LA BRECHA DIGITAL: EL CARAMELO DE LOS POLÍTICOS Ignacio Gómez Hoy en día todos los gobiernos que presumen de innovadores (léase el gobierno Clinton, Blair, Aznar, Cardoso o De la Rúa) e incluso las entidades supranacionales como la ONU o el Banco Mundial cuentan con ambiciosos proyectos, por lo menos sobre el papel, cuyo objetivo último sería conectar a Internet a toda los ciudadanos que caminan sobre el planeta y permitir que todo el mundo tenga acceso a los beneficios de la Sociedad de la Información. Con ello se espera reducir las diferencias entre las clases sociales de los países y, en último término, la enorme distancia entre los países ricos y los pobres, lo que ya viene a llamarse la brecha digital (digital divide). Son bonitas palabras que, a día de hoy, están muy lejos de hacerse realidad. Tanto los tecnófilos como los tecnófobos exageran las posibilidades de Internet y las nuevas tecnologías como herramientas igualitarias o desigualitarias. Y mientras ellos se enzarzan en agrias discusiones, los políticos caen en la autoindulgencia y olvidan hacer sus deberes. Tecnología y globalización Todo desarrollo tecnológico despierta en sus inicios una mezcla de temor y excitación. Esto ocurrió con la imprenta, el ferrocarril o el teléfono. Y lo mismo sucede ahora con Internet. Mientras que la mayoría sostiene que la tecnología de la información es el motor de la economía de los países occidentales y puede contribuir a hacer del mundo un planeta más pequeño, una minoría más escéptica opina que el 85% de la población mundial que vive en países en desarrollo puede perder en esta moderna carrera lo poco que tiene. El tan cacareado fenómeno de la globalización contribuye, según entidades como el Foro Internacional para la Globalización, a reforzar y expandir la colonización de los países del sur por parte de los del norte y a ensanchar las diferencias entre ricos y pobres. Y la tecnología, como sugieren organismos como el Turning Point Project, que agrupa a 80 organizaciones no gubernamentales, puede contribuir a empeorar el problema, en vez de a resolverlo. Su argumento también es bien conocido: las corporaciones son las que actualmente se benefician y controlan la Red, en perjuicio de los individuos. El aura de presunta libertad que vende Internet es sólo una cortina de humo tras la que se esconde el billete verde del dólar. Pero claro, palabras tan extremas y apocalípticas recuerdan más a los telepredicadores e incluso a los libros de los cibergurús como Nicolás Negroponte (que defiende la postura opuesta con la misma vehemencia) que a críticas constructivas sobre los peligros –que toda nueva tecnología tiene- de la Sociedad de la Información. Aun así, esta perspectiva crítica es necesaria, sobre todo en un momento en el que todos los gobiernos occidentales incluyen la tecnología en sus agendas políticas y hablan hasta cansarse de sus posibilidades como elemento reductor de las desigualdades sociales. Ricos y pobres en el mundo digital En ningún país del mundo, ni siquiera Estados Unidos, donde el 44,4% de la población se conecta ya a la Red, según el Departamento de Comercio estadounidense, todos los ciudadanos tiene acceso a Internet. En el mundo virtual, como en el de carne y hueso, siempre hay un porcentaje de la población que no disfruta de las ventajas de la mayoría. Esta desigualitaria implantación es más acuciante en los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, donde sólo una ínfima parte de la población tiene acceso a las nuevas tecnologías. Y las peculiaridades de la tecnología, que favorecen el desarrollo educativo, económico y social, hacen que esta distancia entre infopobres e info-ricos se acreciente con el tiempo, como denunció recientemente un informe del ECOSOC (Consejo Económico y Social), un organismo de la ONU que ha estudiado el impacto del desarrollo tecnológico en la sociedad moderna. Frente a esto, los gobiernos e instituciones supranacionales, que depositan una fe ilimitada en la acción regeneradora de las nuevas tecnologías, responden con ambiciosos planes que se traducen en débiles iniciativas. En la última Cumbre del Milenio convocada por Naciones Unidas y celebrada en Nueva York, la pobreza fue uno de los cuatro temas principales tratados por los ponentes. El secretario general de la organización, Kofi Annan, anunció su intención de reducir a la mitad el número de pobres en los próximos 15 años y propuso medidas concretas para reducir la brecha tecnológica. La pobreza, como todos los años, también tuvo un lugar destacado en la cumbre de Okinawa del mes de julio en la que participaban los líderes de los 8 países con más peso del planeta. Allí se acordó acelerar el programa de Países Pobres Fuertemente Endeudados (HIPC), un proyecto impulsado por el Banco Mundial que tiene por objeto reducir la deuda de los países más pobres y que avanza a paso de tortuga. A pesar de lo loable de su actitud, las iniciativas parecen insuficientes para alegrar la existencia del 80% de la población mundial que vive con menos de un dólar al día y que no sabe lo que es llamar por teléfono. Los gobiernos, por su parte, se sienten orgullosos de sus hazañas, y algunos como el estadounidense tienen su propio nodo en el que informan de sus esfuerzos en materia de acceso universal a Internet. A pesar de tener todavía la casa sin barrer… Pero claro, también son conscientes de que no pueden solucionar los problemas de los demás sin resolver antes los que tienen lugar el patio de la propia casa. Por suerte para el saliente presidente Clinton, un reciente informe del Departamento de Comercio estadounidense revelaba en el mes de octubre que la brecha digital en el país comenzaba a cerrarse. La diferencia, estimada en función del porcentaje de población conectada, entre los hogares de las zonas rurales y los del resto del país se redujo de 4 puntos en 1998 a 2,6 en 2000. Y si el porcentaje de hogares afroamericanos conectados ha crecido en 20 meses del 11,2% al 23,5%, el de hispanos lo ha hecho del 12,6% al 23,6%. Sin embargo, el informe se apresuraba a señalar que esta mejoría no se extendía por igual a lo largo de todos los estratos sociales. Después de todo, la distancia entre los hogares afroamericanos conectados y el total del país había crecido 3 puntos durante el mismo período (de 15 a 18) y la de los hispanos 4,3 puntos (de 13,6 a 17,9). Las diferencias educativas y salariales todavía pesan demasiado –aunque, sorprendentemente, sólo explican la mitad del atraso, según el estudio, que no proporciona detalles sobre el resto de factores-, y los PCs no parecen todavía capaces de reducirlas. Porque, como afirma otro estudio de Gartner Group, en Estados Unidos Internet llega al 85% de los usuarios de clase alta, mientras que sólo lo hace al 35% de los ciudadanos con menores ingresos. O, como menciona otro informe del Centro Conjunto de Estudios Políticos (Joint Center for Political Studies), los blancos y los negros de clase media-alta utilizan Internet casi por igual, mientras que los negros con salario superior a 90.000 dólares (los de clase alta) utilizan Internet más que sus conciudadanos blancos. En cualquier caso, la situación es diferente en cada país y, como afirma Martín Varsavsky, el conocido empresario y filántropo argentino, no se puede generalizar, ni siquiera diferenciar entre el frente rico y el frente pobre. Aun así, es en los países con menor índice de desarrollo económico, con una muy baja penetración de PCs –y no sólo de Internet-, donde la brecha digital es más ancha, como resulta lógico pensar. Pero lo malo no es que las diferencias existan, sino que la implantación total de Internet no tiene por qué solucionar las desigualdades sociales, como acertadamente afirmaba José Miguel Guardia. Después de todo, darle un ordenador a una campesina en Taiwan o a cualquier chaval de la calle no implica que luego sepan utilizarlo. …algo parece que se mueve Conferencias como la organizada en Seattle por el World Resources Institute (WRI) pretenden resolver este pequeño gran dilema. Como allí afirmó el presidente de esta organización, “…la persistencia de esta brecha digital de escala mundial podría tener serias consecuencias sociales y ecológicas.” Durante tres días, 300 líderes económicos, políticos, tecnológicos y sociales de todo el mundo debatieron fórmulas más innovadoras para utilizar la tecnología con fines de nivelación económica y social. Entre las iniciativas se presentaron programas de microfinanciación en países africanos, proyectos educativos como el de Martín Varsavsky y www.educ.ar –que pretende no sólo proporcionar equipos informáticos a los estudiantes sino también educar a los profesores-, fórmulas para mejorar la comunicación y el acceso a la información médica y económica, portales destinados a los grupos de población rural, tecnologías para asegurar una utilización más eficiente y efectiva de fertilizantes y pesticidas, programas informáticos de gestión de residuos, etc. Entre los asistentes estuvieron personajes de la talla de Vinton Cerf (uno de los padres de Internet), Jeff Bezos o Bill Gates. Este último dio en el clavo al señalar que la población más pobre no necesita computadoras, sino una mejor atención sanitaria –el 95% del gasto médico se realiza en los países desarrollados- y una mayor educación. Sus palabras fueron un albadonazo en el oído de quienes no quieren escuchar y se obcecan en magnas disquisiciones teóricas. Para Gates, el 99% de los beneficios de tener un ordenador en casa se disfruta sólo cuando el usuario ha sido educado para utilizarlo. Las ideas de Gates, que pueden sonar extrañas en boca de quien domina un gigantesco emporio tecnológico, son sin embargo coherentes con la actividad de su fundación, la mayor de carácter privado del mundo, que cuenta con un capital de 17.000 millones de dólares para repartir en proyectos médicos y educativos. El fundador de Microsoft, icono demoníaco de la sociedad capitalista, tuvo la lucidez de criticar el concepto mismo de brecha digital, ya que según él la mayoría del planeta no dispone de un coche y sin embargo no se habla de brecha automovilística. Un problema de todos La actuación del sector privado despierta sin embargo la suspicacia de quienes creen que los únicos agentes sociales con autoridad moral para intervenir son las organizaciones gubernamentales y aquéllas sin ánimo de lucro. Para muchos, especialmente los que se manifestaron en las calles de Seattle o Praga, la generosidad de las corporaciones que participan en proyectos encaminados a la universalización del disfrute de las nuevas tecnologías es sólo un pretexto que esconde un velado interés económico o incluso publicitario. Después de todo, un pobre hoy también puede ser un cliente mañana. Algunas compañías parecen darles la razón. Univisión, el canal de televisión latino más popular de Estados Unidos, dirigido a un segmento de población con escasos recursos económicos, impidió durante un tiempo la publicidad televisiva de las empresas de Internet, mientras preparaba el lanzamiento de su propio proyecto. Todo para conservar a los usuarios en sus redes… Sin embargo, los beneficios de proyectos como el de Hewlett-Packard (World eInclusion), que planea gastar 1.000 millones de dólares para impulsar el acceso de Internet en los países subdesarrollados, deben ser muy superiores a los riegos de que toda la población rural de la India, por poner un ejemplo, termine siendo cliente de la compañía estadounidense. Menos hablar y más trabajar Los gobiernos deben entender por tanto que Internet no es la panacea que terminará con las desigualdades sociales. Cuando leemos que el Departamento de Educación estadounidense afirma que cerca de 44 millones de ciudadanos son funcionalmente analfabetos y otros 50 tienen la capacidad de hablar y escribir limitada, las disquisiciones sobre la Sociedad de la Información y las autopistas de la comunicación invitan a la risa. El gobierno de Clinton lanzó en 1995 un programa llamado Kickstart con el objetivo de dotar de infraestructura informática a todas las escuelas. Cinco años después, y a pesar de que estudios realizados por el Departamento de Educación con muestras de población señalen lo contrario, la calidad del aprendizaje no parece haber mejorado. Si esto sucede en el país presumiblemente más desarrollado del planeta, podemos imaginar el accidentado camino que les espera a los países en vías de desarrollo, con mayores problemas educativos, legales, económicos y políticos. Pero el mensaje debe ser el mismo para unos y para otros: no basta con repartir PCs a la puerta del colegio como si fueran caramelos y luego sentarse a ver a las niñas pasar. Las computadoras e Internet todavía no pueden hacer todavía el trabajo de los políticos. Por muchos que ellos quieran…