la primera generación correspondió al habeas corpus respecto a la libertad física o de movimientos de la persona (Perez Luño, 1994). Al haber ampliado la nueva LOPD su protección más allá de la mera protección del derecho a la intimidad personal y familiar para consagrar el ya anticipado derecho a la autodeterminación informática, la norma, en su art. 2.1 amplia su ámbito de protección a todos los datos de carácter personal registrados en soporte físico que los haga susceptibles de tratamiento y a toda modalidad de uso posterior de esos datos. En consecuencia, la nueva regulación afecta no sólo a los datos registrados en soporte automatizado, sino también a los que sean objeto de registro manual, siempre y cuando los mismos se encuentren incorporados a un fichero y sean susceptibles de tratamiento (automatizado o no). 8 De esta manera, la dirección de correo electrónico de una persona cuando contenga información acerca de su titular (pudiendo esta información referirse tanto a su nombre y apellidos como a la empresa en que trabaja o a su país de residencia), estamos en presencia de unos datos de carácter personal susceptibles de protección. En base a ello se puede concluir que la cesión de un listado de direcciones de correo electrónico se encuentra sujeto a las exigencias del consentimiento del titular, sin que la mera publicación en Internet de un directorio de direcciones de correos electrónicos los convierta en datos accesibles al público (Agencia de Protección de Datos, 1999). La obtención de las autorizaciones preceptivas es un elemento de especial trascendencia en la utilización de los datos de carácter personal, so pena de incurrir en violaciones sobre el derecho a la autodeterminación informática. Uno de los casos de mayor relevancia, fue el llamado caso Geocities. Éste es uno de los más populares proveedores de servicios de Internet que, entre otros servicios, ofrece el albergue gratuito de páginas web. Pero para prestar ese servicio el usuario debe completar un formulario en el que se solicita información personal y en el proceso de registro, Geocities introduce la información obtenida en una base de datos en la que se incluyen datos sobre direcciones postales, direcciones de correo electrónico, áreas de interés del usuario, ingresos, formación, sexo, estado civil, ocupación, etc. (algo que, de hecho, encontramos en muchos de los portales y páginas web de Internet). La Federal Trade Commission, acusó a Geocities de utilizar los datos personales de sus usuarios con una finalidad distinta a la indicada inicialmente en el formulario de registro, de tal manera que ello implicaba una disposición no autorizada de los datos, ya que los afectados facilitaban dicha información con la idea de que no iban a ser cedidos a terceros. Como expone la STC 292/2000, de 30 de noviembre, “el que los datos sean de carácter personal no significa que sólo tengan protección los relativos a la vida privada o íntima de la persona, sino que los datos amparados son todos aquellos que identifiquen o permitan la identificación de la persona, pudiendo servir para la confección de su perfil ideológico, racial, sexual, económico o de cualquier otra índole, o que sirvan para cualquier otra utilidad que en determinadas circunstancias constituya una amenaza para el individuo.” Así, pues, en el ámbito privado, especialmente el relativo a las relaciones comerciales a través de Internet donde, por lo general, se suelen solicitar todo tipo de datos sobre nuestra persona, debemos tener presente que deberá haberse obtenido previamente el consentimiento del afectado para la inserción de sus datos de carácter personal en una base de datos y para su posterior cesión a terceros, por cuanto los mismos se encuentran específicamente protegidos por la Ley. Ello, en el ámbito del deporte, puede afectar tanto a los socios o simpatizantes de un club o sociedad anónima deportiva que accedan a través de la página web del club a servicios tales como la compra de entradas, darse de alta en el club de simpatizantes, participar en foros, etc., donde previamente se requiera el registro del ciudadano. Es en ese momento cuando la LOPD ampara los datos de carácter personal que son suministrados, debiéndose tener muy presente por la entidad deportiva que lleva a cabo el tratamiento de dichos datos todas las obligaciones impuestas en la LOPD respecto a los mismos, pues uno de los bienes jurídicos más susceptibles de ser lesionado o puesto en peligro por el uso de las nuevas tecnologías es la intimidad, y es que, como se nos ha recordado, es cierto que la sociedad de masas permite el anonimato, la desidentificación, el desconocimiento para el 9 público, pero la tecnología, la digitalización de la información y su consiguiente difusión telemática, allana la vida privada porque la información referente a un sujeto privado queda expuesta en ese gran escaparate que es el ciberespacio (Téllez Aguilera, 2001). Los comentarios que estamos transcribiendo nos trasladan a la reflexión de que esta constante capacidad innovadora que tienen las TIC, que va a hacer casi imposible que la legislación pueda ir dando respuesta inmediata, va a trasladar a los tribunales de justicia la tarea de ir reinterpretando la norma en función del contexto en el que produzca sus efectos, dando protagonismo a un ya centenario art. 3.1 del Código Civil que, de manera intemporal, establece que las normas se interpretarán en relación con el contexto y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, siendo hoy día de gran utilidad para que los tribunales completen, a través de la jurisprudencia, el ordenamiento jurídico (art. 1.6 del CC). Como bien establece la STS de 20 de mayo de 1991, “es función de los Tribunales de Justicia, la adecuación histórica a la realidad social de los tiempos presentes, de la normativa vigente y evitar situaciones dispares, que por sí no conjugan y se presentan con todas las apariencias de gravosas y, en cierto sentido, inútiles.” Se trata, en definitiva, de adoptar interpretaciones que dejen absolutamente patente que los cambios en la tecnología no van a modificar el sentido, por ejemplo, de una norma tan fundamental como pueda ser la Carta Magna. Cuando aborden el ciberespacio, los jueces han de convertirse en traductores; las diferentes tecnologías son lenguajes diferentes, y la finalidad es hallar una interpretación de la Constitución que preserve su significado independientemente de las tecnologías de los distintos mundos (Lessig, 2001). Otra de las normas de importancia en el ámbito de la contratación electrónica a través de Internet es el Real Decreto-Ley 14/1999, de 17 de septiembre, sobre firma electrónica, el cual supone un gran cambio respecto a la tradicional concepción sobre la firma manuscrita en soporte papel para pasar a un nivel de inmaterialidad, pero con la misma fuerza probatoria y valor jurídico que aquélla, algo que, si bien ahora se positiva, la jurisprudencia del TS ya había dado entrada a nuevas formas de exteriorizar el consentimiento mediante la utilización de medios distintos a la firma manuscrita en soporte papel. Así, la STS de 30 de julio de 1996 ya anticipaba la posibilidad de extender a otros medios de comunicación aportados por la técnica moderna como el telégrafo, telex, telefax u otro medio electrónico, para exteriorizar las declaraciones de voluntad de las partes. Más explícita resulta la STS de 3 de noviembre de 1997, en la que, de manera rotunda, viene a afirmar que la firma autógrafa no es la única manera de signar los documentos para otorgarles de la autoría y virtualidad suficientes. En consecuencia (expone la sentencia), “el documento electrónico es firmable, en el sentido de que el requisito de la firma autógrafa o equivalente puede ser sustituido, por el lado de la criptografía, por medio de cifras, signos, códigos, barras, claves u otros atributos que permitan asegurar la procedencia y veracidad de su autoría y la autenticidad de su contenido.” De esta manera, el art. 3.1 del Real Decreto-ley 14/1999, al regular sus efectos jurídicos, señala que “la firma electrónica avanzada, siempre que esté basada en un certificado reconocido y que haya sido producida por un dispositivo seguro de creación de firma, tendrá, respecto de los datos consignados en forma electrónica, el mismo valor jurídico que la firma manuscrita en relación con los consignados en papel y será admisible como 10 prueba en juicio, valorándose ésta según los criterios de apreciación establecidos en las normas procesales. Se presumirá que la firma electrónica avanzada reúne las condiciones necesarias para producir los efectos indicados en este apartado, cuando el certificado reconocido en que se base haya sido expedido por un prestador de servicios de certificación acreditado y el dispositivo seguro de creación de firma con el que éste se produzca se encuentre certificado, con arreglo a lo establecido en el art. 21.” Añade el párrafo segundo de este mismo precepto que, “a la firma electrónica que no reúna todos los requisitos previstos en el apartado anterior no se le negarán efectos jurídicos ni será excluido como prueba en juicio, por el mero hecho de presentarse en forma electrónica.” Todo ello servirá para potenciar la utilización de las TIC, con el consiguiente ahorro de costes para las empresas al suprimir espacios donde se acumulaban innumerables carpetas rellenas de documentos, para pasar al archivo del ordenador, o los gastos de mensajería en los constantes envíos de documentos para que fueran devueltos firmados. La inmediatez en la conclusión de los contratos supondrá una nueva concepción de los negocios, si bien, todavía la asimilación de todas estas nuevas técnicas necesitará de un tiempo para su definitiva implantación y, por supuesto, en todo ese iter irán apareciendo problemas que, tal vez, hoy todavía no seamos capaces de prever. Entre otras cuestiones que sobre la firma electrónica podríamos extraer, nos parece evidente que el dato de que se conceda a la firma electrónica el mismo valor jurídico que a la firma manuscrita no implica que una y otra sean la misma cosa, puesto que se diferencian en un aspecto esencial: la firma electrónica puede ser utilizada por una persona distinta de su titular. Esto es lo que conoce como “escindibilidad” de la firma electrónica. Efectivamente, ya sea como consecuencia de un hecho voluntario (autorización expresa o tácita) o involuntario (sustracción de la clave, descifre, uso indebido, etc.) lo cierto es que en estos casos nos encontramos ante el fenómeno verdaderamente singular de que la firma, la auténtica y genuina firma de una persona, puede ser utilizada por otro. Esto jamás puede ocurrir en el caso de la firma manuscrita, pues en tal caso estaríamos ante la falsificación de un documento para cuya realización se necesita la participación de un tercero. Si se otorga un poder para realizar algún negocio, es otro el que firma el documento; si se falsifica la firma de una persona, ya no es su firma. Por esta razón, son ya muchos los autores que consideran que no es correcta la equiparación entre firma electrónica y firma manuscrita, proponiendo la asimilación de la primera al concepto de sello. La firma electrónica vendría a equipararse a una especie de sello que, llevando implícito el consentimiento de su titular, puede ser utilizado por cualquiera. Ahora bien, pese a la tranquilidad con que se enuncia esta idea, hay que ser conscientes de que implica una novedad radical en nuestro ordenamiento jurídico. Nos parece indudable que --por lo menos hasta ahora-- el sello en nuestro derecho positivo no tiene ningún significado jurídico especial por sí solo. En nuestro ordenamiento jurídico las obligaciones no se asumen en virtud de la utilización de un sello. No existe ninguna norma que relacione la utilización de un sello con la prestación del consentimiento de su dueño (Tena Arregui y Sánchez-Casado, 2002). Tal vez se pueda suponer, sin arriesgarse mucho con la predicción, que los procedimientos de firma electrónica que ahora se elijan tardarán poco en ser superados por otras soluciones técnicas que vengan a sustituir a los actuales. Incluso hay algunos autores 11 (Illescas Ortiz, 1999), con buen sentido del humor, han llegado a manifestar que ni la abreviatura de la expresión “firma electrónica avanzada (FEA)”, ni los progresos técnicos en marcha permitirán que en menos de un decenio se siga calificando como avanzado lo que para dicha fecha con probabilidad ha de resultar atrasado. Por último, a sabiendas de que quedan muchas cuestiones por tratar, tampoco debemos olvidar la incidencia que sobre los impuestos tienen este tipo de tecnologías. El comercio electrónico, que por su naturaleza es transfronterizo, no conoce de fronteras físicas, es capaz de realizar operaciones todos los días y horas del año, y, además, ha sido capaz de transformar los bienes materiales en digitales, facilitando su transmisión a través de las delgadas fibras de cable por las cuales fluye la información. El resultado de todas estas innovaciones tecnológicas es la complejidad para poder aplicar las normas tributarias en el espacio, lo que deja patente, una vez más, la acusada crisis del concepto de soberanía fiscal. La posibilidad que tienen las empresas (entre ellas las entidades deportivas) de dar a conocer a todo el mundo su nombre y los productos y servicios que comercializa y presta gracias a la utilización de Internet, entra de lleno en las actividades de comercio electrónico y en el establecimiento de relaciones comerciales con clientes de todo el planeta. Ello implica que la aplicación y gestión de los tributos derivados de las actividades comerciales de las empresas se vuelve más compleja, hasta el punto que se incrementa la carga fiscal indirecta que sufren los contribuyentes al tener que afrontar responsabilidades de liquidación de los tributos en varias jurisdicciones fiscales. Los problemas impositivos se acrecientan en esta nueva era digital, lo que ha motivado a que las distintas Administraciones fiscales hayan comenzado a preocuparse sobre una cuestión de la que podemos anticipar, no sirven soluciones unilaterales, sino que el consenso y los acuerdos supraestatales deben ser la fórmula de contribuir a dar una seguridad jurídica a las relaciones comerciales internacionales. De ahí que instituciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estén llevando a cabo tareas para que los aranceles no supongan un freno al desarrollo del comercio electrónico y siga primando el principio de libre comercio (OMC), o para ofrecer una nueva versión actualizada a los comentarios sobre el modelo de convenio de doble imposición OCDE, instrumento que, aunque no es vinculante, es tomado como fuente en la negociación y conclusión de los tratados de doble imposición entre los Estados. En España, es destacable el informe elaborado por el Instituto de Estudios Fiscales en relación a la fiscalidad del comercio electrónico, en el que también se hace eco de la escasa viabilidad en la adopción de medidas unilaterales. Las cuestiones suscitadas son variadas y afectan tanto a la tributación directa como en la indirecta. Referente a la tributación directa, por citar algunos ejemplos, podemos destacar los problemas surgidos en relación con la aplicación del concepto de establecimiento permanente (v.gr., si el simple hecho de que una entidad deportiva española tenga abierta una página web en Francia con información de la entidad supone o no la existencia de un establecimiento permanente en territorio galo para esa entidad deportiva), o la determinación del domicilio fiscal de las personas jurídicas (v.gr, la utilización de la videoconferencia, sistemas de Intranet, puede implicar que el consejo de administración y la gestión de la entidad se encuentre repartida por distintos países, dificultando saber cuál es la normativa a la que queda sometida la entidad). 12 Con respecto a la tributación indirecta, el debate se centra en la opción ente la tributación en origen o en destino que, como se puede adivinar, afecta a la recaudación impositiva de los Estados y a la competitividad de las empresas. A efectos prácticos, en una compraventa de discos compactos a una empresa inglesa, estaríamos ante una adquisición intracomunitaria de bienes, produciéndose la tributación en destino. Por contra, si se realiza la misma operación, pero en vez de suministrarse los bienes en formato material se hace en formato digital, el hecho imponible entraría dentro del concepto de prestación de servicios, siendo, en tal caso, el lugar de la realización del hecho imponible el territorio donde el vendedor centralice la gestión y el ejercicio habitual de su actividad empresarial o profesional. La cuestión se agudiza cuando la operación se realiza con países no comunitarios, pues los bienes digitalizados penetran en el espacio comunitario sin control de aduanas, evitándose fácilmente la elusión del impuesto y facilitando la aplicación de la exención de importaciones de bienes de escaso valor, pues las empresas discográficas pueden optar por vender los discos en formato digital directamente a los particulares en vez de a un intermediario que, a su vez, suministre los discos compactos dentro del territorio español, con lo que la empresa no comunitaria evita costes de transporte, embalaje y de intermediación, y, asimismo, evita el propio IVA. Vemos, pues, como un mismo tipo de bien, en función de la forma con la que es suministrado, puede crear importantes distorsiones en el mercado interior. Vista la situación, la Comisión Europea ha lanzado una serie de propuestas tendentes a modificar la Directiva 388/77/CEE (Sexta Directiva sobre el IVA), entre las que cabe destacar la propuesta para modificar el régimen del impuesto sobre el valor añadido aplicable a algunos servicios prestados por vía electrónica (COM(2000) 650 final, de 17 de noviembre de 2000). En esta propuesta, se apuesta definitivamente por considerar como prestaciones de servicios aquellas operaciones realizadas por vía electrónica con el fin de garantizar la neutralidad del impuesto y la recaudación impositiva en el país de destino. A modo de resumen, el régimen impuesto puede resumirse de la siguiente manera: Los servicios prestados por un operador de un tercer país a un comprador de la UE, se considerará que el lugar de imposición se encuentra en la UE y, por tanto, estarán sujetos al IVA (tributación en destino). Cuando estos servicios sean prestados por un operador de la UE a un comprador de un tercer país, el lugar de imposición será el lugar en el que esté establecido el comprador y no estarán sujetos al IVA en la UE (tributación en destino). Cuando un operador de la UE preste estos servicios a un sujeto pasivo (es decir, a otra empresa) establecido en otro Estado miembro, el lugar de prestación será el lugar en el que esté establecido el comprador (tributación en destino). Cuando ese mismo operador preste estos servicios a un particular establecido en la UE o a un sujeto pasivo establecido en el mismo Estado miembro, el lugar de prestación será el lugar en el que esté establecido el prestador de servicios (tributación en origen). 13 Como dato de interés, la propuesta prevé eximir del impuesto a aquellos que realicen únicamente en el interior de la Comunidad este tipo de prestaciones y su volumen anual de negocios no sea superior a 100.000 euros, para lo cual se articula un modelo de gestión del impuesto que consiste en la creación de un registro único, es decir, que los operadores de comercio electrónico de terceros países sólo tendrán la obligación de registrarse en un único Estado miembro con el fin de que puedan cumplir todas sus obligaciones fiscales tratando con una única Administración fiscal, además de que también será posible realizar por vía electrónica todos los procedimientos relativos al registro y al depósito de las declaraciones, lo que es una clara apuesta por fomentar el uso de los medios tecnológicos en el ámbito de la Administración del Estado. Las actividades comerciales, en definitiva, quedan muy condicionadas a la utilización e implantación de los recursos tecnológicos en la gestión ordinaria de las empresas, hasta el punto que cabe dudar de la viabilidad de aquellas empresas que no se adapten a los nuevos cambios tecnológicos. En este escenario, nadie es ajeno a estas cuestiones por cuanto la tecnología se convierte en una herramienta más de la actividad comercial a la que el Derecho debe proporcionar la seguridad jurídica necesaria para su correcto funcionamiento. Dejarnos llevar por la idea de que este tipo de cuestiones son ajenas a nosotros es como girar la cabeza hacia otro lado para evitar mirar una realidad que nos asusta. Lo nuevo siempre ha supuesto un cierto rechazo y, en muchas ocasiones, fuertemente combatido por aquellos sectores inmovilistas de la sociedad que ostentan de un estatus privilegiado del que no están dispuestos a renunciar. No se trata tampoco de arrumbar sistemas consagrados que el paso del tiempo los renueva, consolida y engrandece, sino admitir una realidad que, tomando lo bueno ya afianzado, module el sistema dando entrada a nuevas sinergias, ideas, modelos y proyectos, pero sin que ello suponga una ruptura con el sistema vigente. Y en esta nueva tesitura nos encontramos todos, ciudadanos, empresas -entre las que se incluyen, por supuesto, las entidades deportivas como una parte más del tejido empresarial- y el propio Estado. 14 BIBLIOGRAFÍA Agencia de Protección de Datos (2000). Memoria de 1999. Madrid. Álvarez-Cienfuegos Suárez, José María (1999). Legislación aplicable y jurisdicción competente. Informática y Derecho 30-32 (1999). Revista iberoamericana de derecho informático. Fernández-Galiano, Antonio (1986). Derecho natural. Introducción filosófica al derecho. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces. Instituto de Estudios Fiscales. Secretaría de Estado de Hacienda. Octubre 2000. Informe sobre el impacto del comercio electrónico en la fiscalidad española. Disponible en http://www.minhac.es/Comfisc/informe.htm Illescas Ortiz, R. (1999). La firma electrónica y el Real Decreto-Ley 14/1999, de 17 de septiembre. Derecho de los Negocios, octubre de 1999. Lessig, Lawrence (2001). El código y otras leyes del ciberespacio. Taurusesdigital. Llaneza González, Paloma (2000). Internet y comunicaciones digitales. Bosch. Mason, Tony (1994). El deporte en Gran Bretaña. Cuadernos Civitas. Muñoz Machado, Santiago (2000). La regulación de la red. Poder y Derecho en Internet. Taurus. Perez Luño, Antonio-Enrique (1994). La LORTAD: entre las luces y las sombras. Informática y Derecho, núm. 6 y 7. UNED. Téllez Aguilera, Abel (2001). Nuevas tecnologías. Intimidad y protección de datos. Estudio sistemático de la Ley Orgánica 15/1999. Edisofer, SL. Tena Arregui, Rodrigo y Nuez Sánchez-Casado, Elisa (2002). La firma electrónica. ¿Un poder al portador? Disponible en http://www.laley.net/temas/tema0603.html. Terol Gómez, Ramón (2000). El control público de las telecomunicaciones. Autoridades reguladoras. Tirant lo Blanch. Uría, Rodrigo (1998). Derecho mercantil. Marcial Pons. Vigésimo quinta edición. 15