LA ERA KENNEDY

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LA ERA KENNEDY
I – CONTEXTO FÍLMICO
JFK: caso abierto
Director: Oliver Stone
Estados Unidos, 1991, 206 min.
Actores: Kevin Costner (Jim Garrison), Kevin Bacon (Willie O´Keefe), Tommy Lee Jones (Clay
Shaw), Joe Pesci (David Ferrie), Gary Oldman (Lee Harvey Oswald), Michael Rooker (Bill
Broussard).
Basada en los libros On the trail of the assassins de Jim Garrison y Crossfire: the plot that killed
Kennedy de Jim Marrs.
The Big Book of Conspiracies es un libro que relata tal vez media centena de
conspiraciones, reales e hipotéticas, alrededor de figuras y hechos históricos. No se puede
creer necesariamente que todas sean ciertas, pero es de asombrarse el número de teorías que
han sido propuestas por excéntricos investigadores que, con el paso del tiempo, se han vuelto
realidad. Lo que enseña el libro, en resumen, es que la realidad puede ser (y muchas veces es)
más extraña incluso que la más febril ficción, y que casi siempre las apariencias ocultan una
realidad distinta a la que proyectan. Es por eso que se puede apreciar la película JFK;
pública y desvergonzadamente airea cuestiones sobre el asesinato de John F. Kennedy que
normalmente son repudiadas por los medios masivos, pues contradicen la tácita idea de la
infalibilidad del Gobierno y su sacrosanta preocupación por los intereses del pueblo.
Luego de esta película, muchos han calificado a Oliver Stone de paranoico y
antipatriota, pero cualquier somero análisis sobre la investigación del asesinato de Kennedy
arroja coincidencias y hechos tan bizarros que lo que finalmente se muestra en la pantalla es una
versión mucho más sobria y sutil de los supuestos sucesos alrededor del trágico evento.
La película comienza con una explicación sobre el panorama económico, político y
social del mundo, especialmente de los Estados Unidos, durante la primera mitad de los
sesentas. Con su clásico estilo que combina lo documental y los malabares de la
cinematografía, Stone sienta las bases ideológicas de los culpables de la conspiración contra el
presidente de los Estados Unidos. A continuación, vemos al protagonista de la historia, Jim
Garrison, el fiscal de distrito en Nueva Orleans, reaccionar junto con la nación ante los
eventos del 22 de Noviembre de 1963. También vemos que no todas las manifestaciones son de
tristeza. Evidentemente las políticas de Kennedy no eran bien vistas por todos, y a más de
uno le alegra el trágico suceso. Luego, saltando varios años en el futuro, vemos a Garrison
examinando casi obsesivamente el reporte Warren, producto de la supuestamente exhaustiva
investigación que se realizó sobre el magnicidio. Garrison encuentra numerosas
inconsistencias, errores y francas muestras de ineptitud que sugieren algo sospechoso en el
tratamiento que se dio a la investigación. Así, haciendo acopio de valor, el fiscal decide reabrir
el caso y basándose en pistas con años de antigüedad, vuelve a investigar los hechos para llevar
a la justicia al culpable o culpables reales. Lo que Garrison no consideró fue el tremendo
revuelo que su causa ocasionaría y el peligro que correrían él y sus asistentes al inmiscuirse
en asuntos que entidades poderosas, posiblemente gubernamentales, prefieren mantener en la
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oscuridad. Eventualmente las pesquisas los llevan a dos extraños hombres, David Ferry y
Clay Shaw, quienes comparten conexiones muy sospechosas con la CIA, la mafia, exiliados
cubanos, Lee Harvey Oswald y su asesino Jack Ruby... en fin, con todos los posibles
sospechosos con la capacidad de implementar un golpe como el asesinato de un presidente. El
juicio contra Clay Shaw, alejándose un poco de la realidad para beneficio del dramatismo,
funciona como motivo para exhibir las pruebas en contra de la clásica teoría del asesino
solitario, es decir, Lee Harvey Oswald, y para ilustrar al juzgado (al público, en realidad), sobre
la evidencia de una conspiración que alcanza niveles elevadísimos del gobierno
estadounidense.
Desde luego, como la historia misma dicta, los resultados del juicio son deprimentes
y tal vez erróneos. Pero el propósito de Stone no era hacer una cinta en la que el héroe triunfa
sobre la adversidad. Su propósito era abrir los ojos del espectados e invitarlo a considerar
alternativas poco difundidas y hasta ridiculizadas por los medios masivos (ese es su trabajo,
desde luego), pero válidas por explorar un ángulo más siniestro, con mejor evidencia y
credibilidad, pero tradicionalmente denigrado por el establecimiento.
Y quien no crea un ápice de lo que expone la cinta, no podrá negar que como
entretenimiento es extraordinaria. El seco tema legal es elevado por los altos valores de
producción, desde la frenética fotografía que da dinamismo a los estériles procedimientos, hasta
la cuidadosa dirección de Stone, a la vez exuberante y precisa, regodeándose en excesos
estilísticos pero con la mirada fija en el flujo narrativo.
Paranoica o no, escandalosa y amarillista o valiente y honesta, JFK es una película
única, que merece respeto por sus logros técnicos; y para quien tenga la mente abierta, es un
paraíso de especulación fundamentada, que por lo menos nos pondrá a pensar sobre la validez
de lo que consideramos cierto y de los propósitos ocultos de aquellos que nos gobiernan.
La investigación de Jim Garrison
Cuando se produjo el atentado contra John F.Kennedy en Noviembre de 1.963, Jim
Garrison era el Fiscal de Distrito de Nueva Orleans, Lousiana.
Poco después de producirse la detención de Oswald comenzaron a emitirse por la
televisión y la radio informaciones sobre su pasado, el cual incluía a la sureña ciudad de Nueva
Orleáns en varias referencias: Oswald había nacido allí veinticuatro años antes y Oswald había
estado trabajando allí durante tres meses en el verano de 1.963, el verano anterior al asesinato.
Garrison pensó que su oficina debía investigar las posibles conexiones de Oswald en su
ciudad, principalmente para cubrirse las espaldas si el FBI se interesaba por el asunto, y el
mismo sábado 23 de Noviembre se puso manos a la obra, encargando a varios de sus ayudantes
que recabaran información sobre el paso de Oswald por Nueva Orleans.
El lunes veinticinco mientras analizaban en el despacho de la fiscalía los resultados de sus
investigaciones, descubrieron que el presunto asesino había sido visto en repetidas ocasiones
durante el verano con un hombre llamado David Ferrie. Ferrie era un tipo raro, que sufría
una enfermedad que hacía que se le cayera el pelo de todo el cuerpo, por lo que llevaba unas
grotescas cejas pintadas y un estrafalario peluquín rojizo que le daban un aspecto un tanto
ridículo. Pero realmente Ferrie era alguien muy a tener en cuenta. Había sido piloto de la
Eastern Airlines, aunque fue despedido por un incidente homosexual. Realmente era un piloto
muy bueno. Se decía que era capaz de aterrizar y despegar en cualquier pista por pequeña que
esta fuera. Tenía un alto coeficiente intelectual, había estudiado derecho, medicina, filosofía,
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teología,... era un experto manejando armas de fuego y se rumoreaba que realizaba trabajos
para la agencia (CIA).
Un investigador de la oficina de Garrison llegó con una información referente a que Ferrie
había realizado un precipitado viaje a Texas justo el día del asesinato del presidente Kennedy.
Ante esto, Garrison llamó a Ferrie a su despacho para realizarle algunas preguntas sobre su
viaje a Texas. Comoquiera que las respuestas de Ferrie no satisficieron a Garrison, éste ordenó
que Ferrie fuese detenido por el FBI para proceder a un más detallado interrogatorio. El
FBI declaró, tras interrogar a Ferrie, que no habían encontrado nada sospechoso en él y le
dejaron marchar. Garrison apoyó la decisión del FBI y decidió dejar la investigación del caso.
Tres años más tarde, en 1966, Garrison mantuvo una conversación informal con el
Senador estadounidense Russel Long en la que éste le mostraba sus dudas respecto a como
había sido resuelto el asunto del asesinato del presidente por la Comisión Warren. Garrison
quedó perplejo pues él, al igual que todos los norteamericanos, había creído a pies juntillas la
versión ofrecida por la Comisión Warren de que Lee H. Oswald, actuando en solitario,
había asesinado a JFK. Motivado por estas dudas encargó los voluminosos veintiséis tomos del
informe más las audiencias y se sumergió durante semanas en el estudio del texto. Lo que
encontró le desconcertó aún más: los testimonios de los testigos habían sido descartados
selectivamente, habían desaparecido pruebas, otras eran circunstanciales, no se había
profundizado sobre determinadas pistas, no había un índice por el que buscar... demasiadas
cosas mal hechas para una investigación del prestigio de la Comisión Warren.
Una de las cosas que más le llamó la atención fue la declaración de un Coronel de los
Marines que decía que Oswald había realizado un mal examen de ruso. ¿Examen de ruso?
Garrison, en sus muchos años en el ejército y en la Guardia Nacional nunca había visto a un
soldado raso pasar un examen de ruso. Esto le causó una profunda curiosidad y decidió
volver a poner manos a la obra e investigar, ahora con la perspectiva del tiempo, lo que habían
comenzado tres años antes.
El primer paso fue dirigirse a la calle Camp 544, dirección en la que Oswald trabajó
durante el verano del 63. Esta dirección aparecía en uno de los panfletos del comité Juego
Limpio para Cuba que Orleáns. Para su sorpresa, el número 544 Camp Street era el mismo
edificio que el 531 de la calle Lafayette, ya que hacía esquina. ¿Y quien había en el 531
Lafayette en 1963? Allí estaba la oficina de detectives de Guy F. Banister, ex-agente del FBI,
miembro de la John Birch Society, los Minutemen, fundador de asociaciones anti-castristas
y conocido ultra-derechista de Nueva Orleáns. Garrison se preguntó porqué Oswald habría
elegido como cuartel general para la distribución de sus panfletos comunistas el mismo
edificio desde el que se controlaba a los cubanos anticastristas que tramaban una nueva
invasión de la isla para derrocar a Castro. Un poco más abajo de la esquina de Camp y Lafayette
se encontraban las oficinas de la ONI (Oficina Naval de Inteligencia), la CIA y el FBI. Un
lugar un poco extraño para que un marxista se ponga a desarrollar su actividad
propagandística.
Con Guy F. Banister había trabajado durante 10 años un hombre llamado Jack
Martin, un detective privado con problemas de alcohol al que Banister había proporcionado un
trabajo en su agencia de detectives debido a su amistad. Martin declaró que el 22 de
Noviembre de 1963 él y Banister habían estado bebiendo desde que se anunció la muerte de
Kennedy hasta bien entrada la tarde. De regreso a la oficina habían discutido y Banister le
propinó una paliza a Martin con la culata de su Magnum que casi le envía a la morgue. Martin
declaró a Garrison que durante el verano del 63 habían desfilado por el 531 de Lafayette
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multitud de cubanos, todos vestidos como militares, y armas de todo tipo. Al parecer iban
destinadas a una operación que Banister manejaba y que estaba relacionada con una
futura invasión de Cuba. También declaró que uno de los más asiduos en esas reuniones era
David Ferrie. Garrison recordó inmediatamente el incidente de tres años antes con Ferrie y se
dio cuenta de que había encontrado un punto de conexión entre las dos historias.
Otro de los aspectos que vinculaba a la ciudad de Nueva Orleáns con el asesinato
apuntaba a un abogado de la ciudad llamado Dean Andrews. Andrews había asesorado a
Oswald durante el verano del 63 en ciertos asuntos relacionados con la ciudadanía de su
esposa, Marina, a petición de alguien llamado Clay Bertrand. Más tarde Andrews declaró a la
Comisión Warren que en la noche del 22 de Noviembre del 63 Bertrand le había telefoneado
para que acudiese a Dallas a defender a Lee H. Oswald, el cual había comparecido en una
rueda de prensa reclamando asistencia legal. Andrews dijo no conocer personalmente al tal
Bertrand. Sólo sabía que este hombre de vez en cuando le llamaba y le daba casos.
Como Garrison era amigo desde hacía tiempo de Andrews, le interrogó informalmente
sobre la identidad de Bertrand, pero Andrews se negó a contestarle. Fue entonces cuando
Garrison se decidió a peinar la ciudad hasta encontrar a Clay Bertrand. Tres semanas después
consiguieron un testimonio que identificaba a Clay Bertrand, y para su sorpresa, resulto que
Bertrand era el alias de Clay Shaw, un conocido y respetado hombre de negocios de Nueva
Orleans, director del Centro Mundial Comercial.
Indagando sobre Cláy Shaw/Bertrand supieron que él y otro hombre llamado David
Ferrie eran buenos amigos y constantemente se les veía juntos. ¿Otra vez Ferrie? Si, parecía
estar presente en cada aspecto de la investigación. Se descubrió además que Ferrie y Oswald
se habían conocido años antes, cuando Oswald siendo un adolescente se había enrolado en las
filas de la Patrulla Aérea Civil, de la cual Ferrie era el líder y organizador.
Empezaban a tomar forma una serie de incongruencias que llamaban poderosamente la
atención de Garrison: por un lado teníamos al inútil Oswald que no ha sido capaz de hacer
nada bien en la vida, ni siquiera mantener su familia unida y que es un marxista convencido
capaz de desertar a la Unión Soviética, volver y asesinar al Presidente de EE.UU. sólo por
destacar, y por otro lado a un joven ex-marine con conexiones con personajes vinculados a
los servicios de inteligencia, que se examina de ruso en el ejército y es destinado a una base de
alta tecnología en Japón desde la que parten los aviones espía U2 que fotografían el suelo
soviético, desaparece en la Unión soviética durante tres años sin escribir siquiera a su madre y
después regresa a EE.UU. sin problemas, encuentra trabajo en una empresa que realiza mapas
para el ministerio de defensa y comienza a relacionarse en Dallas con personas de la
aristocracia rusa e inmigrantes rusos que ideológicamente están, en palabras del propio
Garrison, más a la derecha que el Zar Nicolás, viaja a Nueva Orleáns y crea una asociación
para el juego limpio hacia Cuba (aparentemente sin dinero, pues él no disponía
personalmente de ni un centavo y sin embargo contrataba a muchachos que le ayudaban a repartir
los panfletos y a los que pagaba puntualmente al contado) en el mismo edificio desde el que
personas con conexiones con la comunidad de inteligencia traman invasiones de la isla para
derrocar al dictador Castro. ¿Cual es el Oswald auténtico?
La investigación de Garrison sufre un duro revés cuando, debido a filtraciones
prematuras e inevitables (al hablar con ciertos testigos estos a su vez hablan con terceras
personas), la prensa se entera de lo que el Fiscal de Distrito se trae entre manos. Estalla un
escándalo en el que le acusan de malgastar los fondos de la Fiscalía en investigaciones sin
sentido y además deja de contar con el factor sorpresa tan importante en cualquier
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investigación. David Ferrie se aterroriza ante los titulares de los periódicos y comienza a
desmoronarse. Habla con los hombres de Garrison y les dice que su vida ya no vale nada,
que es hombre muerto. Los ayudantes de Garrison le prometen protección si declara lo que sabe,
pero Ferrie aparece muerto unos días después en su apartamento, aparentemente por una
ambolia aunque se encuentran dos notas de suicidio sin firmar y varios frascos de pastillas vacíos
junto al cadáver.
Con la muerte de Ferrie, Garrison pierde la reina de su partida de ajedrez, y debe
replantearse su estrategia para continuar. Vuelca sus esfuerzos en encontrar testimonios que
vincúlen a Ferrie con Shaw, a Shaw con Oswald, a Oswald con Ferrie, Banister y los cubanos
anti-castristas,... En la pequeña población de Clinton encuentran numerosos testigos que
vieron a Oswald acudir a este pueblecito en un lujoso coche junto a dos hombres (los cuales
fueron descritos como Shaw y Ferrie) solamente para inscribirse como votante en 1963.
Indagando sobre esta pista descubrieron que Oswald habia presentado una solicitud de
trabajo en el Hospital Mental de Clinton. Le habían recomendado que se inscribiera como
votante en esa población para que le fuese más fácil obtener el empleo. A todo el mundo en el
pueblo le habían llamado la atención los tres forasteros, especialmente el hombre de las cejas
extrañas y el del pelo blanco y porte aristocrático. De esta pista obtuvieron varios testigos
importantes que vinculaban a Shaw, Oswald y Ferrie, pero ni todos ellos juntos podían sumar
un testimonio de la importancia del que hubiese prestado el propio Ferrie.
Garrison tenía un testigo de excepción: Perry Russo. Russo afirmaba haber estado
presente en una reunión en la que se encontraban Bertrand (Shaw), Ferrie y un tal Leon al
que Russo identificaba inequívocamente como Oswald. Además, según Russo, en aquella
reunión había una serie de cubanos anticastristas y durante la noche, Ferrie bajo los efectos
del alcohol, alardeaba de que iban a asesinar a Kennedy. Los cubanos se pusieron a especular
sobre las posibilidades que tendrían y describieron con detalle un plan para llevar a cabo el
atentado. Russo, dada la importancia de su afirmación, fue sometido incluso a sesiones de
hipnosis en las que corroboró su declaración. Con este testigo clave, Garrison procedió a la
detención de Shaw bajo el cargo de conspiración para asesinar al presidente Kennedy el 1
de Marzo de 1967.
A las voces que atacaban a Garrison por el asunto de los gastos de la oficina de la
fiscalía se unen a hora otras que claman contra la injusticia que es acusar a un eminente
miembro de la sociedad de Nueva Orleáns con vagas pistas e inconsistentes pruebas. La
presión de los medios de comunicación es grande sobre Garrison durante los dos años que
dura la instrucción del sumario contra Shaw. Garrison incluso llega a denunciar que su
oficina había sido pinchada con micrófonos, que habían desaparecido documentos de sus
archivos y que varios de sus colaboradores habían resultado ser saboteadores que habían
manipulado pruebas y documentos.
El juicio contra Shaw se inicia el 29 de Enero de 1969. La estrategia de Garrison se
basaba en a) demostrar que un personaje llamado Clay Bertrand había estado íntimamente
relacionado con la CIA, con Oswald y con el asesinato de Kennedy, amén de varios grupos de
conspiradores y b) demostrar que Clay Bertrand era realmente Clay Shaw. Shaw negó bajo
juramento pertenecer a la CIA, haber conocido a David Ferrie o a Lee H. Oswald y por supuesto
haber conspirado para asesinar a Kennedy. Después desfiló la legión de testigos de Garrison,
pero la defensa fue deshaciendo sus testimonios uno por uno. Acertó en lo primero pero falló en
lo segundo. El jurado reconoció que existían abundantes pruebas de que el Presidente
Kennedy había sido asesinado como consecuencia de una conspiración, pero fallaron a
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favor de Shaw afirmando que no se había demostrado que Shaw fuera Bertrand y, por lo
tanto, estuviese implicado.
Aunque Garrison perdió el juicio contra Shaw, realmente obtuvo una importante
victoria al conseguir que un jurado dudara de las conclusiones de la Comisión Warren, con
lo que logró convulsionar a la opinión pública norteamericana. Además, las sospechas de que
Clay Shaw había estado contratado por la CIA durante un largo tiempo se vieron
confirmadas años después (cuando ya no valían para convencer al jurado) por el ex-director de
la CIA Richard Helms, el cual, en un juicio bajo juramento declaró que Clay Shaw había
estado relacionado con la agencia, y que era normal que si se le preguntaba a algún agente de la
agencia sobre si pertenecía a ésta o no, tenía instrucciones para mentir incluso bajo juramento.
De todas maneras, gracias a la investigación de Garrison (sin duda la más importante
hasta la fecha) hemos sabido muchas cosas que no conoceríamos merced al informe de la
Comisión Warren, como la conexión de Oswald y Banister en el 544 de Camp Street en Nueva
Orleáns, algo que ni siquiera fue investigado por la Comisión. También fue el primero en
exhibir públicamente el film de Zapruder y hacer notar el hecho de que la cabeza de
Kennedy se desplaza hacia atrás y a la izquierda después del tiro a la cabeza, etc...
II – CONTEXTO HISTÓRICO
John F. Kennedy accedió a la presidencia de Estados Unidos el 20 de enero de 1961
y fue asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Este corto período de tiempo,
exactamente 1.000 días, fue suficiente para marcar profundamente la memoria colectiva de
un pueblo que encontró en Kennedy lo que ardientemente necesitaba encontrar.
La incorporación de una serie de medidas y cambios que afectaban de una forma
directa a las bases económicas, políticas, a la protección de los derechos civiles, a la
consideración de las necesidades ciudadanas mínimas -como la asistencia sanitaria, la
vivienda, las jubilaciones- fueron algunas de las transcendentales reformas que emprendió la
nueva Administración Kennedy desde los primeros cien días de gobierno. El conjunto de
reformas emprendidas por Kennedy, que él mismo designaba como Nueva Frontera, suponía
la vuelta a un New Deal político y social, reflejo de las reivindicaciones de una nueva
ciudadanía que había sido testigo de un deterioro progresivo del sistema político, económico y
social de Estados Unidos desde 1945. De aquí la necesidad, a fin de cuentas, de una nueva
clase política, de un nuevo discurso capaz de reflejar los sentimientos de los ciudadanos:
nuevas ideas que, sin renunciar a la tradición y al orgullo de ser norteamericano, lograran
imprimir un nuevo rumbo a EEUU.
El nacimiento de un mito
Kennedy reunía las condiciones básicas que la sociedad norteamericana necesitaba en
ese momento. Puede señalarse, como hacen algunos de los que fueron sus colaboradores
inmediatos, que fue el primer presidente contemporáneo: su juventud, su vitalidad, su
modernidad, e incluso sus grandes dudas a la hora de adoptar decisiones importantes. No sólo
era el primer presidente nacido en el siglo XX, era también el primer representante en la Casa
Blanca de una generación distinta, la generación que nació durante la Primera Guerra
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Mundial, pasó su juventud durante la Depresión, combatió en la Segunda Guerra Mundial e
inició su carrera política durante la Guerra Fría, en la era atómica. Kennedy rompía el clásico
perfil de los políticos que habían sido presidentes o vicepresidentes en ese país: de origen
irlandés, católico, natural de Nueva Inglaterra, hombre de Harvard, con gran formación
histórica, con firmes convicciones respecto a los principios de libertad y los derechos civiles, y
también miembro de uno de los clanes económicamente más poderosos de EEUU.
Todas estas cualidades reflejaban una atractiva personalidad y, sobre todo, a un
político de nueva hechura y factura, una persona que en su inicial ingenuidad prometía la
liberación del idealismo americano, existente muy en el fondo del carácter nacional, pero
aprisionado por la astucia y el cálculo de la sociedad americana de los años cincuenta. Ofrecía
a los jóvenes la posibilidad de convertirse en algo más que satisfechos accionistas de una
nación satisfecha, la necesidad de corresponsabilizarse en el destino de la nación rompiendo la
pasividad e incorporándose a las labores colectivas del día a día, en el trabajo, en la universidad,
en el barrio, en su ciudad. La responsabilidad colectiva de un pueblo en la solución de los
numerosos problemas que acuciaban a una parte importante de la sociedad americana: los
problemas económicos, laborales, de formación y asistencia a los desfavorecidos, de lucha por
la igualdad y por la defensa de los derechos civiles. Unas promesas que se plasmarían no sólo
por la voluntad de un presidente y de un Gobierno, sino principalmente por el esfuerzo y
sacrificio de toda la nación.
Esta ingenuidad del programa Kennedy se perdió, en gran parte en los primeros días
de su gestión presidencial y sobre todo en sus principales decisiones en la política exterior. Un
idealismo que tuvo reflejo en determinadas medidas internas para establecer la Nueva Frontera
deseada por Kennedy y que suponían una modernización de la sociedad americana, pero también
un idealismo que dejó paso al oscuro pragmatismo tradicional traicionando el espíritu y el
fondo de su propio mensaje, cuando tuvo que enfrentarse con episodios de la Guerra Fría
como la consolidación del triunfo de la revolución cubana, Bahía de Cochinos o la Crisis de los
Misiles. La difícil solución entre un idealismo convencido y el pragmatismo de la política de
gobierno del día a día. Un Kennedy como figura histórica contradictoria, pero que a pesar de
todo supuso para los EEUU no sólo el principio y fin de una época, sino también el nacimiento
de un mito.
El camino a la presidencia
La carrera politica de Kennedy, como su personalidad, también fue atípica en lo que
hasta ese momento era costumbre en la trayectoria de un presidente. Perteneciente a una
familia relumbrante de tradición europea y de gran peso social y económico. Su padre, Joseph
había amasado una gran fortuna en las inversiones financieras y en la especulación en Bolsa.
Fue además hombre de confianza de Roosevelt, y embajador en Gran Bretaña.
La carrera política de John se inició en 1946, cuando aceptó presentarse a las
elecciones al Congreso por un barrio de Boston. Este barrio comprendía el Este de Boston y la
zona de Cambridge, en el que estaba la Universidad de Harvard. Una mezcla curiosa pues
estaba compuesta por miserables obreros que trabajaban en el puerto, y por intelectuales,
industriales y algunas viejas familias. Esta circunscripción reagrupaba, en su disparidad,
irlandeses, italianos, ninmigrantes de diversos orígenes, viejos americanos, y muchos católicos
(Kaspi).
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Esta decisión la adoptó incluso con la oposición de una parte considerable de la vieja
guardia demócrata de la ciudad, que le consideraba un candidato excesivamente joven y poco
comprometido con las directrices del partido. La personalidad desplegada por Kennedy en la
campaña demostró hasta qué punto había existido una buena sintonía entre el electorado,
principalmente de tradición irlandesa, y un candidato que no les hablaba de las grandes
cuestiones, sino de los pequeños problemas cotidianos que exigían solución. Es elegido por
tanto en 1946, a los 29 años, representante en el Congreso federal. Una gestión discreta en el
Congreso, pero efectiva para sus electores y para la ciudad, le aseguró dos mandatos y le dio la
experiencia suficiente para ir consiguiendo paulatinamente mayores apoyos en el partido,
especialmente en los sectores más progresistas.
Cuando entra en el Congreso, los republicanos detentaban la mayoría y obstaculizaban
constantemente la política del presidente demócrata Truman. Los nuevos congresistas
pertenecientes al Partido Demócrata no son muy numerosos. Por ello Kennedy se beneficia
de una situación favorable para hacerse conocer y escuchar. Se le nombró para la comisión
de la educación y de trabajo en 1949. Kennedy es favorable a que los proyectos de ayuda
federal a las escuelas se extiendan a las escuelas privadas, incluidas las católicas. Un miembro
eminente de la masonería interviene afirmando que los católicos dependen completamente
de las decisiones de la Iglesia católica. Kennedy lo niega afirmando a su vez que los católicos
no son súbditos del Papa haciendo la siguiente e incisiva declaración: «En Boston tenemos un
viejo dicho, según el cual aprendemos en Roma nuestra religión y en nuestro país la política.
Este es el sentimiento de la mayoría de los católicos». A pesar de todo Kennedy será derrotado
en el Congreso y por su lucha será felicitado por el arzobispo de Boston, que escribió en su
diario: «Este joven de madura inteligencia se ha batido valientemente defendiendo los intereses
de muchos ciudadanos que no pedían otra cosa que su justa parte». De esta manera Kennedy
comienza a ser conocido por el público. Su fama traspasa poco a poco los límites de Boston y,
por lo tanto, de Massachussets.
A los 35 años, Kennedy no se sentía satisfecho con sus funciones de representante.
Tenía otras ambiciones. Sucedía que en el sistema de gobierno estadounidense, el puesto de
senador era más codiciado que el de congresista. El primero era elegido por todo el Estado;
el segundo, por una circunscripción más o menos amplia. Uno formaba parte de una asamblea de
100 miembros; el otro, de una asamblea de 435 miembros. Las funciones más importantes,
especialmente en política extranjera, estaban confiadas al Senado. De esta forma Kennedy
anunció en 1952 su decisión de presentarse contra el poderoso senador republicano Henry
Cabot Lodge para el puesto de senador de Massachussets, en el Senado de los EEUU.
La campaña lanzada por Kennedy en defensa de algunos de los derechos civiles, y
su moderada oposición a la cruzada anticomunista lanzada por el republicano Joseph
McCarthy, fueron algunos de sus puntos centrales. Sin embargo, este nadar contra la corriente
de la mayor parte de la opinión pública norteamericana, y las innovadoras propuestas
económicas daban un impulso renovado y sugerente a una campaña difícil y arriesgada. El
manager de esta campaña será Robert Kennedy, de 26 años, hermano de JFK. De tal forma
que cuando en las elecciones presidenciales de 1952 el republicano Eisenhower ganaba al
demócrata Stevenson, y Massachusetts elegía un gobernador republicano, Kennedy superaba a
Lodge en este mismo Estado en la elección para el Senado. De esta manera hay que reconocer
por tanto que más que el candidato demócrata, quien ha cautivado a los electores ha sido
Kennedy.
El maccarthysmo -lo que se denominó campaña de contención comunista interior del
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senador Joseph McCarthy- fue una enfermedad de la guerra fría. Los estadounidenses
temieron por su seguridad. Se imaginaron que los soviéticos estaban dispuestos a invadir
Europa, desencadenar la III Guerra Mundial y emprender una vasta maniobra de subversión,
que venía señalada por el espionaje, la desmoralización del adversario, su debilitamiento político
y social. McCarthy aumentó este miedo con sus denuncias y la práctica de la sospecha
generalizada. Se constituyó por tanto un Comité de Actividades Antiamericanas que organizó
una auténtica caza de brujas.
La posición inicial de Kennedy frente a la campaña maccarthista fue templada pero con
posterioridad su idea de que el maccarthismo era ajeno a sus principios supuso no pocos
inconvenientes para el joven senador que tuvo que enfrentarse a algunos sectores
conservadores de su propio partido e, incluso, a su propio padre, que había apoyado al senador
por Wisconsin porque en amplios sectores irlandeses McCarthy era considerado como un
héroe.
Intelectuales y política
Esta fase en el Senado sellará decisivamente su trayectoria política e intelectual;+
sus relaciones con Stevenson, el líder del Partido Demócrata, marcarían en lo fundamental su
formación política. Se incorporó además a un grupo de notables y de jóvenes intelectuales,
procedentes de Harvard, en íntima relación con los planteamientos reformistas de
Stevenson, ese pequeño trust de cerebros (brains trust) -como él mismo les llamaba- entre los
que se encontraban Thomas Finletter, el que fuera secretario del Aire de Truman y en ese
momento representaba a tos demócratas reformistas de Nueva York; el senador Hubert Humphrey; el joven economista John Kenneth Galbraith; el destacado historiador y politólogo,
posteriormente premio Pulitzer, Arthur Schlesinger; y Theodore Sorensen, el senador por
Nebraska que se transformó en intimo amigo y brazo derecho de Kennedy.
Principalmente este grupo formaba el DAC (Democratic Advisory Council) (Consejo
Consultivo Demócrata), que tenía como principal fin adoptar una línea agresiva frente a la
Administración Eisenhower y la búsqueda, por medio del debate en los foros de discusión, de una
nueva política democrática. Destacados miembros del partido, como Lyndon Johnson, el que
luego estaría llamado a sustituir a Kennedy tras su asesinato, veían con mucha desconfianza a
este grupo, a cuyos miembros calificaban de jóvenes y exagerados liberales.
Cuando en la proximidad de las elecciones de 1956 los demócratas se plantearon la
estrategia para plantar cara a la reelección de Eisenhower, el nombre y la personalidad de
Kennedy tenían un gran peso en el partido. La candidatura de Adlai Stevenson, el líder
tradicional, estaba fuera de toda duda, pero los demócratas eran conscientes de que iban a
tener enfrente a un presidente que se presentaba a la reelección con un gran apoyo popular.
Una figura que, a pesar de las dificultades en su gestión pero especialmente después de haber
dado fin a la guerra de Corea, gozaba de un apoyo significativo en todo el país.
Las grandes figuras de los demócratas sabían que lo tenían difícil e intentaban buscar los
apoyos posibles a la candidatura de Stevenson. Fue en este contexto cuando el tándem
Kennedy-Sorensen empezó a funcionar: el creciente peso del primero se combinaba a la
perfección con la inteligencia y habilidad del segundo. Un informe de Sorensen, presentado
poco antes de la Convención Demócrata en Chicago, ponía de manifiesto, sobre la base de la
distribución de los votos, que un católico reforzaría la candidatura, y demostraba, por la vía
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de los datos electorales, hasta qué punto eran erróneos los argumentos aducidos por algunos
pesos pesados del partido, como Finnegan, director de la campaña, cuando señalaba que:
América no está preparada para un católico. Pero la oposición interna impidió que fuera
designado Kennedy como candidato a vicepresidente. Los demócratas perdieron las
elecciones de 1956 frente a Eisenhower, lo cual fue muy favorable para Kennedy pues se
hubiera visto arrastrado por la derrota de Stevenson.
El Partido Demócrata elige candidato
La Convención de Chicago había transformado a Kennedy en una figura nacional, y
era cada vez más evidente que para las elecciones de 1960 no se conformaría con el puesto de
vicepresidente. Durante la campaña de 1958, para conseguir por segunda vez su
nombramiento como senador, fue la primera vez en la que de una forma general el electorado
norteamericano percibió el carácter personal y nuevo en su forma de hacer política.
Un punto fundamental en la campaña de 1958, que luego entraría a formar parte de su
programa electoral para obtener la presidencia, fue su defensa y compromiso con los derechos
civiles. El Tribunal Supremo para acabar con la segregación racial había sancionado desde
1896 y, hasta esta época, la separación entre blancos y negros; sin embargo no tenía un apoyo
judicial y político decidido. Algunos argumentos favorables a la segregación en las escuelas
señalaban que la Enmienda XlV a la Constitución no prohibía la segregación de los negros en
las escuelas siempre y cuando recibieran los mismos servicios que los blancos.
Sin embargo, aunque el Tribunal aceptó que los estados se movieran gradualmente hacia
la implantación de escuelas no segregadas, varios de los antiguos estados esclavistas
recurrieron a todos los argumentos legales, de presión e intimidación para evitar a toda costa
dicha decisión. Las actividades desarrolladas por los grupos negros organizados en el sur
encontraron en el reverendo Martin Luther King, y en su filosofía de la defensa pacífica de
los derechos civiles para los negros, el principal referente para iniciar una lucha en pos de la
igualdad.
A finales de 1957, puesta en marcha la campaña para el Senado, había cierto progreso en la desaparición gradual de la segregación en las grandes ciudades del alto Sur y de la
región fronteriza, como Washington, Baltimore, Louisville y San Luis; pero 2.300 distritos, que
incluían todo el interior del Sur y Virginia, permanecieron segregados. Las presiones y
agresiones a varios niños de color en la escuela de Little Rock, en Arkansas, ante el intento
de entrar a clase con los niños blancos y la respuesta del gobernador y autoridades locales al
poder federal para mantener la segregación, provocaron uno de los más serios enfrentamientos
entre ambas comunidades.
La crisis de Little Rock impresionó al candidato a senador Kennedy, que incorporó a
su campaña un fuerte programa en materia de derechos civiles. +Fue esta razón la que le
llevó a entrar en contacto con dos personas que serían decisivas en la posterior campaña
electoral y en su candidatura a presidente. Eran Ken O'Donnell, representante de los sectores
más liberales del partido y fiel defensor de la integración, y Phil Graham, director del
Washington Post. Este tenía excelentes relaciones con la Asociación Nacional para el Progreso
de la Gente de Color, y había trabajado en estrecha relación con Lyndon Johnson en la lucha para
ratificar la Ley de Derechos Civiles de 1957. En la amistad de Kennedy con Graham se
encuentran dos de los hechos fundamentales que forjarán la posición política del que en ese
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momento era candidato a senador y pocos meses después, a presidente.
La especial relación con Graham fue el inicio de la admiración de Kennedy por la
persona y el pensamiento de Martin Luther King. La victoria de 1958, con un margen de
875.000 votos -el más amplio margen que se había obtenido hasta ese momento en la historia de
Massachusetts- situaba a Kennedy como el más firme candidato de los demócratas para las
elecciones presidenciales de 1960.
Es posible que si los propios republicanos, con la Enmienda XXII a la Constitución de
Estados Unidos, no hubieran limitado a dos los mandatos presidenciales, Dwight Eisenhower,
presidente de Estados Unidos de 1953 a 1961, hubiera sido el mejor candidato a optar por
una tercera nominación y la apuesta más firme para cerrar de esta forma las posibilidades del
Partido Demócrata. Como los republicanos no podían volver a elegir a Ike, el mejor candidato del que disponían entonces era Richard Nixon. Con su experiencia como
vicepresidente de Eisenhower, Nixon había estado vinculado a la solución de las cuestiones
más delicadas durante la Administración Eisenhower y se encontraba apoyado por los
sectores tradicionales del partido; él podía unir la experiencia de gobierno anterior con un intento
de renovación en las filas republicanas.
El gran enfrentamiento
La solución de Dik -como amistosamente se denominaba a Nixon- ofrecía mayores
garantías que el riesgo que suponía la designación de Rockefeller; a fin de cuentas, el
anterior vicepresidente había sido entrenado para la presidencia durante ocho años. Había
participado activamente en las decisiones del Gabinete y ganado progresivamente la confianza
del general; tuvo un papel discreto y nada ambicioso cuando una enfermedad del presidente
estuvo a punto de llevarle a la Presidencia y era un gran conocedor de las complicadas estructuras del Partido Republicano. A su gran experiencia política, Nixon también unía su relativa
juventud -cuatro años mayor que Kennedy- aunque sus intervenciones públicas y su barroca
retórica estaban andadas en la vieja tradición política del país. Su discurso estaba cargado de los
conceptos clásicos de la conciencia nacional norteamericana, su continua referencia a la
tradición, la familia, Dios y el destino, idea de América, el interés nacional, la seguridad
comprometida, colocaban a Richard Nixon, a pesar de su juventud, en la vieja clase política norteamericana.
Nixon fue elegido candidato por el Partido Republicano en un primer escrutinio. Las
elecciones podían haber sido cómodas para Nixon, de no haber sido su oponente John
Fitzgerald Kennedy. Por su parte, los demócrátas se debatían entre distintas opciones,
convencidos como estaban de que derrotar a Nixon iba a ser una prueba difícil. En las
elecciones primarias empezaron a decantarse las distintas candidaturas que optaban a la
nominación por el partido. Por un lado, la del Senador por Minnesota, Rubert Humphrey, representante de un sector centrista y liberal; por otro, la del senador por Texas, Lyndon Johnson,
hombre con experiencia, protegido durante un tiempo por el desaparecido presidente Roosevelt,
era el representante de los moderados y de la mayor parte de los estados del sur. Kennedy, el
candidato de menor edad, aglutinaba a los sectores liberales del este y norte, a los
intelectuales comprometidos y a los sectores más jóvenes del partido.
Los resultados en las elecciones primarias habían despejado una de las mayores
incógnitas en la carrera política de Kennedy: la posibilidad de que un católico pudiera ser
presidente de Estados Unidos. Finalmente en manos de la Convención Demócrata, reunida
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en Los Angeles, recayó la decisión final. A la Convención habían llegado sólo dos únicos
candidatos con posibilidades reales, aunque Johnson parecía contar con apoyos más sólidos
que Kennedy en el interior del partido, mientras que un sector de éste defendía la necesidad de
negociación entre las dos candidaturas. Con todo, estaba por decidirse quién sería el candidato a
presidente.
En las reuniones previas a la votación, el interés de Kennedy era decantar a su favor
la posición de algunos de los delegados del Oeste y el Sur que le darían la victoria. En ello
intervenía decisivamente lo que desde algunos sectores era considerado el programa
excesivamente liberal de Kennedy sobre los derechos civiles. En una reunión con los cabezas
de delegación defendiendo su programa, el candidato a presidente tuvo una de sus intervenciones
más brillantes. La reunión tuvo el efecto deseado y en los apoyos a Johnson se empezaron a
abrir grietas cuando valoraron que Kennedy, con independencia de sus tentaciones
excesivamente liberales en algunos puntos de su programa, tenía más posibilidades para
derrotar a Nixon. A partir de este momento todos los Estados le dieron su mayoría de voto.
Kennedy, a pesar de la oposición de algunos de sus inmediatos colaboradores, aceptó
a Johnson como vicepresidente en su candidatura presidencial. Los liberales temían que
Johnson no resultara muy popular entre las minorías étnicas y raciales. Pero Jonhson era
protestante y representaba el Sur. Era por tanto el complemento perfecto para un candidato
católico, portavoz de los Estados industriales del Norte.
Las iglesias protestantes vuelven a manifestar sus recelos frente al catolicismo de
Kennedy declarando que «la Iglesia Católica y romana es una institución política, tanto como
religiosa (...) Es inconcebible que un presidente católico romano no experimente las más fuertes
presiones por parte de la jerarquía de su Iglesia, con el fin de que aplique, en el campo de las
relaciones internacionales, la política de la Iglesia». Igualmente, un presidente católico no podría
negarse a conceder créditos públicos y privilegios a las escuelas y a las instituciones católicas.
La separación de Iglesia y Estado sería por tanto un engaño. Kennedy en un discurso ante la
asociación protestante de los ministros del culto en Houston desmentirá todo esto: «Creo en
una América en la que la separación entre Iglesia y Estado sea absoluta, en la que ningún
prelado católico pueda decirle a un presidente, aunque sea católico, lo que tiene que hacer, en
la que ningún pastor pueda indicar a sus feligreses cómo tienen que votar. (...) Creo en una
América que no sea oficialmente católica, ni protestante, ni judía. (...) Finalmente, creo en una
América donde la intolerancia religiosa acabará un día u otro». Kennedy, finalmente, prometió
actuar, en cualquier circunstancia, en función de los intereses estadounidenses, sin tener en
cuenta sus convicciones religiosas. Y si existiera oposición entre ambas dimitiría.
Kennedy, presidente
Kennedy resumió su programa en una fórmula: la Nueva Frontera. La palabra
frontera comporta, para un americano, un sentido muy preciso. No se trata la línea imaginaria
que separa dos Estados. En la historia de los EEUU se designó como frontera la línea de
colonización de las Grandes Llanuras, del Oeste, una línea que se desplazaba constantemente
a medida que el país se iba poblando. Kennedy insistía pues sobre el movimiento. Era preciso
poner en marcha al país. Después de 8 años de inmovilidad había llegado la hora de despertar.
En su discurso Kennedy invitaba a sus compatriotas a ser los nuevos pioneros, a afrontar los
retos, a recorrer las regiones aún no cartografiadas de la ciencia y del espacio, a intentar
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resolver los problemas aún no resueltos de la paz y de la guerra, a reabsorber las bolsas aún no
conquistadas de la ignorancia y de los prejuicios, a dar respuesta a las preguntas aún no
resueltas de la pobreza y de la superproducción. Los objetivos políticos de Kennedy
desembocaban siempre en la misma reflexión: Hacer todos los esfuerzos para volver a poner en
marcha al país. Esta idea, referida a la nueva vitalidad de los EEUU, siempre iba acompañada de
otra: Nuevas ideas nos llevarán necesariamente a nuevas soluciones.
El discurso innovador y las originales ideas volcadas por Kennedy para defender su teoría
de la Nueva Frontera tenían su traducción también en la política exterior. Las ideas de
renovación y cambio no pueden llevar a pensar que en la consideración de Kennedy existía
una renuncia a lo que históricamente había sido la doctrina del Destino Manifiesto, esto es,
la deseada búsqueda del liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Muy al contrario, las
ideas de Kennedy llamaban la atención sobre una renovación de ese liderazgo en donde el
resurgimiento interior era el fundamento necesario para asumir la dirección de los acontecimientos mundiales. La visión del candidato demócrata a presidente no suponía una renuncia
a la clásica política de presencia activa, intervencionista y, en muchos casos, agresiva en los
acontecimientos en el mundo. No era una renuncia expresa a la utilización de la fuerza, ni a la
tradición que consideraba que la Providencia había elegido a Estados Unidos para desempeñar un
papel fundamental en la historia de la humanidad. Tampoco suponía una quiebra de la clásica
Doctrina Monroe sino que era la afirmación de la tradicional conciencia nacional
norteamericana sobre bases renovadas. En resumen, renovar tas ideas para mantener el
liderazgo en el mundo.
Desde la interpretación que realizó Kennedy de los EEUU en las relaciones internacionales
el discurso anticomunista encuentra una fórmula renovada que poco tendría que ver con el
discurso dogmático y sectario del maccarthismo, ni tampoco con el carácter exclusivamente
militar y estratégico de la Doctrina Kennan y Truman, eje vertebrador de la política exterior de
Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, los objetivos
internacionales frente al comunismo estarían volcados también en la necesidad de librar y
ganar una batalla política. Estados Unidos están -como le gustaba decir, citando a Burke- en un
lugar sumamente visible. Todos los pueblos están atentos a nuestros actos y a nuestros logros;
tenemos la responsabilidad de dar nuevos ejemplos de comportamiento.
Cambios y reformas
En las últimas semanas antes de las elecciones los sondeos mostraban un claro
equilibrio entre ambos candidatos. La experiencia de Nixon como hombre de confianza de
Eisenhower y como gestor eficiente, además de los apoyos que había logrado reunir en la
mayoría de los estados del oeste y del sur, hubieran sido más que suficientes para vencer a
cualquier otro candidato. Pero la campaña innovadora de Kennedy y los últimos debates
televisados hicieron inclinar la balanza a favor de los demócratas.
Del total de votos emitidos, Nixon conseguía un 49,55 por 100 y Kennedy un 49,77
por 100. Esta escasa diferencia y el reparto de los mandatos de los electores que no habían
votado a ninguno de los dos candidatos se transformaron en 303 mandatos para Kennedy y en
209 para Nixon. De esta forma, John E. Kennedy se transformaba en el trigésimo quinto
presidente de Estados Unidos.
La primera dificultad que tuvo Kennedy estuvo en la elección del gabinete personal
de asesores del presidente, las personas que deberían afrontar el cambio sugerido por la nueva
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Administración, un equipo que hiciera posible el programa demócrata pero sin producir una
ruptura total en la estructura política y en determinados ámbitos de la anterior Administración.+
Kennedy debía elegir entre nombrar un Gabinete absolutamente nuevo -con lo que ello
suponía de riesgo por la relativa falta de experiencia política en los asuntos de gobierno y el
posible poco apoyo político incluso de algunos sectores de su propio partido- o adoptar una
solución de compromiso, en donde se combinaran a la vez experiencia y nuevas ideas para
afrontar los cambios previstos.
Finalmente optó por una solución de compromiso que combinara la continuidad, en
los asuntos que afectaran a las cuestiones más delicadas de la defensa y de la seguridad
nacional, y la presencia de un equipo nuevo, para afrontar los cambios internos dirigidos hacia
la Nueva Frontera.
Los primeros nombramientos de la nueva Administración demostraron hasta qué
punto la ilusión despertada por Kennedy en el electorado norteamericano había sido un
sueño que se desvanecía para dejar paso a la realidad cotidiana de la política tradicional.
La confirmación de Edgar Hoover a la cabeza del FBI, y de Allen Dulles en la dirección de la
CIA, suponía la permanencia de dos personajes que habían destacado en las labores más
delicadas y discutidas con las Administraciones republicanas, vinculados a la llamada lucha
anticomunista y representantes de los sectores más ultraconservadores del país. Se pensó
que la confirmación de estos hombres en estos puestos podía traer consecuencias funestas para la
gestión de la nueva Administración.
La tensión entre continuidad y cambio también tenía un reflejo en el resto del
Gabinete: Robert McNamara, presidente de la compañía Ford Motor y republicano fue
elegido secretario de Defensa y continuó en su cargo con el presidente Johnson; Douglas
Dillon, subsecretario de Estado con Eisenhower, se convirtió en secretario del Tesoro; Dean
Rusk hombre tradicional en los puestos subordinados a los Departamentos de Guerra y de
Estado, fue nombrado secretario de Estado; y frente o conjuntamente con esta vieja guardia,
Arthur Goldberg destacado miembro sindical y abogado de los trabajadores, fue designado
secretario de Trabajo; el hermano del presidente Robert Kennedy, uno de sus hombres de
mayor confianza y aunque joven con amplia experiencia en la abogacía y fiscalía fue
nombrado secretario de Justicia.
Junto con estos nombramientos, la designación de los puestos de mayor confianza y de
personal relación con el presidente supuso lo que algunos periodistas de la época denominaron el
desembarco de los intelectuales de Harvard en la Administración o lo que algunos sectores
republicanos de una forma despreciativa denominaban el equipo de los cabezas de huevo entre
ellos intelectuales o profesores de universidad como Sorensen (nombrado consejero especial
adjunto al presidente); McGeorge Bundy (decano de la Facultad de Artes y Ciencias de Harvard:
nombrado asistente especial para los asuntos de la seguridad nacional); Arthur Schlesinger Jr.
(profesor de historia en Harvard: nombrado su asistente especial para ocuparse de los
problemas interamericanos); Archibald Cox y otros.
A pesar de las dificultades a la hora de encontrar el equilibrio interno en el Gabinete, las
primeras semanas de gestión demostraban una forma nueva de hacer las cosas. Kennedy
abolió el puesto de ayudante del presidente, que fue sustituido por un grupo interno de
discusión por el que pasaban todos los asuntos, suprimió el sistema personal que el presidente
Eisenhower había instalado en la Casa Blanca, estructuró el contenido y participó directamente
en la elaboración de las medidas internas que pondrían en marcha la Nueva Frontera, partiendo
de la idea que tenía el presidente Kennedy del necesario liderazgo dinámico y del Espíritu de los
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Cien Días. Este espíritu lo interpretaba el presidente como la necesidad de poner en marcha
en este plazo una serie de medidas legales y políticas que iniciaran el proceso de
modernización de la sociedad norteamericana.
La consecución de la Nueva Frontera necesitaba un nuevo marco legal; por ello la
Administración, antes de que se reuniera el Congreso, elaboró más de cincuenta leyes que
afectaron a todos los sectores del país.
Nuevas ideas, viejas realidades
Sin embargo la coalición de los demócratas del Sur con el Partido Republicano, a
pesar de la mayoría demócrata en ambas Cámaras, demostraba grietas importantes en el
partido del presidente, que sólo lograba el voto de 180 de los 260 demócratas en la Cámara para
sus propuestas de la Nueva Frontera. Se vio de forma evidentísima en la Administración
Kennedy, por primera vez en la historia de Estados Unidos, que el sistema de dos partidos se
había roto. Los dos extremos de ambos partidos, liberal y conservador, estaban más cerca el
uno del otro que de las directrices de los propios partidos; y el sistema de comité, al poner a
miembros mayores de cada partido en los comités claves, permitió a los conservadores anular
las propuestas presidenciales antes de que llegaran incluso a la votación. La Nueva Frontera
era demasiado para una parte de la sociedad y de la clase política de Estados Unidos.
De esta forma en todo el proceso de negociación abierto por la Administración con su
propio partido, con los grupos de presión y con el Congreso, Kennedy sólo consiguió, en 1963,
la aprobación de tres leyes fundamentales: la Ley Federal para la Educación, la Ley sobre
Salarios Mínimos y la Ley de la Vivienda. El resto de las propuestas legislativas, incluida la
Ley de los Derechos Civiles -esa ley nefasta, como señalaba el congresista Smith, presidente del
Comité Regulador- permaneció congelada hasta la muerte de Kennedy.
La Nueva Frontera, de esta forma, quedó reducida a escasas leyes que en poco
afectaron a la estructura productiva, laboral, de protección social y de los derechos civiles.
El desgaste de la propia labor de gobierno hizo que se fuera diluyendo paulatinamente la
voluntad de introducir los cambios emblemáticos defendidos por su Administración y, en
consecuencia, la pérdida paulatina del apoyo y de la fe de una gran parte de la base electoral
que le había elegido de forma incondicional en 1960.
Kennedy era consciente de que el mínimo conjunto de leyes aprobadas en el programa de
Nueva Frontera paliaba sólo una pequeña parte de las necesidades de la sociedad norteamericana,
pero la imposibilidad de sacar adelante la nueva Ley de Derechos Civiles minaba su ánimo.
La imposibilidad de conseguir avances significativos en este campo provocó también una
contestación de los grandes sectores de color organizados en el país, que empezaron a
provocar continuos conflictos y enfrentamientos. Dichos grupos se consideraban engañados
por una Administración y por un presidente que había hecho de la defensa de sus derechos
y de la igualdad racial el símbolo de sus promesas y el principal emblema de su movimiento de
renovación.
Los enfrentamientos producidos en Alabama en 1961 se extendieron en 1962 a
Mississippi, por la oposición de los segregacionistas a que un estudiante de color de Meredith
se inscribiera en la Universidad. Las evidentes pruebas de racismo del gobernador del Estado
hicieron que el presidente Kennedy enviara tropas federales para restablecer el orden y
propiciar la igualdad de trato entre ambas comunidades; sin embargo la tortuosa ida y venida de
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la Ley de Derechos Civiles no podía evitar las presiones sucesivas del movimiento negro
encabezado por Martin Luther King y, a pesar, de su declarado pacifismo, los inevitables
enfrentamientos de los grupos radicales de ambas comunidades en Alabama, Carolina del Norte,
Tennessee, Illinois, Mississippi y Maryland, culminaron con una marcha sobre Washington en
1963.
Las dificultades presentes también en este ámbito de la igualdad racial y de la integración
acrecentaron esa sensación generalizada de que la Nueva Frontera, más bien pequeña y corta
a estas alturas de 1963, había sido más una ilusión que el inicio de un cambio real que se
podría llevar realmente a la práctica en los años venideros. El asesinato del presidente
contestó contundentemente a este interrogante.
Bahía de Cochinos, los misiles y Vietnam
El mundo de 1961 era peligroso. A cada momento estaba amenazado de destrucción
total por las armas nucleares. Y ocurría, como recordó Kennedy, que los EEUU ya no
disponían del monopolio atómico. La URSS no sólo se había recuperado de su retraso, sino
que acababa de adelantarse seriamente a los EEUU en el campo de los misiles. Por primera
vez en su historia los estadounidenses se veían directamente amenazados por una potencia
extranjera. En uno de sus discursos declaró: «Tenemos que enfrentarnos con un enemigo que
actualmente domina un vasto imperio, desde el Estrecho de Formosa hasta Berlín; un enemigo
cuyos agentes de subversión penetran en África, en Asia, y que ahora mismo se establece a 150
kilómetros de nuestras orillas, en Cuba; un enemigo que está persuadido de su victoria
definitivo».
Por tanto, si existió un reto significativo que puso a prueba las ideas de la
Administración respecto a la aplicación de la Nueva Frontera a la forma de gestionar los
asuntos internacionales, ese difícil examen fue sin duda la prometida nueva política exterior.
Nunca habría supuesto el presidente, convencido como estaba de que iba a ser el hombre de la
coexistencia pacífica, que los acontecimientos en el continente americano y los momentos tensos
en las relaciones este-oeste serían el punto más débil de su gestión y el inicio del proceso
rápido hacia una caída en picado de su prestigio personal.
En un principio parecía que las relaciones entre ambas superpotencias estarían
presididas por la distensión. El gesto de los soviéticos en enero de 1961, poniendo en libertad
a los tripulantes de un avión espía norteamericano, era la respuesta de Kruschov al declarado
pacifismo del presidente respecto a la URSS en su discurso de toma de posesión. Este relajo
inicial de las relaciones propició la reanudación de la Conferencia de Ginebra sobre pruebas
nucleares en marzo de 1961.
La relación idílica entre ambas superpotencias duraría poco. El equipo de asesores
directamente vinculados a estas cuestiones, McNamara y Rusk, perros viejos en la clásica
forma de la tensión soviético-norteamericana, filtraron decididamente las nuevas ideas del
presidente respecto de la necesaria respuesta norteamericana a los sucesivos avances en la
ambición soviética, haciendo suya aquella regla de oro de la doctrina estratégica de Estados
Unidos que señalaba que la URSS siempre practicaba la ambigüedad calculada detrás de las
ofertas soviéticas de paz siempre se encerraba una operación de fuerza: Las buenas palabras
siempre encierran un nuevo zarpazo.
La idea del presidente para configurar un nuevo tipo de relaciones en el continente
americano le llevo a introducir la cooperación política económica y para el desarrollo con estos
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países como una formula para evitar a toda costa la extensión de los caldos de cultivo
adecuados de procesos revolucionarios similares al cubano. La iniciativa puesta en marcha
por Kennedy, denominada Alianza para el Progreso, ofrecía a los Estados latinoamericanos
46.000 millones de dólares para propiciar un cambio decidido hacia el desarrollo. Este expreso
intento por aislar a Cuba y combatir el comunismo en el hemisferio con el desarrollo de dos
políticas paralelas -la de cooperación y la de contención- le llevó a robustecer los lazos
interamericanos en el seno de la OEA (Organización de los Estados Americanos) en la
Conferencia de Punta del Este. Dentro del marco de la Alianza para el Progreso creó la
Agencia de Desarrollo Internacional, y apoyó al presidente Balaguer ante el miedo de un brote
castrista en la República Dominicana.
Los propósitos y el prestigio del presidente en todo el continente se vinieron abajo
cuando los cubanos exiliados en Miami, pertrechados por la CIA intentaron invadir la isla
con un desembarco en playa Girón, en la bahía de Cochinos. La subversión y contrasubversión desde los planteamientos de Dulles, jefe de la CIA, y Rusk, secretario de Estado,
representaban una especie de dominio intermedio entre el terreno militar y el terreno
político; sin embargo los valores que suponían la defensa de la negociación, la búsqueda de
la paz y la diplomacia abierta para superar el enfrentamiento, sentir mayoritario de la parte
más intelectualmente comprometida en el Gabinete del presidente, dejaron paso a la vieja forma
de actuar secreta y agresiva que Kennedy había prometido que nunca permitiría.
Las incógnitas que explican el porqué de la aceptación de Kennedy de una operación
organizada por la CIA en el período Eisenhower, con el apoyo de fuerzas mercenarias cubanas
en el exilio, para derrocar por la fuerza al régimen de Fidel Castro, aún están por desvelar.
Algunos de sus asesores, como Sorensen o Schlesinger, señalan que ellos mismos y el
presidente temían el desprecio que los jefes de las fuerzas armadas y los profesionales de la
CIA manifestaban hacia el grupo de intelectuales, por los escrúpulos que tenía este grupo
de cabezas de huevo para defender por cualquier medio el interés nacional de Estados Unidos
en el mundo. Tales consejeros y el presidente mismo se esforzaron por volverse resistentes a
estas veladas críticas y acabaron por entrar en el peligroso juego de demostrar hasta qué punto
no eran ciertas.
Lo único verdaderamente cierto es que el visto bueno del presidente a dicha operación,
el fracaso del desembarco de dichas tropas y la decisión última de no implicar a la marina y a
la aviación norteamericanas en apoyo de tal operación, cuando la propia CIA la había
preparado, supusieron un duro golpe para la credibilidad e imagen de la Administración de
Washington.
La continuidad con la anterior Administración mostrada por el presidente también tuvo su
significativo reflejo en las sucesivas crisis en Asia. El principal enemigo en el sudeste de Asia
no era la URSS sino la China comunista. Y así lo manifestó Kennedy en uno de sus
discursos: «Cuando los chinos rojos manifiesten su deseo de vivir en paz con EEUU, con sus
vecinos, entonces, evidentemente, EEUU revisará su política. No estamos ligados de hostilidad
respecto a la China roja. Me parece que es la política de la China roja la que crea las
tensiones, no solamente entre EEUU y la China roja, sino entre la China roja y la India, entre la
China roja y sus vecinos más inmediatos, e incluso entre la China roja y los demás países
comunistas».
El expansionismo chino se manifestaba, sobre todo, en la península Indochina. Si se
impone, sería como una mancha de aceite. Si Vietnam del Sur y Laos caían en manos
comunistas, los demás países del sudeste asiático caerían a su vez, como fichas de dominó.
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«Tenéis una hilera de fichas de dominó -había dicho Eisenhower-. Haced que caiga la primera y
podéis estar seguros de que todas las demás también lo harán». Esta teoría de las fichas de
dominó fue defendida también sin reservas por Kennedy: «Creo en ella. Pienso que la batalla
está muy cerca. China tiene tal extensión, domina tantos territorios más allá de sus fronteras,
que si Vietnam del Sur se hundiera, esto no sólo daría a los chinos una mejor posición
geográfica para lanzar la guerrilla en Malasia, sino que daría la impresión de que el futuro del
sudeste asiático es China y los comunistas (...) El hecho es que con la ayuda de EEUU, de la
SEATO (South East Asiatic Treaty Organization: Organización del Tratado del Sudeste
Asiático) el sudeste asiático y, en verdad, toda Asia se han mantenido independientes contra
una fuerza poderosa (...) Creo que deberíamos quedarnos. Deberíamos utilizar nuestra
influencia tan eficazmente como fuera posible y no retirarnos».
Kennedy, contando con la fidelidad de la SEATO, estableció la defensa anticomunista de toda lndochina: abasteció de abundante material de guerra al Gobierno laosiano,
incrementó el número de asesores militares norteamericanos e incluso manejaba la posibilidad
de enviar tropas de combate. Su firme decisión de solucionar el problema aplicando los
Acuerdos de Ginebra tuvo como resultado la convocatoria de una conferencia en dicha ciudad en
mayo de 1961 y, por último, tras la entrevista con Kruschov en Viena, el 3 de junio de ese año, la
definitiva neutralización de Laos.
Desde su llegada a la presidencia, Kennedy se había sentido fuertemente impresionado
por un informe del general Lansdale, miembro eminente de la CIA y gran experto en los
asuntos del sudeste asiático. Landale hizo observar que, a pesar de la ayuda económica, política y
logística de EEUU, el Vietcong progresaba en Vietnam del Sur. Para Kennedy esto fue una
señal de alarma y decidió enviar, desde 1961, secretamente 400 miembros de las fuerzas
especiales y 100 consejeros militares. Al mismo tiempo se tomaron medidas de ayuda
económica y se inició una acción antiguerrilla. Los consejeros americanos recibieron la orden de
ayudar a los sudvietnamitas a la hora de emprender operaciones de sabotaje en Vietnam del
Norte. La CIA y fuerzas especiales participaron en incursiones al norte del paralelo 17.
Las misiones estadounidenses se sucedieron en Saigón. El vicepresidente Jonhson se
expresó con precisión a su regreso de Vietnam: «Tenemos que decidir entre ayudar a este país de
la mejor manera que podamos o tirar la toalla y retirarnos a nuestras defensas de San Francisco
bajo el lema América es una fortaleza». El general Taylor viajó de nuevo a Saigón y
recomendó a Kennedy el envío de tropas terrestres, lo cual desencadenaría una verdadera
transformación del ejército sudvietnamita. También estimó necesario, al igual que los jefes de
Estado mayor, el envío de un cuerpo expedicionario estadounidense de 200.000 hombres.
McNamara apoyó las recomendaciones de Taylor, y subrayó la probabilidad de un
compromiso más importante. Kennedy aprobó todas las recomendaciones salvo una. Se negó
a prometer que EEUU intentaría salvar incondicionalmente al Vietnam del Sur del
comunismo. Eligió por ello una intervención militar limitada. Sin embargo también expresó:
«...no estoy de acuerdo con los que dicen que tendríamos que retirarnos. Sería un gran error. Ya
se que a nadie le guste el que los estadounidenses se vean comprometidos en un esfuerzo de esta
clase (...) Pero se trata de una lucha muy importante, aunque se desarrolle muy lejos». Y
esta referencia de Kennedy a la Segunda Guerra Mundial: «Hemos soportado esto, hemos hecho
este esfuerzo para defender Europa. Ahora Europa está a salvo». Oponerse al comunismo en
Vietnam significa seguir rechazando el espíritu de Munich.
De esta manera fue Kennedy el que inició una escalada militar de apoyo al Gobierno
de Vietnam del Sur. De esta forma, daba comienzo la intervención norteamericana en el
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conflicto que mayor coste y repercusión ha tenido en la historia reciente de Estados Unidos.
La hora de la desmitificación
La reunión en Viena entre Kennedy y Kruschov, la primera cumbre soviéticonorteamericana desde los acuerdos de Yalta, trajo la esperanza de posteriores acuerdos, pero
la inmediata crisis de Berlín puso una vez más a prueba a la Administración Kennedy. El
presidente, desde su discurso de toma de posesión, había defendido la autodeterminación de la
ciudad como única fórmula para encontrar una solución definitiva a su división y al problema
alemán. Por su lado, la Unión Soviética había propiciado la firma por separado de un Tratado
de Paz y Cooperación con la República Democrática Alemana. La intransigencia soviética se
manifestó con el cierre de las fronteras que comunicaban los dos sectores de Berlín, que fue
respondida en el mismo tono por Kennedy. Envió allí al vicepresidente Johnson y dejó claro que
la OTAN intervendría si los derechos del Berlín occidental no eran respetados. La
consecuencia de esta escalada de la tensión fue la edificación por parte de la Alemania del
Este del muro de Berlín, el 13 de agosto de 1961.
El fracaso de la Conferencia de Ginebra sobre armas nucleares, en octubre de 1961,
abría la posibilidad a la Unión Soviética de hacer una demostración de su capacidad militar
con unas pruebas nucleares y la explosión de una bomba de 50 megatones en la superficie. Esta
experiencia, condenada por la Administración Kennedy, demostraba hasta qué punto el peligro de
una guerra nuclear seguía existiendo. La petición de sustituir dichas pruebas en la superficie
por ensayos subterráneos, realizada por Kennedy, no encontró respuesta por parte
soviética. Por ello, después de comunicar la postura de Estados Unidos de no ceder a la
Conferencia de los No Alineados de Belgrado, en abril de 1962 se decidió por las explosiones
nucleares en la atmósfera.
La escalada de tensión entre ambas superpotencias llegó a su punto culminante en el
otoño de 1962 el momento más delicado para la paz en el mundo y la apuesta más
arriesgada de la Administración Kennedy: la crisis de los misiles en Cuba. La situación de
acoso permanente por parte de Estados Unidos al régimen de Fidel Castro había provocado
indirectamente un considerable prestigio de la revolución cubana en todo el continente, y el
vuelco decidido de La Habana hacia la órbita de la Unión Soviética, como única fórmula para
consolidar el nuevo régimen revolucionario.
Era sabido y conocido por el Pentágono que en la isla trabajaban varios cientos de
técnicos soviéticos. Al confirmarse la instalación en Cuba de rampas de lanzamiento de
cohetes nucleares y que buques soviéticos navegaban rumbo a Cuba con material bélico,
posiblemente nuclear, la Administración Kennedy lo consideró una amenaza inadmisible a su
seguridad nacional y a la de todo el continente. Las sucesivas reuniones del presidente con sus
asesores, el estudio, incluso matemático, de las distintas posibilidades para frenar el peligro que
esta operación suponía, llevaron a Kennedy a emprender una acción tremendamente
arriesgada en octubre de 1962: el bloqueo de Cuba. La acción de fuerza tuvo buenos
resultados y Kruschov, ante el peligro de un enfrentamiento inminente con Estados Unidos,
suspendió los trabajos en las instalaciones cubanas y ordenó el regreso de los buques. Lo que
para unos había sido un éxito rotundo por parte de la Administración demócrata, para otros
sectores conservadores era un parche que había sido consecuencia de una debilidad
extrema de la Administración a la hora de tratar y consentir un régimen como el de Fidel
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Castro en el continente americano.
La difícil dialéctica entre coexistencia y enfrentamiento había llevado al presidente
al terreno más pragmático y resbaladizo de su gestión. A lo largo de 1963, renovó su deseo
de fortalecer las defensas de Occidente, propuso la creación en Europa de una fuerza nuclear
multilateral, rechazada sólo por De Gaulle, e incrementó la ayuda exterior . También realizó un
viaje a Europa, durante el cual despertó el entusiasmo, especialmente en su visita a Berlín y
al muro construido en la ciudad, donde pronunció estas famosas palabras: «Hay mucha gente en
el mundo que de verdad no comprende, o pretende no comprender, cuál es la gran cuestión que
separa el mundo libre del mundo comunista. ¡Que vengan a Berlín! Hay también quien dice que
el comunismo es la ola del futuro ¡Que vengan a Berlín! hay quien dice que en Europa o en otras
partes podemos colaborar con los comunistas ¡Que vengan a Berlín! E incluso hay algunos que
dicen que el comunismo ciertamente es un mal sistema, pero que nos permite hacer economías
¡Que vengan a Berlín!».
A su regreso de Europa, en julio de 1963, solicitó a Kruschov continuar las
conversaciones para prohibir las pruebas nucleares. Las conversaciones dirigidas en Moscú
por Averell Harriman desembocaron en un acuerdo que prohibía todas las experiencias atómicas,
excepto las subterráneas. Triunfaba el espíritu de la coexistencia, pero dicho impulso no podía
devolverle una parte importante del prestigio perdido en el camino recorrido en los tres
años escasos de su presidencia.
Los problemas internos para conseguir la Nueva Frontera, la falta de voluntad política
para llevarla a la práctica en episodios destacados de su política exterior y el deterioro que
supone todo ejercicio del poder, llevaban a pasos agigantados a John F. Kennedy a un
proceso de desmitificación. Una desmitificación que hubiera sido una realidad si el 22 de
noviembre de 1963 Lee Harvey Oswald no hubiera acabado con su vida.
Bibliografía
- Garrison, Jim, JFK: tras la pista de los asesinos, Barcelona, Ediciones B, 1992, 451 p.
- Kaspi, André, Kennedy, Barcelona, Salvat, 1985, 203 p.
- Kennedy, John F., El deber y la gloria: Testamento político de John F. Kennedy, Prefacio de
Lyndon B. Jonson, Barcelona, Bruguera, 1973, 334 p.
- Kennedy, Robert F., Trece días: la crisis de Cuba, Espugas de Llobregat, Barcelona, Plaza &
Janés, 1978, 157 p.
- Palomares Lerma, Gustavo, "La era Kennedy", en Cuadernos del Mundo Actual, n° 46, Madrid,
Información e Historia, 1994, 31 p.
- Planell, Jaime, La cuestión religiosa en la campaña electoral del presidente Kennedy,
Pamplona, Universidad de Navarra, 1978.
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