EL HOMBRE CEBOLLA

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PROYECTO: CUADERNO DE CUENTOS
OBJETIVOS:
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Fomentar nuestra imaginación y al mismo tiempo la de nuestros alumnos, si los tenemos.
Perfeccionar nuestra práctica narrativa, mejorando tanto ortografía como técnicas.
Conocer de forma personal las dificultades que pueden encontrar los alumnos al redactar y tratar
de subsanarlas, mediante estrategias.
Compartir nuestras ideas, narraciones y sugerencias con los participantes del Foro.
VALORES A DESTACAR:
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Deseo de superación y perfeccionamiento.
Creatividad.
Amistad.
Colaboración y ayuda mutuas.
ETC.
ESTRATEGIAS A SEGUIR:
Partiremos de un relato y, sobre todo, de un personaje de ficción propuesto para crear aventuras
divertidas, amenas, de fácil lectura que nos proporcionen el gusto de narrarlas y, si tenemos alumnos, la
experiencia de poder extrapolarlas a ellos con los mismos fines.
METODOLOGÍA:
Creo que, una vez que leáis el relato que os adjunto, cada uno puede escribir lo que quiera. Es decir, total
libertad.
Una vez que los relatos los tengáis escritos, mandarlos al foro para que se puedan ir recogiendo en nuestro
Cuaderno de Cuentos, a fin de poder recopilar todo para todos.
NOTA:
ESTA ACTIVIDAD ES VÁLIDA, TANTO PARA MAESTROS COMO PARA LOS QUE NO LO SON, YA QUE DE
LO QUE TRATAMOS ES DE ESCRIBIR DESDE LA CREATIVIDAD, ASÍ COMO DE PERFECCIONAR
NUESTRA ESCRITURA A TODOS LOS NIVELES.
Y AHORA EL CUENTO:
EL HOMBRE CEBOLLA
Sebastián tenía una bonita huerta en las afueras del pueblo. Allí vivía feliz sin más compañía que la
de su perro Gustavo y un borriquillo, Perico, que se pasaba los días dando vueltas alrededor de una
alberca y haciendo mover una noria que sacaba agua de un profundo pozo
Se levantaba muy temprano y, con un gran sombrero de paja, se pasaba el día cuidando de su
huerta: arrancaba las malas hierbas, regaba, fumigaba y hasta hablaba a sus plantas:
-Os quiero ver crecer prontito y bien. Yo os regaré temprano para que estéis fresquitas cuando
apriete el sol.
Y, en todos los tiempos, recogía aquellos frutos y hortalizas que estaban a punto.
Luego las llevaba al mercado y allí las vendía enseguida porque la gente las buscaba por lo frescas y
tiernas que eran. Además las pregonaba con una musiquilla que hacía gracia a las mujeres:
¡Venga, niñas! –decía- ¡Tomates, lechugas, pepinos, perejil…! ¡Niñas, guapas, comprad aquí,
comprad a Sebastián que los maridos se alegrarán!
Pero Sebastián con quien más hablaba era con su perro y le decía cosas como éstas:
-Hoy vamos a echarle abono a las lechugas.
-Hoy vamos a comer huevos fritos con patatas.
-Hoy vamos a dormir a la intemperie.
Otras veces, cuando se enteraba de alguna cosa que había hecho daño a las personas, le decía:
-Si tú y yo pudiéramos arreglar el mundo, seguro que lo haríamos, pero somos dos pobres vivientes
que fuera de la huerta casi no servimos para nada.
Y Gustavo, aquel chucho blanco de manchas negras, lo miraba, gruñía y parecía contestarle.
Una noche de verano, Sebastián dormía al aire libre, debajo de una gran higuera y con su perro
Gustavo junto a él.
De pronto lo despertó un fogonazo de luz al fondo de la huerta... También Gustavo se despertó y
estirando las orejas comenzó a ladrar:
-¡Guau, guau, guau!
-¡Calla, miedica! -dijo Sebastián- No pasa nada. Eso habrá sido una estrella errante... Vamos a
seguir durmiendo que hay que madrugar.
Pero Gustavo, cada vez con más fuerza, ladraba y ladraba:
-¡Guau, guauuu...!
Sebastián, restregándose los ojos, exclamó:
-¡De acuerdo! ¡Veremos qué pasa!
Pero sucedió quE, cuando quiso ponerse de pie se encontró como si estuviera pegado a la tierra; no
podía moverse. Le pesaban las piernas, y los brazos parecían dos palotes rígidos como los de una
estatua.
-¡Vaya! -dijo un poco preocupado- O estoy soñando o me ha sentado mal el gazpacho que comí
anoche.
Y a grandes voces preguntó:
-¿Quién va por ahí? ¡Si hay alguien, que salga y no se esconda! No tengo miedo; ¡Yo no he hecho
daño a nadie!
Y Gustavo seguía ladrando cada vez con más coraje:
-¡Guau, guau, guau!
Sebastián, un poco mosqueado, gritó:
-¿Te quieres callar de una vez? ¡Estoy salvado contigo que sólo sabes hacer ruido!
La voz de Sebastián corrió por el huerto acallando grillos y provocando como un eco, los ladridos
desesperados de Gustavo, envalentonado con las voces de su amo.
Después volvió el silencio. y el canto de los grillos y hasta el de algún gallo en la madrugada.
Pero la luz anaranjada, como si fuera un semáforo, aparecía y desaparecía con la luz cada vez más
débil, hasta que se apagó del todo.
Cuando la luz anaranjada desapareció los brazos y las piernas de Sebastián volvieron a tener
movimiento.
-¡Menos mal que puedo moverme! -exclamó- ¡Si parecía un monigote pegado al suelo! ¿Qué me
habrá pasado...?
Y Gustavo, lo miraba y, todavía asustado, ladraba y movía el rabo que parecía un abanico.
-¡Pobrecillo! -exclamó Sebastián acariciando a su perro- ¡Tienes más miedo que siete zorras!
¡Cagao! ¡Que eres un cagao!
Y mirando, antes de entregarse de nuevo al sueño, vio una especie de charco fluorescente que
flotaba en medio del cebollar.
-¿Qué puede ser aquello...? ¡Vamos, Gustavo, a darnos un paseito por el fresco de la madrugada!
Cuando llegaron allí, Sebastián, con la boca abierta de asombro repetía:
-Pero, ¡Dios santo! ¿Qué es esto? ¡Si no lo veo, no lo creo!
Y es que, entre las cebollas, había una tan crecida que su tallo era más alto que él, y sus raíces, a
punto de salirse de la tierra, parecían los pies de un gigante.
Además, el olor de aquella cebolla era tan fuerte que no se podía respirar cerca de ella, y hasta los
pájaros huían del huerto sin poder soportar aquel olor que irritaba los ojos, hasta hacerle soltar
lágrimas como si fueran regaderas.
-¡No sé qué pensar! -dijo Sebastián a Gustavo como si lo pudiera entender- Mañana temprano
iremos al pueblo a ver si alguien sabe de estas cosas.
Pero nada más salir el sol, aquella cebolla gigante, removiendo la tierra como si fuera un terremoto,
y sacando sus enormes pies, se alejó del huerto bailando y cantando como si fuera un hombre
divertido y bondadoso
Soy el hombre cebolla., soy un hombre feliz
y si alguien hace el mal le picará la nariz.
Soy cebolla gigante, dulce o picante
que bajé de las estrellas para vagar por el mundo
y sembrar cosas bellas.
Adiós, Perico, adiós Gustavo, adiós Sebastián
Trabajad, descansad.
La vida es breve y la tenemos que aprovechar.
Sebastián, sin entender una palabra se santiguó, al tiempo que exclamaba:
-¡Ave María Purísima! ¡No entiendo nada! ¿Un hombre cebolla haciendo de hada?
Y dirigiéndose a Gustavo, añadió:
-¡Venga! ¡A lo nuestro! ¡A trabajar! El Hombre Cebolla lleva razón: no podemos perder tiempo. Si
bien tú lo que más haces es dormir ¡Dormilón!
Y Gustavo, como si lo entendiera, dando vueltas queriendo cogerse el rabo, ladraba de alegría:
¡Guauu, guauu!
Y AQUÍ EMPIEZAN LAS AVENTURAS DEL HOMBRE CEBOLLA
ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DE LA ESCRITURA:
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Procurad que las frases sean cortas.
No busquéis que los relatos sirvan para enseñar algo muy concreto. Las grandes obras
literarias no enseñan nada, al menos directamente, y, al contrario, crean, despiertan
expectativas, deseos de buscar respuestas y preguntas.
Evitad los diminutivos y adjetivos empalagosos, así como el excesivo uso de expresión de
sentimientos. Los lectores, y máxime si son niños, prefieren el humor, el miedo, el ingenio, lo
absurdo y, en general, la ficción.
Recordad algo muy importante: La cantidad, no hace a la calidad. Luego no escribáis
relatos excesivamente largos.
Hay que buscar un vocabulario adecuado a cada personaje, según sus características, pero
siempre evitando repeticiones y palabras baúles, es decir, «aquellas de significado tan
general que pueden servir para casi todo, con lo cual, apenas si significan algo. Los autores
incluyen dentro de esta categoría a los vocablos cosa, hacer, estar, haber, hallarse y poner y
recomiendan cambiar o suprimir esos vocablos para dar al párrafo «mayor animación».
También hay que evitar palabras cuyo significado no conozcan los lectores. No obstante, hay
que tratar de enronquecer el vocabulario, pero se hará de forma paulatina y siempre, cuando
se trata de alumnos, haciendo una lectura previa y rápida de forma que dichos vocablos se
identifiquen y se expliquen.
Ser pródigos en diálogos que imprimen claridad y amenidad.
Procurad que las descripciones sean rápidas.
Exclamaciones e interrogaciones dan fluidez a la lectura.
No regateéis en buscar sinónimos, pero no sirve cualquiera. Elegid siempre el que más
expresivo os resulte para cada caso.
CONTINUARÁ…
OTRA NOTA
¿Os atrevéis a dibujar al Hombre Cebolla?
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