FILM: Roland Joffé, "La Misión"

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LA MISIÓN (1986)
LA PELÍCULA
Dirección: Roland Joffé. Música: Ennio Morricone. Intérpretes: Robert de Niro,
Jeremy Irons.
La historia está basada en los hechos reales acaecidos en 1750 en la misión
jesuítica de San Carlos, en las cataratas de Iguazú, en la frontera entre Argentina,
Brasil y Paraguay, cuando españoles y portugueses se repartieron el mundo y
también a los indios, cuya única defensa fueron las paredes de las misiones. Esta
misión evangelizadora se centraba en la cultura de los indios guaraníes, habitantes
de estos impresionantes parajes de la América Latina.
Narra la historia de un jesuita, el Padre Gabriel (impagable Jeremy Irons),
que se le encomienda un nuevo destino: hacerse cargo de la misión de San Carlos, ahora
vacía por la muerte, a manos indígenas, del jesuita que se hacía cargo de dicha misión.
Por su parte, un mercenario, asesino y traficante de esclavos, Rodrigo Mendoza
(interpretado magistralmente por el siempre soberbio Robert de Niro), inicia un
camino de auto-culpa y redención por el asesinato de su propio hermano (interpretado
por Aidan Quinn). La culpa lo tortura sin piedad. Es entonces cuando las historias del
Padre Gabriel y Mendoza se cruzan. Al Padre Gabriel se le encomienda la misión de
enderezar a Mendoza llevándoselo a San Carlos. Es en su camino hacía San Carlos,
cuando Mendoza inicia su personal camino de penitencia y redención. Ahora se
verá destinado a convivir con los que antes eran sus enemigos y "mercancías". Rodrigo
se enamora de esa cultura y esa gente a la que antes perseguía y exterminaba.
Ahora defenderá los ideales jesuitas y la misión junto al padre Gabriel y sus
acólitos. La decisión de la Iglesia (presionada por España y Portugal) de abandonar las
misiones en estos territorios, por el establecimiento de nuevas fronteras y siendo los
nuevos dueños los portugueses, pondrán al Padre Gabriel y Mendoza en una difícil
decisión: abandonar al pueblo guaraní a su suerte o bien, defender la misión de San
Carlos por las armas y rompiendo el voto de no-violencia. Mientras Gabriel utiliza
como únicas armas la fe, Mendoza luchará a golpe de espada. Son dos aspectos que
marcan las diferencias de uno y otro. Aunque el amor hacia es pueblo será algo que los
una en el fondo.
Estamos ante una película técnicamente impecable, con una fotografía cálida
y terrosa que ensalza la naturaleza y al hombre en ella. El film es recordado por
imágenes como las del misionero lanzado en una cruz de madera por las cataratas del
Iguazú, los indios guaranís rodeando a Jeremy Irons mientras éste toca la flauta, Robert
de Niro arrastrando por la selva su espada y su armadura, pero sobre todo será
recordado por la grandiosidad de la música de Ennio Morricone. Su partitura logra
describir a la vez lo grande y lo pequeño. La épica de unos personajes en un majestuoso
mundo amenazado por las guerras, y las dudas y miedos de los protagonistas. El
director, Roland Joffé se enamora de sus personajes, comprendiendo al bruto Mendoza
y al reflexivo Padre Gabriel. Haciéndolos humanos, matizando sus caracteres e
iluminando los claroscuros de la América española, desplegados en una variedad
de grises, sin caer en los fáciles estereotipos comunes al hablar de la conquista
española. Una película grande para hablar de temas grandes como la libertad, el
racismo, la fe o la redención.
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CONTEXTO HISTÓRICO
La Compañía de Jesús nació entre 1538 y 1541, en un momento histórico en
el que se estaba produciendo una profunda renovación de la espiritualidad. Entre las
órdenes religiosas se estaba asentando el movimiento de la observancia. El
protestantismo avanzaba por Europa. El erasmismo, considerado heterodoxo, era
perseguido. Y las autoridades católicas consideraban cada vez más necesaria la
convocatoria de un Concilio general.
La Compañía apareció gracias a la iniciativa de Ignacio López de Loyola, San
Ignacio, el cual nació en Loyola (Guipúzcoa-España) en 1491. En 1521 (a los 30 años)
cambió radicalmente de vida. Tras ser herido en el sitio de Pamplona (España) por
las tropas francesas, San Ignacio tuvo que guardar una penosa y larga convalecencia.
Durante ese tiempo tuvo la oportunidad de leer la «Flos Sanctorum» (vidas ejemplares
de santos), la «Vita Christi» de Rodolfo de Sajonia, y el «De imitatione Christi» de
Thomas Kempis. Estas lecturas y su afición por los libros de caballería le llevaron a
perfilar un nuevo ideal caballeresco dentro de su época: el de caballero de Cristo, un
caballero andante en defensa de Dios. Y de acuerdo con dicho ideal, decidió romper con
su vida anterior e irse a los Santos Lugares.
Aunque en 1538 ya eran conocidos los seguidores de San Ignacio con la
denominación de Compañía de Jesús, la institucionalización de la nueva orden no
se produjo hasta dos años después, cuando Paulo III la aprobó por medio de la bula
“Regimini militantes ecclesias”. Sus constituciones la dotaron de un grado de
modernidad que la diferenciaba claramente del resto de las órdenes de la época. Desde
un primer momento destacó por su carácter plenamente renacentista. La Compañía se
caracterizó especialmente por su obediencia absoluta al papa. Asimismo, adaptó el
sentido monástico a la necesidad de movilidad del apostolado en un mundo en constante
cambio. Y comenzó a definirse por una serie de factores, entre los que podemos resaltar
el respeto individualizado; la sustitución del oficio cultual por la oración mental; la
exigencia entre los miembros de un cierto nivel cultural (punto cuya importancia creció
cuando San Ignacio acogió el ministerio de la enseñanza como una de la labores
principales de la Compañía). En un principio, la Compañía no poseía un ministerio
específico, lo que daba a sus miembros mayor libertad, siempre teniendo en cuenta el
arraigo que en ellos tenía el principio de obediencia. Por ello, los jesuitas podían
dedicarse a cualquier tipo de apostolado, siempre que fuera a mayor gloria de Dios.
También les distinguió el carácter misionero al servicio del papa, al que se ligaban -los
que lo desearan mediante un especial 4º votoLa obra misionera de los jesuitas constituyó uno de los principales signos de
identidad de la Compañía. Esta iniciativa fue importantísima no sólo en virtud del
elevado número de colegios creados, sino también por las peculiares características de
las fundaciones. Las misiones más trascendentales fueron las célebres reducciones
guaraníes, que dieron origen al mito del Estado o República Jesuita. Aunque los
jesuitas fundaron misiones en México, California, Ecuador y cerca del lago Titicaca, los
establecimientos más conocidos fueron los guaraníes, que se localizaron en una zona
extensísima (la del Paraná) situada entre Paraguay, Uruguay y Argentina. Era una
región cuyas características permitían las fundaciones (los indios eran sedentarios, su
principal actividad era la agricultura, y podían ser reducidos a encomiendas, o
esclavizados por los bandeirantes portugueses). Los bandeirantes eran bandas de
mestizos armados que se dedicaban a cazar esclavos.
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La Compañía se instaló en esta zona hacia 1550-1551, siendo el P. Manuel
de Lobrega quien inició la evangelización. Carlos I fue reticente a conceder permiso a
los jesuitas para ir a América. Felipe II también fue remiso. Pero en 1565 aparecieron
las primeras reducciones de carácter oficial. En 1609 se fundó la primera misión al
norte de Iguazú, y en 1615 existían ya ocho reducciones o poblaciones para
indígenas y misioneros con hinterland propio. Ello les servía para proveerse de bienes
de subsistencia, para poder preservar a los indios de la explotación de españoles o
portugueses y para poder adoctrinarlos católicamente, manteniendo a los indios alejados
de la sociedad colonial y las corrupciones que ésta entrañaba (también evitaban así
problemas con los encomenderos).
En 1611 se publicó la real orden de protección de las reducciones. Cada
reducción contaba con una Iglesia y cabildo propio con total autonomía para
gobernarse siempre que existiera un representante del rey allí. Se prohibía el acceso
a las reducciones a españoles, mestizos y negros, y se garantizaba a los indios que nunca
caerían en manos de encomenderos... Sin embargo, pese a estas reales órdenes, no
estuvieron libres de las incursiones portuguesas. Entre 1628-1631, los indios
capturados por los portugueses superaron los 60.000. No se debe dejar de tener
presente que el miedo a la esclavitud fue una de las claves del éxito de las reducciones
(más que el carácter persuasivo de los jesuitas). Ante esta situación, los miembros de
la Compañía organizaron estas reducciones con pertrechos claramente defensivos
(planta cuadrada rodeada de empalizadas y fosos, con milicias armadas de indios
adiestrados y cuerpos de caballería para la defensa, con plaza en el centro y la iglesia, de
la que partían todas las calles). La organización misionera no sólo se limitaba a
tareas doctrinales, sino que organizaba la vida económica y política fundada en la
sólida preparación de los jesuitas que iban allí (que poseían grandes conocimientos
prácticos en arquitectura, medicina, ingeniería, artesanía...)
Los jesuitas respetaban la organización familiar de los indígenas. Su lucha
se centró principalmente contra la poligamia. Incluso a la hora de organizar las
fiestas de los matrimonios, se respetaba el ceremonial tradicional indígena,
practicándose posteriormente el ceremonial católico. Tras el matrimonio se les dotaba a
los cónyuges de casa y tierra. Los jesuitas respetaban a los caciques y les daban acceso
al cabildo de la reducción, que era la institución de gobierno con sus alcaldes mayores,
oidores, etc. Este consejo se elegía por votación entre los recomendados por los
salientes. Uno de los miembros del cabildo era jesuita. También había un corregidor,
nombrado por el Consejo de Indias. Existía un director espiritual jesuita y un
director ecónomo de la reducción, con una legislación a todos los niveles, sin pena de
muerte. La relación entre las reducciones era semejante a la de una confederación.
En lo que se refiere a la forma tributaria de distribución de la tierra, ésta se
dividía en tierra de Dios, comunal del pueblo, y las parcelas individuales de los
indígenas. La tierra de Dios la conformaban las mejores tierras, tanto agrícolas como
ganaderas, y era trabajada por turnos por todos los indios. Los beneficios de esta tierra
de Dios se dedicaban a la construcción y al mantenimiento del templo, el hospital y
la escuela. Los beneficios de la propiedad comunal también se destinaban para pagar a
la Real Hacienda y los excedentes servían para fomentar la propia economía. Las
parcelas individuales proporcionaban a los indios su sustento familiar, y si conseguían
excedentes, éstos pasaban al silo común para ser consumidos en momentos de
necesidad, o vendidos en situaciones de bonanza. Para evitar el absentismo, los
jesuitas propusieron un horario de trabajo rígido, de seis horas laborables diarias,
que era ciertamente cómodo si lo contrastamos con las doce horas que tenían que
trabajar los indios en las encomiendas. Pese a la diferencia de horas, hemos de hacer
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constar que los rendimientos eran mucho más elevados en las reducciones que en
las encomiendas. Se recogían hasta cuatro cosechas de maíz; también cultivaban
algodón, caña de azúcar, la hierba mate (que en el XVIII cultivaban los jesuitas, y se
llegó a convertir desde principios de este siglo en el primer producto exportable hacia el
resto de las áreas coloniales). También desarrollaron la ganadería, permitiendo a su vez
la realización de trabajos artesanales (sobre todo, el cuero y su exportación). Todos
estos factores favorables impulsaron el comercio de las reducciones a través de las
grandes vías fluviales. Como hecho significativo, cabe destacar que dentro de las
reducciones no existía la moneda, sino que se practicaba el trueque. En el comercio
exterior sí se utilizaba moneda, que se atesoraba para comprar los artículos que no se
producían en la misión.
La situación estratégica de las reducciones, entre las posesiones de españoles
y portugueses, se convirtió en tema peligroso y una de las causas de su ruina, porque
las milicias de las reducciones eran un obstáculo serio para el avance portugués hacia el
sur. Durante el reinado de Felipe V, la monarquía apoyó a los jesuitas por estas
razones. Pero lentamente los constantes choques de España contra Portugal y la
necesidad de concretar los límites entre ambos países vieron en las reducciones un
gran obstáculo. Los jesuitas esgrimieron su obediencia al papa, resistiéndose a aceptar
los acuerdos entre Lisboa y Madrid. En 1750, en virtud del célebre Tratado de
Límites de Madrid, impulsado por el ministro José de Carvajal, se estableció que
Portugal devolviera a España la provincia de Sacramento a cambio del territorio
cercano al río Paraguay, donde había reducciones con más de 30.000 indios. Los
jesuitas se negaron a abandonar las reducciones iniciándose la guerra guaraní
(reflejada en la película) entre las tropas hispano-portuguesas y los indios,
capitaneados por algunos jesuitas. La guerra no finalizó hasta 1756. Tras ella, las
reducciones no volverían a recuperarse.
Por entonces, la campaña de desprestigio contra los jesuitas estaba ya en
marcha. Los padres de la Compañía fueron acusados de resistencia a la autoridad,
por seguir las tesis políticas del P. Mariana sobre el tiranicidio. Recibieron múltiples
ataques e invectivas de antijesuitas y regalistas, quienes les acusaron de querer acabar
con el rey.
A partir de la guerra guaraní, se desencadenó un momento muy crítico en toda
Europa. En Portugal, el marqués de Pombal publicó la “Relación abreviada de la
República de los jesuitas”, considerándoles abiertamente enemigos de Portugal
(1757). Otra obra polémica que dañó considerablemente la imagen de la Compañía fue
la “Historia de Nicolás I, rey de Paraguay”.
Posteriormente, en España se extendió la idea de que los jesuitas habían
sido los instigadores de los motines del 1766 y de que tenían el propósito de acabar
con Carlos III para imponer a un monarca que mostrase total obediencia al Papa. El año
siguiente, la Compañía de Jesús fue expulsada de los dominios españoles. Y en 1773
fue extinguida
El portugués Marqués de Pombal, a quien se le muestra acertadamente en el
filme contrario a la Compañía de Jesús, convenció al Papa, con quien compartía cierta
animadversión hacia la orden, para que enviase a la colonia al Cardenal Saldanha (que
no, Altamirano), a fin de supervisar el cumplimiento del pacto hispano-portugués, que
debía llevarse a cabo tan pronto como fuera posible, y excluyendo cualquier obstáculo
que pudiera paralizarlo. Es por ello, por lo que la ulterior demarcación territorial
entre las posesiones coloniales de España y Portugal, no se efectuaría
definitivamente, hasta que la orden jesuita no fuera asimilada o expulsada de sus
enclaves. Desgraciadamente, españoles y portugueses se decantaron por la segunda
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opción. Y aunque los guaraníes se defendieron encarnizadamente contra ofensiva tan
atroz, no pudieron resistir por mucho tiempo.
Quizás, por otra parte, el martirio del padre Gabriel simboliza un
holocausto de gran magnitud, que, como rezan los créditos finales, ha perdurado
hasta hoy. Y si bien es verdad, que hubo quien abrazó la fe cristiana, conmovido por el
pertinaz testimonio de los misioneros de la orden, como hiciera Rodrigo Mendoza, no
hay que olvidar, que el ejemplo cristiano muchas veces no ha disuadido al poder civil de
cometer atrocidades como las que denuncia el filme. A este respecto, Roland Joffé
declaraba que la película “no está hecha pensando en que sea una alabanza de una
u otra actitud. Se trata de contar los hechos tal como son, como ocurrieron, de
forma poética, pero comprometida. Se habla de algo que pasó pero que tiene una
relación simbólica con la actualidad. El filme habla del contraste entre la vida real de los
misioneros y la concepción burocrática de la misma que tiene el poder eclesiástico y
político. No dice si lo que pasó es bueno o malo, moral o inmoral. Plantea estos hechos,
y espero que desprenda un mensaje de fraternidad, y además, invite o mueva a hacer
algo”.
Las misiones guaraníes (Ramiro de Maeztu, “Defensa de la Hispanidad”)
Ejemplos de lo que se puede emprender con este espíritu nos lo ofrece la
Compañía de Jesús en las misiones guaraníes. Empezaron en 1609, muriendo mártires
algunos de los Padres. Los guaraníes eran tribus guerreras, indómitas; avecindadas
en las márgenes de grandes ríos que suelen cambiar su cauce de año en año; vivían de la
caza y de la pesca, y si hacían algún sembrado, apenas se cuidaban de cosecharlos;
cuando una mujer guaraní necesitaba un poco de algodón, lo cogía de las plantas y
dejaba que el resto se pudriese en ellas; ignoraban la propiedad; ignoraban también la
familia monogámica; vivían en un estado de promiscuidad sexual; practicaban el
canibalismo, no solamente por cólera, cuando hacían prisioneros en la guerra, sino
también por gula; tenían sus cualidades: eran valientes, pero su valor les llevaba a la
crueldad; eran generosos, pero una generosidad sin previsión; querían a sus hijos, pero
este cariño les hacía permitirles toda clase de excesos sin reprenderlos nunca... Allí
entraron los jesuitas sin ayuda militar, aunque en misión de los reyes, que habían ya
trazado el cuadro jurídico a que tenía que ajustarse la obra misionera.
Nunca hombres blancos habían cruzado anteriormente la inmensidad de la
selva paraguaya y cuenta el P. Hernández, que al navegar en canoa por aquellos ríos,
en aquellas enormes soledades, más de una vez tañían la flauta para encontrar ánimos
con que proseguir su tarea llena de tantos peligros y de tantas privaciones. Y los indios
les seguían, escuchándoles, desde las orillas. Pero había algo en los guaraníes capaz
de hacerles comprender que aquellos Padres estaban sufriendo penalidades, se
sacrificaban por ellos, habían abandonado su patria y su familia y todas las esperanzas
de la vida terrena, sencillamente para realizar su obra de bondad, y poco a poco se fue
trabando una relación de cariño recíproco entre los doctrineros y los adoctrinados.
El caso es que a mediados del siglo XVIII aquellos pobres guaraníes habían
llegado a conocer y gozar la propiedad, vivían en casas tan limpias y espaciosas
como las de cualquier otro pueblo de América; tenían templos magníficos, amaban a
sus jesuitas tan profundamente, que no aceptaban un castigo de ellos sin besarles la
mano arrodillados, y darles las gracias; acudieron animosos a la defensa del imperio
español contra las invasiones e irrupciones paulistas, del Brasil; contribuyeron con
su trabajo y esfuerzo en la erección de los principales monumentos de Buenos Aires,
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entre otros la misma Catedral actual... Y solamente por la mentira, hija del odio, fue
posible que abandonaran a los Padres.
Ello fue cuando aquella Internacional Patricia, de que ha hablado mi llorado
amigo D. Ramón de Basterra, se apoderó de varias Cortes europeas y decidió la
extinción de la Compañía de Jesús, como primer paso para aplastar "la infame".
Esta Internacional Patricia envió a Buenos Aires a un gobernador llamado
Francisco Bucareli, totalmente identificado con sus principios. Bucareli temió que
los indios impidieran que los jesuitas se marcharan el día de aplicar la orden de
expulsión de la Compañía, que ya llevaba consigo, y para poder ejecutarla sin tropiezo
tuvo la ocurrencia de hacer que los mismos Padres Jesuitas le enviaran inocentemente a
Buenos Aires varios caciques y cacicas, y lo primero que hizo con ellos fue vestirlos
con los trajes de los hidalgos del siglo XVIII, bastante historiados en aquel tiempo, lo
mismo en España que en París, y decirles que ellos eran tan grandes señores como él
mismo, y los demás gobernadores y los obispos, los sentó en su mesa, les hizo oír con él
misa en la Catedral, les convenció de que no debían dejarse gobernar por los
jesuitas. Y de esta manera consiguió que aquellos pobres incautos indios perdieran
el respeto y el cariño que habían tenido a los Padres. Por otra parte, las precauciones
de Bucareli eran inútiles, porque los jesuitas aceptaron la orden de salir de los dominios
españoles con la impavidez, con la resignación, con la fuerza de voluntad que ha
caracterizado a la Orden en todo tiempo. El lenguaje que empleó Bucareli con los
indios, era el mismo, en el fondo, con que la serpiente indujo a Eva a comer de la fruta
del árbol prohibido: “Eritis sicut dii: Seréis como dioses. Si abandonáis a los Padres
Jesuitas, seréis iguales a ellos o más grandes aún”.
Durante algunos años, en efecto, como a los Jesuitas sucedieron los
Franciscanos, no menos heroicos que ellos, las Doctrinas continuaron, aunque,
naturalmente, no tan bien como antes, porque los nuevos Padres eran primerizos en
aquellos territorios y no conocían a sus indios; pero después faltó también a los
Franciscanos la protección de las autoridades nuestras, contaminadas de furor
masónico. El resultado es que al cabo de treinta años, las doctrinas desaparecieron,
los indios volvieron al bosque, los templos construidos se cayeron, las casas de los
indígenas se vinieron abajo y el número de aquellas pobres gentes disminuyó
rápidamente, porque se vieron obligadas a luchar inermes contra la feroz Naturaleza,
que acabó por consumirlos. Tal es el fruto de las palabras del diablo para los que las
creen.
BIBLIOGRAFIA
- BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES:
http://www.cervantesvirtual.com/bib_tematica/jesuitas/presentacion/presentacion.shtml
- SÁNCHEZ MARCOS, F. “Lectura histórica de La Misión (1986) de Roland Joffé”, en
«Film-Historia», Vol. III, Nº 3, pp. 411-416. Barcelona, 1993.
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