1 LA ERA KENNEDY I – CONTEXTO FÍLMICO JFK: caso abierto Director: Oliver Stone Estados Unidos, 1991, 206 min. Actores: Kevin Costner (Jim Garrison), Kevin Bacon (Willie O´Keefe), Tommy Lee Jones (Clay Shaw), Joe Pesci (David Ferrie), Gary Oldman (Lee Harvey Oswald), Michael Rooker (Bill Broussard). Basada en los libros On the trail of the assassins de Jim Garrison y Crossfire: the plot that killed Kennedy de Jim Marrs. The Big Book of Conspiracies es un libro que relata tal vez media centena de conspiraciones, reales e hipotéticas, alrededor de figuras y hechos históricos. No se puede creer necesariamente que todas sean ciertas, pero es de asombrarse el número de teorías que han sido propuestas por excéntricos investigadores que, con el paso del tiempo, se han vuelto realidad. Lo que enseña el libro, en resumen, es que la realidad puede ser (y muchas veces es) más extraña incluso que la más febril ficción, y que casi siempre las apariencias ocultan una realidad distinta a la que proyectan. Es por eso que se puede apreciar la película JFK; pública y desvergonzadamente airea cuestiones sobre el asesinato de John F. Kennedy que normalmente son repudiadas por los medios masivos, pues contradicen la tácita idea de la infalibilidad del Gobierno y su sacrosanta preocupación por los intereses del pueblo. Luego de esta película, muchos han calificado a Oliver Stone de paranoico y antipatriota, pero cualquier somero análisis sobre la investigación del asesinato de Kennedy arroja coincidencias y hechos tan bizarros que lo que finalmente se muestra en la pantalla es una versión mucho más sobria y sutil de los supuestos sucesos alrededor del trágico evento. La película comienza con una explicación sobre el panorama económico, político y social del mundo, especialmente de los Estados Unidos, durante la primera mitad de los sesentas. Con su clásico estilo que combina lo documental y los malabares de la cinematografía, Stone sienta las bases ideológicas de los culpables de la conspiración contra el presidente de los Estados Unidos. A continuación, vemos al protagonista de la historia, Jim Garrison, el fiscal de distrito en Nueva Orleans, reaccionar junto con la nación ante los eventos del 22 de Noviembre de 1963. También vemos que no todas las manifestaciones son de tristeza. Evidentemente las políticas de Kennedy no eran bien vistas por todos, y a más de uno le alegra el trágico suceso. Luego, saltando varios años en el futuro, vemos a Garrison examinando casi obsesivamente el reporte Warren, producto de la supuestamente exhaustiva investigación que se realizó sobre el magnicidio. Garrison encuentra numerosas inconsistencias, errores y francas muestras de ineptitud que sugieren algo sospechoso en el tratamiento que se dio a la investigación. Así, haciendo acopio de valor, el fiscal decide reabrir el caso y basándose en pistas con años de antigüedad, vuelve a investigar los hechos para llevar a la justicia al culpable o culpables reales. Lo que Garrison no consideró fue el tremendo revuelo que su causa ocasionaría y el peligro que correrían él y sus asistentes al inmiscuirse en asuntos que entidades poderosas, posiblemente gubernamentales, prefieren mantener en la 2 oscuridad. Eventualmente las pesquisas los llevan a dos extraños hombres, David Ferry y Clay Shaw, quienes comparten conexiones muy sospechosas con la CIA, la mafia, exiliados cubanos, Lee Harvey Oswald y su asesino Jack Ruby... en fin, con todos los posibles sospechosos con la capacidad de implementar un golpe como el asesinato de un presidente. El juicio contra Clay Shaw, alejándose un poco de la realidad para beneficio del dramatismo, funciona como motivo para exhibir las pruebas en contra de la clásica teoría del asesino solitario, es decir, Lee Harvey Oswald, y para ilustrar al juzgado (al público, en realidad), sobre la evidencia de una conspiración que alcanza niveles elevadísimos del gobierno estadounidense. Desde luego, como la historia misma dicta, los resultados del juicio son deprimentes y tal vez erróneos. Pero el propósito de Stone no era hacer una cinta en la que el héroe triunfa sobre la adversidad. Su propósito era abrir los ojos del espectados e invitarlo a considerar alternativas poco difundidas y hasta ridiculizadas por los medios masivos (ese es su trabajo, desde luego), pero válidas por explorar un ángulo más siniestro, con mejor evidencia y credibilidad, pero tradicionalmente denigrado por el establecimiento. Y quien no crea un ápice de lo que expone la cinta, no podrá negar que como entretenimiento es extraordinaria. El seco tema legal es elevado por los altos valores de producción, desde la frenética fotografía que da dinamismo a los estériles procedimientos, hasta la cuidadosa dirección de Stone, a la vez exuberante y precisa, regodeándose en excesos estilísticos pero con la mirada fija en el flujo narrativo. Paranoica o no, escandalosa y amarillista o valiente y honesta, JFK es una película única, que merece respeto por sus logros técnicos; y para quien tenga la mente abierta, es un paraíso de especulación fundamentada, que por lo menos nos pondrá a pensar sobre la validez de lo que consideramos cierto y de los propósitos ocultos de aquellos que nos gobiernan. La investigación de Jim Garrison Cuando se produjo el atentado contra John F.Kennedy en Noviembre de 1.963, Jim Garrison era el Fiscal de Distrito de Nueva Orleans, Lousiana. Poco después de producirse la detención de Oswald comenzaron a emitirse por la televisión y la radio informaciones sobre su pasado, el cual incluía a la sureña ciudad de Nueva Orleáns en varias referencias: Oswald había nacido allí veinticuatro años antes y Oswald había estado trabajando allí durante tres meses en el verano de 1.963, el verano anterior al asesinato. Garrison pensó que su oficina debía investigar las posibles conexiones de Oswald en su ciudad, principalmente para cubrirse las espaldas si el FBI se interesaba por el asunto, y el mismo sábado 23 de Noviembre se puso manos a la obra, encargando a varios de sus ayudantes que recabaran información sobre el paso de Oswald por Nueva Orleans. El lunes veinticinco mientras analizaban en el despacho de la fiscalía los resultados de sus investigaciones, descubrieron que el presunto asesino había sido visto en repetidas ocasiones durante el verano con un hombre llamado David Ferrie. Ferrie era un tipo raro, que sufría una enfermedad que hacía que se le cayera el pelo de todo el cuerpo, por lo que llevaba unas grotescas cejas pintadas y un estrafalario peluquín rojizo que le daban un aspecto un tanto ridículo. Pero realmente Ferrie era alguien muy a tener en cuenta. Había sido piloto de la Eastern Airlines, aunque fue despedido por un incidente homosexual. Realmente era un piloto muy bueno. Se decía que era capaz de aterrizar y despegar en cualquier pista por pequeña que esta fuera. Tenía un alto coeficiente intelectual, había estudiado derecho, medicina, filosofía, 3 teología,... era un experto manejando armas de fuego y se rumoreaba que realizaba trabajos para la agencia (CIA). Un investigador de la oficina de Garrison llegó con una información referente a que Ferrie había realizado un precipitado viaje a Texas justo el día del asesinato del presidente Kennedy. Ante esto, Garrison llamó a Ferrie a su despacho para realizarle algunas preguntas sobre su viaje a Texas. Comoquiera que las respuestas de Ferrie no satisficieron a Garrison, éste ordenó que Ferrie fuese detenido por el FBI para proceder a un más detallado interrogatorio. El FBI declaró, tras interrogar a Ferrie, que no habían encontrado nada sospechoso en él y le dejaron marchar. Garrison apoyó la decisión del FBI y decidió dejar la investigación del caso. Tres años más tarde, en 1966, Garrison mantuvo una conversación informal con el Senador estadounidense Russel Long en la que éste le mostraba sus dudas respecto a como había sido resuelto el asunto del asesinato del presidente por la Comisión Warren. Garrison quedó perplejo pues él, al igual que todos los norteamericanos, había creído a pies juntillas la versión ofrecida por la Comisión Warren de que Lee H. Oswald, actuando en solitario, había asesinado a JFK. Motivado por estas dudas encargó los voluminosos veintiséis tomos del informe más las audiencias y se sumergió durante semanas en el estudio del texto. Lo que encontró le desconcertó aún más: los testimonios de los testigos habían sido descartados selectivamente, habían desaparecido pruebas, otras eran circunstanciales, no se había profundizado sobre determinadas pistas, no había un índice por el que buscar... demasiadas cosas mal hechas para una investigación del prestigio de la Comisión Warren. Una de las cosas que más le llamó la atención fue la declaración de un Coronel de los Marines que decía que Oswald había realizado un mal examen de ruso. ¿Examen de ruso? Garrison, en sus muchos años en el ejército y en la Guardia Nacional nunca había visto a un soldado raso pasar un examen de ruso. Esto le causó una profunda curiosidad y decidió volver a poner manos a la obra e investigar, ahora con la perspectiva del tiempo, lo que habían comenzado tres años antes. El primer paso fue dirigirse a la calle Camp 544, dirección en la que Oswald trabajó durante el verano del 63. Esta dirección aparecía en uno de los panfletos del comité Juego Limpio para Cuba que Orleáns. Para su sorpresa, el número 544 Camp Street era el mismo edificio que el 531 de la calle Lafayette, ya que hacía esquina. ¿Y quien había en el 531 Lafayette en 1963? Allí estaba la oficina de detectives de Guy F. Banister, ex-agente del FBI, miembro de la John Birch Society, los Minutemen, fundador de asociaciones anti-castristas y conocido ultra-derechista de Nueva Orleáns. Garrison se preguntó porqué Oswald habría elegido como cuartel general para la distribución de sus panfletos comunistas el mismo edificio desde el que se controlaba a los cubanos anticastristas que tramaban una nueva invasión de la isla para derrocar a Castro. Un poco más abajo de la esquina de Camp y Lafayette se encontraban las oficinas de la ONI (Oficina Naval de Inteligencia), la CIA y el FBI. Un lugar un poco extraño para que un marxista se ponga a desarrollar su actividad propagandística. Con Guy F. Banister había trabajado durante 10 años un hombre llamado Jack Martin, un detective privado con problemas de alcohol al que Banister había proporcionado un trabajo en su agencia de detectives debido a su amistad. Martin declaró que el 22 de Noviembre de 1963 él y Banister habían estado bebiendo desde que se anunció la muerte de Kennedy hasta bien entrada la tarde. De regreso a la oficina habían discutido y Banister le propinó una paliza a Martin con la culata de su Magnum que casi le envía a la morgue. Martin declaró a Garrison que durante el verano del 63 habían desfilado por el 531 de Lafayette 4 multitud de cubanos, todos vestidos como militares, y armas de todo tipo. Al parecer iban destinadas a una operación que Banister manejaba y que estaba relacionada con una futura invasión de Cuba. También declaró que uno de los más asiduos en esas reuniones era David Ferrie. Garrison recordó inmediatamente el incidente de tres años antes con Ferrie y se dio cuenta de que había encontrado un punto de conexión entre las dos historias. Otro de los aspectos que vinculaba a la ciudad de Nueva Orleáns con el asesinato apuntaba a un abogado de la ciudad llamado Dean Andrews. Andrews había asesorado a Oswald durante el verano del 63 en ciertos asuntos relacionados con la ciudadanía de su esposa, Marina, a petición de alguien llamado Clay Bertrand. Más tarde Andrews declaró a la Comisión Warren que en la noche del 22 de Noviembre del 63 Bertrand le había telefoneado para que acudiese a Dallas a defender a Lee H. Oswald, el cual había comparecido en una rueda de prensa reclamando asistencia legal. Andrews dijo no conocer personalmente al tal Bertrand. Sólo sabía que este hombre de vez en cuando le llamaba y le daba casos. Como Garrison era amigo desde hacía tiempo de Andrews, le interrogó informalmente sobre la identidad de Bertrand, pero Andrews se negó a contestarle. Fue entonces cuando Garrison se decidió a peinar la ciudad hasta encontrar a Clay Bertrand. Tres semanas después consiguieron un testimonio que identificaba a Clay Bertrand, y para su sorpresa, resulto que Bertrand era el alias de Clay Shaw, un conocido y respetado hombre de negocios de Nueva Orleans, director del Centro Mundial Comercial. Indagando sobre Cláy Shaw/Bertrand supieron que él y otro hombre llamado David Ferrie eran buenos amigos y constantemente se les veía juntos. ¿Otra vez Ferrie? Si, parecía estar presente en cada aspecto de la investigación. Se descubrió además que Ferrie y Oswald se habían conocido años antes, cuando Oswald siendo un adolescente se había enrolado en las filas de la Patrulla Aérea Civil, de la cual Ferrie era el líder y organizador. Empezaban a tomar forma una serie de incongruencias que llamaban poderosamente la atención de Garrison: por un lado teníamos al inútil Oswald que no ha sido capaz de hacer nada bien en la vida, ni siquiera mantener su familia unida y que es un marxista convencido capaz de desertar a la Unión Soviética, volver y asesinar al Presidente de EE.UU. sólo por destacar, y por otro lado a un joven ex-marine con conexiones con personajes vinculados a los servicios de inteligencia, que se examina de ruso en el ejército y es destinado a una base de alta tecnología en Japón desde la que parten los aviones espía U2 que fotografían el suelo soviético, desaparece en la Unión soviética durante tres años sin escribir siquiera a su madre y después regresa a EE.UU. sin problemas, encuentra trabajo en una empresa que realiza mapas para el ministerio de defensa y comienza a relacionarse en Dallas con personas de la aristocracia rusa e inmigrantes rusos que ideológicamente están, en palabras del propio Garrison, más a la derecha que el Zar Nicolás, viaja a Nueva Orleáns y crea una asociación para el juego limpio hacia Cuba (aparentemente sin dinero, pues él no disponía personalmente de ni un centavo y sin embargo contrataba a muchachos que le ayudaban a repartir los panfletos y a los que pagaba puntualmente al contado) en el mismo edificio desde el que personas con conexiones con la comunidad de inteligencia traman invasiones de la isla para derrocar al dictador Castro. ¿Cual es el Oswald auténtico? La investigación de Garrison sufre un duro revés cuando, debido a filtraciones prematuras e inevitables (al hablar con ciertos testigos estos a su vez hablan con terceras personas), la prensa se entera de lo que el Fiscal de Distrito se trae entre manos. Estalla un escándalo en el que le acusan de malgastar los fondos de la Fiscalía en investigaciones sin sentido y además deja de contar con el factor sorpresa tan importante en cualquier 5 investigación. David Ferrie se aterroriza ante los titulares de los periódicos y comienza a desmoronarse. Habla con los hombres de Garrison y les dice que su vida ya no vale nada, que es hombre muerto. Los ayudantes de Garrison le prometen protección si declara lo que sabe, pero Ferrie aparece muerto unos días después en su apartamento, aparentemente por una ambolia aunque se encuentran dos notas de suicidio sin firmar y varios frascos de pastillas vacíos junto al cadáver. Con la muerte de Ferrie, Garrison pierde la reina de su partida de ajedrez, y debe replantearse su estrategia para continuar. Vuelca sus esfuerzos en encontrar testimonios que vincúlen a Ferrie con Shaw, a Shaw con Oswald, a Oswald con Ferrie, Banister y los cubanos anti-castristas,... En la pequeña población de Clinton encuentran numerosos testigos que vieron a Oswald acudir a este pueblecito en un lujoso coche junto a dos hombres (los cuales fueron descritos como Shaw y Ferrie) solamente para inscribirse como votante en 1963. Indagando sobre esta pista descubrieron que Oswald habia presentado una solicitud de trabajo en el Hospital Mental de Clinton. Le habían recomendado que se inscribiera como votante en esa población para que le fuese más fácil obtener el empleo. A todo el mundo en el pueblo le habían llamado la atención los tres forasteros, especialmente el hombre de las cejas extrañas y el del pelo blanco y porte aristocrático. De esta pista obtuvieron varios testigos importantes que vinculaban a Shaw, Oswald y Ferrie, pero ni todos ellos juntos podían sumar un testimonio de la importancia del que hubiese prestado el propio Ferrie. Garrison tenía un testigo de excepción: Perry Russo. Russo afirmaba haber estado presente en una reunión en la que se encontraban Bertrand (Shaw), Ferrie y un tal Leon al que Russo identificaba inequívocamente como Oswald. Además, según Russo, en aquella reunión había una serie de cubanos anticastristas y durante la noche, Ferrie bajo los efectos del alcohol, alardeaba de que iban a asesinar a Kennedy. Los cubanos se pusieron a especular sobre las posibilidades que tendrían y describieron con detalle un plan para llevar a cabo el atentado. Russo, dada la importancia de su afirmación, fue sometido incluso a sesiones de hipnosis en las que corroboró su declaración. Con este testigo clave, Garrison procedió a la detención de Shaw bajo el cargo de conspiración para asesinar al presidente Kennedy el 1 de Marzo de 1967. A las voces que atacaban a Garrison por el asunto de los gastos de la oficina de la fiscalía se unen a hora otras que claman contra la injusticia que es acusar a un eminente miembro de la sociedad de Nueva Orleáns con vagas pistas e inconsistentes pruebas. La presión de los medios de comunicación es grande sobre Garrison durante los dos años que dura la instrucción del sumario contra Shaw. Garrison incluso llega a denunciar que su oficina había sido pinchada con micrófonos, que habían desaparecido documentos de sus archivos y que varios de sus colaboradores habían resultado ser saboteadores que habían manipulado pruebas y documentos. El juicio contra Shaw se inicia el 29 de Enero de 1969. La estrategia de Garrison se basaba en a) demostrar que un personaje llamado Clay Bertrand había estado íntimamente relacionado con la CIA, con Oswald y con el asesinato de Kennedy, amén de varios grupos de conspiradores y b) demostrar que Clay Bertrand era realmente Clay Shaw. Shaw negó bajo juramento pertenecer a la CIA, haber conocido a David Ferrie o a Lee H. Oswald y por supuesto haber conspirado para asesinar a Kennedy. Después desfiló la legión de testigos de Garrison, pero la defensa fue deshaciendo sus testimonios uno por uno. Acertó en lo primero pero falló en lo segundo. El jurado reconoció que existían abundantes pruebas de que el Presidente Kennedy había sido asesinado como consecuencia de una conspiración, pero fallaron a 6 favor de Shaw afirmando que no se había demostrado que Shaw fuera Bertrand y, por lo tanto, estuviese implicado. Aunque Garrison perdió el juicio contra Shaw, realmente obtuvo una importante victoria al conseguir que un jurado dudara de las conclusiones de la Comisión Warren, con lo que logró convulsionar a la opinión pública norteamericana. Además, las sospechas de que Clay Shaw había estado contratado por la CIA durante un largo tiempo se vieron confirmadas años después (cuando ya no valían para convencer al jurado) por el ex-director de la CIA Richard Helms, el cual, en un juicio bajo juramento declaró que Clay Shaw había estado relacionado con la agencia, y que era normal que si se le preguntaba a algún agente de la agencia sobre si pertenecía a ésta o no, tenía instrucciones para mentir incluso bajo juramento. De todas maneras, gracias a la investigación de Garrison (sin duda la más importante hasta la fecha) hemos sabido muchas cosas que no conoceríamos merced al informe de la Comisión Warren, como la conexión de Oswald y Banister en el 544 de Camp Street en Nueva Orleáns, algo que ni siquiera fue investigado por la Comisión. También fue el primero en exhibir públicamente el film de Zapruder y hacer notar el hecho de que la cabeza de Kennedy se desplaza hacia atrás y a la izquierda después del tiro a la cabeza, etc... II – CONTEXTO HISTÓRICO John F. Kennedy accedió a la presidencia de Estados Unidos el 20 de enero de 1961 y fue asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Este corto período de tiempo, exactamente 1.000 días, fue suficiente para marcar profundamente la memoria colectiva de un pueblo que encontró en Kennedy lo que ardientemente necesitaba encontrar. La incorporación de una serie de medidas y cambios que afectaban de una forma directa a las bases económicas, políticas, a la protección de los derechos civiles, a la consideración de las necesidades ciudadanas mínimas -como la asistencia sanitaria, la vivienda, las jubilaciones- fueron algunas de las transcendentales reformas que emprendió la nueva Administración Kennedy desde los primeros cien días de gobierno. El conjunto de reformas emprendidas por Kennedy, que él mismo designaba como Nueva Frontera, suponía la vuelta a un New Deal político y social, reflejo de las reivindicaciones de una nueva ciudadanía que había sido testigo de un deterioro progresivo del sistema político, económico y social de Estados Unidos desde 1945. De aquí la necesidad, a fin de cuentas, de una nueva clase política, de un nuevo discurso capaz de reflejar los sentimientos de los ciudadanos: nuevas ideas que, sin renunciar a la tradición y al orgullo de ser norteamericano, lograran imprimir un nuevo rumbo a EEUU. El nacimiento de un mito Kennedy reunía las condiciones básicas que la sociedad norteamericana necesitaba en ese momento. Puede señalarse, como hacen algunos de los que fueron sus colaboradores inmediatos, que fue el primer presidente contemporáneo: su juventud, su vitalidad, su modernidad, e incluso sus grandes dudas a la hora de adoptar decisiones importantes. No sólo era el primer presidente nacido en el siglo XX, era también el primer representante en la Casa Blanca de una generación distinta, la generación que nació durante la Primera Guerra 7 Mundial, pasó su juventud durante la Depresión, combatió en la Segunda Guerra Mundial e inició su carrera política durante la Guerra Fría, en la era atómica. Kennedy rompía el clásico perfil de los políticos que habían sido presidentes o vicepresidentes en ese país: de origen irlandés, católico, natural de Nueva Inglaterra, hombre de Harvard, con gran formación histórica, con firmes convicciones respecto a los principios de libertad y los derechos civiles, y también miembro de uno de los clanes económicamente más poderosos de EEUU. Todas estas cualidades reflejaban una atractiva personalidad y, sobre todo, a un político de nueva hechura y factura, una persona que en su inicial ingenuidad prometía la liberación del idealismo americano, existente muy en el fondo del carácter nacional, pero aprisionado por la astucia y el cálculo de la sociedad americana de los años cincuenta. Ofrecía a los jóvenes la posibilidad de convertirse en algo más que satisfechos accionistas de una nación satisfecha, la necesidad de corresponsabilizarse en el destino de la nación rompiendo la pasividad e incorporándose a las labores colectivas del día a día, en el trabajo, en la universidad, en el barrio, en su ciudad. La responsabilidad colectiva de un pueblo en la solución de los numerosos problemas que acuciaban a una parte importante de la sociedad americana: los problemas económicos, laborales, de formación y asistencia a los desfavorecidos, de lucha por la igualdad y por la defensa de los derechos civiles. Unas promesas que se plasmarían no sólo por la voluntad de un presidente y de un Gobierno, sino principalmente por el esfuerzo y sacrificio de toda la nación. Esta ingenuidad del programa Kennedy se perdió, en gran parte en los primeros días de su gestión presidencial y sobre todo en sus principales decisiones en la política exterior. Un idealismo que tuvo reflejo en determinadas medidas internas para establecer la Nueva Frontera deseada por Kennedy y que suponían una modernización de la sociedad americana, pero también un idealismo que dejó paso al oscuro pragmatismo tradicional traicionando el espíritu y el fondo de su propio mensaje, cuando tuvo que enfrentarse con episodios de la Guerra Fría como la consolidación del triunfo de la revolución cubana, Bahía de Cochinos o la Crisis de los Misiles. La difícil solución entre un idealismo convencido y el pragmatismo de la política de gobierno del día a día. Un Kennedy como figura histórica contradictoria, pero que a pesar de todo supuso para los EEUU no sólo el principio y fin de una época, sino también el nacimiento de un mito. El camino a la presidencia La carrera politica de Kennedy, como su personalidad, también fue atípica en lo que hasta ese momento era costumbre en la trayectoria de un presidente. Perteneciente a una familia relumbrante de tradición europea y de gran peso social y económico. Su padre, Joseph había amasado una gran fortuna en las inversiones financieras y en la especulación en Bolsa. Fue además hombre de confianza de Roosevelt, y embajador en Gran Bretaña. La carrera política de John se inició en 1946, cuando aceptó presentarse a las elecciones al Congreso por un barrio de Boston. Este barrio comprendía el Este de Boston y la zona de Cambridge, en el que estaba la Universidad de Harvard. Una mezcla curiosa pues estaba compuesta por miserables obreros que trabajaban en el puerto, y por intelectuales, industriales y algunas viejas familias. Esta circunscripción reagrupaba, en su disparidad, irlandeses, italianos, ninmigrantes de diversos orígenes, viejos americanos, y muchos católicos (Kaspi). 8 Esta decisión la adoptó incluso con la oposición de una parte considerable de la vieja guardia demócrata de la ciudad, que le consideraba un candidato excesivamente joven y poco comprometido con las directrices del partido. La personalidad desplegada por Kennedy en la campaña demostró hasta qué punto había existido una buena sintonía entre el electorado, principalmente de tradición irlandesa, y un candidato que no les hablaba de las grandes cuestiones, sino de los pequeños problemas cotidianos que exigían solución. Es elegido por tanto en 1946, a los 29 años, representante en el Congreso federal. Una gestión discreta en el Congreso, pero efectiva para sus electores y para la ciudad, le aseguró dos mandatos y le dio la experiencia suficiente para ir consiguiendo paulatinamente mayores apoyos en el partido, especialmente en los sectores más progresistas. Cuando entra en el Congreso, los republicanos detentaban la mayoría y obstaculizaban constantemente la política del presidente demócrata Truman. Los nuevos congresistas pertenecientes al Partido Demócrata no son muy numerosos. Por ello Kennedy se beneficia de una situación favorable para hacerse conocer y escuchar. Se le nombró para la comisión de la educación y de trabajo en 1949. Kennedy es favorable a que los proyectos de ayuda federal a las escuelas se extiendan a las escuelas privadas, incluidas las católicas. Un miembro eminente de la masonería interviene afirmando que los católicos dependen completamente de las decisiones de la Iglesia católica. Kennedy lo niega afirmando a su vez que los católicos no son súbditos del Papa haciendo la siguiente e incisiva declaración: «En Boston tenemos un viejo dicho, según el cual aprendemos en Roma nuestra religión y en nuestro país la política. Este es el sentimiento de la mayoría de los católicos». A pesar de todo Kennedy será derrotado en el Congreso y por su lucha será felicitado por el arzobispo de Boston, que escribió en su diario: «Este joven de madura inteligencia se ha batido valientemente defendiendo los intereses de muchos ciudadanos que no pedían otra cosa que su justa parte». De esta manera Kennedy comienza a ser conocido por el público. Su fama traspasa poco a poco los límites de Boston y, por lo tanto, de Massachussets. A los 35 años, Kennedy no se sentía satisfecho con sus funciones de representante. Tenía otras ambiciones. Sucedía que en el sistema de gobierno estadounidense, el puesto de senador era más codiciado que el de congresista. El primero era elegido por todo el Estado; el segundo, por una circunscripción más o menos amplia. Uno formaba parte de una asamblea de 100 miembros; el otro, de una asamblea de 435 miembros. Las funciones más importantes, especialmente en política extranjera, estaban confiadas al Senado. De esta forma Kennedy anunció en 1952 su decisión de presentarse contra el poderoso senador republicano Henry Cabot Lodge para el puesto de senador de Massachussets, en el Senado de los EEUU. La campaña lanzada por Kennedy en defensa de algunos de los derechos civiles, y su moderada oposición a la cruzada anticomunista lanzada por el republicano Joseph McCarthy, fueron algunos de sus puntos centrales. Sin embargo, este nadar contra la corriente de la mayor parte de la opinión pública norteamericana, y las innovadoras propuestas económicas daban un impulso renovado y sugerente a una campaña difícil y arriesgada. El manager de esta campaña será Robert Kennedy, de 26 años, hermano de JFK. De tal forma que cuando en las elecciones presidenciales de 1952 el republicano Eisenhower ganaba al demócrata Stevenson, y Massachusetts elegía un gobernador republicano, Kennedy superaba a Lodge en este mismo Estado en la elección para el Senado. De esta manera hay que reconocer por tanto que más que el candidato demócrata, quien ha cautivado a los electores ha sido Kennedy. El maccarthysmo -lo que se denominó campaña de contención comunista interior del 9 senador Joseph McCarthy- fue una enfermedad de la guerra fría. Los estadounidenses temieron por su seguridad. Se imaginaron que los soviéticos estaban dispuestos a invadir Europa, desencadenar la III Guerra Mundial y emprender una vasta maniobra de subversión, que venía señalada por el espionaje, la desmoralización del adversario, su debilitamiento político y social. McCarthy aumentó este miedo con sus denuncias y la práctica de la sospecha generalizada. Se constituyó por tanto un Comité de Actividades Antiamericanas que organizó una auténtica caza de brujas. La posición inicial de Kennedy frente a la campaña maccarthista fue templada pero con posterioridad su idea de que el maccarthismo era ajeno a sus principios supuso no pocos inconvenientes para el joven senador que tuvo que enfrentarse a algunos sectores conservadores de su propio partido e, incluso, a su propio padre, que había apoyado al senador por Wisconsin porque en amplios sectores irlandeses McCarthy era considerado como un héroe. Intelectuales y política Esta fase en el Senado sellará decisivamente su trayectoria política e intelectual;+ sus relaciones con Stevenson, el líder del Partido Demócrata, marcarían en lo fundamental su formación política. Se incorporó además a un grupo de notables y de jóvenes intelectuales, procedentes de Harvard, en íntima relación con los planteamientos reformistas de Stevenson, ese pequeño trust de cerebros (brains trust) -como él mismo les llamaba- entre los que se encontraban Thomas Finletter, el que fuera secretario del Aire de Truman y en ese momento representaba a tos demócratas reformistas de Nueva York; el senador Hubert Humphrey; el joven economista John Kenneth Galbraith; el destacado historiador y politólogo, posteriormente premio Pulitzer, Arthur Schlesinger; y Theodore Sorensen, el senador por Nebraska que se transformó en intimo amigo y brazo derecho de Kennedy. Principalmente este grupo formaba el DAC (Democratic Advisory Council) (Consejo Consultivo Demócrata), que tenía como principal fin adoptar una línea agresiva frente a la Administración Eisenhower y la búsqueda, por medio del debate en los foros de discusión, de una nueva política democrática. Destacados miembros del partido, como Lyndon Johnson, el que luego estaría llamado a sustituir a Kennedy tras su asesinato, veían con mucha desconfianza a este grupo, a cuyos miembros calificaban de jóvenes y exagerados liberales. Cuando en la proximidad de las elecciones de 1956 los demócratas se plantearon la estrategia para plantar cara a la reelección de Eisenhower, el nombre y la personalidad de Kennedy tenían un gran peso en el partido. La candidatura de Adlai Stevenson, el líder tradicional, estaba fuera de toda duda, pero los demócratas eran conscientes de que iban a tener enfrente a un presidente que se presentaba a la reelección con un gran apoyo popular. Una figura que, a pesar de las dificultades en su gestión pero especialmente después de haber dado fin a la guerra de Corea, gozaba de un apoyo significativo en todo el país. Las grandes figuras de los demócratas sabían que lo tenían difícil e intentaban buscar los apoyos posibles a la candidatura de Stevenson. Fue en este contexto cuando el tándem Kennedy-Sorensen empezó a funcionar: el creciente peso del primero se combinaba a la perfección con la inteligencia y habilidad del segundo. Un informe de Sorensen, presentado poco antes de la Convención Demócrata en Chicago, ponía de manifiesto, sobre la base de la distribución de los votos, que un católico reforzaría la candidatura, y demostraba, por la vía 10 de los datos electorales, hasta qué punto eran erróneos los argumentos aducidos por algunos pesos pesados del partido, como Finnegan, director de la campaña, cuando señalaba que: América no está preparada para un católico. Pero la oposición interna impidió que fuera designado Kennedy como candidato a vicepresidente. Los demócratas perdieron las elecciones de 1956 frente a Eisenhower, lo cual fue muy favorable para Kennedy pues se hubiera visto arrastrado por la derrota de Stevenson. El Partido Demócrata elige candidato La Convención de Chicago había transformado a Kennedy en una figura nacional, y era cada vez más evidente que para las elecciones de 1960 no se conformaría con el puesto de vicepresidente. Durante la campaña de 1958, para conseguir por segunda vez su nombramiento como senador, fue la primera vez en la que de una forma general el electorado norteamericano percibió el carácter personal y nuevo en su forma de hacer política. Un punto fundamental en la campaña de 1958, que luego entraría a formar parte de su programa electoral para obtener la presidencia, fue su defensa y compromiso con los derechos civiles. El Tribunal Supremo para acabar con la segregación racial había sancionado desde 1896 y, hasta esta época, la separación entre blancos y negros; sin embargo no tenía un apoyo judicial y político decidido. Algunos argumentos favorables a la segregación en las escuelas señalaban que la Enmienda XlV a la Constitución no prohibía la segregación de los negros en las escuelas siempre y cuando recibieran los mismos servicios que los blancos. Sin embargo, aunque el Tribunal aceptó que los estados se movieran gradualmente hacia la implantación de escuelas no segregadas, varios de los antiguos estados esclavistas recurrieron a todos los argumentos legales, de presión e intimidación para evitar a toda costa dicha decisión. Las actividades desarrolladas por los grupos negros organizados en el sur encontraron en el reverendo Martin Luther King, y en su filosofía de la defensa pacífica de los derechos civiles para los negros, el principal referente para iniciar una lucha en pos de la igualdad. A finales de 1957, puesta en marcha la campaña para el Senado, había cierto progreso en la desaparición gradual de la segregación en las grandes ciudades del alto Sur y de la región fronteriza, como Washington, Baltimore, Louisville y San Luis; pero 2.300 distritos, que incluían todo el interior del Sur y Virginia, permanecieron segregados. Las presiones y agresiones a varios niños de color en la escuela de Little Rock, en Arkansas, ante el intento de entrar a clase con los niños blancos y la respuesta del gobernador y autoridades locales al poder federal para mantener la segregación, provocaron uno de los más serios enfrentamientos entre ambas comunidades. La crisis de Little Rock impresionó al candidato a senador Kennedy, que incorporó a su campaña un fuerte programa en materia de derechos civiles. +Fue esta razón la que le llevó a entrar en contacto con dos personas que serían decisivas en la posterior campaña electoral y en su candidatura a presidente. Eran Ken O'Donnell, representante de los sectores más liberales del partido y fiel defensor de la integración, y Phil Graham, director del Washington Post. Este tenía excelentes relaciones con la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, y había trabajado en estrecha relación con Lyndon Johnson en la lucha para ratificar la Ley de Derechos Civiles de 1957. En la amistad de Kennedy con Graham se encuentran dos de los hechos fundamentales que forjarán la posición política del que en ese 11 momento era candidato a senador y pocos meses después, a presidente. La especial relación con Graham fue el inicio de la admiración de Kennedy por la persona y el pensamiento de Martin Luther King. La victoria de 1958, con un margen de 875.000 votos -el más amplio margen que se había obtenido hasta ese momento en la historia de Massachusetts- situaba a Kennedy como el más firme candidato de los demócratas para las elecciones presidenciales de 1960. Es posible que si los propios republicanos, con la Enmienda XXII a la Constitución de Estados Unidos, no hubieran limitado a dos los mandatos presidenciales, Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos de 1953 a 1961, hubiera sido el mejor candidato a optar por una tercera nominación y la apuesta más firme para cerrar de esta forma las posibilidades del Partido Demócrata. Como los republicanos no podían volver a elegir a Ike, el mejor candidato del que disponían entonces era Richard Nixon. Con su experiencia como vicepresidente de Eisenhower, Nixon había estado vinculado a la solución de las cuestiones más delicadas durante la Administración Eisenhower y se encontraba apoyado por los sectores tradicionales del partido; él podía unir la experiencia de gobierno anterior con un intento de renovación en las filas republicanas. El gran enfrentamiento La solución de Dik -como amistosamente se denominaba a Nixon- ofrecía mayores garantías que el riesgo que suponía la designación de Rockefeller; a fin de cuentas, el anterior vicepresidente había sido entrenado para la presidencia durante ocho años. Había participado activamente en las decisiones del Gabinete y ganado progresivamente la confianza del general; tuvo un papel discreto y nada ambicioso cuando una enfermedad del presidente estuvo a punto de llevarle a la Presidencia y era un gran conocedor de las complicadas estructuras del Partido Republicano. A su gran experiencia política, Nixon también unía su relativa juventud -cuatro años mayor que Kennedy- aunque sus intervenciones públicas y su barroca retórica estaban andadas en la vieja tradición política del país. Su discurso estaba cargado de los conceptos clásicos de la conciencia nacional norteamericana, su continua referencia a la tradición, la familia, Dios y el destino, idea de América, el interés nacional, la seguridad comprometida, colocaban a Richard Nixon, a pesar de su juventud, en la vieja clase política norteamericana. Nixon fue elegido candidato por el Partido Republicano en un primer escrutinio. Las elecciones podían haber sido cómodas para Nixon, de no haber sido su oponente John Fitzgerald Kennedy. Por su parte, los demócrátas se debatían entre distintas opciones, convencidos como estaban de que derrotar a Nixon iba a ser una prueba difícil. En las elecciones primarias empezaron a decantarse las distintas candidaturas que optaban a la nominación por el partido. Por un lado, la del Senador por Minnesota, Rubert Humphrey, representante de un sector centrista y liberal; por otro, la del senador por Texas, Lyndon Johnson, hombre con experiencia, protegido durante un tiempo por el desaparecido presidente Roosevelt, era el representante de los moderados y de la mayor parte de los estados del sur. Kennedy, el candidato de menor edad, aglutinaba a los sectores liberales del este y norte, a los intelectuales comprometidos y a los sectores más jóvenes del partido. Los resultados en las elecciones primarias habían despejado una de las mayores incógnitas en la carrera política de Kennedy: la posibilidad de que un católico pudiera ser presidente de Estados Unidos. Finalmente en manos de la Convención Demócrata, reunida 12 en Los Angeles, recayó la decisión final. A la Convención habían llegado sólo dos únicos candidatos con posibilidades reales, aunque Johnson parecía contar con apoyos más sólidos que Kennedy en el interior del partido, mientras que un sector de éste defendía la necesidad de negociación entre las dos candidaturas. Con todo, estaba por decidirse quién sería el candidato a presidente. En las reuniones previas a la votación, el interés de Kennedy era decantar a su favor la posición de algunos de los delegados del Oeste y el Sur que le darían la victoria. En ello intervenía decisivamente lo que desde algunos sectores era considerado el programa excesivamente liberal de Kennedy sobre los derechos civiles. En una reunión con los cabezas de delegación defendiendo su programa, el candidato a presidente tuvo una de sus intervenciones más brillantes. La reunión tuvo el efecto deseado y en los apoyos a Johnson se empezaron a abrir grietas cuando valoraron que Kennedy, con independencia de sus tentaciones excesivamente liberales en algunos puntos de su programa, tenía más posibilidades para derrotar a Nixon. A partir de este momento todos los Estados le dieron su mayoría de voto. Kennedy, a pesar de la oposición de algunos de sus inmediatos colaboradores, aceptó a Johnson como vicepresidente en su candidatura presidencial. Los liberales temían que Johnson no resultara muy popular entre las minorías étnicas y raciales. Pero Jonhson era protestante y representaba el Sur. Era por tanto el complemento perfecto para un candidato católico, portavoz de los Estados industriales del Norte. Las iglesias protestantes vuelven a manifestar sus recelos frente al catolicismo de Kennedy declarando que «la Iglesia Católica y romana es una institución política, tanto como religiosa (...) Es inconcebible que un presidente católico romano no experimente las más fuertes presiones por parte de la jerarquía de su Iglesia, con el fin de que aplique, en el campo de las relaciones internacionales, la política de la Iglesia». Igualmente, un presidente católico no podría negarse a conceder créditos públicos y privilegios a las escuelas y a las instituciones católicas. La separación de Iglesia y Estado sería por tanto un engaño. Kennedy en un discurso ante la asociación protestante de los ministros del culto en Houston desmentirá todo esto: «Creo en una América en la que la separación entre Iglesia y Estado sea absoluta, en la que ningún prelado católico pueda decirle a un presidente, aunque sea católico, lo que tiene que hacer, en la que ningún pastor pueda indicar a sus feligreses cómo tienen que votar. (...) Creo en una América que no sea oficialmente católica, ni protestante, ni judía. (...) Finalmente, creo en una América donde la intolerancia religiosa acabará un día u otro». Kennedy, finalmente, prometió actuar, en cualquier circunstancia, en función de los intereses estadounidenses, sin tener en cuenta sus convicciones religiosas. Y si existiera oposición entre ambas dimitiría. Kennedy, presidente Kennedy resumió su programa en una fórmula: la Nueva Frontera. La palabra frontera comporta, para un americano, un sentido muy preciso. No se trata la línea imaginaria que separa dos Estados. En la historia de los EEUU se designó como frontera la línea de colonización de las Grandes Llanuras, del Oeste, una línea que se desplazaba constantemente a medida que el país se iba poblando. Kennedy insistía pues sobre el movimiento. Era preciso poner en marcha al país. Después de 8 años de inmovilidad había llegado la hora de despertar. En su discurso Kennedy invitaba a sus compatriotas a ser los nuevos pioneros, a afrontar los retos, a recorrer las regiones aún no cartografiadas de la ciencia y del espacio, a intentar 13 resolver los problemas aún no resueltos de la paz y de la guerra, a reabsorber las bolsas aún no conquistadas de la ignorancia y de los prejuicios, a dar respuesta a las preguntas aún no resueltas de la pobreza y de la superproducción. Los objetivos políticos de Kennedy desembocaban siempre en la misma reflexión: Hacer todos los esfuerzos para volver a poner en marcha al país. Esta idea, referida a la nueva vitalidad de los EEUU, siempre iba acompañada de otra: Nuevas ideas nos llevarán necesariamente a nuevas soluciones. El discurso innovador y las originales ideas volcadas por Kennedy para defender su teoría de la Nueva Frontera tenían su traducción también en la política exterior. Las ideas de renovación y cambio no pueden llevar a pensar que en la consideración de Kennedy existía una renuncia a lo que históricamente había sido la doctrina del Destino Manifiesto, esto es, la deseada búsqueda del liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Muy al contrario, las ideas de Kennedy llamaban la atención sobre una renovación de ese liderazgo en donde el resurgimiento interior era el fundamento necesario para asumir la dirección de los acontecimientos mundiales. La visión del candidato demócrata a presidente no suponía una renuncia a la clásica política de presencia activa, intervencionista y, en muchos casos, agresiva en los acontecimientos en el mundo. No era una renuncia expresa a la utilización de la fuerza, ni a la tradición que consideraba que la Providencia había elegido a Estados Unidos para desempeñar un papel fundamental en la historia de la humanidad. Tampoco suponía una quiebra de la clásica Doctrina Monroe sino que era la afirmación de la tradicional conciencia nacional norteamericana sobre bases renovadas. En resumen, renovar tas ideas para mantener el liderazgo en el mundo. Desde la interpretación que realizó Kennedy de los EEUU en las relaciones internacionales el discurso anticomunista encuentra una fórmula renovada que poco tendría que ver con el discurso dogmático y sectario del maccarthismo, ni tampoco con el carácter exclusivamente militar y estratégico de la Doctrina Kennan y Truman, eje vertebrador de la política exterior de Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, los objetivos internacionales frente al comunismo estarían volcados también en la necesidad de librar y ganar una batalla política. Estados Unidos están -como le gustaba decir, citando a Burke- en un lugar sumamente visible. Todos los pueblos están atentos a nuestros actos y a nuestros logros; tenemos la responsabilidad de dar nuevos ejemplos de comportamiento. Cambios y reformas En las últimas semanas antes de las elecciones los sondeos mostraban un claro equilibrio entre ambos candidatos. La experiencia de Nixon como hombre de confianza de Eisenhower y como gestor eficiente, además de los apoyos que había logrado reunir en la mayoría de los estados del oeste y del sur, hubieran sido más que suficientes para vencer a cualquier otro candidato. Pero la campaña innovadora de Kennedy y los últimos debates televisados hicieron inclinar la balanza a favor de los demócratas. Del total de votos emitidos, Nixon conseguía un 49,55 por 100 y Kennedy un 49,77 por 100. Esta escasa diferencia y el reparto de los mandatos de los electores que no habían votado a ninguno de los dos candidatos se transformaron en 303 mandatos para Kennedy y en 209 para Nixon. De esta forma, John E. Kennedy se transformaba en el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos. La primera dificultad que tuvo Kennedy estuvo en la elección del gabinete personal de asesores del presidente, las personas que deberían afrontar el cambio sugerido por la nueva 14 Administración, un equipo que hiciera posible el programa demócrata pero sin producir una ruptura total en la estructura política y en determinados ámbitos de la anterior Administración.+ Kennedy debía elegir entre nombrar un Gabinete absolutamente nuevo -con lo que ello suponía de riesgo por la relativa falta de experiencia política en los asuntos de gobierno y el posible poco apoyo político incluso de algunos sectores de su propio partido- o adoptar una solución de compromiso, en donde se combinaran a la vez experiencia y nuevas ideas para afrontar los cambios previstos. Finalmente optó por una solución de compromiso que combinara la continuidad, en los asuntos que afectaran a las cuestiones más delicadas de la defensa y de la seguridad nacional, y la presencia de un equipo nuevo, para afrontar los cambios internos dirigidos hacia la Nueva Frontera. Los primeros nombramientos de la nueva Administración demostraron hasta qué punto la ilusión despertada por Kennedy en el electorado norteamericano había sido un sueño que se desvanecía para dejar paso a la realidad cotidiana de la política tradicional. La confirmación de Edgar Hoover a la cabeza del FBI, y de Allen Dulles en la dirección de la CIA, suponía la permanencia de dos personajes que habían destacado en las labores más delicadas y discutidas con las Administraciones republicanas, vinculados a la llamada lucha anticomunista y representantes de los sectores más ultraconservadores del país. Se pensó que la confirmación de estos hombres en estos puestos podía traer consecuencias funestas para la gestión de la nueva Administración. La tensión entre continuidad y cambio también tenía un reflejo en el resto del Gabinete: Robert McNamara, presidente de la compañía Ford Motor y republicano fue elegido secretario de Defensa y continuó en su cargo con el presidente Johnson; Douglas Dillon, subsecretario de Estado con Eisenhower, se convirtió en secretario del Tesoro; Dean Rusk hombre tradicional en los puestos subordinados a los Departamentos de Guerra y de Estado, fue nombrado secretario de Estado; y frente o conjuntamente con esta vieja guardia, Arthur Goldberg destacado miembro sindical y abogado de los trabajadores, fue designado secretario de Trabajo; el hermano del presidente Robert Kennedy, uno de sus hombres de mayor confianza y aunque joven con amplia experiencia en la abogacía y fiscalía fue nombrado secretario de Justicia. Junto con estos nombramientos, la designación de los puestos de mayor confianza y de personal relación con el presidente supuso lo que algunos periodistas de la época denominaron el desembarco de los intelectuales de Harvard en la Administración o lo que algunos sectores republicanos de una forma despreciativa denominaban el equipo de los cabezas de huevo entre ellos intelectuales o profesores de universidad como Sorensen (nombrado consejero especial adjunto al presidente); McGeorge Bundy (decano de la Facultad de Artes y Ciencias de Harvard: nombrado asistente especial para los asuntos de la seguridad nacional); Arthur Schlesinger Jr. (profesor de historia en Harvard: nombrado su asistente especial para ocuparse de los problemas interamericanos); Archibald Cox y otros. A pesar de las dificultades a la hora de encontrar el equilibrio interno en el Gabinete, las primeras semanas de gestión demostraban una forma nueva de hacer las cosas. Kennedy abolió el puesto de ayudante del presidente, que fue sustituido por un grupo interno de discusión por el que pasaban todos los asuntos, suprimió el sistema personal que el presidente Eisenhower había instalado en la Casa Blanca, estructuró el contenido y participó directamente en la elaboración de las medidas internas que pondrían en marcha la Nueva Frontera, partiendo de la idea que tenía el presidente Kennedy del necesario liderazgo dinámico y del Espíritu de los 15 Cien Días. Este espíritu lo interpretaba el presidente como la necesidad de poner en marcha en este plazo una serie de medidas legales y políticas que iniciaran el proceso de modernización de la sociedad norteamericana. La consecución de la Nueva Frontera necesitaba un nuevo marco legal; por ello la Administración, antes de que se reuniera el Congreso, elaboró más de cincuenta leyes que afectaron a todos los sectores del país. Nuevas ideas, viejas realidades Sin embargo la coalición de los demócratas del Sur con el Partido Republicano, a pesar de la mayoría demócrata en ambas Cámaras, demostraba grietas importantes en el partido del presidente, que sólo lograba el voto de 180 de los 260 demócratas en la Cámara para sus propuestas de la Nueva Frontera. Se vio de forma evidentísima en la Administración Kennedy, por primera vez en la historia de Estados Unidos, que el sistema de dos partidos se había roto. Los dos extremos de ambos partidos, liberal y conservador, estaban más cerca el uno del otro que de las directrices de los propios partidos; y el sistema de comité, al poner a miembros mayores de cada partido en los comités claves, permitió a los conservadores anular las propuestas presidenciales antes de que llegaran incluso a la votación. La Nueva Frontera era demasiado para una parte de la sociedad y de la clase política de Estados Unidos. De esta forma en todo el proceso de negociación abierto por la Administración con su propio partido, con los grupos de presión y con el Congreso, Kennedy sólo consiguió, en 1963, la aprobación de tres leyes fundamentales: la Ley Federal para la Educación, la Ley sobre Salarios Mínimos y la Ley de la Vivienda. El resto de las propuestas legislativas, incluida la Ley de los Derechos Civiles -esa ley nefasta, como señalaba el congresista Smith, presidente del Comité Regulador- permaneció congelada hasta la muerte de Kennedy. La Nueva Frontera, de esta forma, quedó reducida a escasas leyes que en poco afectaron a la estructura productiva, laboral, de protección social y de los derechos civiles. El desgaste de la propia labor de gobierno hizo que se fuera diluyendo paulatinamente la voluntad de introducir los cambios emblemáticos defendidos por su Administración y, en consecuencia, la pérdida paulatina del apoyo y de la fe de una gran parte de la base electoral que le había elegido de forma incondicional en 1960. Kennedy era consciente de que el mínimo conjunto de leyes aprobadas en el programa de Nueva Frontera paliaba sólo una pequeña parte de las necesidades de la sociedad norteamericana, pero la imposibilidad de sacar adelante la nueva Ley de Derechos Civiles minaba su ánimo. La imposibilidad de conseguir avances significativos en este campo provocó también una contestación de los grandes sectores de color organizados en el país, que empezaron a provocar continuos conflictos y enfrentamientos. Dichos grupos se consideraban engañados por una Administración y por un presidente que había hecho de la defensa de sus derechos y de la igualdad racial el símbolo de sus promesas y el principal emblema de su movimiento de renovación. Los enfrentamientos producidos en Alabama en 1961 se extendieron en 1962 a Mississippi, por la oposición de los segregacionistas a que un estudiante de color de Meredith se inscribiera en la Universidad. Las evidentes pruebas de racismo del gobernador del Estado hicieron que el presidente Kennedy enviara tropas federales para restablecer el orden y propiciar la igualdad de trato entre ambas comunidades; sin embargo la tortuosa ida y venida de 16 la Ley de Derechos Civiles no podía evitar las presiones sucesivas del movimiento negro encabezado por Martin Luther King y, a pesar, de su declarado pacifismo, los inevitables enfrentamientos de los grupos radicales de ambas comunidades en Alabama, Carolina del Norte, Tennessee, Illinois, Mississippi y Maryland, culminaron con una marcha sobre Washington en 1963. Las dificultades presentes también en este ámbito de la igualdad racial y de la integración acrecentaron esa sensación generalizada de que la Nueva Frontera, más bien pequeña y corta a estas alturas de 1963, había sido más una ilusión que el inicio de un cambio real que se podría llevar realmente a la práctica en los años venideros. El asesinato del presidente contestó contundentemente a este interrogante. Bahía de Cochinos, los misiles y Vietnam El mundo de 1961 era peligroso. A cada momento estaba amenazado de destrucción total por las armas nucleares. Y ocurría, como recordó Kennedy, que los EEUU ya no disponían del monopolio atómico. La URSS no sólo se había recuperado de su retraso, sino que acababa de adelantarse seriamente a los EEUU en el campo de los misiles. Por primera vez en su historia los estadounidenses se veían directamente amenazados por una potencia extranjera. En uno de sus discursos declaró: «Tenemos que enfrentarnos con un enemigo que actualmente domina un vasto imperio, desde el Estrecho de Formosa hasta Berlín; un enemigo cuyos agentes de subversión penetran en África, en Asia, y que ahora mismo se establece a 150 kilómetros de nuestras orillas, en Cuba; un enemigo que está persuadido de su victoria definitivo». Por tanto, si existió un reto significativo que puso a prueba las ideas de la Administración respecto a la aplicación de la Nueva Frontera a la forma de gestionar los asuntos internacionales, ese difícil examen fue sin duda la prometida nueva política exterior. Nunca habría supuesto el presidente, convencido como estaba de que iba a ser el hombre de la coexistencia pacífica, que los acontecimientos en el continente americano y los momentos tensos en las relaciones este-oeste serían el punto más débil de su gestión y el inicio del proceso rápido hacia una caída en picado de su prestigio personal. En un principio parecía que las relaciones entre ambas superpotencias estarían presididas por la distensión. El gesto de los soviéticos en enero de 1961, poniendo en libertad a los tripulantes de un avión espía norteamericano, era la respuesta de Kruschov al declarado pacifismo del presidente respecto a la URSS en su discurso de toma de posesión. Este relajo inicial de las relaciones propició la reanudación de la Conferencia de Ginebra sobre pruebas nucleares en marzo de 1961. La relación idílica entre ambas superpotencias duraría poco. El equipo de asesores directamente vinculados a estas cuestiones, McNamara y Rusk, perros viejos en la clásica forma de la tensión soviético-norteamericana, filtraron decididamente las nuevas ideas del presidente respecto de la necesaria respuesta norteamericana a los sucesivos avances en la ambición soviética, haciendo suya aquella regla de oro de la doctrina estratégica de Estados Unidos que señalaba que la URSS siempre practicaba la ambigüedad calculada detrás de las ofertas soviéticas de paz siempre se encerraba una operación de fuerza: Las buenas palabras siempre encierran un nuevo zarpazo. La idea del presidente para configurar un nuevo tipo de relaciones en el continente americano le llevo a introducir la cooperación política económica y para el desarrollo con estos 17 países como una formula para evitar a toda costa la extensión de los caldos de cultivo adecuados de procesos revolucionarios similares al cubano. La iniciativa puesta en marcha por Kennedy, denominada Alianza para el Progreso, ofrecía a los Estados latinoamericanos 46.000 millones de dólares para propiciar un cambio decidido hacia el desarrollo. Este expreso intento por aislar a Cuba y combatir el comunismo en el hemisferio con el desarrollo de dos políticas paralelas -la de cooperación y la de contención- le llevó a robustecer los lazos interamericanos en el seno de la OEA (Organización de los Estados Americanos) en la Conferencia de Punta del Este. Dentro del marco de la Alianza para el Progreso creó la Agencia de Desarrollo Internacional, y apoyó al presidente Balaguer ante el miedo de un brote castrista en la República Dominicana. Los propósitos y el prestigio del presidente en todo el continente se vinieron abajo cuando los cubanos exiliados en Miami, pertrechados por la CIA intentaron invadir la isla con un desembarco en playa Girón, en la bahía de Cochinos. La subversión y contrasubversión desde los planteamientos de Dulles, jefe de la CIA, y Rusk, secretario de Estado, representaban una especie de dominio intermedio entre el terreno militar y el terreno político; sin embargo los valores que suponían la defensa de la negociación, la búsqueda de la paz y la diplomacia abierta para superar el enfrentamiento, sentir mayoritario de la parte más intelectualmente comprometida en el Gabinete del presidente, dejaron paso a la vieja forma de actuar secreta y agresiva que Kennedy había prometido que nunca permitiría. Las incógnitas que explican el porqué de la aceptación de Kennedy de una operación organizada por la CIA en el período Eisenhower, con el apoyo de fuerzas mercenarias cubanas en el exilio, para derrocar por la fuerza al régimen de Fidel Castro, aún están por desvelar. Algunos de sus asesores, como Sorensen o Schlesinger, señalan que ellos mismos y el presidente temían el desprecio que los jefes de las fuerzas armadas y los profesionales de la CIA manifestaban hacia el grupo de intelectuales, por los escrúpulos que tenía este grupo de cabezas de huevo para defender por cualquier medio el interés nacional de Estados Unidos en el mundo. Tales consejeros y el presidente mismo se esforzaron por volverse resistentes a estas veladas críticas y acabaron por entrar en el peligroso juego de demostrar hasta qué punto no eran ciertas. Lo único verdaderamente cierto es que el visto bueno del presidente a dicha operación, el fracaso del desembarco de dichas tropas y la decisión última de no implicar a la marina y a la aviación norteamericanas en apoyo de tal operación, cuando la propia CIA la había preparado, supusieron un duro golpe para la credibilidad e imagen de la Administración de Washington. La continuidad con la anterior Administración mostrada por el presidente también tuvo su significativo reflejo en las sucesivas crisis en Asia. El principal enemigo en el sudeste de Asia no era la URSS sino la China comunista. Y así lo manifestó Kennedy en uno de sus discursos: «Cuando los chinos rojos manifiesten su deseo de vivir en paz con EEUU, con sus vecinos, entonces, evidentemente, EEUU revisará su política. No estamos ligados de hostilidad respecto a la China roja. Me parece que es la política de la China roja la que crea las tensiones, no solamente entre EEUU y la China roja, sino entre la China roja y la India, entre la China roja y sus vecinos más inmediatos, e incluso entre la China roja y los demás países comunistas». El expansionismo chino se manifestaba, sobre todo, en la península Indochina. Si se impone, sería como una mancha de aceite. Si Vietnam del Sur y Laos caían en manos comunistas, los demás países del sudeste asiático caerían a su vez, como fichas de dominó. 18 «Tenéis una hilera de fichas de dominó -había dicho Eisenhower-. Haced que caiga la primera y podéis estar seguros de que todas las demás también lo harán». Esta teoría de las fichas de dominó fue defendida también sin reservas por Kennedy: «Creo en ella. Pienso que la batalla está muy cerca. China tiene tal extensión, domina tantos territorios más allá de sus fronteras, que si Vietnam del Sur se hundiera, esto no sólo daría a los chinos una mejor posición geográfica para lanzar la guerrilla en Malasia, sino que daría la impresión de que el futuro del sudeste asiático es China y los comunistas (...) El hecho es que con la ayuda de EEUU, de la SEATO (South East Asiatic Treaty Organization: Organización del Tratado del Sudeste Asiático) el sudeste asiático y, en verdad, toda Asia se han mantenido independientes contra una fuerza poderosa (...) Creo que deberíamos quedarnos. Deberíamos utilizar nuestra influencia tan eficazmente como fuera posible y no retirarnos». Kennedy, contando con la fidelidad de la SEATO, estableció la defensa anticomunista de toda lndochina: abasteció de abundante material de guerra al Gobierno laosiano, incrementó el número de asesores militares norteamericanos e incluso manejaba la posibilidad de enviar tropas de combate. Su firme decisión de solucionar el problema aplicando los Acuerdos de Ginebra tuvo como resultado la convocatoria de una conferencia en dicha ciudad en mayo de 1961 y, por último, tras la entrevista con Kruschov en Viena, el 3 de junio de ese año, la definitiva neutralización de Laos. Desde su llegada a la presidencia, Kennedy se había sentido fuertemente impresionado por un informe del general Lansdale, miembro eminente de la CIA y gran experto en los asuntos del sudeste asiático. Landale hizo observar que, a pesar de la ayuda económica, política y logística de EEUU, el Vietcong progresaba en Vietnam del Sur. Para Kennedy esto fue una señal de alarma y decidió enviar, desde 1961, secretamente 400 miembros de las fuerzas especiales y 100 consejeros militares. Al mismo tiempo se tomaron medidas de ayuda económica y se inició una acción antiguerrilla. Los consejeros americanos recibieron la orden de ayudar a los sudvietnamitas a la hora de emprender operaciones de sabotaje en Vietnam del Norte. La CIA y fuerzas especiales participaron en incursiones al norte del paralelo 17. Las misiones estadounidenses se sucedieron en Saigón. El vicepresidente Jonhson se expresó con precisión a su regreso de Vietnam: «Tenemos que decidir entre ayudar a este país de la mejor manera que podamos o tirar la toalla y retirarnos a nuestras defensas de San Francisco bajo el lema América es una fortaleza». El general Taylor viajó de nuevo a Saigón y recomendó a Kennedy el envío de tropas terrestres, lo cual desencadenaría una verdadera transformación del ejército sudvietnamita. También estimó necesario, al igual que los jefes de Estado mayor, el envío de un cuerpo expedicionario estadounidense de 200.000 hombres. McNamara apoyó las recomendaciones de Taylor, y subrayó la probabilidad de un compromiso más importante. Kennedy aprobó todas las recomendaciones salvo una. Se negó a prometer que EEUU intentaría salvar incondicionalmente al Vietnam del Sur del comunismo. Eligió por ello una intervención militar limitada. Sin embargo también expresó: «...no estoy de acuerdo con los que dicen que tendríamos que retirarnos. Sería un gran error. Ya se que a nadie le guste el que los estadounidenses se vean comprometidos en un esfuerzo de esta clase (...) Pero se trata de una lucha muy importante, aunque se desarrolle muy lejos». Y esta referencia de Kennedy a la Segunda Guerra Mundial: «Hemos soportado esto, hemos hecho este esfuerzo para defender Europa. Ahora Europa está a salvo». Oponerse al comunismo en Vietnam significa seguir rechazando el espíritu de Munich. De esta manera fue Kennedy el que inició una escalada militar de apoyo al Gobierno de Vietnam del Sur. De esta forma, daba comienzo la intervención norteamericana en el 19 conflicto que mayor coste y repercusión ha tenido en la historia reciente de Estados Unidos. La hora de la desmitificación La reunión en Viena entre Kennedy y Kruschov, la primera cumbre soviéticonorteamericana desde los acuerdos de Yalta, trajo la esperanza de posteriores acuerdos, pero la inmediata crisis de Berlín puso una vez más a prueba a la Administración Kennedy. El presidente, desde su discurso de toma de posesión, había defendido la autodeterminación de la ciudad como única fórmula para encontrar una solución definitiva a su división y al problema alemán. Por su lado, la Unión Soviética había propiciado la firma por separado de un Tratado de Paz y Cooperación con la República Democrática Alemana. La intransigencia soviética se manifestó con el cierre de las fronteras que comunicaban los dos sectores de Berlín, que fue respondida en el mismo tono por Kennedy. Envió allí al vicepresidente Johnson y dejó claro que la OTAN intervendría si los derechos del Berlín occidental no eran respetados. La consecuencia de esta escalada de la tensión fue la edificación por parte de la Alemania del Este del muro de Berlín, el 13 de agosto de 1961. El fracaso de la Conferencia de Ginebra sobre armas nucleares, en octubre de 1961, abría la posibilidad a la Unión Soviética de hacer una demostración de su capacidad militar con unas pruebas nucleares y la explosión de una bomba de 50 megatones en la superficie. Esta experiencia, condenada por la Administración Kennedy, demostraba hasta qué punto el peligro de una guerra nuclear seguía existiendo. La petición de sustituir dichas pruebas en la superficie por ensayos subterráneos, realizada por Kennedy, no encontró respuesta por parte soviética. Por ello, después de comunicar la postura de Estados Unidos de no ceder a la Conferencia de los No Alineados de Belgrado, en abril de 1962 se decidió por las explosiones nucleares en la atmósfera. La escalada de tensión entre ambas superpotencias llegó a su punto culminante en el otoño de 1962 el momento más delicado para la paz en el mundo y la apuesta más arriesgada de la Administración Kennedy: la crisis de los misiles en Cuba. La situación de acoso permanente por parte de Estados Unidos al régimen de Fidel Castro había provocado indirectamente un considerable prestigio de la revolución cubana en todo el continente, y el vuelco decidido de La Habana hacia la órbita de la Unión Soviética, como única fórmula para consolidar el nuevo régimen revolucionario. Era sabido y conocido por el Pentágono que en la isla trabajaban varios cientos de técnicos soviéticos. Al confirmarse la instalación en Cuba de rampas de lanzamiento de cohetes nucleares y que buques soviéticos navegaban rumbo a Cuba con material bélico, posiblemente nuclear, la Administración Kennedy lo consideró una amenaza inadmisible a su seguridad nacional y a la de todo el continente. Las sucesivas reuniones del presidente con sus asesores, el estudio, incluso matemático, de las distintas posibilidades para frenar el peligro que esta operación suponía, llevaron a Kennedy a emprender una acción tremendamente arriesgada en octubre de 1962: el bloqueo de Cuba. La acción de fuerza tuvo buenos resultados y Kruschov, ante el peligro de un enfrentamiento inminente con Estados Unidos, suspendió los trabajos en las instalaciones cubanas y ordenó el regreso de los buques. Lo que para unos había sido un éxito rotundo por parte de la Administración demócrata, para otros sectores conservadores era un parche que había sido consecuencia de una debilidad extrema de la Administración a la hora de tratar y consentir un régimen como el de Fidel 20 Castro en el continente americano. La difícil dialéctica entre coexistencia y enfrentamiento había llevado al presidente al terreno más pragmático y resbaladizo de su gestión. A lo largo de 1963, renovó su deseo de fortalecer las defensas de Occidente, propuso la creación en Europa de una fuerza nuclear multilateral, rechazada sólo por De Gaulle, e incrementó la ayuda exterior . También realizó un viaje a Europa, durante el cual despertó el entusiasmo, especialmente en su visita a Berlín y al muro construido en la ciudad, donde pronunció estas famosas palabras: «Hay mucha gente en el mundo que de verdad no comprende, o pretende no comprender, cuál es la gran cuestión que separa el mundo libre del mundo comunista. ¡Que vengan a Berlín! Hay también quien dice que el comunismo es la ola del futuro ¡Que vengan a Berlín! hay quien dice que en Europa o en otras partes podemos colaborar con los comunistas ¡Que vengan a Berlín! E incluso hay algunos que dicen que el comunismo ciertamente es un mal sistema, pero que nos permite hacer economías ¡Que vengan a Berlín!». A su regreso de Europa, en julio de 1963, solicitó a Kruschov continuar las conversaciones para prohibir las pruebas nucleares. Las conversaciones dirigidas en Moscú por Averell Harriman desembocaron en un acuerdo que prohibía todas las experiencias atómicas, excepto las subterráneas. Triunfaba el espíritu de la coexistencia, pero dicho impulso no podía devolverle una parte importante del prestigio perdido en el camino recorrido en los tres años escasos de su presidencia. Los problemas internos para conseguir la Nueva Frontera, la falta de voluntad política para llevarla a la práctica en episodios destacados de su política exterior y el deterioro que supone todo ejercicio del poder, llevaban a pasos agigantados a John F. Kennedy a un proceso de desmitificación. Una desmitificación que hubiera sido una realidad si el 22 de noviembre de 1963 Lee Harvey Oswald no hubiera acabado con su vida. Bibliografía - Garrison, Jim, JFK: tras la pista de los asesinos, Barcelona, Ediciones B, 1992, 451 p. - Kaspi, André, Kennedy, Barcelona, Salvat, 1985, 203 p. - Kennedy, John F., El deber y la gloria: Testamento político de John F. Kennedy, Prefacio de Lyndon B. 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