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DIÁLOGO DE POETAS
II
¡Dénme la lira de Homero
sin la cuerda de la muerte!
Tráeme copas ya mezcladas
como prescriben las leyes,
para que, borracho, baile,
y bajo un delirio leve
del simposio las canciones
entre liras yo celebre.
¡Dénme la lira de Homero
sin la cuerda de la muerte!
VII
“Anacreonte, eres viejo”
me importunan las mujeres;
“mira, tomando un espejo:
tu pelo ya inexistente,
ya tu frente está desnuda”.
Mas yo no sé, ciertamente,
si mis cabellos están
o se han ido para siempre.
Yo sólo sé que al anciano
más el jugar le conviene,
jugar juegos placenteros
cuando cerca está la Muerte.
XIII
¡Yo quiero amar, yo quiero amar!
A amar Eros me excitaba,
mas yo no fui persuadido
por mi cordura insensata.
Levantando tanto su arco
como su dorada aljaba,
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CARMINA ANACREONTEA
Eros, sin dudar y al punto,
a la guerra me invitaba.
Sujetándome a los hombros,
como Aquiles la coraza,
y las lanzas y el escudo
con Eros yo me enfrentaba.
Él disparaba. Yo huía;
Eros se desesperaba
al mirar que ya sin flechas,
vacía, su aljaba encontraba.
En ese punto, a sí mismo
se disparó como lanza:
se hundió y me desbarató
al clavárseme en el alma.
Así, en vano porto escudo:
¿a qué presentar batalla?
¿a qué disparar afuera
si llevo guerra en el alma?
XIV
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Si de los árboles sabes
enumerar frondas llenas
y si sabes calcular
olas en la mar entera,
entonces, de mis amores,
te nombro mi juez de cuentas.
Y primero veinte amores
más quince anota de Atenas;
luego suma de Corinto
de amores varias hileras,
pues es de Acaya de donde
son las mujeres más bellas.
Suma además las de Jonia
e incluso pon las de Lesbia,
con las de Caria y de Rodas
a dos mil sube la cuenta.
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DIÁLOGO DE POETAS
¿Qué me dices? ¿Te volviste
pálido como la cera?
No menciono aún las de Siria
de Canobo ni de Creta,
rica ciudad donde dicen
que Eros sus ritos celebra.
¿A qué enumerar también
las de Cádiz? Oye, espera:
faltan las de Bactria y de India,
amores que mi alma lleva.
XXI
Bebe la tierra negra,
los árboles la beben;
torrentes bebe el mar
y el sol al mar; Selene
bebe a su vez al sol:
¿Por qué, amigos, no quieren
que beba también yo,
que beba y me serene?
XXII
Dicen que Níobe, la frigia,
se volvió piedra una vez;
Filomela, golondrina,
pájaro cierta vez fue.
Para que siempre me mires
un espejo quiero ser;
túnica quiero volverme
y así me lleves, mujer.
Agua quisiera tornarme
para bañarte la piel;
perfume quiero volverme
para ungirte así, mujer.
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CARMINA ANACREONTEA
Y perla para tu cuello,
para tus senos corsé;
quisiera ser tu sandalia:
sólo písame mujer.
XXIV
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A los peces el nadar
otorgó Naturaleza;
a los caballos dio cascos
y a las liebres ligereza.
Dio fauces a los leones,
a los toros cornamenta;
a las aves el volar,
dio al hombre la inteligencia.
Nada quedó a las mujeres
¿qué darles? Pues la belleza,
contra lanzas, contra escudos,
contra toda arma guerrera:
vence al hierro, al fuego vence
cualquier mujer siendo bella.
XXVII
En las ancas los caballos
tienen de fuego una marca;
y uno, a los varones partos,
reconoce por las tiaras.
Yo descubro a los amantes
al punto con la mirada:
pues llevan siempre una fina
marca muy dentro del alma.
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DIÁLOGO DE POETAS
XXXII
Sobre las plantas de loto
y sobre los tiernos mirtos,
habiéndome recostado,
quiero disfrutar mi vino.
Y que amarrándose el manto
con un hilo de papiro,
quiero que el Amor me sirva
la bebida de Dionisio,
pues, como rueda de carro
corre la vida el camino.
Yaceremos como polvo
como polvo escaso y fino,
y nuestros huesos jamás
volverán a estar unidos.
¿Por qué perfumar las piedras?
¿Por qué alterar el destino?
Mejor con suaves esencias
perfúmame mientras vivo,
y cíñeme la cabeza
con rosas, vides y lirios.
Llama después a mi amante
porque sólo así consigo
antes de ir a los infiernos,
Amor, estarme tranquilo.
XXXIII
Cuando ya en la media noche
claro se ve el infinito,
cuando bajo del Boyero
la Osa Mayor va en camino,
y yace el género humano
por el cansancio vencido,
Amor, tomando la aldaba,
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CARMINA ANACREONTEA
74
golpeó fuerte a mis recintos.
“¿Quién destruyendo mis sueños
así golpea mis recintos?”
Y me dijo el Amor: “abre,
no temas, soy sólo un niño;
en noches sin luna vago,
muriéndome estoy de frío”.
Me compadecí escuchando
tal cosa y encendí un cirio:
con alas, arco y aljaba
me sorprendió ver al crío.
Junto al fuego nos sentamos:
yo lo secaba con brío,
él calentaba sus manos
yo enjugaba el pelo fino.
“Venga, vamos a probar
–me dijo al cesarle el frío–
si está dañada mi cuerda
si acaso mi arco sentido.”
Tensa el arco y me dispara
justo en el medio del hígado
como un certero aguijón
como un aguijón maldito.
Y riendo a carcajadas
“sé feliz –dijo– conmigo:
mi arco continúa perfecto,
tu corazón está herido”.
XXXV
Cierta vez el Amor
entre rosas jugando
a una abeja dormida
no vio, mas fue picado.
Como le fuera herido
el dedo de la mano
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DIÁLOGO DE POETAS
gritó y con Afrodita
corriendo fue, y volando.
“Perezco, madre, muero
–Eros dijo llorando–
una serpiente alada,
pequeña, me ha picado,
la cual abeja llaman
quienes labran el campo.”
“Si el aguijón –dijo ella–
de la abeja has probado:
¿cuánto crees que padecen
quienes sufren tus dardos?”
XLII
Amo del hijo de Zeus,
Baco juguetón, las danzas;
amo si, junto a un efebo
que me gusta y acompaña,
puedo hacer cantar mi lira
mientras se bebe y se baila.
Sin embargo, más que todo,
amo jugar con muchachas
habiéndome coronado
las sienes con mi guirnalda.
Mi corazón desconoce
la envidia negra y amarga;
huyo de los crueles dardos
de quien daña con palabras;
las riñas de los banquetes
odio con toda mi alma.
Deseo conducir mi vida
con sosiego y sin alarma,
y en las divertidas fiestas
bailar con bellas muchachas,
mientras al son de la lira
como agua el tiempo se pasa.
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CARMINA ANACREONTEA
LI
No huyas de mí porque ves
mis canas, querida niña,
ni rechaces mis amores
por tu juventud sin ruina.
Observa cómo también
las guirnaldas se combinan
con lirios blancos trenzados
con rosas y con espinas.
LVIII
76
Cuando el oro fugitivo
que siempre, siempre, se escapa,
me huye con rápidos pies
no lo sigo: ¿quién le alcanza?
¿Y quién, cuando odia algo
busca tenerlo con trampas?
Así, apartado del oro,
las penas de mis entrañas
ofrecí entregar al viento,
al viento ofrecí entregarlas:
ahora amorosas canciones
saco de mi lira amada,
y aprende así a despreciarlo,
a burlarse de él mi alma.
Mas, de nuevo, el fugitivo
susurra palabras vanas
y con sus preocupaciones
mi mente toda emborracha;
que yo le preste atención,
que yo le escuche me manda;
para que olvide mi lira,
para que pierda la calma.
Maldito y pérfido oro
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DIÁLOGO DE POETAS
¿crees que hechizan tus palabras?
Pues más seguros que el oro
mis cuerdas los deseos guardan.
Tú has sembrado entre los hombres
el amor a envidia y trampas,
en cambio la lira mezcla
copas de besos y camas.
Y tú, cuando quieres huyes,
tú cuando quieres te marchas;
mas yo al canto de mi lira
nunca jamás renunciara.
Tú al extranjero falaz
en vez de a las Musas amas:
mas yo, que mi lira toco,
llevo a la Musa en el alma.
¡Que levantaras tu grito!
¡Que tu resplandor brillara!
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A 400 años de la primera
edición de El Ingenioso
hidalgo don Quijote de la
Mancha
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