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DIÁLOGO DE POETAS
Edén Ferrer
SUEÑO DE VUELO
A mi pequeña Edurne
I
MIRO UNA FORMA DÚCTIL Y REMOTA
abierto desafío de lo terreno,
espacio del etéreo,
creo que la sueño suspendida en danza
cuando refuta el paradigma ciego,
esa verdad incontestable –incierta–
que nos habla del peso de los hombres,
del insondable peso de las horas.
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En el baile, en la embriaguez del baile,
el torbellino de tan frágil forma
se delimita: encarna; se hace mujer,
mujer que habita el molde
velamen de los sueños,
de las profundas fosas del insomnio
pozo mefítico, agraz, salobre,
brota la luz de una burbuja presa
para estallar en danza golondrina.
Botón que abre y alumbra
–revienta en clavel blanco–
súbita luz que niega,
da color a la sombra,
dolor al alma.
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DIÁLOGO DE POETAS
II
La noche aterrada de sí misma,
sobrecogida de pavor espanto,
nos vigila, desde el interno espacio
de esa piedra sonora: el corazón,
y en la espesura, rumor sordo, febril
que retumba en sienes las venas,
un ala, los vuelos de una falda,
el tacto terciopelo, fruto nuevo,
resplandor en las selvas del delirio,
es un viento, un solar,
el origen, el ritmo.
NOSTALGIA DE ARRECIFES
(Hay una luz de agave para los siglos y
eterna vigilia marina: Saint-John Perse)
No hay piélago que lime caracolas
ni oleaje que fatigue persistente
la estéril quilla de un galeón fantasma,
ni violencia de vendaval marino
que carcoma un bauprés
o decapite un mascarón de proa,
derrumbe en resabios salinos
el duro maderamen
(vientos del Sur-barreno impostergable).
No hay humedad alada amasando,
en pátina y orín, el metal
inútilmente trabajado en la fragua.
No hay río ni lengua vegetal
que someta el rencor de viva roca,
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DIÁLOGO DE POETAS
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ni ritmo ni creciente
en la caricia al filo de la grieta
al otorgar su carga de misterio
y sombra en tierra herida,
no hay soplido terco
que sorprenda la forma oculta en mármol
(vientos alisios escalpelo tenaz).
No hay sol que incendie las arenas
e invente galerías-brazos-raíces
dedos crispados en el latido
nuevo de renovada greda.
No hay intervalos de luz
entre cortezas blanquecinas;
no hay nido ni panal ni comisura
donde sucumba la simiente,
élitro arcilla que abra, alumbre el pan,
como tampoco hay corazón de miel
en el agave,
ni poderosa flor
que lo embellezca
en su aniquilamiento,
ni punta en hoja azul
por alojarse
en el pecho del ciervo
o bien que sirva en el telar arcaico
(Noto: dios del viento del sur).
*
Se acabó el espanto, amigo;
desvaneciose la saudade
justo al umbral de condenada puerta,
terminaron los días de la Quimera,
zozobró la nave cargada de estulticia
que surcaba las sirtes imposibles.
Escila, Caribdis devoráronse
mutuamente el pétreo corazón.
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DIÁLOGO DE POETAS
Y Polvo es ya la flor marchita
agobiada cabe la amarillenta,
indescifrable tipografía del libro aquél:
apolillado, sacro, deslomado, viejo
el acto labrado declinó
su antigua majestad y su prestigio
(la inmundicia corroe –dueña absoluta–
sillares, corredores-adoquín mancillado).
*
Hoy,
ya la luna no desvela a la bestia,
duermen en santa paz la hetaira,
la sibila, el enamorado, el ladrón
y la bruja.
Al callejón no cobija el embozo,
no existe más
el abrazo al abrigo de la sombra
el Árbol.
El camastro sudario de ramera
casta-hermosa-moza-púber
también es ido.
Ha sido roto el maleficio,
expulsado el Minotauro del sueño,
de la vigilia el numen,
del fuego fatuo el vacilante espíritu.
*
No hay nadie que se llame Nadie
que inquiera a Andrómeda
y busque en Tauro el rumbo de la noche.
No hay puñal ni alfanje en cinto de corsario,
no hay escudo, montura, herida espada,
no hay hugonotes, ...amigo
(olor agrio) sin rastro de sangre coagulada
ni furtivas lecturas
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DIÁLOGO DE POETAS
de surcos en la mano,
ni lascivas... sonrisas
ni aún, lance de dados,
ni lucha cuerpo a cuerpo ni alabarda
torre de asalto aceite hirviente
honda catapulta y espingarda
ni pies alados sucumbiendo
ni talones vulnerables, amigo venerable.
No hay humo, hermano,
no hay humo de cadáveres robados,
despojados en el amanecer de la batalla,
ni lenguajes inversos, torres ennegrecidas
bajo el asedio innoble de las aves de presa,
decapitados a galope hundidos
en la noche laberíntica del Tiempo,
hendiendo la negrura de la Nada.
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*
¿Qué nos queda oh Señor de la Abyección
y la Molicie?
¿Qué residuo yace al fondo
de la criba en los pozos del alma?
¿Qué suerte de vegetación nos nace?
¿Qué musgo en los muros ruinosos
de incierta historia?
¿Y cuál humos en los infames pantanos
de nuestra eyección aciaga?
Os queda la Ciudad, el coliseo,
tal vez, el columbario roto,
la orgía inacabada,
alguna notación convencional,
la paz del camposanto,
un tímido aguafuerte de fin de siglo,
un pianoforte, el hastío, el diván,
un licor áureo, generoso,
suave al paladar.
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DIÁLOGO DE POETAS
ANTÍFONA
(ASKESIS)
A Carlos Jiménez
Como este mar fantasma / en que respiran
Peces del aire altísimo / los hombres...
José Gorostiza
SUBÍAMOS POR LOS CRUJIENTES Y DOBLEGADOS PELDAÑOS.
Era la escalera aquella, de caracol, como depositaria
de materias marinas: subsistía su hechura
de olores guanificados, dolía el olor, viejo olor,
a heridas cicatrizadas de ramificaciones, estalagmitas coralinas,
subía la sal,
discurría la sal por los entramados de la madera memoriosa,
proclamábase el yodo dueño de todo privilegio.
Amábamos el ascenso que, con la sabiduría de alguna aviesa
celestina, que ofrecía esa valetudinaria escalera: un caracol
hundido hiriendo un costado de la Catedral,
iluminados por una claridad sulfúrea.
Íbamos a ese sitio, a la hora oficinesca de los alimentos,
a colmar los pulmones con el aroma innoble del gusano fosilizado,
depositado por innúmeras colonias de murciélagos;
a recibir el quemante trasiego del viento alto,
en los pómulos descoloridos del empleado,
encarnado en nosotros.
Solíamos subir esa escalera y llegarnos hasta la sonoridad
estocástica de las campanas de la Catedral: oro y bronce
fundidos de alamares y cañones vibrando al son de la risa nerviosa,
la risa nuestra de escribientes, tramposos y entrampados y,
Bouvard y Pécuchet alucinados, muertos de miedo,
de melancolía, desasosegados en la hora previa,
hora sagrada del francés y del abate.
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DIÁLOGO DE POETAS
ESA ESCALERA, PLEGADA, COMIDA POR EL COMEJÉN DE SIGLOS,
convocaba el paso de decrépitos hijos de Isleño, el Viejo.
(Hago una pertinente aclaración: nos impulsaba el impulso mismo,
no los dioses más o menos imperecederos. Subíamos
sin intención de subir. Quiero decir,
como quien sube poniendo su empeño en otra parte.
Era, como he dicho, ardiente el viento, y apunto: los turbiones
que suele se agitaban y golpeaban la corteza débil
del muy gastado recubrimiento de nuestra alma, ay, tan joven.)
ERA COMO UN LLEGARSE, CASI UN PRESAGIO, UN IR Y VENIR
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pasando y pisando proustianamente a paso de lobo, con tal de
evadir
(debe leerse soslayar) un infamante retén militar enclavado
en la mitad justa de la torre.
Dimanaba alcanfor propio de las algas marinas,
manaba (ya que la piedra se obstinara en transpirar), manaba
–lo digo como al paso, con impertienencia– hedor a océano,
maloliente regusto tropical en el interior de una torre
–nada menos–, señorial torre plateresca madrileña y aposentada
(no sé si malnacida) en una cuenca acuosa.
Salvar el hito de la soldadesca adventisca,
saltar por encima de los travesaños, peligrosísimas astillas
que daban la sensación de hojarasca bajo la suela del zapato,
y alcanzar, apercibirse en lo más elevado de aquella
promoción de la [piedra,
conjeturaba un placer sólo comparable a la inestabilidad
que precipita en nosotros un perfume.
Entonces era Eolo, los ojos capturados por él,
los lagrimales inservibles, fracturado el precario escudo
de los espejuelos y...
el advenimiento de la Plaza,
aquella congestión granítica, el temido sitio cortado a ras,
el bronco espacio plano y pleno que se nos echa encima,
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DIÁLOGO DE POETAS
el arduo tobogán crecido hasta el límite del horizonte, mas circundado,
de alguna manera detenido,
contenido por el tezontle y el grano
de una sillería que me es ahora escasamente familiar.
Ahí, en ese lugar ínsito fijo del espacio, nos sentábamos a simplemente
Devorar un mendrugo, apurar un tosco licor de graduación temible
...y conversar.
HABLEMOS CON FRANQUEZA: ESTA TORRE POSEE (COMO TODO
en el universo de lo real) un doble, el doppldängar de Teofastro,
de Occam, Averroes.
De su naturaleza –del mismo modo que me sucede con el Otro–
no podría más que evocar un parecido de familia.
Este adelgazamiento del espacio está, además, adosado
a un edificio, el [cual,
A no ser por una situación protocolaria,
pudo muy bien no haber nacido, o haber sido
de una índole muy otra: digamos que una especie de bastarda
floración hispanohablante.
(Si nos fuera dado despojar a la forma de volumen, aquí,
donde la conjunción de la materia se aglutina y pliega
desafiando a la bóveda celeste, operaría un insólito bosquejo
extraño a cualquier posible geometría: de algún modo
podríamos circunscribir el arco de medio punto de la balconería,
la balaustrada y la voluta inmensa, en el esgrafiado de una imposible,
inverosímil partitura musical de dimensión divina.)
Aquí, paralelogramo por el que el viento cuela sus cuchillos
y acribilla los carcomidos muros interiores,
la sección áurea todo lo devora y domina imperativamente
el canon musical.
Aquí, el Ojo asiste a su propio nacimiento,
revelación de su esencia primordial:
puede decirse que hasta ahora el complejo mecanismo retiniano
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DIÁLOGO DE POETAS
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ha carecido de función o se ha limitado a envejecer
inútilmente, como un trasto agobiado.
Sobre la basáltica laja que se rinde a los pies de este poliedro
pulula la preocupación sin rostro, activada por los resortes del
Deseo
(la necesidad o el placer insatisfechos), el áspero dinero.
El prodigio brutal que imprime el ritmo,
donde se teje (por az-sahar) lo cotidiano,
insospechada capilaridad biológica errabunda,
parece estar dispuesta por la mano –como aseguran místicos,
estetas–
del Arquetipo intangible: ahí, el abismo.
Cuando la lluvia crepuscular se apodera del espacio
las oleadas que acometen a este descampado
castigan con una furia oceánica el colosal obelisco,
en cuyo interior se desarrolla un majestuoso réquiem
ignorado por el oído humano.
Es la escalera entonces un caracol auricular; el carillón,
los tímpanos –las hijas percutientes de este campanario–
forman el diapasón del coro, de las cuerdas que pulsa
un vesánico dios, trasplantado del panteón mediterráneo.
Se teme, con razón, al vértigo, hechizo del acantilado,
pero se desconoce (o se reniega dello) la noble estirpe
de este instinto:
es un jalonamiento, una lucha que se libra en el interior
del alma y que la tensa, la pone en armonía con el
concierto cósmico y la coloca en trance de agonía:
el Orco reclama lo que le pertenece en cuanto vaso:
“la naturaleza tiene horror al vacío”.
DESDE EL TABERNÁCULO SE MIRA AL ESCAMPAR, EN EL OCASO,
el horizonte como si fuera obra de recamador, azul, púrpura,
y lino retorcido...
Entonces cabalga sobre los jirones debilitados de las nubes
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DIÁLOGO DE POETAS
una tristeza sideral, compacta, floreciendo desde un alvéolo del
planeta.
El ojo, de tal manera vuelto sobre sí, asoma a las interioridades [nocturnas
de la larva y consiente en leer (en arabescos caracteres)
las antiquísimas hojas quebradas, rotas del espíritu:
un puro ir y venir del mismo río del cual no se cura la memoria;
el choque brutal intermitente de aceros mellados y los mismos
en su enervante sucesión; el inútil desciframiento oracular
tejido a lo largo de la generación; el martirologio sobrecogedor
de las razas; el lamentable devenir de las horas
como en un palco de la Ópera; la inefable terquedad del musgo,
y el estéril recuerdo de la infancia y sus prodigios
de cinematógrafo dominical.
Es este el momento en el cual el Dolor confiesa su parasitaria,
dormida existencia inquilinaria, morosa,
por qué no decirlo, cruel (la pesadilla es una vieja agazapada en
la cuna).
Se reconoce entonces que no existe salvación posible
en la disposición fortuita de una mesa de disección,
una máquina de coser, [etcétera.
Se sabe (sabiamente) que el hábito no puede ser el del señor
Balssa,
sino la intolerable camisa en llamas del poeta;
y se infiere, desde luego, que la vestimenta habrá de diluirse
o (si la bioquímica dispone) petrificarse.
Así, si se quiere, uno desnudo desciende una escalera.
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