acto medico maria irene victoria

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TERAPIA
NEURAL
Y
NUEVOS
PARADIGMAS
C IENTÍFICOS
El Acto Médico: Ritual de Poder ¿para diagnosticar
o para curar? Visión de una antropóloga
MARÍA
IRENE
VICTORIA
Para
muchos
el
acto
médico
es
simplemente
un
ejercicio
profesional,
una
actividad
en
la
cual
se
pone
en
práctica
los
conocimientos
del
saber
médico.
Esta
mirada
que
lo
define
como
un
acto
técnico
no
permite
develar
el
com‐
ponente
socio
‐
cultural
que
en
él
subyace.
Es
necesario
entonces,
identificar
dentro
de
este
orden
los
siguientes
componentes:
Unas
intencionalidades
tanto
del
médico
como
del
paciente,
explícitas
e
implícitas,
que
de
una
u
otra
manera
tienen
que
ver
con
las
concepciones
y
expectativas
sobre
la
vida
y
la
muerte,
así
como
con
las
interpretaciones
sobre
el
cuerpo,
la
salud
y
la
enfermedad.
Unas
prácticas
codificadas
en
el
saber
médico
dinamizadas
a
partir
de
las
intencionalidades
explícitas
o
implícitas
del
médico
y
del
paciente.
Un
orden
preestablecido
sobre
la
experiencia,
demarcado
al
interior
de
un
espacio
propio
y
una
temporalidad
definida.
Todos
estos
componentes
se
articulan
en
una
simultaneidad,
para
trascender
la
simple
tenacidad
del
acto,
en
consecuencia
esto
nos
permite
reconocerlo
como
un
acto
complejo
inscrito
en
el
mundo
socio‐cultural
de
los
actores
que
en
él
intervienen.
A
pesar
de
esta
complejidad,
el
acto
se
repite
invariablemente
como
un
ritual,
al
interior
del
cual,
los
participan‐
tes
tienen
definido
su
actuar
según
el
orden
preestablecido
que
guía
su
proceder.
El
ritual
se
inicia
en
el
momento
de
ingreso
del
enfermo
al
consultorio,
hecho
que
lo
convierte
en
paciente,
denominación
adquirida
gracias
a
la
categorización
que
el
mismo
acto
establece
sobre
los
participantes;
así,
el
médico
como
poseedor
de
un
saber
ha
dispuesto
el
lugar
‐‐consultorio‐‐
como
escenario
simbólicamente
defini‐
do:
objetos
dispuestos
para
un
actor
que
autoriza
la
palabra
y
decreta
el
silencio,
que
organiza
y
decide
la
se‐
cuencia
gestual
del
cuerpo,
construyendo
una
gramática
bajo
las
reglas
de
una
sintaxis
que
permite
enunciar
solo
aquellos
signos
elegidos
por
su
ciencia.
Tras
una
anhelada
objetividad
el
médico
intenta
limpiar
el
campo
de
intermediación
de
toda
subjetividad,
afano‐
samente,
como
si
actuara
a
partir
de
una
analogía
con
el
cirujano,
repara,
disecciona,
quita,
corta
todo
aquello
"tormentoso"
obstaculizador
del
pretendido
proyecto
científico
positivista:
diagnosticar
con
precisión,
pues
ac‐
túa
bajo
la
"incuestionable"
verdad
que
legitima
al
diagnóstico
como
garante
primordial
de
la
curación.
En
el
consultorio
este
delirio
guía
el
suceder
del
acto
médico,
el
ritual
es
el
encuentro
del
médico
con
la
enfer‐
medad,
así
se
inicia,
marcado
por
la
ausencia
de
una
verdadera
interacción
dialógica
entre
dos
sujetos;
entonces
la
enfermedad
desplaza
al
ser
humano.
Un
marcado
interés
por
encontrar
signos
que
le
lleven
a
descubrir
la
patología
del
cuerpo,
esa
patología
legiti‐
mada,
"patentada",
controla
el
acto
médico.
Este
interés
determina
la
ocurrencia
del
ritual,
así
diagnosticar
pare‐
ciera
ser
el
gran
reto
del
intelecto
médico,
quizá
porque
con
este
pretendido
acto,
logra
instaurar
el
dominio
de
la
razón,
y
la
confirmación
del
poder
de
su
saber.
En
una
"historia"
fragmentada,
de
todo
el
universo
simbólico
de
un
llamado
"paciente"
se
han
consignado
sólo
aquellas
claves
codificadas
en
la
especificidad
de
los
biológico.
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2
MARÍA
IRENE
VICTORIA. El Acto Médico: Ritual de Poder ¿para diagnosticar o para curar? Visión de una antropóloga
La
historia
clínica
desplaza
a
la
historia
del
ser
humano,
urdimbre
compleja
de
la
producción
del
sentido
de
una
vida
que
dibuja
su
cotidianidad
con
trazos
de
lo
biológico,
lo
psíquico,
lo
social,
lo
cultural,
tejiéndose
entre
sí
para
dar
un
paso
al
sentido
de
totalidad
e
identidad.
En
el
repetido
ritual
de
la
consulta
se
reafirma
toda
la
tradición
de
la
razón
occidental,
la
cual
tiende
sus
redes,
establece
dominios,
construye
metáforas
metodológicas,
conjura
un
imaginario
de
totalidad
fraccionada,
renun‐
cia
a
los
riesgos
de
la
complejidad
y
de
la
incertidumbre.
El
legado
positivista
bajo
la
idea
de
modelo,
levanta
como
pregonero
de
bando
la
urgencia
de
la
homogenei‐
dad
a
costa
de
las
múltiples
posibilidades
de
la
heterogeneidad.
Con
fino
bisturí
de
acerado
metal
"objetivista"
ha
dividido
el
mundo
de
la
vida
misma.
El
precioso
oficio
de
ordenar
y
clasificar,
ha
roto
los
conectores
en
los
cuales
reposa
el
misterio
de
la
vida,
por
ello
en
su
modelo
representativo
de
límites,
ha
pretendido
un
dominio
iluso,
expresado
en
la
conformidad
de
"objetos
de
estudio",
semantizados
como
partes
de
la
compleja
totalidad;
sin
embargo,
en
su
concreción,
rotos
sus
conectores,
no
ha
logrado
mantener
el
vínculo
de
integralidad.
En
el
minucioso
afán
de
definir
límites,
fue
construyendo
múltiples
representaciones
de
la
realidad,
fundamen‐
tadas
en
oposiciones
fragmentadas
tales
como
cuerpo‐psique,
materia‐espíritu,
razón‐sentimiento,
etc.;
de
tal
forma
dividido
el
mundo,
la
especialización
en
las
ciencias,
se
ha
elegido
como
el
acto
supremo
de
dominio,
cuya
meta
final
consiste
en
la
predicción
y
el
control.
El
acto
médico
es
expresión
de
la
anhelada
especialización
buscada
por
la
razón
occidental.
Trabaja
sobre
el
ser
humano
desde
los
límites
que
le
señala
la
concepción
biologicista,
de
ahí
que
en
ese
pequeño
escenario
del
consultorio,
un
hombre
negado
en
su
condición
simbólica
y
sólo
reconocido
en
su
condición
anatómica
sea
escu‐
driñado,
maniobrado
bajo
una
incuestionable
relación
de
poder
que
privilegia
un
diálogo
dirigido
sólo
por
las
categorías
del
saber
médico.
En
este
contexto
del
acto
médico,
es
pertinente
preguntar
¿en
qué
lugar
se
ubica
el
interés
de
curar
frente
a
la
gran
intencionalidad
de
diagnosticar?
Tal
vez
en
la
mayoría
de
los
casos,
la
eficacia
del
rito
se
planea
para
obte‐
ner
un
solo
resultado:
el
diagnóstico.
Entonces
la
prioridad
se
define:
diagnostica
la
enfermedad
para
curar
la
enfermedad.
En
la
lógica
que
sustenta
el
ortodoxo
saber
médico,
la
pertinencia
de
esta
prioridad
no
se
cuestiona,
sin
em‐
bargo
desde
una
mirada
más
integradora,
menos
fragmentada,
menos
biologicista,
se
podrá
relativizar
y
sería
posible,
entonces,
cambiar
su
sentido
a
partir
de
una
reconceptualización
de
la
enfermedad
como
un
evento
que
hunde
sus
raíces
y
sus
efectos
en
la
totalidad
del
ser
humano,
no
sólo
en
lo
biológico,
también
en
su
dimensión
social,
cultural
y
afectiva.
Desde
esta
perspectiva
el
acto
de
curar
y
de
diagnosticar
convocaría
todas
las
dimensiones
en
su
intento
por
curar
al
hombre
y
no
a
la
enfermedad;
por
consiguiente,
ubicado
en
un
sentido
de
totalidad
y
complejidad,
el
ritual
podría
redefinir
el
lugar
de
las
intencionalidades,
de
tal
manera
que
lo
esencial
fuere
curar.
Esta
redefinición
exigiría
reconocer
que
la
clave
del
acto
de
curar
no
sólo
está
en
el
diagnóstico
preciso
y
en
una
prescripción
médica
acertada,
va
más
allá,
se
funda
en
una
relación
dialógica,
la
cual
se
inscribe
en
un
esce‐
nario
donde
los
universos
sociales,
culturales
y
afectivos,
tanto
del
médico
como
del
paciente,
intervienen
para
construir
a
partir
de
la
interacción,
interpretaciones,
valoraciones,
orientadoras
de
las
conductas
del
"paciente"
y
del
médico
frente
a
la
enfermedad.
Es
justamente
en
esa
interacción
que
se
teje
la
eficacia
simbólica,
la
cual
puede
ser
la
clave
para
conducir
el
proceso
de
curación.
Ahondar
en
esta
reflexión
para
construir
una
lectura
sobre
la
relación
médico‐"paciente"
implica
reconocer
que:
1.
Aunque
el
acto
médico
pretenda
ser
una
experiencia
técnica
o
científica
meramente
objetiva,
en
ella
interac‐
túa
una
dimensión
subjetiva
que
no
se
ha
tenido
en
cuenta
para
dimensionar
su
aporte
en
los
procesos
de
cura‐
ción.
2.
El
proceso
de
curación
no
depende
exclusivamente
de
un
diagnóstico
y
un
tratamiento
adecuado,
esta
media‐
do
por
determinaciones
subjetivas,
construidas
socialmente,
las
cuales
el
médico
desconoce
y
subvalora.
3.
La
única
intencionalidad
de
diagnosticar,
interfiere
como
una
gran
barrera
en
la
adopción
de
una
actitud
más
creativa
por
parte
del
médico
y
del
paciente
para
dar
oportunidad
de
afloramiento
y/o
afianzamiento
de
otras
claves
determinantes
en
la
curación
que
no
se
encuentran
en
la
objetividad
del
saber
médico
sino
en
la
com‐
prensión
de
la
vida
del
"paciente"
como
totalidad
interferida
por
la
enfermedad.
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MARÍA
IRENE
VICTORIA. El Acto Médico: Ritual de Poder ¿para diagnosticar o para curar? Visión de una antropóloga
3
Por
último,
desde
esta
perspectiva,
el
ritual
podría
relativizar
las
relaciones
de
poder
entre
médico‐paciente,
construyendo
una
interacción
más
humana,
menos
dogmatizada,
reconociendo
dos
actores
convocados
al
ritual
por
la
intencionalidad
de
curar,
de
dignificar
y
cualificar
la
vida
como
totalidad
y
no
sólo
como
entidad
biológica,
así
estos
actores
estarían
dispuestos
a
poner
en
juego,
para
su
logro,
procesos
y
técnicas
no
sólo
de
un
saber
médico
sistematizado,
sino
también
ricas
estrategias
y
múltiples
experiencias
en
el
orden
de
lo
subjetivo
y
de
lo
simbólico,
que
sin
estar
legitimadas
por
un
poder
omnicomprensivo,
interactúan,
siendo
posibilitadoras
de
vida.
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