Una casa que acoge y una escuela de comunión

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Como miembros de la Familia Salesiana os proponemos un documento que os puede
ayudar a reflexionar sobre cómo era la casa que quería Don Boso.
Os invitamos a que en un primer momento leáis este texto, a continuación tengáis un
momento de reflexión personal sobre las preguntas que están al final del documento y
finalmente compartáis vuestras reflexiones.
Una casa que acoge y una escuela de comunión1
Los jóvenes en general, y más particularmente de los ambientes populares de ayer y de
hoy, respiran una atmósfera donde se desprecia y margina a los pobres, donde no se
les reconoce en sus problemáticas, inquietudes, aspiraciones y valores. Vivimos en un
contexto social en el cual el pueblo es constantemente reprimido y amenazado
socialmente, alienado por una presión individualista y masificante. Diariamente
acumulan en su vida frustraciones y fracasos.
Una casa, una familia, un hogar
En este contexto, los jóvenes, especialmente aquellos que son víctimas de la
marginación y exclusión social y también de invisibilización o señalamiento,
encuentran en la obra salesiana un espacio de acogida, de reconocimiento y de
fraternidad: una casa, una familia, un hogar.
La casa salesiana no sólo presta servicios educativos y sociales a los y las jóvenes de la
manera más eficaz según sus necesidades y posibilidades, sino que los acoge y
reconoce como personas y les brinda la posibilidad de integrarse y formar parte de una
comunidad que llega a ser su segunda, y para no pocos su primera, familia.
Don Bosco quería que a sus obras se les diera siempre el nombre e casa precisamente
porque tenían que caracterizarse por el espíritu y el clima de familia que debían
crearse y respirarse constantemente en ella. La casa salesiana debe ser para los
jóvenes un espacio alternativo en el que cada uno se sienta acogido, reconocido,
tenido en cuenta, valorado, respetado en su dignidad, querido cordialmente; un lugar
donde los y las jóvenes puedan compartir cotidianamente las penas y alegrías, las
satisfacciones y esperanzas, sin necesidad de cuidarse las espaldas; un sitio de
encuentro, de convivencia y de apoyo mutuo.
El amor mutuo, la reciprocidad en el afecto, debe ser la gran marca de identidad de la
vida interna de la casa salesiana: todos importantes, cada uno responsable de los
demás y de las tareas comunes, con la originalidad y los dones propios de cada quien
Hogar, familia, comunidad, donde el joven y la joven son capaces de gozar del
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MARIO L. PERESSON, Educar con el corazón de Don Bosco, Madrid, CCS, 2010, 140-147.
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encuentro, de celebrarlo gratuitamente como una verdadera fiesta de la vida y de la
convivencia, del cariño mutuo y de la causa común compartida.
Familiaridad, afecto y confianza
Don Bosco basó su método educativo sobre la relación afectiva entre educador y
educando. «Familiaridad, afecto y confianza» fueron, en efecto, tres palabras claves de
su pedagogía.
La «familiaridad» era considerada por él como el presupuesto fundamental en el
trabajo educativo. La simple relación «institucional» educador-educando no podría,
entonces, ser válida para Don Bosco, por cuanto que sin afecto no existe sintonía y sin
sintonía no puede darse confianza y sin confianza no puede haber educación.
La relación educativa debía, entonces, realizarse en un clima de familiaridad, como
sucedía en Valdocco, donde se vivía el espíritu de familia. Así lo describe en 1883 el
corresponsal del periódico parisino Le Pèlerin:
«Hemos visto este sistema en acción. En Turín los estudiantes constituyen un
numeroso colegio, en el que no se conocen las filas, sino que, de un lugar a otro,
se va como en familia. Cada grupo rodea a un profesor, sin bulla, sin alboroto,
sin resistencia. Hemos admirado la cara serena de aquellos muchachos, y
tuvimos que exclamar: Aquí está el dedo de Dios» (MB XVI, 168-169: MBe XVI,
147-148).
En el año 1874, un sacerdote secular, Don Pablo Orioli, fue sancionado por indisciplina
eclesiástica. Cuando reconoció su falta y se arrepintió, se le exigió hacer los ejercicios
espirituales durante doce días en una casa religiosa y fue enviado al Oratorio de
Valdocco. Don Bosco estaba ausente y le tocó convivir con los jóvenes salesianos
formados por él.
Después de haber vivido su experiencia, escribió un opúsculo que dedicó a un amigo
suyo y que tituló: «La casa de Don Bosco en Turín».
«En esta casa —escribe— todo invita a hacer el bien. Hay en ella un ambiente
de dulzura y de alegría reflejada en todos los semblantes, que sorprende... No
tuve la suerte tan deseada de ver al reverendo Don Bosco, que se ha rodeado de
jóvenes sacerdotes, que son hijos adoptivos suyos. Pero, aunque no lo haya
visto, estoy seguro de que la dirección y la marcha de la casa es el espejo de ese
hombre. Los hermosos frutos que se ven en esta casa, revelan la calidad del
árbol, donde crecieron ramas y frutos tan selectos».
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Y cuando habla de los Superiores comenta:
«Si se acerca uno a ellos sin conocerlos no sospechada que están investidos de
autoridad, y no porque se descubra en su persona algo que demuestre
incapacidad para ocupar la posición en esta Casa y en la otras, sino porque es
tal su trato social, que parece quisieran alejar de sí hasta la sospecha de lo que
son. Pero crece más la sorpresa ver a aquellos directores moverse entre unos
jóvenes estudiantes, unos pobres aprendices, y tratarlos como amigos más que
como superiores. En la Casa de Don Bosco no existe aquel aire pesado de
autoridad que se respira en ciertos colegios... Satisface al espíritu ver a aquellos
licenciados tan modestos, olvidados de sus méritos reales.
Al ver actuar a todo un doctor tan modestamente y tan despreocupado de sí
mismo, se queda uno a mil millas de distancia de imaginarlo. Y con todo así son
las cosas al lado de Don Bosco y en su casa.
Me voy de esta casa, mas no sin una viva emoción, y teniendo ante mis ojos lo
que crea casi el querer, cuando le presta alas al soplo de la caridad. Hago votos
para que surjan casas como estas en todas las ciudades de Italia» (MB XV, 563564; MBe XV, 485-486).
Don Bosco recomendaba a sus colaboradores: «Conviene tener corazón de padre más
que cabeza de superior» (MB XVIII, 866; MBe XVIII, 730); al Director lo exhortaba «a
mostrarse constantemente amigo, compañero, hermano de todos; y a ser como padre
en medio de su hijos» (Reglamento del Oratorio de San Francisco de Sales 1877, art. 2
y 7. MB 111,98; MBe 111, 85). A Don Pedro Perrot, nombrado director muy joven le
envió este precioso consejo: «Ve tú, pues, en nombre del Señor; ve, mas no como
Superior, sino como amigo, hermano y padre. Tu mandato, la caridad que se esmera
por hacer el bien a todos y a ninguno el mal» (MB X111, 723; MBe X111, 614).
Efectivamente, en el lenguaje Salesiano, el término «Superior» es sinónimo de
«educador», en el sentido de «... padre, hermano y amigo»I06. Y en el Reglamento
para las Casas de la Sociedad de San Francisco de Sales (1877), está escrito que: «Todo
joven aceptado en nuestras casas, deberá considerar a sus compañeros como
hermanos y a los superiores como a quienes hacen las veces de sus padres».
Como educador, Don Bosco realizó una relación paterna con los Oratorianos
precisamente porque sabía que «...para ganar el corazón es necesario hacerse amar»,
por eso recomendaba: «Procure cada uno hacerse amar si quiere hacerse temer».
«La Familiaridad conduce al afecto» que es la verdadera fuerza del trabajo educativo.
La educación puede llevarse a cabo solamente en el afecto y con el afecto, que debe
ser exteriorizado... en palabras, hechos e incluso en la expresión de los ojos y del
rostro, porque «el que quiera ser amado es menester que demuestre que ama» (MB
XVII,111; MBe XVII, 103), por cuanto es necesario «...que los jóvenes no sean
solamente amados, sino que ellos mismos se den cuenta de que son amados» (MB
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XVII, 110; MBe, XVII,102). Únicamente bajo estas condiciones, el educador se convierte
en presencia amiga; presencia como relación personal y, por lo mismo, gratificante.
En la carta del 10 de mayo de 1884, Don Bosco usó por dieciocho veces el término
«amor» y diecinueve veces los derivados «amar» y «amados». La palabra «amar»
evoca el verbo griego «agapáo», que en el Evangelio de san Juan aparece cuarenta
veces en el sentido de «amar» (mientras está presente siete veces el sustantivo
«agápe», es decir «Amor»). Dicho verbo, bien sea en el Evangelio de san Juan como en
la carta de Don Bosco, indica siempre dar con benevolencia, entregarse en forma
generosa y gratuita, darse totalmente, «dar la vida» por el bien de los demás.
Don Bosco fue el pedagoga-de la donación de sí; del ofrecimiento de amor,
precisamente debido a que el amor es el gran educador.
«La verdadera pedagogía se alimenta del amor», dijo Pablo VI el 6 de diciembre de
1966 en la Conferencia a la Unión Católica Italiana de Medios de Enseñanza, y Don
Bosco amó muchísimo. Un amor educativo, en donde amar en forma madura es querer
el bien de la otra persona, el bien de aquel a quien se ama.
Dentro de este espíritu y clima se viven los componentes propios de un Centro
educativo, tales como la autoridad, la disciplina, la organización. Todo esto se vive
dentro de un clima de confianza y de la convivencia razonable, que deja atrás cualquier
forma de ejercicio del poder de carácter impositivo o autoritario o de forzada
dependencia y aceptación de órdenes y determinaciones institucionales.
La familia de Dios
Esta vivencia comunitaria de hogar tenía para Don Bosco una dimensión y profundidad
espirituales. Don Bosco quiso que en las casas salesianas se reprodujera en términos
educativos el espíritu de comunión (koinonía) que vivificaba a las primeras
comunidades cristianas en las cuales «todos los creyentes formaban un solo corazón y
una sola alma» (Hch 2A2-47 y 4.32-35). La imagen del cuerpo, que Pablo evoca
insistentemente para expresar la unión, la comunión de todos los creyentes con Cristo
y de ellos entre sí (1 Cor 6,15; 10,17; 12,12-27; Rom 121,4-7; Col 1,18.22.24; 2, 19;
3,15; Ef 1,22-23; 2,16; 4,4-16; 5,23.29-30) es la que mejor expresa la identidad e ideal
salesiano de la comunidad educativa: «Pues del mismo modo que el cuerpo es uno,
aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su
pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así tarnbién Cristo» (1 Cor, 12,12).
En el sentido más teologal del término, en la casa salesiana se debe tener la
experiencia del misterio de Dios, comunidad de amor y del Reino de Dios en su
novedad y promesa de vida, fraternidad y gozo. Allí donde la casa salesiana es
verdaderamente HOGAR —acogedor, cálido, celebrante—, se debe experimentar el
amor de Dios Padre que ama a sus hijos e hijas; se siente la presencia de Cristo Jesús
Resucitado, hermano nuestro; se viven y se palpan los frutos del Espíritu, el amor, la
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alegría y la paz (Ef 5,22). Allí se siente también la presencia materna de María, Maestra
y Auxiliadora, que Jesús nos dejó como Madre y el discípulo «acogió en su casa» (Jn
19,27).
También en sentido teologal, en la casa salesiana los educadores son reconocidos
como hermanos, amigos y compañeros, según la enseñanza de Jesús: «Vosotros no os
dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos
hermanos» (Mt 23,8).
Por eso mismo, la casa salesiana debe convertirse en una auténtica «casa y escuela de
comunión» en el sentido evangélico más profundo.
Una comunidad educativa
Cuando los jóvenes entran a la casa salesiana, se establece, como lo hizo Don Bosco en
el Oratorio, una fuerte relación con ellos y entre ellos, dando origen a una verdadera
comunidad educativa, en la que los jóvenes más que beneficiarios de un servicio que
se les brinda, llegan a ser verdaderos protagonistas en términos de auténtica
reciprocidad. Surge así, más que una institución o establecimiento físico, un espacio
abierto en el cual el educador cristiano intencionalmente busca encontrar a los jóvenes
para acogerlos en una relación que, valorizando sus necesidades y potencialidades, se
orienta hacia la construcción de un proyecto común rico de significados en el cual el
joven tiene un rol protagónico. El verdadero clima de familia en la educación salesiana
se da cuando se logra crear una renovada capacidad relacional que reconozca y valore
en los jóvenes sus potencialidades y capacidades, haciéndolos protagonistas del propio
proyecto de vida, estableciendo una verdadera circularidad educativa.
Los educadores adultos deben favorecen en los adolescentes y jóvenes una toma de
posición activa en relación con su propio crecimiento para que puedan pasar, cada vez
más con una mayor con-ciencia, de la heteroeducación a la autoeducación, de una
heteronomía a una autonomía.
Los jóvenes que llegan a la casa salesiana deben ser vistos y considerados como los
primeros responsables de la propia formación. No deben ser tratados como
destinatarios-objeto de la acción educativa o simples receptores y ejecutores de
normas o propuestas. Su maduración se da sólo cuando se establece con el educador
una colaboración activa y consciente. El adulto, por su parte, para favorecer el
protagonismo del joven deberá esforzarse por descubrir y valorizar su originalidad, sus
potencialidades y aptitudes, con la conciencia de que el fin del camino educativo
consiste en acompañar al joven hacia la propia autonomía, a caminar solo, a hacer las
propias elecciones, a construir una biografía que sea sentida por él verdaderamente
como propia.
El desafío está en ofrecer a los jóvenes espacios de participación en primera persona y
no sólo para dejarse involucrar pasivamente; una participación que comprenda todos
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los niveles comenzando por la relación educativa, pasando por la interacción dentro
del grupo, hasta la implicación activa en la vida de la comunidad.
En la comunidad educativa todos se sienten, porque deben serlo, protagonistas en
primera persona del Proyecto Educativo, tanto en su elaboración, como en su
realización y en su evaluación. A este respecto llama mucho la atención la
corresponsabilidad reconocida y valorada de todos los involucrados en la labor
educativa. Basta hojear los diversos reglamentos redactados por Don Bosco para las
casas salesianas en los que se especifican las funciones de todas y cada una de las
personas de la comunidad, comenzando por el director, el prefecto, el catequista, el
consejero escolástico, los maestros de escuela, los jefe de taller, los asistentes, el
despensero, el cocinero y los ayudantes de cocina, hasta señalar el papel
importantísimo del portero en la casa salesiana, etc., y el reglamento para cada uno de
los ambientes (teatro, enfermería...), para darse cuenta de la valoración de cada uno
de los roles en la marcha de la casa y su función educativa.
De esta manen, cada obra salesiana llega a ser casa y escuela de comunión.
Preguntas para la reflexión y el diálogo:
1. ¿Cuáles son las ideas más importantes para ti de este documento?
2. ¿Cómo se describe o cuáles son las características que debería tner una casa
salesiana?
3. ¿Cómo podemos ayudar nosotros, como miembros de la Familia Salesiana, a
que nuestra casa salesiana sea diferente o viva el estilo salesiano con mayor
profundidad?
4. Señala otras ideas que se te ocurran a partir de este texto. Recuerda que el
lema de la Semana Vocacional es “Una casa diFErente”. ¿Qué lugar ocupa la fe
en nuestra vida y en nuestra presencia salesiana?
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