1 EL MANJAR DE LOS BRUJOS: NOTAS SOBRE EL CONSUMO DE SANGRE HUMANA EN LA HISTORIA MEDIEVAL Y MODERNA LOS JUDIOS, ASESINOS DE NIÑOS Dentro de la tradición del cristianismo anterior a la II Guerra Mundial la única relación posible en apariencia entre judíos y niños cristianos es la de verdugos y víctimas. El pueblo judío no sólo asesinó al Hijo de Dios sino que fue el causante de la matanza de los inocentes. Así, las primeras sospechas y acusaciones de sacrificios rituales, tiernos niños asesinados para utilizar las propiedades mágicas de su sangre, su corazón o su hígado, datan ya de 1141. En diez años la acusación surgió de modo espontáneo en tres lugares diferentes (Norwich, Würzburg y Colonia). En los años siguientes las acusaciones, seguidas de matanzas de judíos, se multiplican: en Inglaterra (1168, 1181, 1183), Francia (1171, 1191), Alemania (1236), etc. Los desórdenes públicos producidos a causa de los asesinatos eran de tales proporciones que el propio Federico II se vio obligado a nombrar una comisión de expertos de toda Europa, formada por príncipes, prelados y conversos, para investigar la causa de la avidez de sangre infantil de los judíos. Los resultados de la investigación (la Bula de Oro, 1236) eran exculpatorios, y en este mismo sentido se pronunció el Papa Inocencio III en 1247. El esquema de actuación por el que se les acusa es el germen de numerosas variantes posteriores (y a la vez compendio de las anteriores): un niño es asesinado en Semana Santa por los judíos, constituidos en una sociedad secreta para el crimen, y su sangre utilizada para bañar el pan ácimo o para algún misterioso hechizo. El homicidio de recién nacidos o de infantes de corta edad es un tema recurrente en la historia del horror universal, aunque cada época y lugar lo dota de los ingredientes necesarios para conmover a sus actores sociales. En el siglo II el romano Minucius Félix, describe así las ceremonias cristianas de iniciación según el testimonio de un pagano: “En cuanto a la iniciación de nuevos miembros, los detalles son tan desagradables como bien conocidos. Un niño, cubierto de masa de harina para engañar al incauto, es colocado frente al novicio. Este apuñala al niño con golpes invisibles; en realidad, engañado por la masa, cree que sus golpes son inofensivos. Luego —¡es horrible!— beben ávidamente la sangre del niño y compiten unos con otros 2 mientras se dividen los miembros. Se sienten unidos por medio de esta víctima, y el hecho de compartir la responsabilidad del crimen les induce a callar. Ritos sagrados como éste son peores que el sacrilegio.” (N. Cohn: Los demonios familiares de Europa, Madrid, Alianza Editorial, 1975/1980, p. 19) En este caso, como en otras descripciones romanas y griegas, el objetivo del asesinato es la creación de una solidaridad mutua basada en la comunión criminal.1 La víctima es únicamente la rúbrica del juramento, sin importancia por sí misma. El verdadero crimen es la conspiración al margen del Estado, la existencia de lazos ilícitos entre grupos humanos; no parece que la sangre infantil muestre ninguna propiedad intrínseca. La vertiente sacrílega del homicidio aparece ya en San Agustín, que acusa a los frigios de poseer “siniestros sacramentos”. “Se dice que toman la sangre de un niño de un año haciéndole pequeños cortes por todo el cuerpo, y luego llevan a cabo su Eucaristía, mezclando esta sangre con harina y amasando pan. Si el niño muere, se le considera un martir; pero si sobrevive, lo elevan a la condición de gran sacerdote” (San Agustín, De haeresibus, XXVI). El mayor crimen en esta descripción es la profanación de la ceremonia más sagrada del cristianismo2. Se trata de una representación literal de la Ultima Cena, en la que el niño suplanta a Cristo, como en los cultos antiguos a Dionisos. Sin embargo, podemos observar un cambio entre la primera descripción y la de San Agustín: lo importante no es juramentarse alrededor de un cadáver, sino obtener su sangre. El papel de la víctima comienza a cambiar. Es necesario llegar a la Edad Media para profundizar en una nueva utilidad del asesinato ritual: la utilización de la sangre y las vísceras de la víctima infantil en conjuros mágicos, indudablemente inspirados por el Diablo. Tal es la “Muchos aseguran que cuando Catilina reunió a sus simpatizantes para satisfacer sus instintos criminales, mezcló la sangre de un hombre con vino e hizo circular el brebaje entre sus hombres. Una vez que todos habían bebido del recipiente y pronunciado el juramento, tal como se acostumbra en los ritos sagrados, él les reveló sus planes” (Salustio, La conjuración de Catilina, XX). La historia, aunque aparentemente falsa porque fuentes enemigas de Catilina no lo ratifican, tuvo tanto éxito que tres siglos después Dión Casio les acusó de haber asesinado a un joven y devorado sus entrañas. 2 Cohn relata también la acusación de canibalismo ritual que Filastrio, obispo de Brescia, atribuye a los montanistasde Oriente: “se dice que durante la Pascua de Resurrección mezclan la sangre de un niño en sus ofrendas y envían trozos de esa ofrenda a todos sus perniciosos y errantes seguidores”. ¿Con qué fin? ¿Se trata una vez más de revalidar la promesa de unión?¿Tiene la hostia así conseguida un mayor poder espiritual? 1 3 acusación que recae en los bogomilos de Tracia, según el testimonio atribuidos al bizantino Miguel Constantino Psellos (1050): “Posteriormente, en el tercer día después del nacimiento, arrancan a las miserables criaturas de los brazos de sus madres, cortan sus tiernas carnes con afilados cuchillos y recogen la sangre en unas vasijas,. Arrojan a las criaturas, que todavía respiran y jadean, al fuego y las reducen a cenizas. Con estas cenizas y la sangre recogida en las vasijas preparan una bebida abominable con la que secretamente infectan su comida y bebida; como los que mezclan veneno con hipocrás u otros brebajes dulces. Por último, comparten estos alimentos no sólo entre ellos sino con otros que desconocen sus procedimientos ocultos.” (N. Cohn: op. cit., pp. 40-41) Esta imputación, de una persistencia extraordinaria, aparece en lugares tan distantes como la China del siglo XIX, en la que se temía a los misioneros cristianos porque raptaban niños y les arrancaban el corazón o los ojos para realizar hechizos. No es ésta la primera vez que el clero es acusado de rapto de niños (y desde luego no será la última). En 1768, el colegio de los oratorianos de Lyon es saqueado porque supuestamente robaban niños para implantar sus brazos a un príncipe manco que alojaban. Se trata de un episodio más de las revueltas francesas de mediados del XVIII, verdadera epidemia de raptos de niños. En 1750, París se levanta porque ayudantes de policía vestidos de civiles raptan a niños de 5 a 10 años para dar baños de sangre a un príncipe leproso. Este mismo año en Toulouse, son acusados de rapto los vendedores de muñecas. Las mismas acusaciones, pero con distintos culpables, se suceden en el Paris de 1769, repitiéndose nuevos episodios en 1823 (véase Jean Delumeau: El miedo en Occidente). Este temor puede rastrearse incluso en nuestros días, en el que el enemigo ha adoptado la forma amenazante del traficante de órganos. ¿Cuáles son las características de este pequeño “objeto del deseo” sacrílego? ¿Qué propiedades se le atribuían? Anton Bonfin (Rereum Hungaricum decades, Dec. V, libro 4, cit. en León Poliakov: Historia del antisemitismo: de Cristo a los judíos de las Cortes, Barcelona, Muchnik, 1955/1986, pp.305-306) explica las ventajas de la sangre de un cristiano para los judíos, a raíz de las acusaciones por el homicidio ritual de Tyrnau (1494): 4 “Primero, las tradiciones de sus ancestros les dicen que la sangre de un cristiano es un excelente medio para curar la llaga producida por la circuncisión. Segundo, descubren que con esta sangre se obtiene un preparado que despierta el amor mutuo. Tercero, como tanto los hombres como las mujeres sufren menstruaciones, han constatado que la sangre de un cristiano constituye un excelente remedio. Cuarto, en virtud de un mandamiento antiguo y secreto, estan obligados a ofrecer anualmente un sacrificio de sangre cristiana...” Un siglo antes, a mediados del XIV, los leprosos franceses fueron acusados de conspirar, pagados por los judíos a auspicios del rey de Granada, para envenenar las fuentes y los pozos con bolsitas llenas de un polvillo. Sus mortíferos ingredientes eran sangre humana, orina, tres hierbas sin precisar y hostia consagrada, todo ello desecado y pulverizado3. Descubierta la conjura, cientos de leprosos y judíos fueron encarcelados y quemados vivos, y los que se salvaron recluidos a perpetuidad. También las brujas, herederas de las demoniacas cualidades de los anteriores en la mentalidad de los inquisidores, se beneficiaban de estas propiedades. Caro Baroja, que tanto investigó sobre la heterodoxia religiosa, trata en su libro Brujería Vasca los procesos de brujería de Navarra durante la primera mitad del siglo XVI. El inquisidor Avellaneda relata que: “También manifiestan ellos y ellas que parecen hacer las ponzoñas con que matan a las personas que tienen por doctrina que no se pueden hacer sin corazón de niños mezclados con otras cosas, manifiestan con que los hacen y a esta causa matan a los niños de teta, y los desentierran y quitan los cuajos y corazones como yo por experiencia he hallado ser así. Y algunos me han manifestado haber quitado y hacer yo abrir las sepulturas, y hallé los niños sin corazones en la manera de las criaturas que hay un misterio muy grande que las que acuestan santiguadas no tienen poder para las matar, y si por desdicha a las que los crían acontece descuido de no los santiguar el demonio va a los brujos y brujas y les dice que en tal parte han acostado a una criatura sin santiguar que vayan a matarla, y así los hace ir el demonio. El cual demonio va delante veces en figura de perro y otras en figura de raposo y algunas veces en figura de hombre y abre las puertas y los guía hasta donde está la criatura, y así lo 5 ahogan algunas luego, y otras con ponzoñas que le echan en la boca, y así muere dende a pocos días...” (Caro Baroja, Brujería vasca, San Sebastián, Txertoa, 1982, p. 41) ¿Pero había algo más en este consumo que un gusto culinario? “Esta supuesta especialidad entrañaba algo más que propósitos malignos: las brujas necesitaban los cadáveres por muchas razones. Eran caníbales y mostraban un apetito siempre insaciable por la carne más tierna y joven. Según algunos autores de la época, el mayor placer para una bruja era matar, cocinar y comer a un recién nacido aún no bautizado. La carne de los niños estaba llena de poderes sobrenaturales. Como elemento en preparados mágicos podía ser utilizada para matar otros seres humanos, para soportar la tortura y guardar silencio y también, mezclada con cierto ungüento y aplicada al cuerpo de la bruja, le permitía volar.” (N. Cohn: Los demonios familiares de Europa, pp. 138139) Agente de curación y de amor, antídoto contra el dolor, sangre asesina que permite a los iniciados la levitación: tales eran las propiedades de los fluidos vitales de los niños cristianos, sobre todo antes de formar parte plena de la comunidad de los bautizados. ¿Cuál era pues su especial naturaleza? LA NUEVA NATURALEZA DE LA VÍCTIMA Durante la Edad Media, abandonado en Europa el antiguo derecho romano (que únicamente pervive en algunos reinos cristianos de España), se consideraba infancia al período que abarca del nacimiento a los cinco años, etapa en la que los niños no hablan o hablan mal, según Guillermo de Conches (principios del siglo XII) y comienzan a ser corruptibles sexualmente. Después pasaban a la pueritia, hasta los once o doce años en los que se alcanzaba la mayoría de edad. Aldobrandino de Siena (siglo XIII) distinguía una etapa intermedia llamada dentium plantatura que abarcaba desde la salida de los primeros dientes hasta los siete años, momento en el que en algunos fueros, como el de San Miguel de la Escalada,4 establecen el comienzo de la edad penal. 3 Según otras fuentes la hostia consagrada era mezclada con serpientes, sapos, lagartos, lagartijas, murciélagos, excrementos y otras cosas sin determinar. 4 Este fuero tuvo una gran importancia como inspirador de este punto en el Código Penal español de 1822. 6 Con el fin del Imperio Romano y la expansión de los reinos cristianos no sólo cambió el estatus jurídico de los niños5, sino también el simbólico. Los niños se convierten en un bien muy preciado6 que está expuesto a múltiples peligros: algunos inherentes a su naturaleza, otros externos. No debemos olvidar que el niño se define de manera siempre negativa en relación a un adulto que construye el universo colocándose como centro y norma, y que el adulto que define el mundo en Occidente es cristiano. Y esta creencia influye profundamente en su visión de la vida humana, asediada por el pecado desde sus orígenes. En la Edad Media y en el Renacimiento un cristiano nace con un calidum innatum (a diferencia el sobreañadido o influens), un humidum radicale (la humedad sin la que no es posible la vida) y con el estigma de un pecado (con la historia del mal en el mundo dentro de él ). La disputa sobre el pecado original y sus efectos en el recién nacido llenaron muchas páginas de las obras de los primeros teóricos del cristianismo.Tanto San Agustín como Santo Tomás y San Buenaventura, admiten que el mero hecho de haber nacido hijo de Adán hace participar a los cristianos de la voluntad de su pecado, del mismo modo que al ser bautizado se participa de la voluntad de justicia de Cristo.7 Sin embargo, para el primero de ellos, el bautismo no limpia del todo el pecado, aunque lo libere de la culpa: su marca permanece en el deseo de los sentidos. Esta marca se transmite a través del calor del acto sexual de los padres8. El semen no es más que la espuma de la sangre que el deseo hace hervir “igual El Derecho romano distinguía tres períodos de edad: la infancia, la impubertad y la pubertad, aunque el calificativo de menor legal no tuviera relación con la edad física, sino con la condición de sui iuris o alieni iuris. Este segundo caso era el de los hijos que mientras estuvieran sometidos a la autoridad paterna no tenían autonomía jurídica, fuese cual fuese su edad. Para los pupilos no sujetos a la patria potestad, existía una evolución de su capacidad jurídica. Los menores de siete años, infans, son considerados privados de toda voluntad: “carece de aptitud para entender las cosas serias”. De los siete a los doce (mujeres) o catorce (hombres) pueden realizar ciertos actos jurídicos (como adquirir bienes).La pubertad comprendía todo el resto de la vida. 6 De hecho, hasta el año 374 no era considerado asesinato el infanticidio, aunque hasta el siglo XII es más un pecado que un delito en sí mismo asimilable al asesinato de un adulto. 7 “Because they were clothed with the flesh of him who sinned in his will, they contract from him the responsability for sin” (Portalié, A guide to the thought of Saint Augustine, Westport, Greenwood Press, 1960/1975, p. 211). 8 Para Fulgentius y los primeros escolásticos. “The cause of original sin lies in the manifold defects of the flesh, especially in a pollution which the body, when is conceived, contracts from the parents in the heat of intercourse and sexual concupiscence” (Portalié, p. 211). 5 7 que echa espuma una olla puesta al fuego” (Hildegarda de Bingen, 1098-1176)9. Este calor no puede ser atemperado por el reción nacido ya que su cerebro, que en la fisiología griega y medieval era un órgano encargado de absorber los humores en desequilibria, está demasiado húmedo. Los inequívocos síntomas del pecado original son la concupiscencia o apetito desordenado y la ignorancia, es decir el exceso, en cuanto falta de control, y la carencia. Porque lo que para los pensadores cristianos es el pecado original, para la mente popular medieval es el estigma de Satanás10. El bautismo solía incluir el exorcismo del demonio, que salía del cuerpo del niño cuando lloraba al ser bautizado (la Reforma se suprimió formalmente el exorcismo, aunque persistía la creencia en la posesión). JUDIOS, BRUJAS Y NIÑOS: HERMANOS DE SANGRE “Lupanar y teatro, la sinagoga es también caverna de bandidos y guarida de bestias salvajes... Viven para su vientre, con la boca siempre abierta: los judíos no se comportan mejor que los cerdos y los cabrones con su lúbrica grosería y su excesiva glotonería. Sólo saben hacer una cosa: hartarse y emborracharse”. (San Juan Crisóstomo)11 “Al día siguiente de su nacimiento... su llanto en general no suena como el de un niño y nunca lo pareció, y cuando mama lo hace dando tales bocados y abre de tal manera las mandíbulas que toma en una vez lo que otros en tres. En consecuencia, su nodriza estaba siempre seca... Nunca estaba satisfecho” (Heroad, Diario del joven Luis XIII, 1601) Santo Tomás atribuye a los demonios la capacidad de tomar forma humana, pero sólo en apariencia. Podían ingerir comida, pero no digerirla; por ello su voracidad no tiene límites. Esto justificaba la creencia de que los niños que lloraban mucho eran en realidad engendros del demonio, que habían 9 La concepción se produce, según la embriología árabe (que tanta influencia tuvo en el medievo, cuando la materia femenina, normalmente fría y húmeda, es calentada gracias al contacto erótico que desde la matriz difunde el calor por todo el cuerpo. El coito concentra la materia femenina en torno a la matriz que tiene siete cámaras. Durante el primer mes de embarazo las semillas masculina y femenina no se mezclan, sino que permanecen separadas como la yemas del huevo y están sometidas al Planeta Saturno. En el segundo mes impera el planeta Júpiter. Es el viento jupiterino el que produce las nauseas y vómitos. El feto va pasando por todos los astros hasta de nuevo llegar a la Luna, bajo cuya influencia nace. 10 En los años triunfantes de la teoría de la inocencia infantil, Michelet comentaría: “¿El instinto humano está pervertido de antemano? ¿El hombre es malo por naturaleza? El niño que tomo entre mis brazos cuando sale del seno de su madre ¿es un pequeño réprobo?. A esta pregunta atroz, tanto que le duele a uno escribirla, la Edad Media responde sin piedad y sin vacilación: Sí” (Jules Michelet: El pueblo, p. 168). 11 Citado en León Poliakov, p. 36. 8 sustituido a los hijos auténticos12. Por otro lado, en el paso al siglo XIV, se empieza a establecer que el llanto excesivo produce enfermedades y se generaliza el uso de narcóticos, nanas y amuletos. A los niños diabólicos se les reconoce porque “siempre gritan en la forma más lastimera y aunque se pongan a amamantarlas cuatro o cinco mujeres nunca crecen” (Sprenger y Krämer, Malleus Maleficarum, 1487). Lutero está de acuerdo: “Es cierto: es frecuente que tomen a los niños recien nacidos y se pongan en su lugar, y son más aborrecibles que diez niños con sus excrementos, su avidez y sus gritos” (cit DeMause: Historia de la infancia, Madrid, Alianza Editorial, 1974/1982, pp. 2829). Aunque estas descripciones se refieren a infantes excepcionalmente malignos, todos los hijos de cristianos tenían dentro espíritus maléficos que vivían en sus cuerpos independientes de su voluntad y la de sus padres. Guibert de Noguent, en el siglo XII, describe así a su pequeño hermano: “El niño molestaba tanto a mi padre y a sus sirvientes con la intensidad de su llanto y sus gemidos durante la noche —aunque de día era muy bueno, jugando unos ratos y otros durmiendo—, que cualquiera que durmiera en la misma habitación difícilmente podía conciliar el sueño. He oído decir a las niñeras que tomaba mi madre que, noche tras noche, no podían dejar de mover el sonajero del niño, tan malo era, y no era por su culpa, sino por el demonio que tenía en su interior y que las artes de una mujer no lograron sacarle”. Siempre bajo sospecha, madres y nodrizas espían las reacciones de los niños pues pueden ser fácilmente reemplazados por verdaderos seres maléficos, o llevados en secreto a los aquelarres. Estos demonios se expresaban a través de gritos, avidez y sobre todo mal olor13. Según David Hunt (Parents and Children, cit. DeMause, p. 71), “el hecho de que el excremento del niño tuviera un aspecto y un olor desagradable significaba que el propio niño tenía allá, en lo más profundo de su cuerpo, una 12 El miedo a un cambio de niños es especialmente importante en el caso de la descendencia real. Por ello era común que poco tiempo después del nacimiento se le suministrase a los príncipes un bautismo provisional, el agua de socorro, en su propio hogar aunque hubiese más adelante un bautismo público en la iglesia. 13 Es común a los países mediterráneos denominar al bebé con alguna palabra relacionada con sus excrementos. La palabra francesa merdeaux (niño muy pequeño) deriva obviamente de la latina merde. Del mismo modo la palabra cagón o meón es una manera común, y en muchos casos afectuosa, de llamar a los bebés españoles. 9 mala inclinación. Por plácido y bien dispuesto que pareciera, el excremento que períodicamente salía de él era considerado como el mensaje insultante de un demonio interior que indicaba los ‘malos humores’ que ocultaba en su interior”. Esta suciedad interna era en la Edad Media la única importante. Le Roy Ladurie, cuando relata la vida de Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324, comenta en relación a la higiene: “no es tanto el exterior del cuerpo lo que hay que tener limpio como el interior, es menos la piel que las entrañas. ¿Tan absurdo resulta? Todavía en el siglo XVIII mucha gente consideraba que el hecho de emanar en torno un olor pestilente de cuerpo mal lavado representaba en última instancia (al menos en los varones y por definición) un signo de virilidad personal. Cuando existe el aseo en Montaillou ignora las zonas anales o genitales; se limita a las partes del cuerpo que bendicen, manipulan o tragan el alimento: manos, cara y boca”. La preocupación por la condición límite de la infancia se agudizó a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento. Es entonces cuando la Europa cristiana se siente asediada por el mal y pierde la confianza en su propia supervivencia. El avance turco, el Cisma religioso, las pestes, el hambre, las revueltas convencen a las masas y a los propios dirigentes del Estado y la Iglesia de que se avecina la última batalla con el diablo antes del fin del mundo. Prolifera la creencia de que las entidades maléficas están organizadas, son auténticas huestes infernales. La cuestión de identificar al enemigo y neutralizarlo se convierte en un asunto decisivo. Y dentro del horizonte de cotidianidad ser moro o judío era lo único que se podía ser cuando no se era cristiano. “...con más o menos ternura humorística, se estimaba que el recién nacido era moro hasta el acto del bautismo. Por esta razón ciertos tabúes vedaban el que se les tratase con demasiada proximidad, como si ‘no fuera de los nuestros’ ” (M.J y P. Voltés: Madres y niños en la historia de España, Barcelona, Planeta, 1989). Todavía en el siglo XIX, si revisamos la relación hecha a partir de los documentos estudiados por el etnólogo polaco Stomma, de entre 473 casos de muertos convertidos en aparecidos el porcentaje más significativo lo ocupa la categoría de niños muertos antes del bautismo (fetos, abortos y recien nacidos) el 38,6%. Les siguen en importancia los ahogados con el 20,2%. 10 Por otro lado, existían demasiadas similitudes entre las características de las entidades maléficas y los tiernos infantes. El tema del mal olor de los judíos (el foetor iudaicus) es bien conocido: y hasta hace poco tiempo se ha creído inherente a este grupo humano y, por lo tanto, hereditario. Incluso fue objeto de un estudio, realizado por el antropólogo Hans F.K. Günther en 1930, por el que intentó descubrir cuál es el componente químico de tan repugnante hedor. Poliakov afirma que en el origen de esta creencia está la asociación inconsciente entre impiedad y hedor (el olor a azufre del diablo, por ejemplo) en contraposición al “olor a santidad” que produce el bien, aunque otro teórico del siglo XVIII, J. G. Schudt (1714-1718) admita que puede deberse al consumo inmoderado de ajo y la falta de aseo personal (general, por otro lado, a toda la sociedad de la época). Además no es posible obviar la más sospechosa de las similitudes. Los judíos y el resto de los brujos hacen ritual el alimento cotidiano de los niños hasta el destete: la sangre. Porque para el hombre del medievo y de la edad moderna la leche materna (al igual que el semen) era sangre batida hasta hacerse blanca. Una nueva hipótesis sobre la negativa de las madres de clase alta del siglo XV al XVIII a amamantar a sus propios hijos también puede tener un componente mágico: la sospecha de que se trataba de seres de los que se debía desconfiar. La costumbre de utilizar amas de cría se generalizó en la Europa moderna, a pesar de que la sangre de ésta, al ser mezclada con la del pequeño, podía ocasionar consecuencias irreparables en el caso de que su fluido no fuera del mismo tipo social o religioso que el del alimentado, al margen de la transmisión de posibles enfermedades. El mismo Michelet, al hablar de la personalidad del rey francés Enrique IV afirma que su vida turbulenta fue resultado de la mezcla de ocho sangres diferentes. Todavía en la Alemania del III Reich se utilizaba este mismo argumento para denigrar la leche judía, como muestra este documento de los archivos del Ministerio de Justicia: “Después del nacimiento de su hijo, una mujer de pura sangre judía vendió su leche materna a un pediatra ocultando el hecho de ser judía. Varias criaturas de sangre alemana fueron alimentadas con esta leche en una maternidad. La acusada será perseguida por estafa. Los compradores han sido perjudicados, ya que la leche de una judía no puede ser considerada alimento para los niños alemanes. Al mismo tiempo, la actitud impúdica de la imputada 11 constituye una injuria grave; empero, la instrucción de este caso ha sido suspendida a fin de no intranquilizar a los padres, que ignoran el hecho. Me propongo conversar con el ministro de Salud Pública sobre los aspectos raciales e higiénicos de estos asuntos.” (Poliakov: Historia del antisemitismo: de Mahoma a los marranos, Barcelona, Muchnik, 1961/1980, p. 386) En el caso de familias distinguidas, las nodrizas eran elegidas a partir del séptimo mes de embarazo. Tras una primera selección a la vista, eliminando a aquellas que tenían taras evidentes, hombres de confianza indagaban en las parroquias de los lugares de origen para descubrir cualquier posible desviación de la ortodoxia católica. Una vez elegidas, en mucho casos creaba un vínculo tan fuerte con la familia que la hermandad de leche se convertía en una suerte de parentesco. Sin embargo, existe constancia de que los infantes reales en el siglo XVIII, a pesar de que eran amamantados por el ama de cría, no podían ser tocados por ella. Tal función correspondía a las mudadoras, que eran las personas autorizadas para manipular los pequeños cuerpos reales. Aunque los teóricos y moralistas de la Ilustración, con Rousseau a la cabeza (que por cierto abandonó a sus cinco hijos), advertían a las madres sobre los peligros a los que exponían a las criaturas dejándolas en manos ajenas, todavía en 1780 el jefe de policía de París estimaba que de los 21.000 niños nacidos al año en esta ciudad el 85% era amamantado por nodrizas en el campo, el 3’5% por amas de leche en el propio hogar y únicamente otro 3’5% (en torno a 700) por la madre. El resto (entre 2.000 y 3.000 niños) eran abandonados y llevados a los hospicios donde normalmente morían. El alimento de los niños hasta los dos años variaba con las costumbres de cada localidad. Normalmente el primer líquido que el niño ingería al poco de nacer era un poco de vino azucarado para entonar el estómago, y de paso para introducir algo de “cultura” en ese cuerpo que va a ser alimentado con sangre, y sus labios eran frotados con ajo14. Aunque los países mediterráneos solían mantener la lactancia natural durante el primer año, era costumbre en Francia iniciar el destete a los dos meses. A partir de entonces la nodriza les 14 Esta costumbre ha sido recogida para fines del siglo XVIII. Ignoro si en siglos anteriores se llevaba a cabo, cosa que sí ocurría en el caso del vino que incluso servía para dar un tibio baño al recién nacido. 12 preparaba papillas de harina cocida con leche y alimentos sólidos, previamente mascados y ensalivados, para facilitar su digestión. LA SANGRE: MANJAR DE LOS EXCLUIDOS En las páginas anteriores, de un modo fragmentario, he apuntado varias analogías entre diversos seres considerados como peligrosos y, en todo caso, marginales, y un común regusto por el consumo de sangre humana. Este precioso líquido era tanto más importante cuanto que la sociedad de la época administraba la medicina a través del pulso y la economía del exceso y la carencia de sangre. Hasta los desvanecimientos en los partos, eran curados con sangrías. Sangre eran el semen y la leche. La sangre era, en definitiva, el alimento del cuerpo y la vida y para los aristotélicos el agente del pensamiento. De ahí la codicia que despierta en aquellos que ya no pertenecen a este mundo. Porque además de los judíos, los brujos y los niños también los muertos, con su sed insaciable, acechan a los cristianos para arrebatarles lo que ellos ya no poseen. Es esta relación entre la muerte y la falta de este líquido la que arroja un poco más de luz sobre el resto de sus consumidores y sus prácticas de consumo. A grandes rasgos, tres son los modos de ingestión de la sangre humana: cruda y líquida en un contexto no ritual; cruda y líquida en un contexto ritual; y elaborada (bien cocida o desecada y pulverizada) y mezclada con otros ingredientes también de uso mágico. Cocinada de esta última forma puede ser consumida en un contexto ritual, pero también utilizada para establecer un vínculo inevitable con otros consumidores accidentales ajenos al rito, pero sometidos a las mismas normas en virtud de esta ingestión. En esta tipología provisional los lactantes y aquellos muertos convertidos en vampiros consumirían la sangre de un modo inmediato, sin elaboración de ningún tipo. Apetito y satisfacción de éste por razones puramente nutricias. No es aquí el lugar para explorar la relación entre estas dos categorías de seres aparentemente tan diferentes. Pero ambos han traspasado el límite entre lo específicamente humano aunque en distintas direcciones y su estómago no tolera ningún líquido que no sea portador de vida. Un niño aún no es un hombre; un muerto aún no es polvo. 13 Cruda y líquida también, pero consumida en un contexto ritual, la sangre infantil es el símbolo de una alianza sagrada. Es transformada en vehículo de las voluntades y sello de un pacto, al igual que puede serlo el cordero en los textos bíblicos. En este caso, las propiedades que proporciona su consumo redundan en el fortalecimiento de los propios comensales, convirtiéndolos en un solo cuerpo por el que circula la poderosa sangre, doblemente poderosa por ser creada a partir de la propia sangre ingerida, del sacrificado. Por ello, los que la beben no tienen necesariamente que tratarse de individuos demoniacos, aunque sí autoexcluídos del cuerpo más amplio de la sociedad. Ellos poseen su propia dimensión corporal. La tercera pauta de consumición, aunque puede implicar también un fortalecimiento del grupo (como por otro lado cualquier contexto ritual), se centra sobre todo en las propiedades intrínsecas de este líquido. Se trata de un ingrediente especial de un plato más elaborado, al que se requiere por sus efectos terapéuticos o antiterapéuticos; por su eficacia en la modificación de las propiedades del espíritu y, en ocasiones, en las del cuerpo. El dominico Johannes Nider, autor del Formicarius, escrito en Basilea entre 1435 y 1437, fue informado de cómo la cocinaban los brujos de Berna. Los niños, a los que se asesinaba por medio de la magia, eran desenterrados de sus tumbas. “Los brujos los ponían a cocer en una olla hasta que la carne se ablandaba y se separaba de los huesos. La parte más sólida se utilizaba como ungüento destinado a las prácticas mágicas y a las metamorfosis (nostris voluntatibus et artibus et transmutationibus); la más líquida se ponía en un frasco o en un odre se daba a beber, en el transcurso de una ceremonia, a quienes querían llegar a ser maestros de la secta.” (Ginzburg: Historia nocturna, Barcelona, Muchnik, 1986/1991, pp. 69-70) Pero cuando los inquisidores descubrían las numerosas e imaginarias conjuras contra los cristianos, la amenaza no sólo acechaba a las víctimas sacrificiales. Como en el caso de la comida destinada a los muertos, cualquier participación en su banquete, cualquier ingestión ocasional de la ponzoña convertía a los hombres de bien en adoradores del demonio. La voluntaria comunión entre sectarios, conscientes de formar parte de un grupo, da paso a la inconsciencia de los anónimos consumidores obligados a formar parte del difuso cuerpo del mal. La bebida y la comida no apta para humanos “animaliza” sus vidas. 14 Lógicamente el hallazgo en el Nuevo Mundo de pueblos que consideraban el sacrificio humano como la más alta forma de culto a los dioses, descubiertos al mismo tiempo que otras muchas conjuraciones demoniacas en Europa, debió suponer una nueva ratificación de la extensión del mal en el mundo, un aquelarre organizado a nivel estatal coherente con la imagen previa de los conquistadores españoles. Como sostenía Isaiah Berlin, “el mundo de los hombres (y en algunas versiones, el universo entero) es una jerarquía simple y total; de tal forma que para explicar por qué cada objeto es como es, está donde está y hace lo que hace se dice eo ipso cuál es su objetivo, hasta qué punto lo cumple satisfactoriamente y cuáles son las relaciones de coordinación y subordinación entre los objetivos de las diferentes entidades teleológicas de la pirámide armoniosa que forman colectivamente. Si esta imagen de la realidad es verdadera, la explicación histórica, como cualquier otra forma de explicación, debe consistir sobre todo en asignar a los grupos, las naciones y las especies su propio lugar en el esquema del universo. Conocer el lugar ‘cósmico’ de un objeto o de una persona es decir lo que es y lo que hace... Comprender es percibir los esquemas... Cuanto más inevitable podamos mostrar que es un suceso, una acción o un carácter, mejor lo entenderemos, más profunda será la intuición del investigador y más cerca estaremos de la verdad última. Esta actitud es profundamente antiempírica.” (I. Berlin: Historical Inevitability, Oxford University Press, 1955, pags. 13-14)