Gaudium et Spes

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CONSTITUCIÓN PASTORAL
GAUDIUM ET SPES
SOBRE LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL
(passim)
[…]
PRIMERA PARTE
LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN DEL HOMBRE
Hay que responder a las mociones del Espíritu
11. El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien
lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir
en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa
juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la
presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y
manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello
orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas.
El Concilio se propone, ante todo, juzgar bajo esta luz los valores que hoy
disfrutan la máxima consideración y enlazarlos de nuevo con su fuente
divina. Estos valores, por proceder de la inteligencia que Dios ha dado al
hombre, poseen una bondad extraordinaria; pero, a causa de la
corrupción del corazón humano, sufren con frecuencia desviaciones
contrarias a su debida ordenación. Por ello necesitan purificación.
¿Qué piensa del hombre la Iglesia? ¿Qué criterios fundamentales deben
recomendarse para levantar el edificio de la sociedad actual? ¿Qué sentido
último tiene la acción humana en el universo? He aquí las preguntas que
aguardan respuesta. Esta hará ver con claridad que el Pueblo de Dios y la
humanidad, de la que aquél forma parte, se prestan mutuo servicio, lo
cual demuestra que la misión de la Iglesia es religiosa y, por lo mismo,
plenamente humana.
CAPÍTULO I
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
El hombre, imagen de Dios
12. Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este
punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del
hombre, centro y cima de todos ellos.
Pero, ¿qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha
dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias.
Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o hundiéndose hasta la
desesperación. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia. La
Iglesia siente profundamente estas dificultades, y, aleccionada por la
Revelación divina, puede darles la respuesta que perfile la verdadera
situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita
conocer simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias
del hombre.
La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios",
con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido
constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla
glorificando a Dios. ¿Qué es el hombre para que tú te acuerdes de él? ¿O
el hijo del hombre para que te cuides de él? Apenas lo has hecho inferior a
los ángeles al coronarlo de gloria y esplendor. Tú lo pusiste sobre la obra
de tus manos. Todo fue puesto por ti debajo de sus pies (Ps 8, 5-7).
Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo
hombre y mujer (Gen 1, 27). Esta sociedad de hombre y mujer es la
expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es,
en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni
desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.
Dios, pues, nos dice también la Biblia, miró cuanto había hecho, y lo juzgó
muy bueno (Gen 1, 31).
[…]
CAPÍTULO II
LA COMUNIDAD HUMANA
Propósito del Concilio
23. Entre los principales aspectos del mundo actual hay que señalar la
multiplicación de las relaciones mutuas entre los hombres. Contribuye
sobremanera a este desarrollo el moderno progreso técnico. Sin embargo,
la perfección del coloquio fraterno no está en ese progreso, sino más
hondamente en la comunidad que entre las personas se establece, la cual
exige el mutuo respeto de su plena dignidad espiritual. La Revelación
cristiana presta gran ayuda para fomentar esta comunión interpersonal y
al mismo tiempo nos lleva a una más profunda comprensión de las leyes
que regulan la vida social, y que el Creador grabó en la naturaleza
espiritual y moral del hombre.
Como el Magisterio de la Iglesia en recientes documentos ha expuesto
ampliamente la doctrina cristiana sobre la sociedad humana, el Concilio se
limita a recordar tan sólo algunas verdades fundamentales y exponer sus
fundamentos a la luz de la Revelación. A continuación subraya ciertas
consecuencias que de aquéllas fluyen, y que tienen extraordinaria
importancia en nuestros días.
Índole comunitaria de la vocación humana según el plan de Dios
24. Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los
hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de
hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien
hizo de uno todo el linaje humano y para poblar toda la haz de la tierra, y
todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo.
Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor
mandamiento. La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no
puede separarse del amor del prójimo: ... cualquier otro precepto en esta
sentencia se resume : Amarás al prójimo como a ti mismo ... El amor es
el cumplimiento de la ley (Rom 13, 9-10; cf. 1 Jn 4, 20). Esta doctrina posee
hoy extraordinaria importancia a causa de dos hechos: la creciente
interdependencia mutua de los hombres y la unificación asimismo
creciente del mundo.
Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como
nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas
a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las
personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la
caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura
terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su
propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.
Interdependencia entre la persona humana y la sociedad
25. La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona
humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente
condicionados. porque el principio, el sujeto y el fin de todas las
instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su
misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social. La vida
social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental. Por ello, a
través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo
con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus
cualidades y le capacita para responder a su vocación.
De los vínculos sociales que son necesarios para el cultivo del hombre,
unos, como la familia y la comunidad política, responden más
inmediatamente a su naturaleza profunda; otros, proceden más bien de
su libre voluntad. En nuestra época, por varias causas, se multiplican sin
cesar las conexiones mutuas y las interdependencias; de aquí nacen
diversas asociaciones e instituciones tanto de derecho público como de
derecho privado. Este fenómeno, que recibe el nombre de socialización,
aunque encierra algunos peligros, ofrece, sin embargo, muchas ventajas
para consolidar y desarrollar las cualidades de la persona humana y para
garantizar sus derechos.
Mas si la persona humana, en lo tocante al cumplimiento de su vocación,
incluida la religiosa, recibe mucho de esta vida en sociedad, no se puede,
sin embargo, negar que las circunstancias sociales en que vive y en que
está como inmersa desde su infancia, con frecuencia le apartan del bien y
le inducen al mal. Es cierto que las perturbaciones que tan
frecuentemente agitan la realidad social proceden en parte de las
tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Pero
proceden, sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos, que
trastornan también el ambiente social. Y cuando la realidad social se ve
viciada por las consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal
desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los
cuales sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la
gracia.
La promoción del bien común
26. La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva
universalización hacen que el bien común –esto es, el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada
uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia
perfección– se universalice cada vez más, e implique por ello derechos y
obligaciones que miran a todo el género humano. Todo grupo social debe
tener en cuanta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás
grupos; más aún, debe tener muy en cuanta el bien común de toda la
familia humana.
Crece al mismo tiempo la conciencia de la excelsa dignidad de la persona
humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes
universales e inviolables. Es, pues, necesario que se facilite al hombre
todo lo que éste necesita para vivir una vida verdaderamente humana,
como son el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la libre elección
de estado ya fundar una familia, a la educación, al trabajo, a la buena
fama, al respeto, a una adecuada información, a obrar de acuerdo con la
norma recta de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la
justa libertad también en materia religiosa.
El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento
subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al
orden personal, y no al contrario. El propio Señor lo advirtió cuando dijo
que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el
sábado. El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la
verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe
encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano. Para cumplir
todos estos objetivos hay que proceder a una renovación de los espíritus y
a profundas reformas de la sociedad.
El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los
tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución. Y, por
su parte, el fermento evangélico ha despertado y despierta en el corazón
del hombre esta irrefrenable exigencia de la dignidad.
El respeto a la persona humana
27. Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el
Concilio inculca el respeto al hombre, de forma de cada uno, sin excepción
de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer
lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no
sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre
Lázaro.
En nuestra época principalmente urge la obligación de acercarnos a todos
y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese
anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado
injustamente, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que debe
aguantar sin razón el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que
recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor: Cuantas
veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mi me lo
hicisteis (Mt 25, 40).
No sólo esto. Cuanto atenta contra la vida –homicidios de cualquier clase,
genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado–; cuanto
viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las
mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para
dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son
las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las
deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de
jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario
al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la
responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras
parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana,
deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente
contrarias al honor debido al Creador.
[…]
Responsabilidad y participación
31. Para que cada uno pueda cultivar con mayor cuidado el sentido de su
responsabilidad tanto respecto a sí mismo como de los varios grupos
sociales de los que es miembro, hay que procurar con suma diligencia una
más amplia cultura espiritual, valiéndose para ello de los extraordinarios
medios de que el género humano dispone hoy día. Particularmente la
educación de los jóvenes, sea el que sea el origen social de éstos, debe
orientarse de tal modo, que forme hombres y mujeres que no sólo sean
personas cultas, sino también de generoso corazón, de acuerdo con las
exigencias perentorias de nuestra época.
Pero no puede llegarse a este sentido de la responsabilidad si no se
facilitan al hombre condiciones de vida que le permitan tener conciencia
de su propia dignidad y respondan a su vocación, entregándose a Dios ya
los demás. La libertad humana con frecuencia se debilita cuando el
hombre cae en extrema necesidad, de la misma manera que se envilece
cuando el hombre, satisfecho por una vida demasiado fácil, se encierra
como en una dorada soledad. Por el contrario, la libertad se vigoriza
cuando el hombre acepta las inevitables obligaciones de la vida social,
toma sobre sí las multiformes exigencias de la convivencia humana y se
obliga al servicio de la comunidad en que vive.
Es necesario por ello estimular en todos la voluntad de participar en los
esfuerzos comunes. Merece alabanza la conducta de aquellas naciones en
las que la mayor parte de los ciudadanos participa con verdadera libertad
en la vida pública. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, la situación real
de cada país y el necesario vigor de la autoridad pública. Para que todos
los ciudadanos se sientan impulsados a participar en la vida de los
diferentes grupos de integran el cuerpo social, es necesario que
encuentren en dichos grupos valores que los atraigan y los dispongan a
ponerse al servicio de los demás. Se puede pensar con toda razón que el
porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las
generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar.
[…]
Múltiples conexiones entre la buena nueva de Cristo y la cultura
58. Múltiples son los vínculos que existen entre el mensaje de salvación y
la cultura humana. Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena
manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de
cultura propios de cada época.
De igual manera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en
variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas
culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a
todas las gentes, para investigarlo y comprenderlo con mayor
profundidad, para expresarlo mejor en la celebración litúrgica y en la vida
de la multiforme comunidad de los fieles.
Pero al mismo tiempo, la Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción
de épocas y regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a
raza o nación alguna, a algún sistema particular de vida, a costumbre
alguna antigua o reciente. Fiel a su propia tradición y consciente a la vez
de la universalidad de su misión, puede entrar en comunión con las
diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la
propia Iglesia y las diferentes culturas.
La buena nueva de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del
hombre, caído, combate y elimina los errores y males que provienen de la
seducción permanente del pecado. Purifica y eleva incesantemente la
moral de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda como desde sus
entrañas las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de
cada edad, las consolida, perfecciona y restaura en Cristo. Así, la Iglesia,
cumpliendo su misión propia, contribuye, por lo mismo, a la cultura
humana y la impulsa, y con su actividad, incluida la litúrgica, educa al
hombre en la libertad interior.
[…]
Acuerdo entre la cultura humana y la educación cristiana
62. Aunque la Iglesia ha contribuido mucho al progreso de la cultura,
consta, sin embargo, por experiencia que por causas contingentes no
siempre se ve libre de dificultades al compaginar la cultura con la
educación cristiana.
Estas dificultades no dañan necesariamente a la vida de fe; por el
contrario, pueden estimular la mente a una más cuidadosa y profunda
inteligencia de aquélla. Puesto que los más recientes estudios y los nuevos
hallazgos de las ciencias, de la historia y de la filosofía suscitan problemas
nuevos que traen consigo consecuencias prácticas e incluso reclaman
nuevas investigaciones teológicas. Por otra parte, los teólogos, guardando
los métodos y las exigencias propias de la ciencia sagrada, están invitados
a buscar siempre un modo más apropiado de comunicar la doctrina a los
hombres de su época; porque una cosa es el depósito mismo de la fe, o
sea, sus verdades, y otra cosa es el modo de formularlas conservando el
mismo sentido y el mismo significado. Hay que reconocer y emplear
suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos,
sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en
psicología y en sociología, llevando así a los fieles y una más pura y
madura vida de fe.
También la literatura y el arte son, a su modo, de gran importancia para
la vida de la Iglesia. En efecto, se proponen expresar la naturaleza propia
del hombre, sus problemas y sus experiencias en el intento de conocerse
mejor a sí mismo y al mundo y de superarse; se esfuerzan por descubrir
la situación del hombre en la historia y en el universo, por presentar
claramente las miserias y las alegrías de los hombres, sus necesidades y
sus recurso, y por bosquejar un mejor porvenir a la humanidad. Así tienen
el poder de elevar la vida humana en las múltiples formas que ésta reviste
según los tiempos y las regiones.
Por tanto, hay que esforzarse para los artistas se sientan comprendidos
por la Iglesia en sus actividades y, gozando de una ordenada libertad,
establezcan contactos más fáciles con la comunidad cristiana. También las
nuevas formas artísticas, que convienen a nuestros contemporáneos
según la índole de cada nación o región, sean reconocidas por la Iglesia.
Recíbanse en el santuario, cuando elevan la mente a Dios, con
expresiones acomodadas y conforme a las exigencias de la liturgia.
De esta forma, el conocimiento de Dios se manifiesta mejor y la
predicación del Evangelio resulta más transparente a la inteligencia
humana y aparece como embebida en las condiciones de su vida.
Vivan los fieles en muy estrecha unión con los demás hombres de su
tiempo y esfuércense por comprender su manera de pensar y de sentir,
cuya expresión es la cultura. Compaginen los conocimientos de las nuevas
ciencias y doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la moral
cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura
religiosa y la rectitud de espíritu de las ciencias y de los diarios progresos
de la técnica; así se capacitarán para examinar e interpretar todas las
cosas con íntegro sentido cristiano.
Los que se dedican a las ciencias teológicas en los seminarios y
universidades, empéñense en colaborar con los hombres versados en las
otras materias, poniendo en común sus energías y puntos de vista. la
investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada sin
perder contacto con su tiempo, a fin de facilitar a los hombres cultos en
los diversos ramos del saber un más pleno conocimiento de la fe. Esta
colaboración será muy provechosa para la formación de los ministros
sagrados, quienes podrán presentar a nuestros contemporáneos la
doctrina de la Iglesia acerca de Dios, del hombre y del mundo, de forma
más adaptada al hombre contemporáneo y a la vez más gustosamente
aceptable por parte de ellos. Más aún, es de desear que numerosos laicos
reciban una buena formación en las ciencias sagradas, y que no pocos de
ellos se dediquen ex profeso a estos estudios y profundicen en ellos. Pero
para que puedan llevar a buen término su tarea debe reconocerse a los
fieles, clérigos o laicos, la justa libertad de investigación, de pensamiento
y de hacer conocer humilde y valerosamente su manera de ver en los
ampos que son de su competencia.
[…]
La actividad económico-social y el reino de Cristo
72. Los cristianos que toman parte activa en el movimiento económicosocial de nuestro tiempo y luchan por la justicia y caridad, convénzanse
de que pueden contribuir mucho al bienestar de la humanidad y a la paz
del mundo. Individual y colectivamente den ejemplo en este campo.
Adquirida la competencia profesional y la experiencia que son
absolutamente necesarias, respeten en la acción temporal la justa
jerarquía de valores, con fidelidad a Cristo y a su Evangelio, a fin de que
toda su vida, así la individual como la social, quede saturada con el
espíritu de las bienaventuranzas, y particularmente con el espíritu de la
pobreza.
Quien con obediencia a Cristo busca ante todo el reino de Dios, encuentra
en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus
hermanos y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la
caridad.
[…]
Colaboración de todos en la vida pública
75. Es perfectamente conforme con la naturaleza humana que se
constituyan estructuras político-jurídicas que ofrezcan a todos los
ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente,
posibilidades efectivas de tomar parte libre y activamente en la fijación de
los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la
cosa pública, en la determinación de los campos de acción y de los límites
de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes.
Recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo
el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común. La
Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se
consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio.
Para que la cooperación ciudadana responsable pueda lograr resultados
felices en el curso diario de la vida pública, es necesario un orden jurídico
positivo que establezca la adecuada división de las funciones
institucionales de la autoridad política, así como también la protección
eficaz e independiente de los derechos. Reconózcanse, respétense y
promuévanse los derechos de las personas, de las familias y de las
asociaciones, así como su ejercicio, no menos que los deberes cívicos de
cada uno. Entre estos últimos es necesario mencionar el deber de aportar
a la vida pública el concurso material y personal requerido por el bien
común. Cuiden los gobernantes de no entorpecer las asociaciones
familiares, sociales o culturales, los cuerpos o las instituciones
intermedias, y de no privarlos de su legítima y constructiva acción, que
más bien deben promover con libertad y de manera ordenada. Los
ciudadanos por su parte, individual o colectivamente, eviten atribuir a la
autoridad política todo poder excesivo y no pidan al Estado de manera
inoportuna ventajas o favores excesivos, con riesgo de disminuir la
responsabilidad de las personas, de las familias y de las agrupaciones
sociales.
A consecuencia de la complejidad de nuestra época, los poderes públicos
se ven obligados a intervenir con más frecuencia en materia social,
económica y cultural para crear condiciones más favorables, que ayuden
con mayor eficacia a los ciudadanos y a los grupos en la búsqueda libre
del bien completo del hombre. Según las diversas regiones y la evolución
de los pueblos, pueden entenderse de diverso modo las relaciones entre la
socialización y la autonomía y el desarrollo de la persona. Esto no
obstante, allí donde por razones de bien común se restrinja
temporalmente el ejercicio de los derechos, restablézcase la libertad
cuanto antes una vez que hayan cambiado las circunstancias. De todos
modos, es inhumano que la autoridad política caiga en formas totalitarias
o en formas dictatoriales que lesionen los derechos de la persona o de los
grupos sociales.
Cultiven los ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria,
pero sin estrechez de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo
tiempo por el bien de toda la familia humana, unida por toda clase de
vínculos entre las razas, pueblos y naciones.
Los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y
propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación
están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio
al bien común, así demostrarán también con los hechos cómo pueden
armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa personal y la necesaria
solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad combinada con la
provechosa diversidad. El cristiano debe reconocer la legítima pluralidad
de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los ciudadanos
que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver. Los partidos
políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común;
nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien
común.
Hay que prestar gran atención a la educación cívica y política, que hoy día
es particularmente necesaria para el pueblo, y, sobre todo para la
juventud, a fin de que todos los ciudadanos puedan cumplir su misión en
la vida de la comunidad política. Quienes son o pueden llegar a ser
capaces de ejercer este arte tan difícil y tan noble que es la política,
prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y
de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia
contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de
un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y
rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos.
[…]
Misión de los cristianos en la cooperación internacional
88. Cooperen gustosamente y de corazón los cristianos en la edificación
del orden internacional con la observancia auténtica de las legítimas
libertades y la amistosa fraternidad con todos, tanto más cuanto que la
mayor parte de la humanidad sufre todavía tan grandes necesidades, que
con razón puede decirse que es el propio Cristo quien en los pobres
levanta su voz para despertar la caridad de sus discípulos. Que no sirva de
escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que
tienen una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la
opulencia, mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y
viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de
miserias. El espíritu de pobreza y de caridad son gloria y testimonio de la
Iglesia de Cristo.
Merecen, pues, alabanza y ayuda aquellos cristianos, en especial jóvenes,
que se ofrecen voluntariamente para auxiliar a los demás hombres y
pueblos. Más aún, es deber del Pueblo de Dios, y los primeros los Obispos,
con su palabra y ejemplo, el socorrer, en la medida de sus fuerzas, las
miserias de nuestro tiempo y hacerlo, como era ante costumbre en la
Iglesia, no sólo con los bienes superfluos, sino también con los necesarios.
El modo concreto de las colectas y de los repartos, sin que tenga que ser
regulado de manera rígida y uniforme, ha de establecerse, sin embargo,
de modo conveniente en los niveles diocesano, nacional y mundial, unida,
siempre que parezca oportuno, la acción de los católicos con la de los
demás hermanos cristianos. Porque el espíritu de caridad en modo alguno
prohíbe el ejercicio fecundo y organizado de la acción social caritativa,
sino que lo impone obligatoriamente. Por eso es necesario que quienes
quieren consagrarse al servicio de los pueblos en vías de desarrollo se
formen en instituciones adecuadas.
[…]
El diálogo entre todos los hombres
92. La Iglesia, en virtud de la misión que tiene de iluminar a todo el orbe
con el mensaje evangélico y de reunir en un solo Espíritu a todos los
hombres de cualquier nación, raza o cultura, se convierte en señal de la
fraternidad que permite y consolida el diálogo sincero.
Lo cual requiere, en primer lugar, que se promueva en el seno de la
Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las
legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el
diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los
pastores como los demás fieles. Los lazos de unión de los fieles son
mucho más fuertes que los motivos de división entre ellos. Haya unidad
en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo.
Nuestro espíritu abraza al mismo tiempo a los hermanos que todavía no
viven unidos a nosotros en la plenitud de comunión y abraza también a
sus comunidades. Con todos ellos nos sentimos unidos por la confesión
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y por el vínculo de la caridad,
conscientes de que la unidad de los cristianos es objeto de esperanzas y
de deseos hoy incluso por muchos que no creen en Cristo. Los avances
que esta unidad realice en la verdad y en la caridad bajo la poderosa
virtud y la paz para el universo mundo. Por ello, con unión de energías y
en formas cada vez más adecuadas para lograr hoy con eficacia este
importante propósito, procuremos que, ajustándonos cada vez más al
Evangelio, cooperemos fraternalmente para servir a la familia humana,
que está llamada en Cristo Jesús a ser la familia de los hijos de Dios.
Nos dirigimos también por la misma razón a todos los que creen en Dios y
conservan en el legado de sus tradiciones preciados elementos religiosos y
humanos, deseando que el coloquio abierto nos mueva a todos a recibir
fielmente los impulsos del Espíritu y a ejecutarlos con ánimo alacre.
El deseo de este coloquio, que se siente movido hacia la verdad por
impulso exclusivo de la caridad, salvando siempre la necesaria prudencia,
no excluye a nadie por parte nuestra, ni siquiera a los que cultivan los
bienes esclarecidos del espíritu humano, pero no reconocen todavía al
Autor de todos ellos. Ni tampoco excluye a aquellos que se oponen a la
Iglesia y la persiguen de varias maneras. Dios Padre es el principio y el fin
de todos. Por ello, todos estamos llamados a ser hermanos. En
consecuencia, con esta común vocación humana y divina, podemos y
debemos cooperar, sin violencias, sin engaños, en verdadera paz, a la
edificación del mundo.
[…]
Roma, en San Pedro, 7 de diciembre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica.
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