Devoción y crueldad, ascetismo y erotismo

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Devoción y crueldad, ascetismo y erotismo
Lector univ. dr. Lavinia SIMILARU
„Unversitatea din Craiova”
La vida religiosa española se presenta llena de paradojas: devoción y crueldad,
humillación y ostentación, simplicidad y riqueza, ascetismo y costumbres licenciosas…
La historia menciona muchos ejemplos de caridad cristiana. Pero los documentos y
la literatura recuerdan también cierta libertad de la conducta. A veces, la vida en los monasterios y
en los palacios de los obispos no tenía mucho que ver con la fe o con la penitencia.
En el siglo XII, Gonzalo de Berceo hablaba de un clérigo embriagado que bajaba a la
bodega a probar el vino, y se toma demasiados tragos, de un sacristán impúdico, cuya alma se
disputaban ángeles y diablos, e incluso de una abadesa embarazada.
Alfonso el Sabio en sus Cantigas y más tarde Lope de Vega en La buena guarda cuentan la
historia de la monja seducida que abandona el convento para seguir a su galán.
Tal desvío tiene si no su justificación, por lo menos su explicación en el lenguaje de
la literatura religiosa, en el bíblico Cantar de los Cantares, donde el amor divino se expresa en
palabras, comparaciones, metáforas tomadas del amor más terrestre. Y la literatura española sigue
el modelo. La unión del alma con Dios se expresa en las metáforas más profanas. San Juan se ha
inspirado muchas veces en poesías amatorias, vertiéndolas a lo divino. Se ha dicho también que el
misticismo no está lejos del erotismo, y en este sentido se cita un fragmento del Libro de la vida de
Santa Teresa.
Del otro lado se sitúa la Inquisición, cuyo papel ha sido muy destacado en la
historia de España. Un papel siniestro, hay que admitirlo.
La vida religiosa española se nos presenta llena de paradojas: devoción y crueldad, humildad
y ostentación, sencillez y riqueza, ascetismo y costumbres licenciosas…
La sinceridad y el fervor son las características de la fe española. Su carácter “vivido”. El
pobre es sagrado, ya que es la imagen de Cristo y hay que tratarle con cortesía. La historia nos ha
conservado muchas muestras de caridad cristiana.
San Ignacio de Loyola, el fundador de la orden de los jesuitas, pasó de la vida galante de
caballero a un profundo espíritu religioso y católico. Lope de Vega hizo algo parecido. El obispo de
Palencia, Antonio de Estrada, murió pobre en 1658, después de haber legado todos sus bienes para
obras filantrópicas.
Al lado de todo esto hay que destacar cierta tendencia a la ostentación, y la podemos
encontrar hasta hoy día, ya que la tradición católica sigue siendo fuerte en España. Son muy
reveladoras las procesiones de la Semana Santa, con aquellos pasos tan extraños, a veces verdaderas
obras de arte. Llaman la atención los Cristos cadavéricos, ensangrentados y maniatados, o las
Vírgenes tristes, lloronas. Todo esto contrasta fuertemente con la riqueza de los encajes y hasta de
los adornos que las cubren.
Los documentos conservan los recuerdos de cierta libertad de las costumbres en la vida
religiosa española. A veces los obispos llevaban en sus palacios una vida más aristocrática que
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religiosa, ya que la vida religiosa atraía a mucha gente, por varias razones. Sobre todo para escapar
a la pobreza y a un origen humilde.
A veces, el vivir en los conventos no tenía nada que ver con la fe y con la penitencia. En el
siglo XII (aunque el texto parece una traducción y adaptación de otro, anterior, en latín), Gonzalo
de Berceo (¿1195?-¿1246?) nos hablaba de un clérigo embriagado, que bajaba a la bodega a probar
el vino, y se toma demasiados tragos, será necesaria la intervención de la Virgen para salvarle, de
un sacristán impúdico, cuya alma se disputaban ángeles y diablos, e incluso de una abadesa
embarazada. Las monjas podían recibir visitas, se organizaban fiestas, funciones teatrales y disputas
poéticas o teológicas.
Alfonso el Sabio en sus Cantigas y más tarde Lope de Vega en La buena guarda cuentan la
historia de la monja seducida que abandona el convento para seguir a su galán, pero sigue siendo
muy devota, así que la Virgen se apiada de ella y toma su lugar en el convento, para que nadie note
su ausencia, hasta que la monja vuelve arrepentida.
Tal desvío tiene si no su justificación, por lo menos su explicación en el lenguaje de la
literatura religiosa, en el bíblico Cantar de los Cantares, donde el amor divino se expresa en
palabras, comparaciones, metáforas tomadas del amor más terrestre. Y la literatura española sigue el
modelo, como lo demuestra este fragmento del Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz:
ESPOSA
1.¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
PREGUNTA A LAS CRIATURAS
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!
RESPUESTA DE LAS CRIATURAS
5. Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
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con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
ESPOSA
6.¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieres enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.
7. Y todos cuantos vagan,
de ti me van mil gracias refiriendo.
Y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.1
La unión del alma con Dios se expresa en las metáforas más profanas. Además, San Juan
tomó muchas veces antiguas poesías amatorias, para verterlas al sentido espiritual.
También se ha dicho que el misticismo no está muy lejos del erotismo, y este famoso y
disputado fragmento del Libro de la vida de Santa Teresa disipa cualquier duda:
Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado
izquierdo en forma corporal, lo que no suela ver sino por maravilla. Aunque muchas veces se me
representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada, que dije primero. Esta visión quiso
el Señor le viese así. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que
parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman
querubines, que los nombres no me los dicen; más bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de
unos ángeles a otros, y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de
oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el
corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo,
y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacia dar
aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay
desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino
espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que
pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento".2
(Libro de la vida, cap. 29, apartado 13. Varios párrafos del Libro permiten la misma
interpretación. O malentendido, ¿quién se atrevería a dudar de la sinceridad de Santa Teresa?)
No se puede negar la importancia de la literatura religiosa para los españoles. Juan Luis
Alborg escribe:
Al reinado de Felipe II corresponde una de las manifestaciones literarias de mayor
importancia que ha conocido nuestras letras, tanto por su elevada calidad como por el número,
casi abrumador, de las producciones que la constituyen: aludimos a la literatura ascético-mística.
Según el índice bibliográfico de Nicolás Antonio que recuerda Menéndez y Pelayo, fueron más de
tres mil los libros publicados sobre dichas materias en menos de dos siglos; […] el valor de sus
obras capitales y el volumen global han hecho de la literatura ascético-mística, según apreciación
indiscutida, uno de nuestros géneros más genuinos y representativos.3
San Juan de la Cruz – Cántico espiritual, Madrid, Cátedra, Letras hispánicas, 1974, p. 112
Santa Teresa de Jesús – Libro de la vida, Madrid, Cátedra, Letras hispánicas, 1993, p. 352-353.
3
Juan Luis Alborg – Historia de la literatura española, tomo I, Edad Media y Renacimiento, Madrid, Editorial Gredos,
1992, p. 863.
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Pero había algo aún más raro: el galanteo de monjas. Ser galán de monjas significaba ser el
caballero de una dulcinea encerrada detrás de los muros del convento y mostrarle sólo por miradas y
actitudes la pasión loca que ella había inspirado, ingeniarse para verla desde lejos, escribirle poemas
y sobornar a alguna monja conserje para que aceptara entregárselos – es decir desarrollar un
verdadero arte. A veces este amor no era sólo platónico – hay noticias de unas monjas raptadas.
Algunos escritores se han esmerado en dejarnos testimonios de tal costumbre. Quevedo nos
presenta a su Don Pablos, quien no sabía escribir muy bien, ya que ansiaba ser caballero y para eso
lo que se requería era escribir mal4. Pero algo tan insignificante no le impide componer cartas para
una monja e ir a verla, igual que muchos otros que suspiraban por alguna religiosa; como nos
asegura Don Pablos, hervía en devotos5, así que era menester enviar a tomar lugar a las doce,
como para comedia nueva6.Más tarde, en pleno Romanticismo, José Zorrilla hará que Don Juan
Tenorio salte por las tapias7 y se lleve a Doña Inés del convento. La pobre joven inocente está
desmayada:
Doña Inés: ¿Qué es esto?¿Sueño…, deliro?
Don Juan: ¡Inés de mi corazón!
Doña Inés: ¿Es realidad lo que miro,
O es una fascinación?...
Tenedme…, apenas respiro…;
Sombra…, ¡huye, por compasión!
¡Ay de mí!
(Desmáyase Doña Inés, y Don Juan la sostiene. La carta de Don Juan queda en el suelo,
abandonada por doña Inés al desmayarse.)
Brígida: La ha fascinado
Vuestra repentina entrada,
Y el pavor la ha trastornado.
Don Juan. Mejor; así nos ha ahorrado
La mitad de la jornada.
¡Ea! No desperdiciemos
El tiempo aquí en contemplarla,
Si perdernos no queremos.
En os brazos a tomarla
Voy, y cuanto antes, ganemos
Ese claustro solitario.
Brígida: ¡Oh! ¿Vais a sacarla así?
Don Juan. Necia, ¿piensas que rompí
La clausura, temerario,
Para dejármela aquí?
Mi gente abajo me espera;
sígueme.
(José Zorrilla – Don Juan Tenorio, III,4)
Del otro lado estaba la Inquisición, cuyo papel era muy destacado en la vida española de los
siglos XVI y XVII. Un papel siniestro, hay que decirlo. Todo el mundo ha oído hablar de la
tremenda Inquisición española, con sus prisiones tenebrosas, con los autos de fe, los sambenitos y
las hogueras. Los que eran arrastrados a las celdas secretas de la Inquisición dejaban de existir para
los demás. Las familias nunca sabían algo de ellos, porque nada se divulgaba. Un día desaparecían.
Francisco de Quevedo – La vida del Buscón llamado Don Pablos, Cátedra, Letras hispánicas, Madrid, 1995, p. 113.
Idem, p. 292.
6
Ibidem.
7
José Zorrilla – Don Juan Tenorio, Ediciones Cátedra, Letras hispánicas, Madrid, 1994, p. 153.
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Todo el proceso se desarrollaba en el mayor secreto. Ni los nombres de los denunciadores, ni los
nombres de los testigos eran pronunciados.
En el Concilio Supremo del Santo Oficio estaban involucrados muchos dignatarios. La
institución gozaba también de la colaboración de los “familiares”, cuyo número era muy grande.
Parece que Lope de Vega mismo tuvo que ver con estos asuntos.
La Inquisición española o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, fue fundada en 1478
por los Reyes Católicos y funcionó bajo el control de la monarquía hasta 1834, cuando fue abolida.
La Inquisición alimentaba el ambiente de desconfianza entre los vecinos, hubo incluso denuncias
entre parientes. Los “calificadores” eran los que decidían si había herejía, después de investigar la
denuncia. El reo era detenido, y sus bienes eran confiscados por la Inquisición, su familia se
quedaba a menudo en la miseria. El preso permanecía en la prisión, sin saber cuáles eran las
acusaciones, o quién le había delatado. En los interrogatorios se utilizaba la tortura, para arrancar la
confesión, sin tener en cuenta la edad o el sexo del reo.
Lo que hoy nos llena de horror es el hecho de que una acusación bastaba para echar a perder
a alguien. A un ser humano. Cualquier persona podía delatar a un enemigo suyo.
Muchos presos se morían durante la detención. Al final de las audiencias, los inquisidores se
encontraban con el representante del obispo y con los “consultores”. La sentencia debía ser
unánime, en caso contrario era necesario remitir el informe a la Suprema.
Las absoluciones fueron muy pocas. Para no admitir que la acusación era errónea, el proceso
podía ser “suspendido”, el acusado quedaba libre, pero bajo sospecha y bajo amenaza de que su
proceso continuara. En otros casos, el acusado podía ser “reconciliado” con la Iglesia católica, pero
antes de la ceremonia pública de “reconciliación” recibía varios castigos, como azotes y otros
castigos físicos, condenas de cárcel o galeras, confiscación de sus bienes, etc. Un acusado
considerado culpable era “penitenciado”, es decir condenado a destierro, a galeras, y debía abjurar
públicamente de sus delitos. Pero muchos fueron condenados a muerte en la hoguera. Parece que las
más numerosas condenas a muerte se dictaron en la primera etapa de la Inquisición. García Cárcel
muestra que el tribunal de Valencia condenó a muerte antes de 1530 al 40% de los procesados, pero
después el porcentaje bajó hasta el 3%.8 A menudo los juzgados in absentia y los fallecidos antes de
que finalizara el proceso eran quemados en efigie.
Juan Antonio Llorente, secretario general de la Inquisición de 1789 a 1822, publicó en París
una Historia crítica de la Inquisición (1822). Esta obra ofrece la primera estimación de las víctimas
de la Inquisición. Los procesados habrían sido unos 341.021, de los cuales unos 31.912 habrían sido
ejecutados. El autor escribe: Calcular el número de víctimas de la Inquisición es lo mismo que
demostrar prácticamente una de las causas más poderosas y eficaces de la despoblación de
España.9 El Archivo Histórico Nacional ofrece datos en este sentido, y los investigadores modernos
han acudido a estos documentos. Según García Cárcel, el número total de procesados por la
Inquisición a lo largo de toda su historia fue de unos 150.000. Y los ejecutados serían 3.000 o
5.000.
A pesar de esto, no se les pueden negar a los inquisidores ciertos méritos culturales: por
ejemplo a un gran inquisidor, el cardenal Cisneros, se le debe la creación de la Universidad de
Alcalá o la Biblia Políglota.
Parece mentira, pero la vida religiosa española revela a la par una misericordia sin límites y
una crueldad inaudita. Las dos prolongadas hasta los márgenes del absurdo. Y a veces juntas, sin
que una elimine a la otra.
García Cárcel, Ricardo – Orígenes de la Inquisición española. El tribunal de Valencia, 1478-1530. Barcelona, Editorial
Península, 1976, p. 39.
8
9
Juan Antonio Llorente - Historia crítica de la Inquisición en España, tomo IV, Madrid, Hiperión, 1980, p.
183.
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Bibliografía
ALBORG, Juan Luis – Historia de la literatura española, tomo I, Edad Media y Renacimiento,
Madrid, Editorial Gredos, 1992
BERCEO, Gonzalo de – Milagros de nuestra señora, Madrid, Clásicos castellanos, Espasa Calpe,
1968
GARCÍA CÁRCEL, Ricardo: Orígenes de la Inquisición española. El tribunal de Valencia, 14781530. Barcelona, Editorial Península, 1976, p. 30-45
LLORENTE, Juan Antonio - Historia crítica de la Inquisición en España, tomo IV, Madrid,
Hiperión, 1980, P. 183
QUEVEDO, Francisco de – La vida del Buscón llamado Don Pablos, Madrid, Cátedra, Letras
hispánicas, 1995, p. 113
ZORRILLA, José – Don Juan Tenorio, Madrid, Ediciones Cátedra, Letras hispánicas, 1994, p. 153
SAN JUAN DE LA CRUZ – Cántico espiritual, Madrid, Cátedra, Letras hispánicas, 1974, p. 112
SANTA TERESA DE JESUS – Libro de la vida, Madrid, Cátedra, Letras hispánicas, 1993, p. 346355.
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